La mujer y el aborto
La liberación sexual promovida desde los años sesenta del pasado siglo supuso una desvinculación del sexo y los sentimientos, por un lado, y de la procreación por otro. Para ello se hizo necesario popularizar los medios anticonceptivos, pastillas, DIU y otros. Pero pronto se comprobó que no era suficiente para evitar los embarazos, sobre todo en las relaciones ocasionales. Así que el siguiente paso fue la legalización del aborto. El aborto convertido en método de control de la natalidad. Durante una generación fue necesario eliminar las barreras morales que pudiese tener la mujer. Y hay que reconocer que sí, que las feministas radicales han tenido un enorme éxito: han conseguido anestesiar las conciencias de las mujeres. A día de hoy son pavorosas las cifras de niños eliminados por sus madres, aparentemente sin el menor escrúpulo de conciencia para muchas de ellas.
Ante este hecho decía Julián Marías que: “Lo peor de todo el siglo XX no han sido las guerras atroces, ni los totalitarismos nazi o comunista, sino la aceptación social del aborto en Occidente”.
¿Cómo lo han conseguido?
En primer lugar, tenemos la banalización de la vida humana que se ha producido, así como el ocultamiento de lo que realmente se hace: muchas mujeres no lo saben, otras no quieren saberlo.
En segundo lugar, tenemos la promoción del hedonismo junto con el egoísmo: lo primero, yo; la exaltación del individuo por encima de cualquier otra conveniencia.
En tercer lugar, los ataques continuos a la religión y a las normas que se fundamentan en ella. A través de la religión se respaldaban un número importante de deberes; ahora, ya no se habla de deberes, solo de supuestos “derechos”.
Otra causa es la sexualización de la vida, la animación a relaciones sexuales ocasionales o promiscuas desde edades tempranas.
Y, finalmente, el desistimiento, la falta de ayudas por parte del Estado ̶ tan dadivoso para otras causas ̶ a las mujeres que han quedado embarazadas y tienen una situación difícil para llevar adelante su maternidad; un Estado que, por el contrario, gasta millones de euros al año, de los impuestos de todos, para pagar abortos, para que salgan gratis total y para que las multinacionales de la muerte hagan dinero; y ya se sabe que para hacer negocio es necesario invertir. Así pues, invierten en propaganda y en la compra ̶ de diversas maneras ̶ de medios de comunicación, de políticos y de grupos de poder que ayudarán tanto en el control de las ideas como en la ocultación de realidades “desagradables”. Véase el caso de Gosnell y la película a la que se ha tratado de silenciar, naturalmente con éxito, donde se narran hechos reales de un abortorio y los crueles métodos utilizados para acabar con los niños en gestación; hechos probados, que fueron sentenciados con cadena perpetua en Estados Unidos. O la película Unplanned, donde se cuenta la experiencia de una trabajadora de Planned Parenthood que en un momento determinado se da cuenta de lo que realmente está haciendo y se convierte en defensora de la vida del no-nacido. Esta película se ha tratado de silenciar y boicotear en numerosos países. Así es la censura de nuestros días, donde hay aparente libertad, pero donde se ejerce una gran presión con todo tipo de coacciones no manifiestas para que no salga a la luz lo que no interesa, lo que se aparta de las ideas directrices del nuevo orden mundial.
Quizás una de las consecuencias más graves que están teniendo todos estos intentos de control de la mujer, de lo que debe sentir y pensar, está precisamente en este hecho del aborto. Se trata de la negación de una de las cualidades esenciales de la mujer: la maternidad. Estas consecuencias se harán notar no solo en lo que afecta a la mujer, sino en lo que concierne a la totalidad de la sociedad. Una vez establecido el derecho a eliminar la vida del hijo que se lleva en el seno, porque molesta para el futuro inmediato de la gestante, no hay más que un paso para tener el derecho a eliminar a aquel que te molesta en cualquier aspecto, si puedes hacerlo sin consecuencias para ti. Esto supone eliminar cualquier noción de moralidad. Supone que todos funcionaremos a golpe de legislación emanada del Estado sobre la vida y la muerte de los individuos en cada momento.
Los grupos de presión (ideologías de género y LGTBI+ y, lo más extraño, la ideología ecologista, tan preocupada por la vida de cualquier animalito, pero callada ante la eliminación y tortura de estas “vidas humanas”) en la ONU, luchan denodadamente por conseguir que se considere como un “derecho universal” de la mujer el disponer de su propio cuerpo, o sea llamando al pan, pan, y al vino, vino, el derecho a eliminar al niño que ha concebido y es consecuencia de un acto suyo de apareamiento voluntario sin protección, sobre todo en las sociedades occidentales, en las que se dispone de abundantes medios anticonceptivos; es decir, el “derecho al propio cuerpo” significa promoción de la irresponsabilidad para asumir las consecuencias de sus comportamientos, de él y de ella.
Este “derecho” ya se ha afianzado en los países occidentales con fuerza, hasta el punto de silenciar y prohibir otras voces defensoras de la vida, negando la libertad de expresión o información. Estamos asistiendo en Occidente a una censura de prensa y otros medios de comunicación sin precedentes en los últimos 150 años y sin que apenas haya resistencia. Y todavía es más grave en una población envejecida, donde faltan jóvenes y se necesitan nacimientos para que sea viable la renovación generacional.
El último país occidental donde se ha sometido a referéndum y ha ganado este “derecho a eliminar vidas humanas”, ha sido Irlanda. La antes católica Irlanda. Ciertamente la religión se ha significado por su defensa de la vida, y por eso es necesario desprestigiarla, silenciarla o introducir la confusión en su seno. Pero no solo es desde el punto de vista religioso desde el que se puede defender la vida, sino desde el punto de vista de la ley natural y la razón. Un niño, desde el momento de su concepción, como decíamos, tiene en sus genes todos los caracteres en potencia y los irá actualizando con el paso del tiempo, si alguien no lleva a cabo un acto violento de “interrupción” de ese desarrollo. Vendría, viene después, la eutanasia y también el eliminar a los que tienen algún defecto y resultan gravosos para la sociedad, y así podríamos seguir, ¿dónde nos pararemos? Una vez que se niega el axioma de que la vida humana es un valor absoluto, desde el punto de vista de la coherencia, de la lógica, tenemos que concluir que atentar contra la vida de los que no nos convengan estará permitido; y así llegaremos al derecho del más fuerte, hobbesiano. Progresando a lo que pudieron ser los orígenes de la humanidad.
Por tanto, el primer paso es luchar contra la religiosidad y el siguiente anestesiar las conciencias, sobre todo la de la mujer; por una parte, enmascarando la realidad impidiendo que la embarazada escuche los latidos del corazón ya en la 9ª semana de gestación, y por otra, el no pensar en lo que realmente se está haciendo, el no imaginar las consecuencias, en una palabra, animalizarse en nombre del placer momentáneo.
Por otra parte, lo que se difunde es que “eso” es como un lunar cuya extirpación no tiene la menor importancia. Se trata por todos los medios de que esas mujeres embarazadas, animadas a abortar, no vean esas ecografías en tres dimensiones, por si acaso tuviesen problemas de conciencia ̶ o fuesen conscientes de lo que realmente van a hacer ̶ y retrocediesen. Y así las mujeres son engañadas o se dejan engañar, puesto que lo que se les promete es eludir problemas y dificultades en el presente, no para el futuro. Y, ¿quién no se apunta a lo fácil en nuestros días?
No obstante, para muchas mujeres que han abortado, este hecho ha tenido consecuencias traumáticas y quedarán marcadas para toda la vida. Una joven que abortó a los 17 años confiesa que pasó “muchos años de soledad, baja autoestima, depresión, soñaba con pedacitos de bebés muertos”, “tuve intentos de suicidio y mucho sentimiento de culpa”. ¿Baja autoestima? ¿Qué mujer puede sentirse orgullosa de haber eliminado a su hijo en vez de luchar por él? En cambio, no conozco a ninguna que, después de haber decidido tener ese hijo en condiciones adversas, se haya arrepentido de ello. Aunque también es cierto que hay muchas que dicen no sentir ni el más mínimo arrepentimiento por haber abortado y que lo volverían a hacer, que se han tomado el aborto, o los abortos, porque se han provocado más de uno, como hacer una liposucción. Claro está que nunca sabremos si son sinceras, si lo dicen porque tanto en esta decisión como en muchas otras que se toman en la vida, son muchos los que se niegan a reconocer sus errores, para quedarse tranquilos consigo mismos.
De hecho, uno de cada tres abortos (el 37,2%, 40.480 abortos) ha sido precedido de otros abortos anteriores. Incluso hay mujeres que practican sistemáticamente el aborto, llegando al cuarto y al quinto. Es posible que no haya secuelas psíquicas para muchas, pero físicamente los datos comparativos de mujeres que no han abortado y las que sí, suponen un mayor riesgo de trastornos en la salud y disfunción para los futuros embarazos queridos: mayor riesgo de pérdida del hijo cuando se deciden a tenerlo (si los anteriores han sido provocados por aspiración), riesgo de placenta previa y parto prematuro entre otros. Las informaciones que deberían conocerse sobre las complicaciones en el aborto provocado se suelen ocultar. Entre ellas se cuentan las de desgarros cervicales, perforación uterina, sangrado y de persistencia de restos del embrión dentro del útero.
Pero el aborto no es solo una cuestión individual, sino social. La falta de nacimientos en la CE se está convirtiendo en un suicidio social. Es preocupante el descenso de la natalidad ‒no solo para la continuación de los niveles de vida y mantenimiento de los ancianos, sino para la propia supervivencia de la cultura occidental‒. El número de abortos que se produce en España en un año es equivalente a casi la mitad del déficit de natalidad que tiene el país. Los casi 300 niños que dejan de nacer en España por el aborto cada día, equivalen a la desaparición de más de 100 colegios cada año por falta de niños.
Dos son las causas que han contribuido más a la falta de nacimientos para reponer la población que muere. Una es la desvirtuación de la maternidad, considerada como una servidumbre y no una plenitud de vida, y otra es el aborto, la facilidad para eliminar al nuevo ser en gestación que resulta incómodo; y ambas cosas están promocionadas por las feministas radicales. Y lo curioso es que las pensiones de estas liberadoras cuando se jubilen, tendrán que ser pagadas por los hijos de aquellas mujeres que escaparon a su dominio y tuvieron hijos.
En España y otros países occidentales el descenso es particularmente alarmante pues estamos a un nivel de nacimientos semejante al de 1941. Pero bueno, ahí tenemos a los emigrantes que vendrán de mano de obra barata, según dicen, para seguir manteniendo nuestro nivel de vida material; que es mucho suponer. En España ya el 25% de los nacimientos son de madres emigrantes, según datos de Alejandro Macarrón. ¿Se adaptarán los musulmanes a nosotros o más bien, cuando dominen a través de su reproducción, harán que nosotros nos adaptemos a ellos? ¿pagarán sus hijos nuestras pensiones.
Por otra parte, los emigrantes de nuestra cultura, los hispanos de origen cristiano que se incorporan al “progreso”, adoptan nuestros mismos hábitos rápidamente. En España, por ejemplo, las tasas más altas de aborto se dan entre las emigrantes hispanoamericanas, que vienen de países donde el aborto, o no se promocionaba como en occidente o estaba prohibido hasta hace poco. La promoción del hedonismo sin responsabilidades es el arma de las mejoradoras-de-la-humanidad.
Y hay una serie de organismos internacionales que se esfuerzan por llevar esta práctica abortista a los países menos desarrollados, contando con las grandes sumas de dinero provenientes de magnates como Bill Gates, George Soros y otros, en nombre del derecho a la salud del propio cuerpo; entiéndase el de la mujer, no el del niño. Mientras que aquí en los países ricos esa supuesta “salud reproductiva” la pagamos todos los contribuyentes de forma obligatoria a través de los impuestos; de ahí el término “salud”, no solo para ocultar lo que en realidad se hace, sino para forzar al pago a todo el mundo de lo que en realidad son crímenes. ¿Hay mayor aberración?
Lo cierto es que en España no hay recién nacidos para adoptar, porque todos los procedentes de embarazos imprevistos y no aceptados han sido abortados, recordemos las cifras, unos cien mil al año. Habría sido un rasgo de máxima generosidad dejar nacer al hijo ̶ soportar los últimos meses de embarazo que son los más incómodos ̶ y entregarlo en adopción a una mujer que por las circunstancias que sea no ha podido ser madre. Las parejas que están deseando adoptar niños, por otra parte, tienen que sufrir auténticos calvarios para poder hacerlo en el extranjero. ¿Cuántos de estos niños a quienes se les negó el derecho a vivir habrían sido recibidos y cuidados con amor y solicitud por estas parejas? ¿cuántos habrían contribuido a la felicidad de estas madres adoptivas y a dar plenitud a su afán de maternidad?
Desde luego no oiremos a las mejoradoras-de-la-humanidad hablar del derecho a la maternidad. De ayudar a que una mujer pueda tener a su hijo. Todo su afán es impedir el nacimiento de niños, siempre que no sea el caso de parejas lesbianas a través de la fecundación in vitro ̶ o de homosexuales ̶ mediante vientres de alquiler.
La liberación sexual promovida desde los años sesenta del pasado siglo supuso una desvinculación del sexo y los sentimientos, por un lado, y de la procreación por otro. Para ello se hizo necesario popularizar los medios anticonceptivos, pastillas, DIU y otros. Pero pronto se comprobó que no era suficiente para evitar los embarazos, sobre todo en las relaciones ocasionales. Así que el siguiente paso fue la legalización del aborto. El aborto convertido en método de control de la natalidad. Durante una generación fue necesario eliminar las barreras morales que pudiese tener la mujer. Y hay que reconocer que sí, que las feministas radicales han tenido un enorme éxito: han conseguido anestesiar las conciencias de las mujeres. A día de hoy son pavorosas las cifras de niños eliminados por sus madres, aparentemente sin el menor escrúpulo de conciencia para muchas de ellas.
Ante este hecho decía Julián Marías que: “Lo peor de todo el siglo XX no han sido las guerras atroces, ni los totalitarismos nazi o comunista, sino la aceptación social del aborto en Occidente”.
¿Cómo lo han conseguido?
En primer lugar, tenemos la banalización de la vida humana que se ha producido, así como el ocultamiento de lo que realmente se hace: muchas mujeres no lo saben, otras no quieren saberlo.
En segundo lugar, tenemos la promoción del hedonismo junto con el egoísmo: lo primero, yo; la exaltación del individuo por encima de cualquier otra conveniencia.
En tercer lugar, los ataques continuos a la religión y a las normas que se fundamentan en ella. A través de la religión se respaldaban un número importante de deberes; ahora, ya no se habla de deberes, solo de supuestos “derechos”.
Otra causa es la sexualización de la vida, la animación a relaciones sexuales ocasionales o promiscuas desde edades tempranas.
Y, finalmente, el desistimiento, la falta de ayudas por parte del Estado ̶ tan dadivoso para otras causas ̶ a las mujeres que han quedado embarazadas y tienen una situación difícil para llevar adelante su maternidad; un Estado que, por el contrario, gasta millones de euros al año, de los impuestos de todos, para pagar abortos, para que salgan gratis total y para que las multinacionales de la muerte hagan dinero; y ya se sabe que para hacer negocio es necesario invertir. Así pues, invierten en propaganda y en la compra ̶ de diversas maneras ̶ de medios de comunicación, de políticos y de grupos de poder que ayudarán tanto en el control de las ideas como en la ocultación de realidades “desagradables”. Véase el caso de Gosnell y la película a la que se ha tratado de silenciar, naturalmente con éxito, donde se narran hechos reales de un abortorio y los crueles métodos utilizados para acabar con los niños en gestación; hechos probados, que fueron sentenciados con cadena perpetua en Estados Unidos. O la película Unplanned, donde se cuenta la experiencia de una trabajadora de Planned Parenthood que en un momento determinado se da cuenta de lo que realmente está haciendo y se convierte en defensora de la vida del no-nacido. Esta película se ha tratado de silenciar y boicotear en numerosos países. Así es la censura de nuestros días, donde hay aparente libertad, pero donde se ejerce una gran presión con todo tipo de coacciones no manifiestas para que no salga a la luz lo que no interesa, lo que se aparta de las ideas directrices del nuevo orden mundial.
Quizás una de las consecuencias más graves que están teniendo todos estos intentos de control de la mujer, de lo que debe sentir y pensar, está precisamente en este hecho del aborto. Se trata de la negación de una de las cualidades esenciales de la mujer: la maternidad. Estas consecuencias se harán notar no solo en lo que afecta a la mujer, sino en lo que concierne a la totalidad de la sociedad. Una vez establecido el derecho a eliminar la vida del hijo que se lleva en el seno, porque molesta para el futuro inmediato de la gestante, no hay más que un paso para tener el derecho a eliminar a aquel que te molesta en cualquier aspecto, si puedes hacerlo sin consecuencias para ti. Esto supone eliminar cualquier noción de moralidad. Supone que todos funcionaremos a golpe de legislación emanada del Estado sobre la vida y la muerte de los individuos en cada momento.
Los grupos de presión (ideologías de género y LGTBI+ y, lo más extraño, la ideología ecologista, tan preocupada por la vida de cualquier animalito, pero callada ante la eliminación y tortura de estas “vidas humanas”) en la ONU, luchan denodadamente por conseguir que se considere como un “derecho universal” de la mujer el disponer de su propio cuerpo, o sea llamando al pan, pan, y al vino, vino, el derecho a eliminar al niño que ha concebido y es consecuencia de un acto suyo de apareamiento voluntario sin protección, sobre todo en las sociedades occidentales, en las que se dispone de abundantes medios anticonceptivos; es decir, el “derecho al propio cuerpo” significa promoción de la irresponsabilidad para asumir las consecuencias de sus comportamientos, de él y de ella.
Este “derecho” ya se ha afianzado en los países occidentales con fuerza, hasta el punto de silenciar y prohibir otras voces defensoras de la vida, negando la libertad de expresión o información. Estamos asistiendo en Occidente a una censura de prensa y otros medios de comunicación sin precedentes en los últimos 150 años y sin que apenas haya resistencia. Y todavía es más grave en una población envejecida, donde faltan jóvenes y se necesitan nacimientos para que sea viable la renovación generacional.
El último país occidental donde se ha sometido a referéndum y ha ganado este “derecho a eliminar vidas humanas”, ha sido Irlanda. La antes católica Irlanda. Ciertamente la religión se ha significado por su defensa de la vida, y por eso es necesario desprestigiarla, silenciarla o introducir la confusión en su seno. Pero no solo es desde el punto de vista religioso desde el que se puede defender la vida, sino desde el punto de vista de la ley natural y la razón. Un niño, desde el momento de su concepción, como decíamos, tiene en sus genes todos los caracteres en potencia y los irá actualizando con el paso del tiempo, si alguien no lleva a cabo un acto violento de “interrupción” de ese desarrollo. Vendría, viene después, la eutanasia y también el eliminar a los que tienen algún defecto y resultan gravosos para la sociedad, y así podríamos seguir, ¿dónde nos pararemos? Una vez que se niega el axioma de que la vida humana es un valor absoluto, desde el punto de vista de la coherencia, de la lógica, tenemos que concluir que atentar contra la vida de los que no nos convengan estará permitido; y así llegaremos al derecho del más fuerte, hobbesiano. Progresando a lo que pudieron ser los orígenes de la humanidad.
Por tanto, el primer paso es luchar contra la religiosidad y el siguiente anestesiar las conciencias, sobre todo la de la mujer; por una parte, enmascarando la realidad impidiendo que la embarazada escuche los latidos del corazón ya en la 9ª semana de gestación, y por otra, el no pensar en lo que realmente se está haciendo, el no imaginar las consecuencias, en una palabra, animalizarse en nombre del placer momentáneo.
Por otra parte, lo que se difunde es que “eso” es como un lunar cuya extirpación no tiene la menor importancia. Se trata por todos los medios de que esas mujeres embarazadas, animadas a abortar, no vean esas ecografías en tres dimensiones, por si acaso tuviesen problemas de conciencia ̶ o fuesen conscientes de lo que realmente van a hacer ̶ y retrocediesen. Y así las mujeres son engañadas o se dejan engañar, puesto que lo que se les promete es eludir problemas y dificultades en el presente, no para el futuro. Y, ¿quién no se apunta a lo fácil en nuestros días?
No obstante, para muchas mujeres que han abortado, este hecho ha tenido consecuencias traumáticas y quedarán marcadas para toda la vida. Una joven que abortó a los 17 años confiesa que pasó “muchos años de soledad, baja autoestima, depresión, soñaba con pedacitos de bebés muertos”, “tuve intentos de suicidio y mucho sentimiento de culpa”. ¿Baja autoestima? ¿Qué mujer puede sentirse orgullosa de haber eliminado a su hijo en vez de luchar por él? En cambio, no conozco a ninguna que, después de haber decidido tener ese hijo en condiciones adversas, se haya arrepentido de ello. Aunque también es cierto que hay muchas que dicen no sentir ni el más mínimo arrepentimiento por haber abortado y que lo volverían a hacer, que se han tomado el aborto, o los abortos, porque se han provocado más de uno, como hacer una liposucción. Claro está que nunca sabremos si son sinceras, si lo dicen porque tanto en esta decisión como en muchas otras que se toman en la vida, son muchos los que se niegan a reconocer sus errores, para quedarse tranquilos consigo mismos.
De hecho, uno de cada tres abortos (el 37,2%, 40.480 abortos) ha sido precedido de otros abortos anteriores. Incluso hay mujeres que practican sistemáticamente el aborto, llegando al cuarto y al quinto. Es posible que no haya secuelas psíquicas para muchas, pero físicamente los datos comparativos de mujeres que no han abortado y las que sí, suponen un mayor riesgo de trastornos en la salud y disfunción para los futuros embarazos queridos: mayor riesgo de pérdida del hijo cuando se deciden a tenerlo (si los anteriores han sido provocados por aspiración), riesgo de placenta previa y parto prematuro entre otros. Las informaciones que deberían conocerse sobre las complicaciones en el aborto provocado se suelen ocultar. Entre ellas se cuentan las de desgarros cervicales, perforación uterina, sangrado y de persistencia de restos del embrión dentro del útero.
Pero el aborto no es solo una cuestión individual, sino social. La falta de nacimientos en la CE se está convirtiendo en un suicidio social. Es preocupante el descenso de la natalidad ‒no solo para la continuación de los niveles de vida y mantenimiento de los ancianos, sino para la propia supervivencia de la cultura occidental‒. El número de abortos que se produce en España en un año es equivalente a casi la mitad del déficit de natalidad que tiene el país. Los casi 300 niños que dejan de nacer en España por el aborto cada día, equivalen a la desaparición de más de 100 colegios cada año por falta de niños.
Dos son las causas que han contribuido más a la falta de nacimientos para reponer la población que muere. Una es la desvirtuación de la maternidad, considerada como una servidumbre y no una plenitud de vida, y otra es el aborto, la facilidad para eliminar al nuevo ser en gestación que resulta incómodo; y ambas cosas están promocionadas por las feministas radicales. Y lo curioso es que las pensiones de estas liberadoras cuando se jubilen, tendrán que ser pagadas por los hijos de aquellas mujeres que escaparon a su dominio y tuvieron hijos.
En España y otros países occidentales el descenso es particularmente alarmante pues estamos a un nivel de nacimientos semejante al de 1941. Pero bueno, ahí tenemos a los emigrantes que vendrán de mano de obra barata, según dicen, para seguir manteniendo nuestro nivel de vida material; que es mucho suponer. En España ya el 25% de los nacimientos son de madres emigrantes, según datos de Alejandro Macarrón. ¿Se adaptarán los musulmanes a nosotros o más bien, cuando dominen a través de su reproducción, harán que nosotros nos adaptemos a ellos? ¿pagarán sus hijos nuestras pensiones.
Por otra parte, los emigrantes de nuestra cultura, los hispanos de origen cristiano que se incorporan al “progreso”, adoptan nuestros mismos hábitos rápidamente. En España, por ejemplo, las tasas más altas de aborto se dan entre las emigrantes hispanoamericanas, que vienen de países donde el aborto, o no se promocionaba como en occidente o estaba prohibido hasta hace poco. La promoción del hedonismo sin responsabilidades es el arma de las mejoradoras-de-la-humanidad.
Y hay una serie de organismos internacionales que se esfuerzan por llevar esta práctica abortista a los países menos desarrollados, contando con las grandes sumas de dinero provenientes de magnates como Bill Gates, George Soros y otros, en nombre del derecho a la salud del propio cuerpo; entiéndase el de la mujer, no el del niño. Mientras que aquí en los países ricos esa supuesta “salud reproductiva” la pagamos todos los contribuyentes de forma obligatoria a través de los impuestos; de ahí el término “salud”, no solo para ocultar lo que en realidad se hace, sino para forzar al pago a todo el mundo de lo que en realidad son crímenes. ¿Hay mayor aberración?
Lo cierto es que en España no hay recién nacidos para adoptar, porque todos los procedentes de embarazos imprevistos y no aceptados han sido abortados, recordemos las cifras, unos cien mil al año. Habría sido un rasgo de máxima generosidad dejar nacer al hijo ̶ soportar los últimos meses de embarazo que son los más incómodos ̶ y entregarlo en adopción a una mujer que por las circunstancias que sea no ha podido ser madre. Las parejas que están deseando adoptar niños, por otra parte, tienen que sufrir auténticos calvarios para poder hacerlo en el extranjero. ¿Cuántos de estos niños a quienes se les negó el derecho a vivir habrían sido recibidos y cuidados con amor y solicitud por estas parejas? ¿cuántos habrían contribuido a la felicidad de estas madres adoptivas y a dar plenitud a su afán de maternidad?
Desde luego no oiremos a las mejoradoras-de-la-humanidad hablar del derecho a la maternidad. De ayudar a que una mujer pueda tener a su hijo. Todo su afán es impedir el nacimiento de niños, siempre que no sea el caso de parejas lesbianas a través de la fecundación in vitro ̶ o de homosexuales ̶ mediante vientres de alquiler.