La mujer realizada
“Realizarse”, he aquí una palabra que se puso de moda en el siglo XX y que todo el mundo maneja hoy con frecuencia y naturalidad. Pero vamos a precisar un poco. Según la definición de la RAE, en su cuarta acepción, realizarse es “sentirse satisfecho por haber logrado cumplir aquello a lo que se aspiraba”. Así pues, se trataría de alcanzar como persona una meta o diversas metas, no incompatibles y quizás jerarquizadas. Para los seres humanos, en términos aristotélicos, se trataría de ejercitar la actividad que desarrolla nuestra naturaleza propia, biológica y psíquica, ésta última en su vertiente afectiva o social y también en la racional o creativa.
Hoy día parece que la realización se centra más en el plano material -de dinero, de trabajo, de prestigio o de poder- que en el plano afectivo o de desarrollo de la perfección como seres humanos.
Veamos la que es hoy día una mujer liberada. Una mujer realizada mediante su trabajo. La que forma parte de ese gran porcentaje de mujeres trabajadoras sin entusiasmo -entre un 70% y un 80%- según estudios realizados. Ocho horas de trabajo, un sueldo que le permitirá cierta independencia económica y la posibilidad de cambiar a las vecinas “marujas”-como se dice con desprecio- por las compañeras “chismosas”. ¿O es que por el hecho de ser cajera va a leer más libros o más periódicos que si se queda en casa? ¿va a desarrollar más su intelecto y su cultura? Seguramente, cuando vuelva del trabajo y tras hacer lo indispensable en la casa ̶ pues además del tiempo que emplea trabajando fuera tendrá que hacer las tareas de la casa, o al menos su parte ̶ si le queda algo de tiempo libre, se pondrá a ver la televisión y, sobre todo, esos programas de evasión que se dedican al “cotilleo” sobre famosos, a concursos o algo por el estilo mientras se relaja ‒el índice de audiencia de ciertos programas así lo demuestra; lo que ven la mayoría no son precisamente programas intelectuales ni sobre cultura‒, pues bastante cansada está para dedicarse a cosas más serias y profundas. Así, se daba la increíble cifra de que el índice de audiencia de uno de estos programas de cotilleo en que salía un personaje peleándose con sus novios, cuyo “gran” mérito era ser hija de alguien famoso, había sido ¡del 33%! de cuota de pantalla. Esta es la realidad, no la fantasía. Ah, también podrá viajar -que esta muy de moda y rompe con las rutinas- algún fin de semana o en vacaciones.
Por otra parte, aunque pueda contar con que su marido o pareja haga la mitad de las tareas ‒y que paralelamente se interesará por el partido de esa noche o las noticias de deportes principalmente-¿le quedará más tiempo libre que a la “maruja” antaño despreciada? Parece dudoso. ¿Qué gana la mujer además del salario? Desde luego, no parece que esa liberación económica la lleve a ser más culta, ni a que viva con menos “estrés”. Tampoco a que pueda prestar mayor atención a la educación de los hijos, si los ha tenido.
¿Qué es lo que “realiza”, pues, a ese 70% de las mujeres que no tienen trabajos interesantes? Si es que a eso se le puede llamar realizarse. Ciertamente, disponer de dinero de forma más autónoma sin tener que depender de la pareja o el marido –pues, ya se sabe que en cualquier momento se puede romper la incierta convivencia.
Esta emancipación económica y emocional con la incorporación de la mujer al mercado laboral desde mediados del siglo pasado se hará en cierto modo, como escribe el psicólogo J. Roca, “a costa de la (auto)explotación (…). Tal modelo conlleva la participación laboral activa de las mujeres y el mantenimiento de la misma carga doméstica (…). El modelo igualitarista y la idea de reparto, finalmente constituye más bien una aspiración y una realidad de tipo retórico y discursivo en auge.” Y si no el mantenimiento de la misma carga, sí de una parte importante de la carga.
Si la mujer no ha formado una pareja, desde luego que tener un trabajo ha supuesto un alivio enorme desde el punto de vista económico y de independencia, puesto que, en el pasado, cuando faltaban los padres, tenía que depender de los familiares más próximos; era la famosa “tía solterona” recogida por algún hermano. Pero la mujer, ya desde los años 50, se incorporaba al trabajo a ritmo acelerado. Afortunadamente para la mujer, esta situación se ha superado por completo. No necesita marido para tener recursos económicos, aunque sigue necesitando quien comparta su vida y llene sus afectos. Esta situación de dependencia económica se empezó a superar ya en la II Guerra Mundial cuando la mujer se incorporó masivamente al trabajo por la falta de mano de obra masculina, y la necesidad de que alguien hiciese el trabajo de los jóvenes que estaban en el frente. La diferencia es que en la década de los cuarenta y los cincuenta, la mujer solía trabajar hasta que se casaba, sobre todo si el trabajo era un trabajo poco remunerado o ingrato. Confiaba en que el trabajo del marido le permitiría dedicarse a la educación de los hijos y liberarla de las duras condiciones de la mayoría de los trabajos externos. Ahora el mayor nivel de consumo hace que ella también esté obligada a trabajar. ¿Acaso era menos creativo y satisfactorio educar y ver crecer a sus hijos – con una cierta disposición de su tiempo- que trabajar en tareas repetitivas o de esfuerzo físico, con horarios rígidos? Habría que considerar por qué se produce esta (auto)explotación de la mujer. Pero mucho tienen que ver los sesenta años de propaganda feminista. Y la realidad es, que la mujer no está “encantada” con su trabajo y lo que desea no son horas extra, sino irse cuanto antes a su casa a hacer lo que le dé la gana.
Por otra parte, lo que sucede en nuestros días con frecuencia es que, ni a hijas ni a hijos, se les exige que ayuden en las tareas domésticas mientras son niños, adolescentes, o jóvenes, algo que antes se hacia ya en edades tempranas. Así, la madre, con menos hijos que antes, se ve con escasa colaboración, tanto de hijos como de hijas, cuando llega de trabajar. ¿Son ahora los hijos lo que explotan?
Por otra parte, esta mujer trabajadora, ¿se realizará verdaderamente en su trabajo marcando el precio de los artículos uno tras otro, o aguantando ocho horas de pie informando sobre artículos o peinando en una peluquería? ¿O como fisioterapeuta dando masajes ocho horas?, etc., y así podríamos seguir enumerando trabajos. ¿Será más creativo e interesante que ver crecer a sus hijos, educarlos y observar cómo cristaliza su trabajo en la formación psíquica y moral de una persona prolongación de sí misma? “Cuento las horas que faltan para que acabe el trabajo y llegar a mi casa y ver a mi hija”. Sí, así se expresaba una cajera de un supermercado que había dejado a su hija con la abuela; y no creo que sea la única, sino lo contrario, que son muchas las que sienten y piensan como esta cajera. Y por suerte para ellas y sus hijos, todavía hay abuelas que cuidan a los nietos, cosa que en otros países de nuestro entorno es menos frecuente. Y no solo abuelas sino abuelos de 70 años a los que se ve en el parque con el cochecito del nieto. ¿Será que ya les están educando las feministas? ¿Lo que no hicieron con sus hijos lo hacen ahora con sus nietos? ¿Acaso han dejado de ser “machistas”?
Alcanzar la plenitud, la autorrealización ̶ entendida como el desarrollo de esa parte de nuestra naturaleza referida a nuestra creatividad, a nuestras excelencias intelectuales ̶ no está al alcance de todo el mundo, como reflexionaba Aristóteles, pero sí que todo el mundo, la gente ordinaria, los más, tienen la posibilidad de crear, de rebosarse en su madurez a través de la procreación. Y la procreación significa reconocerte en tu obra, no sólo biológica sino en aquella que supone la modelación y educación de un nuevo ser; es la ilusión de un proyecto.
¿Colmará el salario, bajo, mediano o alto los anhelos de la mujer nueva? ¿Se verá esta mujer realizada en su trabajo de dependienta, administrativa, cajera, camarera, enfermera, peluquera, limpiadora…o incluso doctora, profesora, consultora…? ¿Muchas de estas últimas retardan su jubilación porque están encantadas con su trabajo? ¿Se verán realizadas por un salario que le permitirá comprarse más vestidos, ir de restaurantes, algún viaje a Punta Cana, o a otros múltiples viajes, una casa más grande…? Y eso siempre que tenga alguien con quien hacer todo esto.
Porque parece que las ideólogas siempre hablan para, o sobre, la mujer universitaria, o aquella que desempeña altos cargos de ejecutiva, con mando, poder, responsabilidades, altos salarios etc., o como activista política, “liberadora” de pobres masas sumidas en cualquier miseria −que no saben lo que es un trabajo repetitivo ni tedioso−, pero cobrando, eso sí, jugosos sueldos a los que no habrían alcanzado quizá en otra ocupación. Lo cierto es que el número de mujeres que tienen trabajos gratificantes y bien pagados‒también de hombres‒ no va más allá del 15% o el 20%. Son mujeres que, por otra parte, pierden el control de “su tiempo”, la posibilidad de tener una familia o de no verla si la tienen. Así es para ese escaso número de mujeres dedicadas a tareas “creativas” que no tienen horario.
Hay quizás una profesión que permite que las mujeres tengan más tiempo y menos estrés para cuidar a los hijos: la de profesora. Y puede que no sea coincidencia el que haya mayoría de mujeres en este trabajo y que sea uno de los preferidos de las estudiantes cuando se les pregunta en bachillerato qué quieren estudiar. Coinciden los horarios y las fiestas y vacaciones suyas con las de sus hijos, lo cual para otras trabajadoras resulta sumamente difícil de conciliar como ya hemos visto; algo que les obliga a estar siempre pensando dónde y con quien colocan a sus hijos pequeños cuando surge algo fuera de la regularidad o los niños se ponen enfermos. Por otra parte, y quizá no sea casualidad, profesora de infantil es el trabajo que más se aproxima a la maternidad.
En realidad, sería interesante conocer el origen y profesión de todas estas adalides de la realización, porque cuando hablan parecen pensar solo en aquellas mujeres que no tienen trabajos repetitivos, mecánicos, pesados o poco estimulantes ‒que son la minoría, no lo olvidemos‒, o en las ya citadas activistas de la liberación que viven de subvenciones, con horarios de funcionarias y no saben lo que es tener horarios duros o estar ocho horas haciendo esos trabajos rutinarios, aburridos o con esfuerzo físico. Bien pensado, ¿no parece una burla eso de “¡me encanta mí trabajo!”?
“Realizarse”, he aquí una palabra que se puso de moda en el siglo XX y que todo el mundo maneja hoy con frecuencia y naturalidad. Pero vamos a precisar un poco. Según la definición de la RAE, en su cuarta acepción, realizarse es “sentirse satisfecho por haber logrado cumplir aquello a lo que se aspiraba”. Así pues, se trataría de alcanzar como persona una meta o diversas metas, no incompatibles y quizás jerarquizadas. Para los seres humanos, en términos aristotélicos, se trataría de ejercitar la actividad que desarrolla nuestra naturaleza propia, biológica y psíquica, ésta última en su vertiente afectiva o social y también en la racional o creativa.
Hoy día parece que la realización se centra más en el plano material -de dinero, de trabajo, de prestigio o de poder- que en el plano afectivo o de desarrollo de la perfección como seres humanos.
Veamos la que es hoy día una mujer liberada. Una mujer realizada mediante su trabajo. La que forma parte de ese gran porcentaje de mujeres trabajadoras sin entusiasmo -entre un 70% y un 80%- según estudios realizados. Ocho horas de trabajo, un sueldo que le permitirá cierta independencia económica y la posibilidad de cambiar a las vecinas “marujas”-como se dice con desprecio- por las compañeras “chismosas”. ¿O es que por el hecho de ser cajera va a leer más libros o más periódicos que si se queda en casa? ¿va a desarrollar más su intelecto y su cultura? Seguramente, cuando vuelva del trabajo y tras hacer lo indispensable en la casa ̶ pues además del tiempo que emplea trabajando fuera tendrá que hacer las tareas de la casa, o al menos su parte ̶ si le queda algo de tiempo libre, se pondrá a ver la televisión y, sobre todo, esos programas de evasión que se dedican al “cotilleo” sobre famosos, a concursos o algo por el estilo mientras se relaja ‒el índice de audiencia de ciertos programas así lo demuestra; lo que ven la mayoría no son precisamente programas intelectuales ni sobre cultura‒, pues bastante cansada está para dedicarse a cosas más serias y profundas. Así, se daba la increíble cifra de que el índice de audiencia de uno de estos programas de cotilleo en que salía un personaje peleándose con sus novios, cuyo “gran” mérito era ser hija de alguien famoso, había sido ¡del 33%! de cuota de pantalla. Esta es la realidad, no la fantasía. Ah, también podrá viajar -que esta muy de moda y rompe con las rutinas- algún fin de semana o en vacaciones.
Por otra parte, aunque pueda contar con que su marido o pareja haga la mitad de las tareas ‒y que paralelamente se interesará por el partido de esa noche o las noticias de deportes principalmente-¿le quedará más tiempo libre que a la “maruja” antaño despreciada? Parece dudoso. ¿Qué gana la mujer además del salario? Desde luego, no parece que esa liberación económica la lleve a ser más culta, ni a que viva con menos “estrés”. Tampoco a que pueda prestar mayor atención a la educación de los hijos, si los ha tenido.
¿Qué es lo que “realiza”, pues, a ese 70% de las mujeres que no tienen trabajos interesantes? Si es que a eso se le puede llamar realizarse. Ciertamente, disponer de dinero de forma más autónoma sin tener que depender de la pareja o el marido –pues, ya se sabe que en cualquier momento se puede romper la incierta convivencia.
Esta emancipación económica y emocional con la incorporación de la mujer al mercado laboral desde mediados del siglo pasado se hará en cierto modo, como escribe el psicólogo J. Roca, “a costa de la (auto)explotación (…). Tal modelo conlleva la participación laboral activa de las mujeres y el mantenimiento de la misma carga doméstica (…). El modelo igualitarista y la idea de reparto, finalmente constituye más bien una aspiración y una realidad de tipo retórico y discursivo en auge.” Y si no el mantenimiento de la misma carga, sí de una parte importante de la carga.
Si la mujer no ha formado una pareja, desde luego que tener un trabajo ha supuesto un alivio enorme desde el punto de vista económico y de independencia, puesto que, en el pasado, cuando faltaban los padres, tenía que depender de los familiares más próximos; era la famosa “tía solterona” recogida por algún hermano. Pero la mujer, ya desde los años 50, se incorporaba al trabajo a ritmo acelerado. Afortunadamente para la mujer, esta situación se ha superado por completo. No necesita marido para tener recursos económicos, aunque sigue necesitando quien comparta su vida y llene sus afectos. Esta situación de dependencia económica se empezó a superar ya en la II Guerra Mundial cuando la mujer se incorporó masivamente al trabajo por la falta de mano de obra masculina, y la necesidad de que alguien hiciese el trabajo de los jóvenes que estaban en el frente. La diferencia es que en la década de los cuarenta y los cincuenta, la mujer solía trabajar hasta que se casaba, sobre todo si el trabajo era un trabajo poco remunerado o ingrato. Confiaba en que el trabajo del marido le permitiría dedicarse a la educación de los hijos y liberarla de las duras condiciones de la mayoría de los trabajos externos. Ahora el mayor nivel de consumo hace que ella también esté obligada a trabajar. ¿Acaso era menos creativo y satisfactorio educar y ver crecer a sus hijos – con una cierta disposición de su tiempo- que trabajar en tareas repetitivas o de esfuerzo físico, con horarios rígidos? Habría que considerar por qué se produce esta (auto)explotación de la mujer. Pero mucho tienen que ver los sesenta años de propaganda feminista. Y la realidad es, que la mujer no está “encantada” con su trabajo y lo que desea no son horas extra, sino irse cuanto antes a su casa a hacer lo que le dé la gana.
Por otra parte, lo que sucede en nuestros días con frecuencia es que, ni a hijas ni a hijos, se les exige que ayuden en las tareas domésticas mientras son niños, adolescentes, o jóvenes, algo que antes se hacia ya en edades tempranas. Así, la madre, con menos hijos que antes, se ve con escasa colaboración, tanto de hijos como de hijas, cuando llega de trabajar. ¿Son ahora los hijos lo que explotan?
Por otra parte, esta mujer trabajadora, ¿se realizará verdaderamente en su trabajo marcando el precio de los artículos uno tras otro, o aguantando ocho horas de pie informando sobre artículos o peinando en una peluquería? ¿O como fisioterapeuta dando masajes ocho horas?, etc., y así podríamos seguir enumerando trabajos. ¿Será más creativo e interesante que ver crecer a sus hijos, educarlos y observar cómo cristaliza su trabajo en la formación psíquica y moral de una persona prolongación de sí misma? “Cuento las horas que faltan para que acabe el trabajo y llegar a mi casa y ver a mi hija”. Sí, así se expresaba una cajera de un supermercado que había dejado a su hija con la abuela; y no creo que sea la única, sino lo contrario, que son muchas las que sienten y piensan como esta cajera. Y por suerte para ellas y sus hijos, todavía hay abuelas que cuidan a los nietos, cosa que en otros países de nuestro entorno es menos frecuente. Y no solo abuelas sino abuelos de 70 años a los que se ve en el parque con el cochecito del nieto. ¿Será que ya les están educando las feministas? ¿Lo que no hicieron con sus hijos lo hacen ahora con sus nietos? ¿Acaso han dejado de ser “machistas”?
Alcanzar la plenitud, la autorrealización ̶ entendida como el desarrollo de esa parte de nuestra naturaleza referida a nuestra creatividad, a nuestras excelencias intelectuales ̶ no está al alcance de todo el mundo, como reflexionaba Aristóteles, pero sí que todo el mundo, la gente ordinaria, los más, tienen la posibilidad de crear, de rebosarse en su madurez a través de la procreación. Y la procreación significa reconocerte en tu obra, no sólo biológica sino en aquella que supone la modelación y educación de un nuevo ser; es la ilusión de un proyecto.
¿Colmará el salario, bajo, mediano o alto los anhelos de la mujer nueva? ¿Se verá esta mujer realizada en su trabajo de dependienta, administrativa, cajera, camarera, enfermera, peluquera, limpiadora…o incluso doctora, profesora, consultora…? ¿Muchas de estas últimas retardan su jubilación porque están encantadas con su trabajo? ¿Se verán realizadas por un salario que le permitirá comprarse más vestidos, ir de restaurantes, algún viaje a Punta Cana, o a otros múltiples viajes, una casa más grande…? Y eso siempre que tenga alguien con quien hacer todo esto.
Porque parece que las ideólogas siempre hablan para, o sobre, la mujer universitaria, o aquella que desempeña altos cargos de ejecutiva, con mando, poder, responsabilidades, altos salarios etc., o como activista política, “liberadora” de pobres masas sumidas en cualquier miseria −que no saben lo que es un trabajo repetitivo ni tedioso−, pero cobrando, eso sí, jugosos sueldos a los que no habrían alcanzado quizá en otra ocupación. Lo cierto es que el número de mujeres que tienen trabajos gratificantes y bien pagados‒también de hombres‒ no va más allá del 15% o el 20%. Son mujeres que, por otra parte, pierden el control de “su tiempo”, la posibilidad de tener una familia o de no verla si la tienen. Así es para ese escaso número de mujeres dedicadas a tareas “creativas” que no tienen horario.
Hay quizás una profesión que permite que las mujeres tengan más tiempo y menos estrés para cuidar a los hijos: la de profesora. Y puede que no sea coincidencia el que haya mayoría de mujeres en este trabajo y que sea uno de los preferidos de las estudiantes cuando se les pregunta en bachillerato qué quieren estudiar. Coinciden los horarios y las fiestas y vacaciones suyas con las de sus hijos, lo cual para otras trabajadoras resulta sumamente difícil de conciliar como ya hemos visto; algo que les obliga a estar siempre pensando dónde y con quien colocan a sus hijos pequeños cuando surge algo fuera de la regularidad o los niños se ponen enfermos. Por otra parte, y quizá no sea casualidad, profesora de infantil es el trabajo que más se aproxima a la maternidad.
En realidad, sería interesante conocer el origen y profesión de todas estas adalides de la realización, porque cuando hablan parecen pensar solo en aquellas mujeres que no tienen trabajos repetitivos, mecánicos, pesados o poco estimulantes ‒que son la minoría, no lo olvidemos‒, o en las ya citadas activistas de la liberación que viven de subvenciones, con horarios de funcionarias y no saben lo que es tener horarios duros o estar ocho horas haciendo esos trabajos rutinarios, aburridos o con esfuerzo físico. Bien pensado, ¿no parece una burla eso de “¡me encanta mí trabajo!”?