Memoria, verdad y justicia
El Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco lo ha dicho de todas las maneras posibles, pero como para buena parte de la política y la sociedad de este país las víctimas solamente son un recuerdo más o menos molesto a las que hay que acallar con tratamientos psicológicos o dineros tardíos, conviene repetirlo una vez más: la gestión del final del terrorismo en el el País Vasco habrá de construirse sobre los fundamentos básicos de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
LA MEMORIA. Frente a las estrategias partidistas y los cálculos intelectuales que hablan, directa o indirectamente, de no volver la vista hacia atrás para no despertar las iras de quienes pretenden recibir un premio político detrás de otro por dejar de matar, el recuerdo constante y permanente de lo sucedido durante los últimos cincuenta años ha de erigirse como el núcleo central de cualquier proyecto conjunto de sociedad que pretenda superar varias décadas de terror. A pesar de las interpretaciones manipuladras y perversas que se hacen al respecto, la memoria histórica de lo reciente no es algo que impida cerrar las viejas heridas. Más bien al contrario, la memoria es la única herramienta de que dispone una sociedad para interiorizar sus desmanes, para vertebrar nuevos caminos de futuro que se alejen de la atrocidad y, sobre todo, para cerrar con un mínimo de solidez heridas colectivas que jamás debieron haberse provocado. El perdón del daño causado y la condonación del dolor infligido, aun siendo elementos que no pueden exigirse desde un punto de vista político o jurídico, solamente pueden tener sentido sobre la memoria permanente de lo que ha acaecido y sobre una perspectiva a largo plazo que presente visos ciertos de que el horror no va a volver a reproducirse. Nada se podrá reconstruir desde un punto de vista ético si, interesadamente y para satisfacer a los verdugos, se intenta correr un tupido velo sobre la infamia, la iniquidad y sobre casi un millar de muertos inocentes.
LA VERDAD. Lógicamente, la restitución del pasado para reconstruir con firmeza ética el futuro, solamente puede hacerse sobre la evidencia, la verdad y la certeza. Durante tres decenios, en el País Vasco ha predominado una concepción falsaria de la historia que, ahora, quiere perpetuarse para hacernos creer a todos los ciudadanos que los frutos amargos del terrorismo nacionalista han sido simples peajes que ha habido que pagar en aras de la construcción de una presunta nación fantasmal que solamente pervive en la mente calenturienta, fanatizada e ignorante de unos cuantos.
Es mentira que en esta tierra haya existido un conflicto entre dos partes enfrentadas, es una aberración insinuar que un grupo de asesinos posee la misma legitimidad representativa que cualquier institución democrática, no es cierto que los verdugos posean los mismos derechos que sus víctimas y, desde luego, es una profunda perversión política y moral afirmar sin el menor sonrojo, como una vez tras otra transmite el Gobierno de Íñigo Urkullu a través de Jonan Fernández o Aitzane Ecenarro, "que ha habido dolor por ambas partes". Primero, por el hecho de que, como hemos señalado antes, en el País Vasco jamás ha habido dos bandos enfrentados y, en segundo lugar, porque de ninguna manera es lo mismo ser penado por la justicia que ser una víctima de la injusticia. Ser victimario exige una postura activa y voluntaria; ser víctima, es un estigma no querido e impuesto por el fanatismo, el odio y la crueldad. No puede haber paz sin verdad y la reconstrucción ética de nuestra comunidad exige decir muy alto y muy claro que lo único que ha habido en el País Vasco son actuaciones criminales de varias organizaciones terroristas, fundamentalmente ETA, que han segado cientos de vidas inocentes, que han sembrado el terror entre miles de personas pacíficas y que han puesto en grave peligro un ordenamiento institucional democráticamente aprobado por la mayoría de los ciudadanos. Y esta verdad, la única posible, exige, como consecuencia más directa, un efectivo y ejemplar funcionamiento de la Justicia.
LA JUSTICIA. Los principales tribunales internacionales contemplan los actos de terrorismo como "crímenes contra la humanidad" y, por ello, cualquier proceso de gestión del final de la actividad terrorista en el País Vasco ha de asentarse sobre el principio fundamental de que han de proseguirse las muchas investigaciones judiciales y policiales pendientes en lo que respecta a los delitos terroristas.
La recuperación de la memoria y el pronunciamiento de la verdad de lo ocurrido exige, como consecuencia más inmediata, la actuación eficaz y sin cortapisas de la Justicia. Ninguna paz definitiva será posible en el País Vasco sobre la injusticia y la impunidad. Algunas formaciones políticas vascas, las mismas que no dejan de farfullar una y otra vez sobre "los genocidios que se han cometido contra el euskera", están intentando implantar la idea de que la paz definitiva pasa por olvidar lo atroz, por hacer tabla rasa y por instaurar una especie de perdón colectivo que coloque en el mismo plano de convivencia a las víctimas del terror, a sus victimarios, a quienes han defendido la con integridad la democracia y a los fanáticos que han matado, secuestrado, robado y destruido.
Pero los artífices de este revuelto esquizofrénico han de saber que la paz definitiva jamás podrá levantarse sobre una merma de los derechos y libertades individuales y que, desde cualquier punto de vista, éstos se hayan íntimamente ligados con la justicia. La historia así nos lo enseña y, además, todos debemos tener en cuenta que perseguir el crimen, castigar el delito y compensar en lo posible el daño causado a las víctimas en particular y a la sociedad en general, es una exigencia y una conquista irrenunciable de las leyes civilizadas de los hombres. Por el contrario, el perdón y el olvido solamente son opciones subjetivas, íntimas y personales que únicamente competen a cada persona.
El Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco lo ha dicho de todas las maneras posibles, pero como para buena parte de la política y la sociedad de este país las víctimas solamente son un recuerdo más o menos molesto a las que hay que acallar con tratamientos psicológicos o dineros tardíos, conviene repetirlo una vez más: la gestión del final del terrorismo en el el País Vasco habrá de construirse sobre los fundamentos básicos de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
LA MEMORIA. Frente a las estrategias partidistas y los cálculos intelectuales que hablan, directa o indirectamente, de no volver la vista hacia atrás para no despertar las iras de quienes pretenden recibir un premio político detrás de otro por dejar de matar, el recuerdo constante y permanente de lo sucedido durante los últimos cincuenta años ha de erigirse como el núcleo central de cualquier proyecto conjunto de sociedad que pretenda superar varias décadas de terror. A pesar de las interpretaciones manipuladras y perversas que se hacen al respecto, la memoria histórica de lo reciente no es algo que impida cerrar las viejas heridas. Más bien al contrario, la memoria es la única herramienta de que dispone una sociedad para interiorizar sus desmanes, para vertebrar nuevos caminos de futuro que se alejen de la atrocidad y, sobre todo, para cerrar con un mínimo de solidez heridas colectivas que jamás debieron haberse provocado. El perdón del daño causado y la condonación del dolor infligido, aun siendo elementos que no pueden exigirse desde un punto de vista político o jurídico, solamente pueden tener sentido sobre la memoria permanente de lo que ha acaecido y sobre una perspectiva a largo plazo que presente visos ciertos de que el horror no va a volver a reproducirse. Nada se podrá reconstruir desde un punto de vista ético si, interesadamente y para satisfacer a los verdugos, se intenta correr un tupido velo sobre la infamia, la iniquidad y sobre casi un millar de muertos inocentes.
LA VERDAD. Lógicamente, la restitución del pasado para reconstruir con firmeza ética el futuro, solamente puede hacerse sobre la evidencia, la verdad y la certeza. Durante tres decenios, en el País Vasco ha predominado una concepción falsaria de la historia que, ahora, quiere perpetuarse para hacernos creer a todos los ciudadanos que los frutos amargos del terrorismo nacionalista han sido simples peajes que ha habido que pagar en aras de la construcción de una presunta nación fantasmal que solamente pervive en la mente calenturienta, fanatizada e ignorante de unos cuantos.
Es mentira que en esta tierra haya existido un conflicto entre dos partes enfrentadas, es una aberración insinuar que un grupo de asesinos posee la misma legitimidad representativa que cualquier institución democrática, no es cierto que los verdugos posean los mismos derechos que sus víctimas y, desde luego, es una profunda perversión política y moral afirmar sin el menor sonrojo, como una vez tras otra transmite el Gobierno de Íñigo Urkullu a través de Jonan Fernández o Aitzane Ecenarro, "que ha habido dolor por ambas partes". Primero, por el hecho de que, como hemos señalado antes, en el País Vasco jamás ha habido dos bandos enfrentados y, en segundo lugar, porque de ninguna manera es lo mismo ser penado por la justicia que ser una víctima de la injusticia. Ser victimario exige una postura activa y voluntaria; ser víctima, es un estigma no querido e impuesto por el fanatismo, el odio y la crueldad. No puede haber paz sin verdad y la reconstrucción ética de nuestra comunidad exige decir muy alto y muy claro que lo único que ha habido en el País Vasco son actuaciones criminales de varias organizaciones terroristas, fundamentalmente ETA, que han segado cientos de vidas inocentes, que han sembrado el terror entre miles de personas pacíficas y que han puesto en grave peligro un ordenamiento institucional democráticamente aprobado por la mayoría de los ciudadanos. Y esta verdad, la única posible, exige, como consecuencia más directa, un efectivo y ejemplar funcionamiento de la Justicia.
LA JUSTICIA. Los principales tribunales internacionales contemplan los actos de terrorismo como "crímenes contra la humanidad" y, por ello, cualquier proceso de gestión del final de la actividad terrorista en el País Vasco ha de asentarse sobre el principio fundamental de que han de proseguirse las muchas investigaciones judiciales y policiales pendientes en lo que respecta a los delitos terroristas.
La recuperación de la memoria y el pronunciamiento de la verdad de lo ocurrido exige, como consecuencia más inmediata, la actuación eficaz y sin cortapisas de la Justicia. Ninguna paz definitiva será posible en el País Vasco sobre la injusticia y la impunidad. Algunas formaciones políticas vascas, las mismas que no dejan de farfullar una y otra vez sobre "los genocidios que se han cometido contra el euskera", están intentando implantar la idea de que la paz definitiva pasa por olvidar lo atroz, por hacer tabla rasa y por instaurar una especie de perdón colectivo que coloque en el mismo plano de convivencia a las víctimas del terror, a sus victimarios, a quienes han defendido la con integridad la democracia y a los fanáticos que han matado, secuestrado, robado y destruido.
Pero los artífices de este revuelto esquizofrénico han de saber que la paz definitiva jamás podrá levantarse sobre una merma de los derechos y libertades individuales y que, desde cualquier punto de vista, éstos se hayan íntimamente ligados con la justicia. La historia así nos lo enseña y, además, todos debemos tener en cuenta que perseguir el crimen, castigar el delito y compensar en lo posible el daño causado a las víctimas en particular y a la sociedad en general, es una exigencia y una conquista irrenunciable de las leyes civilizadas de los hombres. Por el contrario, el perdón y el olvido solamente son opciones subjetivas, íntimas y personales que únicamente competen a cada persona.