Cuándo se jodió la izquierda
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Hace poco mencionábamos un tuit de Fernando Savater en el que éste argumentaba que el gobierno que sufrimos no es de izquierdas sino otra cosa distinta con tintes autoritarios. Decíamos entonces que el gran Fernando Savater imagina una izquierda que sólo existe en la mente de personas decentes e intelectualmente muy valiosas, como él, pero que no deja de ser, en el fondo, una entelequia. Imagino que el señor Savater quería referirse a que hay una izquierda decente y buena que supongo debe identificar con el anterior PSOE o, en el mejor de los casos, con la socialdemocracia europea.
En cuanto al primero, incluso desde aquí hemos añorado los años del PSOE de González, cuando dijo que había que ser socialista antes que marxista, cuando representó algo parecido a la socialdemocracia europea en un país atrasado que venía de cuarenta años de dictadura que supusieron un gran retroceso económico y social, a pesar de lo que se diga en contra (sólo hubiera faltado que en cuarenta años no se hubiera avanzado algo). Pero lo cierto es que cuando sufríamos al PSOE de González también nos quejábamos de sus tonos autoritarios y, sobre todo, como no podía ser de otro modo en un partido socialista, de su corrupción. No obstante, es cierto que en aquellos años no se sobrepasaron por el PSOE algunas líneas rojas y que sus integrantes eran de mucho más nivel intelectual que los de ahora y que, en ese sentido, era mucho mejor que el actual insoportable y pestilente PSOE. Evidentemente, no vamos a referirnos ahora al PSOE de la II República, que era estalinista y que provocó la guerra civil. Lo que ha venido después, desde José Luis Rodríguez Zapatero, ya lo hemos analizado en otros artículos, y representó la vuelta al verdadero PSOE, el guerracivilista, el totalitario, el corrupto total (no sólo es corrupción robar el dinero público sino también utilizar torticeramente el dinero para posiblemente comprar votos, por ejemplo).
La izquierda que añora el señor Savater puede ser esa socialdemocracia europea que tan buena prensa ha tenido a lo largo de las décadas y que, es evidente, es mucho mejor que nuestro PSOE, pero ello no quiere decir que sea buena para la sociedad. Debemos recordar que la socialdemocracia europea es la responsable de no haber renunciado a la ingeniería social y ha provocado la ya seguramente irremediable decadencia de Europa, aplicando conceptos como el multiculturalismo, que está provocando la descomposición de sociedades antes supuestamente modélicas, como la sueca, los conflictos de convivencia y religión con el islamismo de la inmigración masiva, el empobrecimiento progresivo y ya irremediable también de las clases medias europeas a través de la ingeniería económica de renuncia a las fuentes de energía (entre otras cosas), la corrupción institucionalizada que representa la Unión Europa, como ahora se está descubriendo, aunque se sospechaba desde hace tiempo. La socialdemocracia europea lleva mucho tiempo legislando en contra de los intereses de Europa. También son consecuencia de las políticas socialdemócratas la descomposición de las sociedades a través de la aniquilación de la familia como elemento integrador y de la promoción de otras formas de vida que fomentan la soledad de los individuos de modo que se integren en grupúsculos controlados desde el poder (grupos LTGBI, legislación trans, etc); también es consecuencia de la socialdemocracia el exceso de regulación y de control de los ciudadanos, lo que provoca retrocesos continuos en nuestras libertades y el fomento de la tendencia woke que está provocando destrozos morales en las nuevas generaciones.
Tales son, en síntesis, algunas de las nefastas consecuencias de la izquierda que añoran algunos. Por eso decimos que esa izquierda buena y decente no existe ni ha existido nunca, sino que es una entelequia de esa mezcla de intelectuales y buenistas que imaginaron que alguna izquierda podría defender la solidaridad, la fraternidad y la igualdad, los principios que jamás debe fomentar un poder público, pues cuando lo hace sólo puede hacerlo de una manera: desde la coacción a los ciudadanos.
Otro intelectual preso de estupor por la izquierda actual es Bret Easton Ellis, quien se preguntaba el título de este artículo: ¿Cuándo se jodió la izquierda?. Lo que no acaban de entender estos intelectuales que, al menos, tienen la decencia intelectual de ver el problema, es que la izquierda se jodió desde que surgió. Tal vez se sientan, en el fondo, culpables de haber predicado el evangelio averiado del socialismo.
Si tomamos como acto fundacional de la izquierda, como suele ocurrir, el Manifiesto Comunista (dejando al margen lo anterior, que no era propiamente socialismo), no se puede dejar de insistir en que es un panfleto revolucionario y asesino. Promueve la violencia como forma de conseguir el poder y aplicar a toda la sociedad, quiera o no, sus principios. Pero como no se trata ahora de hablar de cómo se jodió la izquierda comunista, debemos centrarnos en la izquierda supuestamente moderada de los países occidentales, que teóricamente acepta los principios de la democracia liberal, y representada en España por Podemos y por el PSOE.
Hemos visto que el progresismo, como podemos definir esa amalgama de partidos comunistas o cuasi-comunistas, como Podemos, populistas socialistas, como el PSOE, y socialdemócratas, como casi todos los europeos, terminan aplicando un movimiento rígido y autoritario de superioridad moral, imponiendo un lenguaje y una censura insoportables, como estamos sufriendo, pues cualquiera que se salga del discurso dominante será reprendido de una forma u otra, y mientras no puedan conseguir otra forma de anulación utilizarán la muerte civil, como se está haciendo actualmente, principalmente a través de las redes sociales. Esa censura es demoledora, puesto que impide o limita la excelencia creativa, del mismo modo que hemos visto que cercena la excelencia educativa, habiendo pervertido las universidades hasta el punto de convertirlas en centros de emisión de títulos sin valor y de adoctrinamiento totalitario. Nuestros nuevos universitarios son incapaces, en general, de realizar pensamientos complejos o de mantener una línea argumental en su discurso, como demostró hace unos días una supuesta alumna modélica en la Complutense. Es el mismo efecto que se produce con esa supuesta libertad sexual que se predica, que provoca que se pueda convivir disfóricamente una permisividad sexual completa con una gran represión hacia los demás.
Esas políticas educativas, dominantes en todo Occidente, han asesinado el sueño de liberarse, de convertirse en un individuo único y especial, para crear una caterva de grupos identitarios que borran las diferencias individuales hasta convertir a las personas en meros ladrillos de un muro, perfectamente intercambiables y sin valor alguno. El mayor éxito de la civilización occidental fue el individualismo, un principio ajeno a las civilizaciones africana o asiática, y que ha llevado a la Humanidad a las más altas cotas de civilización al convertir al individuo en el centro del Universo. Hoy ese proceso está en recesión. Lo mismo que se renuncia a convertir a los ciudadanos en adultos y se les premia con un infantilismo degenerado y patético. Esa máquina de odiar en que se ha convertido la izquierda en todo Occidente es una aniquilación de lo mejor de la Humanidad, suplantado por un identitarismo tribal e insufrible que convierte las diferencias en irreconciliables, de modo que el conflicto ha sustituido a la convivencia y la cooperación, matando el afecto como rasgo primordial de la vida en comunidad y sustituyéndolo por la hostilidad. La destrucción del espíritu de libertad de la juventud se ha conseguido mediante la táctica de darlo todo y otorgar derechos a granel restando, en una proporción inversa, el maravilloso impulso por la vida que debía caracterizar cualquier vida digna de ser vivida.
La izquierda está mudando el mundo, anteriormente llamado libre, en una prisión. Basta ver lo que está pasando, como una plaga liberticida y homicida, en toda Hispanoamérica, donde el socialismo del siglo XXI se está haciendo con el poder en casi todos los países. En Europa y América del Norte el proceso es similar, aunque más camuflado, pero la libertad de que se goza hoy no tiene nada que ver con la que se disfrutó hace unas décadas, sofocada, por un lado, por el progresismo y su tendencia woke y, por otro, por el Islam político, cada vez con una presencia más evidente en nuestras sociedades europeas y que está provocando el colapso de zonas completas dentro de nuestras ciudades. Decía Ballard que en los suburbios se puede vislumbrar el futuro de nuestra civilización. Hoy, lo que vemos en nuestros suburbios es siniestro.
La izquierda ha asumido, ante la falta de argumentos racionales, las causas milenaristas: el ecologismo, el cambio climático, el animalismo, el pensamiento malthusiano... Una estrategia alarmante que demuestra el odio a la humanidad del progresismo utilizado como lanza para herir de muerte al Humanismo, creando una mitología del fin del mundo que no tiene nada que ver con la realidad, pero que se utiliza para acabar con la libertad y con la Humanidad si ésta no se deja someter.
La legendaria planificación socialista ha demostrado ser un fracaso allí donde se ha instaurado, pero sin necesidad de acudir a los fracasos absolutos (Corea del Norte, Cuba, Venezuela o la Unión Soviética) también es un fracaso relativo allí donde prolifera esa planificación a través de regulaciones masivas de todo lo existente y por existir, planificación que aspira no sólo a condicionar lo existente sino a alimentar lo no existente en un ejercicio de ingeniería social que lleva a las sociedades al abismo, como está demostrando la Unión Europea en las últimas décadas. Más arriba hemos dejado algunos ejemplos.
Que el socialismo favorece la corrupción no le puede caber duda a quien observe la realidad con un mínimo de imparcialidad. No sólo los países típicamente socialistas son ejemplos de corrupción masiva e institucionalizada. Basta ver nuestro país para comprobar que nadie roba más y mejor que el PSOE y que siempre la ha hecho de forma institucionalidad (Andalucía, Valencia, etc). Y muchos biempensantes querían creer que dicha corrupción era sólo un fenómeno latino (Italia y España) cuando se ha demostrado que es habitual en todo país donde habita el socialismo en mayor o menor medida, como ha puesto de manifiesto el SPD alemán o se está viendo ahora en la corrupción masiva de los miembros del Partido Socialista europeo.
El socialismo no respeta a la humanidad, pero es que además desprecia de un modo infinito a sus propios votantes. Los ejemplos en España cuando se utiliza la mentira más burda y constatable son innumerables, pero basta un ejemplo más reciente, como la decisión de Petro, en Colombia, de reducir la criminalidad a base de eliminar conductas delictivas del código penal. Los socialistas saben que puede maltratar a su electorado y tratarlo permanentemente de idiota pues éste le es fiel a pesar de todo, como los fanáticos de una secta, a lo que cada vez más se parece el socialismo del siglo XXI. Del mismo modo, sus votantes votan contra sus propios intereses, como constata el hecho de que todos los socialistas actuales, ya sin tapujos, están confirmando que les interesa destrozar las clases medias porque la clase media, cuando prospera, suele perder la costumbre de votarles. A pesar de los evidentes mensajes de destrucción, siguen gozando de la voluntad popular mayoritariamente, lo que incide en esa sensación de fanatismo sectario sin el que la izquierda carece de opciones. Se ubican tales propósitos en el ideario de arrasar las sociedades actuales para crear el nuevo hombre perfecto socialista, que no se diferenciaría demasiado de un esclavo sumiso.
Por eso se permiten repetir una y otra vez sus tics totalitarios. Si en algunos ámbitos, como Sudamérica, ni siquiera se molestan en disimular, ahora tales automatismos totalitarios se están exportando a Europa y Norteamérica, como estamos viendo durante los gobiernos de Justin Trudeau (embargó cuentas de huelguistas), Joe Biden (favoreciendo políticas woke y extendiendo el socialismo más rancio incluso en EEUU) o las políticas de Pedro Sánchez en España, un calco de las de las Hugo Chávez en Venezuela.
Hoy, la socialdemocracia, en su toma totalitaria del poder, su insistencia en la planificación y su control de las grandes corporaciones enarbolando los principios de la perversa justicia social y el supuesto bien común, se parece demasiado al fascismo, que no nacionalizó todos los medios de producción, pero sí los sometió al poder político. La definición de fascismo blando que se está dando a esta forma de gobierno seguramente es la mejor definición de la real forma de gobierno que estamos sufriendo en Occidente actualmente. Incluso partidos no denominados socialistas han admitido ya principios como que toda riqueza ha de ser "social", que no significa sino que cualquier riqueza de cualquiera debe estar sometida a los dictados políticos. El no tendrás nada y serás feliz es una traslación blanda del principio hitleriano de que todo ciudadano ha de estar sometido al poder del Estado. Pero que sea más blanda no significa que sea menos eficaz. No hay mejor esclavo que el convencido de que su servidumbre está justificada.
Hoy, muchos tenemos la sensación de que el futuro es mucho menos promisorio de lo que pudiera haber sido y de lo que imaginábamos que iba a ser hace tan sólo veinte años. Entonces no se habían manifestado de forma tan explícita los planes de las élites políticas. Lo cierto es que en Occidente vivimos de crisis en crisis, con políticas que deliberadamente tienden a destruir las clases medias con todas las consecuencias que eso conlleva, no sólo económica sino socialmente, de deconstrucción de los valores que hicieron de una pequeña parte de la Tierra, lo que se llamó el Mundo Libre, la civilización más avanzada de la historia, enfrentada al socialismo. Hoy no hay diferencia y casi todos los países son fundamentalmente socialistas con la ventana abierta a cierto capitalismo en algunos sectores para permitir el pago de la fiesta hasta no se sabe cuándo, pues parece probable que tarde o temprano la situación explote, seguramente a través de la deuda impagable de los Estados. Entonces sí que será la crisis definitiva y todos seremos ya pobres y socialistas.
Dice Sándor Marái, al final de su monumental Tierra, Tierra que lo peor del socialismo no era la represión, ni la censura, ni siquiera el terror, sino la comprensión definitiva y total de que todo era una inmensa estupidez. Todo ese sufrimiento, toda esa pobreza, toda esa muerte estaba causada, en el fondo, por una causa que es, simplemente, estúpida. Eistein decía que la estupidez humana es infinita y no sé quién dijo que es más peligrosa la estupidez que el mal. Es cierto. Vivimos inmersos en una inmensa estupidez y no queremos darnos cuenta.
La izquierda se jodió desde que surgió. Nos jode desde que surgió. Y no tiene remedio.
(*) Winston Galt es escritor, autor de la novela Frío Monstruo
Hace poco mencionábamos un tuit de Fernando Savater en el que éste argumentaba que el gobierno que sufrimos no es de izquierdas sino otra cosa distinta con tintes autoritarios. Decíamos entonces que el gran Fernando Savater imagina una izquierda que sólo existe en la mente de personas decentes e intelectualmente muy valiosas, como él, pero que no deja de ser, en el fondo, una entelequia. Imagino que el señor Savater quería referirse a que hay una izquierda decente y buena que supongo debe identificar con el anterior PSOE o, en el mejor de los casos, con la socialdemocracia europea.
En cuanto al primero, incluso desde aquí hemos añorado los años del PSOE de González, cuando dijo que había que ser socialista antes que marxista, cuando representó algo parecido a la socialdemocracia europea en un país atrasado que venía de cuarenta años de dictadura que supusieron un gran retroceso económico y social, a pesar de lo que se diga en contra (sólo hubiera faltado que en cuarenta años no se hubiera avanzado algo). Pero lo cierto es que cuando sufríamos al PSOE de González también nos quejábamos de sus tonos autoritarios y, sobre todo, como no podía ser de otro modo en un partido socialista, de su corrupción. No obstante, es cierto que en aquellos años no se sobrepasaron por el PSOE algunas líneas rojas y que sus integrantes eran de mucho más nivel intelectual que los de ahora y que, en ese sentido, era mucho mejor que el actual insoportable y pestilente PSOE. Evidentemente, no vamos a referirnos ahora al PSOE de la II República, que era estalinista y que provocó la guerra civil. Lo que ha venido después, desde José Luis Rodríguez Zapatero, ya lo hemos analizado en otros artículos, y representó la vuelta al verdadero PSOE, el guerracivilista, el totalitario, el corrupto total (no sólo es corrupción robar el dinero público sino también utilizar torticeramente el dinero para posiblemente comprar votos, por ejemplo).
La izquierda que añora el señor Savater puede ser esa socialdemocracia europea que tan buena prensa ha tenido a lo largo de las décadas y que, es evidente, es mucho mejor que nuestro PSOE, pero ello no quiere decir que sea buena para la sociedad. Debemos recordar que la socialdemocracia europea es la responsable de no haber renunciado a la ingeniería social y ha provocado la ya seguramente irremediable decadencia de Europa, aplicando conceptos como el multiculturalismo, que está provocando la descomposición de sociedades antes supuestamente modélicas, como la sueca, los conflictos de convivencia y religión con el islamismo de la inmigración masiva, el empobrecimiento progresivo y ya irremediable también de las clases medias europeas a través de la ingeniería económica de renuncia a las fuentes de energía (entre otras cosas), la corrupción institucionalizada que representa la Unión Europa, como ahora se está descubriendo, aunque se sospechaba desde hace tiempo. La socialdemocracia europea lleva mucho tiempo legislando en contra de los intereses de Europa. También son consecuencia de las políticas socialdemócratas la descomposición de las sociedades a través de la aniquilación de la familia como elemento integrador y de la promoción de otras formas de vida que fomentan la soledad de los individuos de modo que se integren en grupúsculos controlados desde el poder (grupos LTGBI, legislación trans, etc); también es consecuencia de la socialdemocracia el exceso de regulación y de control de los ciudadanos, lo que provoca retrocesos continuos en nuestras libertades y el fomento de la tendencia woke que está provocando destrozos morales en las nuevas generaciones.
Tales son, en síntesis, algunas de las nefastas consecuencias de la izquierda que añoran algunos. Por eso decimos que esa izquierda buena y decente no existe ni ha existido nunca, sino que es una entelequia de esa mezcla de intelectuales y buenistas que imaginaron que alguna izquierda podría defender la solidaridad, la fraternidad y la igualdad, los principios que jamás debe fomentar un poder público, pues cuando lo hace sólo puede hacerlo de una manera: desde la coacción a los ciudadanos.
Otro intelectual preso de estupor por la izquierda actual es Bret Easton Ellis, quien se preguntaba el título de este artículo: ¿Cuándo se jodió la izquierda?. Lo que no acaban de entender estos intelectuales que, al menos, tienen la decencia intelectual de ver el problema, es que la izquierda se jodió desde que surgió. Tal vez se sientan, en el fondo, culpables de haber predicado el evangelio averiado del socialismo.
Si tomamos como acto fundacional de la izquierda, como suele ocurrir, el Manifiesto Comunista (dejando al margen lo anterior, que no era propiamente socialismo), no se puede dejar de insistir en que es un panfleto revolucionario y asesino. Promueve la violencia como forma de conseguir el poder y aplicar a toda la sociedad, quiera o no, sus principios. Pero como no se trata ahora de hablar de cómo se jodió la izquierda comunista, debemos centrarnos en la izquierda supuestamente moderada de los países occidentales, que teóricamente acepta los principios de la democracia liberal, y representada en España por Podemos y por el PSOE.
Hemos visto que el progresismo, como podemos definir esa amalgama de partidos comunistas o cuasi-comunistas, como Podemos, populistas socialistas, como el PSOE, y socialdemócratas, como casi todos los europeos, terminan aplicando un movimiento rígido y autoritario de superioridad moral, imponiendo un lenguaje y una censura insoportables, como estamos sufriendo, pues cualquiera que se salga del discurso dominante será reprendido de una forma u otra, y mientras no puedan conseguir otra forma de anulación utilizarán la muerte civil, como se está haciendo actualmente, principalmente a través de las redes sociales. Esa censura es demoledora, puesto que impide o limita la excelencia creativa, del mismo modo que hemos visto que cercena la excelencia educativa, habiendo pervertido las universidades hasta el punto de convertirlas en centros de emisión de títulos sin valor y de adoctrinamiento totalitario. Nuestros nuevos universitarios son incapaces, en general, de realizar pensamientos complejos o de mantener una línea argumental en su discurso, como demostró hace unos días una supuesta alumna modélica en la Complutense. Es el mismo efecto que se produce con esa supuesta libertad sexual que se predica, que provoca que se pueda convivir disfóricamente una permisividad sexual completa con una gran represión hacia los demás.
Esas políticas educativas, dominantes en todo Occidente, han asesinado el sueño de liberarse, de convertirse en un individuo único y especial, para crear una caterva de grupos identitarios que borran las diferencias individuales hasta convertir a las personas en meros ladrillos de un muro, perfectamente intercambiables y sin valor alguno. El mayor éxito de la civilización occidental fue el individualismo, un principio ajeno a las civilizaciones africana o asiática, y que ha llevado a la Humanidad a las más altas cotas de civilización al convertir al individuo en el centro del Universo. Hoy ese proceso está en recesión. Lo mismo que se renuncia a convertir a los ciudadanos en adultos y se les premia con un infantilismo degenerado y patético. Esa máquina de odiar en que se ha convertido la izquierda en todo Occidente es una aniquilación de lo mejor de la Humanidad, suplantado por un identitarismo tribal e insufrible que convierte las diferencias en irreconciliables, de modo que el conflicto ha sustituido a la convivencia y la cooperación, matando el afecto como rasgo primordial de la vida en comunidad y sustituyéndolo por la hostilidad. La destrucción del espíritu de libertad de la juventud se ha conseguido mediante la táctica de darlo todo y otorgar derechos a granel restando, en una proporción inversa, el maravilloso impulso por la vida que debía caracterizar cualquier vida digna de ser vivida.
La izquierda está mudando el mundo, anteriormente llamado libre, en una prisión. Basta ver lo que está pasando, como una plaga liberticida y homicida, en toda Hispanoamérica, donde el socialismo del siglo XXI se está haciendo con el poder en casi todos los países. En Europa y América del Norte el proceso es similar, aunque más camuflado, pero la libertad de que se goza hoy no tiene nada que ver con la que se disfrutó hace unas décadas, sofocada, por un lado, por el progresismo y su tendencia woke y, por otro, por el Islam político, cada vez con una presencia más evidente en nuestras sociedades europeas y que está provocando el colapso de zonas completas dentro de nuestras ciudades. Decía Ballard que en los suburbios se puede vislumbrar el futuro de nuestra civilización. Hoy, lo que vemos en nuestros suburbios es siniestro.
La izquierda ha asumido, ante la falta de argumentos racionales, las causas milenaristas: el ecologismo, el cambio climático, el animalismo, el pensamiento malthusiano... Una estrategia alarmante que demuestra el odio a la humanidad del progresismo utilizado como lanza para herir de muerte al Humanismo, creando una mitología del fin del mundo que no tiene nada que ver con la realidad, pero que se utiliza para acabar con la libertad y con la Humanidad si ésta no se deja someter.
La legendaria planificación socialista ha demostrado ser un fracaso allí donde se ha instaurado, pero sin necesidad de acudir a los fracasos absolutos (Corea del Norte, Cuba, Venezuela o la Unión Soviética) también es un fracaso relativo allí donde prolifera esa planificación a través de regulaciones masivas de todo lo existente y por existir, planificación que aspira no sólo a condicionar lo existente sino a alimentar lo no existente en un ejercicio de ingeniería social que lleva a las sociedades al abismo, como está demostrando la Unión Europea en las últimas décadas. Más arriba hemos dejado algunos ejemplos.
Que el socialismo favorece la corrupción no le puede caber duda a quien observe la realidad con un mínimo de imparcialidad. No sólo los países típicamente socialistas son ejemplos de corrupción masiva e institucionalizada. Basta ver nuestro país para comprobar que nadie roba más y mejor que el PSOE y que siempre la ha hecho de forma institucionalidad (Andalucía, Valencia, etc). Y muchos biempensantes querían creer que dicha corrupción era sólo un fenómeno latino (Italia y España) cuando se ha demostrado que es habitual en todo país donde habita el socialismo en mayor o menor medida, como ha puesto de manifiesto el SPD alemán o se está viendo ahora en la corrupción masiva de los miembros del Partido Socialista europeo.
El socialismo no respeta a la humanidad, pero es que además desprecia de un modo infinito a sus propios votantes. Los ejemplos en España cuando se utiliza la mentira más burda y constatable son innumerables, pero basta un ejemplo más reciente, como la decisión de Petro, en Colombia, de reducir la criminalidad a base de eliminar conductas delictivas del código penal. Los socialistas saben que puede maltratar a su electorado y tratarlo permanentemente de idiota pues éste le es fiel a pesar de todo, como los fanáticos de una secta, a lo que cada vez más se parece el socialismo del siglo XXI. Del mismo modo, sus votantes votan contra sus propios intereses, como constata el hecho de que todos los socialistas actuales, ya sin tapujos, están confirmando que les interesa destrozar las clases medias porque la clase media, cuando prospera, suele perder la costumbre de votarles. A pesar de los evidentes mensajes de destrucción, siguen gozando de la voluntad popular mayoritariamente, lo que incide en esa sensación de fanatismo sectario sin el que la izquierda carece de opciones. Se ubican tales propósitos en el ideario de arrasar las sociedades actuales para crear el nuevo hombre perfecto socialista, que no se diferenciaría demasiado de un esclavo sumiso.
Por eso se permiten repetir una y otra vez sus tics totalitarios. Si en algunos ámbitos, como Sudamérica, ni siquiera se molestan en disimular, ahora tales automatismos totalitarios se están exportando a Europa y Norteamérica, como estamos viendo durante los gobiernos de Justin Trudeau (embargó cuentas de huelguistas), Joe Biden (favoreciendo políticas woke y extendiendo el socialismo más rancio incluso en EEUU) o las políticas de Pedro Sánchez en España, un calco de las de las Hugo Chávez en Venezuela.
Hoy, la socialdemocracia, en su toma totalitaria del poder, su insistencia en la planificación y su control de las grandes corporaciones enarbolando los principios de la perversa justicia social y el supuesto bien común, se parece demasiado al fascismo, que no nacionalizó todos los medios de producción, pero sí los sometió al poder político. La definición de fascismo blando que se está dando a esta forma de gobierno seguramente es la mejor definición de la real forma de gobierno que estamos sufriendo en Occidente actualmente. Incluso partidos no denominados socialistas han admitido ya principios como que toda riqueza ha de ser "social", que no significa sino que cualquier riqueza de cualquiera debe estar sometida a los dictados políticos. El no tendrás nada y serás feliz es una traslación blanda del principio hitleriano de que todo ciudadano ha de estar sometido al poder del Estado. Pero que sea más blanda no significa que sea menos eficaz. No hay mejor esclavo que el convencido de que su servidumbre está justificada.
Hoy, muchos tenemos la sensación de que el futuro es mucho menos promisorio de lo que pudiera haber sido y de lo que imaginábamos que iba a ser hace tan sólo veinte años. Entonces no se habían manifestado de forma tan explícita los planes de las élites políticas. Lo cierto es que en Occidente vivimos de crisis en crisis, con políticas que deliberadamente tienden a destruir las clases medias con todas las consecuencias que eso conlleva, no sólo económica sino socialmente, de deconstrucción de los valores que hicieron de una pequeña parte de la Tierra, lo que se llamó el Mundo Libre, la civilización más avanzada de la historia, enfrentada al socialismo. Hoy no hay diferencia y casi todos los países son fundamentalmente socialistas con la ventana abierta a cierto capitalismo en algunos sectores para permitir el pago de la fiesta hasta no se sabe cuándo, pues parece probable que tarde o temprano la situación explote, seguramente a través de la deuda impagable de los Estados. Entonces sí que será la crisis definitiva y todos seremos ya pobres y socialistas.
Dice Sándor Marái, al final de su monumental Tierra, Tierra que lo peor del socialismo no era la represión, ni la censura, ni siquiera el terror, sino la comprensión definitiva y total de que todo era una inmensa estupidez. Todo ese sufrimiento, toda esa pobreza, toda esa muerte estaba causada, en el fondo, por una causa que es, simplemente, estúpida. Eistein decía que la estupidez humana es infinita y no sé quién dijo que es más peligrosa la estupidez que el mal. Es cierto. Vivimos inmersos en una inmensa estupidez y no queremos darnos cuenta.
La izquierda se jodió desde que surgió. Nos jode desde que surgió. Y no tiene remedio.
(*) Winston Galt es escritor, autor de la novela Frío Monstruo