La mujer y su relación con los hijos
![[Img #23808]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/03_2023/5622_mother-1851485_1280.jpg)
Ciertamente hoy la mayoría de las mujeres trabajan, unas porque no tienen más remedio, porque los sueldos son cortos para las necesidades, y otras porque les gusta su trabajo y desarrollan una faceta importante de su persona. Pero el estar ausente en ciertos momentos representa un problema para los hijos.
Como escribía Julián Marías, “lo que [los hijos] requieren no es estrictamente cuantitativo, no es que la madre esté “siempre” en casa, pero hay tres rasgos sin los cuales las cosas no marchan bien: disponibilidad, frecuencia y habitabilidad.”
Antes, las mujeres supervisaban en casa los deberes de los hijos y, si podían, los ayudaban, hablaban con ellos, seguían su trayectoria en el colegio, les contaban historias, leían, cosían, bordaban, guisaban, muchas veces buscando la creatividad en sus tareas; estaban ahí. Había una presencia suya en la casa. Estaban “disponibles”.
Disponibles para escuchar un comentario, una queja, un problema que habían tenido en el colegio, sus ocurrencias, e incluso para sacarles hábilmente algo que se resistían a contar si el niño era especialmente introvertido o reservado. Ahora, son muchos los padres que, cuando su hijo ha tenido problemas con los compañeros o en algún aspecto, resultan sorprendidos al conocerlo. “Pero si no sabíamos nada, no podíamos imaginar…” Escuchar y aconsejar cuando era pertinente; eso es importante: no dejar pasar el tiempo hasta que no hay remedio. No quiere decir ocupándose del niño constantemente; el niño tiene que ir aprendiendo a ser autónomo en muchos de sus quehaceres. Se trata de encontrar un equilibrio entre dirigir y propiciar su autonomía. Y ciertamente, como ha escrito Jordan B. Peterson, “si la gente tiene un buen punto de partida en la infancia hay mucho menos que corregir más adelante en la vida”.
Las mujeres trabajadoras, que son la inmensa mayoría en estos tiempos, lo tienen muy difícil. Tienen que hallar la manera de, con menos tiempo y más ocupaciones, dar al niño lo que necesita y tan bien expresa Julián Marías. Y no digamos las mujeres que tienen ciertas profesiones en que no hay un horario fijo ni limitado. Aunque cada vez menos, ciertamente hay madres que siguen pendientes de los hijos y muchas veces en exceso, intentando compensar el tiempo que no pueden pasar a su lado. Haciendo concesiones y sobreprotegiendo al niño siempre que pueden, en vez de hacer que él vaya asumiendo responsabilidades poco a poco; quizás por eso de compensar la falta de tiempo, de dedicación; quizá porque sólo tienen uno o dos. Las nuevas pedagogías que llevan al sobre proteccionismo de los hijos creando seres infantilizados hasta edades cada vez más tardías van en la dirección contraria a lo que había sido tradicional: el empeño por educar para la autonomía. Acudimos otra vez al psicólogo J. Peterson: “es mucho mejor para los seres que dependen de ti que los vuelvas competentes que no que los protejas. E incluso si existiera la posibilidad de desterrar para siempre todo lo que representa algún tipo de amenaza (…) eso tan solo conduciría a la aparición de otro peligro: el infantilismo humano permanente y la inutilidad absoluta”.
Por otra parte, para la mujer que educa a sus hijos sola -y cada vez son más numerosas- es muy difícil representar los dos papeles, las dos figuras que el niño necesita, la de la firmeza, la autoridad, por una parte, y la de la ternura, por la otra. Si bien la mayoría de las veces es la madre la que decide o exige, contar con el apoyo del padre facilita la tarea. Pero sucede con frecuencia que, en caso de separación, los dos padres quieran atraerse el cariño del hijo, lo que suele primar es o bien ninguna exigencia y mucho consentimiento o bien exigencias caóticas y contradictorias. Lo cierto es que las relaciones familiares actuales se han complicado y que realmente todos pierden algo o mucho, pero especialmente los hijos.
Y volviendo al tema de la comunicación entre madre e hijos -aspecto muy importante en la educación- ésta cada vez es más escasa. No hablar, no exigir, no responsabilizar; lo más grave es que la mujer nueva, trabaje fuera del hogar o no, se comunica poco con sus hijos. ¿No tiene tiempo? ¿no encuentra el momento? ¿ellos se entretienen con el móvil y los chateos y tampoco están “disponibles”? El caso es, que la mujer ha perdido ‒o le están haciendo perder‒ el gran influjo que tenía en la sociedad a través de sus hijos, que en gran parte asumían los valores y virtudes que ellas les transmitían. Valores que eran provenientes de la tradición y por ello de la experiencia, además del amor. Tengamos en cuenta esta característica: cuando hablamos de tradición hablamos de experiencia frente a experimento. “Los experimentos con gaseosa”, decían las madres de antes. Eso sí, si cambian las formas de vida por nuevas condiciones que puedan propiciar los avances de la ciencia y la técnica, la tradición requiere reajustes constantes a esas nuevas condiciones, no hablamos de inmovilismo. Las ideólogas juegan con los seres humanos imponiendo modelos totalmente nuevos según su fantasía. Todavía no han aprendido desde estas ideologías -constructivistas por ser ideologías- que el ser humano y la sociedad son mucho más complejos que lo que ellas pueden pensar, abarcar y controlar.
Los educadores ahora son los amigos, los profesores -obligados a convertirse en pedagogos compasivos-, los medios de comunicación y todos aquellos que difunden el pensamiento “políticamente correcto”, el de aprender sin esfuerzo. Pensamiento promovido por quienes no han tenido hijos o si los tuvieron en muchos casos hubieron de lamentar los resultados de aplicar sus nuevas consideraciones sobre la (des)educación de la infancia. Y podríamos traer aquí bastantes ejemplos de cómo acabaron esos hijos que “iban a ser tan felices”, muchos con muertes prematuras por causas no naturales. Y sin ir a extremos son muchos los que hoy, con estudios universitarios y buenas profesiones, tienen hijos que no han llegado a la universidad o han abandonado.
Ya no hay tiempo para estar juntos, para comunicarse, cada uno está entretenido con sus múltiples quehaceres. Los hijos, por su parte, con los deberes u otras ocupaciones encerrados en sus habitaciones -internet, chateos, etc. Hay que reconocer que la revolución cibernética ha supuesto una revolución de los hábitos cotidianos, de las costumbres, que aún no hemos encajado del todo pero que, en cualquier caso y paradójicamente, lleva a la incomunicación y a la irresponsabilidad, sobre todo cuando las voluntades no están formadas. Los padres por la suya, ocupados con las tareas de la casa que les esperan después del trabajo.
El dominio y la influencia de la mujer, que se extendía a la sociedad a través de la educación de los hijos, está en horas bajas. Ella era la que transmitía las virtudes a los hijos, es decir, los hábitos, y a través de ellos modelaba su carácter limando los excesos de su temperamento. Ahora es sustituida, cada vez más, por lo que se llama “educación en valores”, que ni es “educación” porque no se ejercita, ni es de “valores” porque todo son abstracciones y fomento del egoísmo, exigencia de derechos a no se sabe quién, pero no práctica de deberes. Cuando se dan cuenta, los hijos se les han ido de las manos. A veces la situación se puede reconducir, aunque con costes, y otras veces no. Se han criado como pequeños tiranos. Pedagogos y psicólogos han dado directrices para fomentar la exigencia de derechos, pero no de deberes, no de sacrificios, no de esfuerzo. Es decir, se ha fomentado el egoísmo ya dentro de la familia, que es donde se les debería desarrollar el sentido de la generosidad, de la responsabilidad, de lo que cuestan las cosas y de los sacrificios que los padres hacen por ellos. Es practicando en la familia como uno aprende a ser desprendido, generoso y responsable, agradecido; algo, como decíamos, que ya no se lleva porque ahora ya todo son exigencias y derechos. Aquellos refranes que nos transmitían nuestros padres y abuelos -sabiduría popular de la buena, de la extraída de la vida- han dejado de escucharse: “de bien nacidos es ser agradecido”. No ahora ya no tenemos nada que agradecer, nos merecemos todo porque sí, porque todo es nuestro derecho. Agradecer es una de las palabras a borrar de la neolengua.
Así pues, las ideólogas de género, están apartando a la mujer del ámbito donde más influencia tenía. Poco a poco van haciéndose con parcelas de influencia sobre los hijos, que antes eran de los padres y especialmente de la mujer. En los países de comunismo real no fueron capaces de sustraer abierta y totalmente las conciencias de los niños al influjo de los padres; ahora, en nuestras sociedades de socialdemocracia-neoliberal, aparentando libertad, se hace mucho más sutilmente, aunque cada vez van quedando más claras sus políticas de control. Lo están consiguiendo con más astucia, sin que se note. La influencia de la madre se diluye, no solo la influencia directa sino la indirecta, igualmente importante en la sociedad; y naturalmente, aumenta la del Estado. Ciertamente, “la razón de esta inquina contra la familia se debe a que supone un resguardo del individuo y sus relaciones más próximas frente a la intromisión del Estado. El totalitarismo no puede tolerar el amplio grado de autonomía frente a la esfera política de esta institución que educa a los hijos, reproduce tradiciones, mantiene patrimonio, creencias y valores al margen de todo dirigismo político” .
Y más que inquina hacia la familia es inquina hacia la relación madre-hijo. La importancia del papel de la madre como transmisora de la cultura y la tradición, suponían un dique frente a influencias externas. Por poner algún ejemplo tomemos el hermoso recuerdo de A. Solzhenitsyn sobre el influjo de su madre en la formación de su mente infantil. En el discurso en los actos conmemorativos del segundo centenario del levantamiento de la Vendée, al que había sido invitado el escritor y premio nobel, contaba cómo había conocido el genocidio llevado a cabo por los revolucionarios franceses: “(Fue) en mi infancia, gracias a mi madre, que hablaba francés. Desde niño ella me leía historias del heroísmo vendeano”.
Este comentario nos da idea de lo que era frecuente en las familias de clase media, la gran tarea de las madres en la educación de los hijos; su madre le leía esas y otras historias que irían ayudándole a abrir su mente desde los acontecimientos del pasado al futuro. Su madre era maestra y él debía tener en torno a los 12 años. 1930. El totalitarismo estalinista no pudo luchar contra las enseñanzas de su madre; de las madres en general. Así pues, para las ideologías -no especifico porque todas proceden de un mismo tronco y tienen como fundamento la construcción de una realidad irreal- es necesario que el Estado controle mejor la educación. Son muchas las madres que han tenido influencia notable en los que después llegaron a ser grandes hombres. Detrás de grandes hombres hubo grandes madres, diríamos aquí.
La mujer madre, en todas sus facetas, es “peligrosa” para los/las ideólogos/as. Era la mujer sobre todo la que transmitía el sentimiento y la práctica religiosa a los hijos. Muro importante contra el poder totalitario. Así, arrebatándole la educación a la mujer de diferentes maneras, pueden apoderarse de las mentes infantiles para sus afanes de dominio. Por tanto, lo más efectivo es anular la relación de la mujer con sus hijos. Es por eso que resulta curioso que los ideólogos, tan feministas, no confían en la mujer como educadora de sus hijos, ¡le quitan el papel de educadora! Y llega un momento en que la relación se reduce a “¿me has comprado…?”, “¿me has hecho…?, “me tienes que llevar a…”, sin que los hijos den la menor importancia al esfuerzo que tienen que hacer sus padres, principalmente porque no se lo han hecho ver para crezcan “felices” y sin preocupaciones, siguiendo las recomendaciones de los pedagogos.
Oímos continuamente que en el colegio se bombardea a los alumnos con la palabra “respeto”, hacia sus compañeros, hacia los grupos victimizados, y, en fin, hacia todo el mundo en abstracto, pero no hacia sus padres. Se ha olvidado o relegado la enseñanza y práctica por completo de aquel cuarto mandamiento (más o menos enseñado, aunque con distintos matices, en todas las culturas y en todos los tiempos), “honrarás a tu padre y a tu madre”.
Especificando y “a tu madre”, para que no quedase ninguna duda. Es decir, aceptarás su autoridad, les hablarás con respeto, valorarás lo que hacen por ti y corresponderás a ello en los momentos difíciles. Ahora, sin embargo, el niño o la niña crecen considerando que sus padres son “coleguis” que están ahí para satisfacer sus necesidades y deseos, y también sus caprichos. Y por supuesto, estas exigencias y la falta de consideración, hacen que la mujer sufra mucho más cuando está sola, sin la figura más firme y protectora del padre. Pero esto no les importa a las-mejoradoras-de la-humanidad cuando enseguida no solo facilitan, sino que promueven la ruptura de un matrimonio -a veces no hay otra salida, pero otras sí- sin considerar las dificultades que tendrá que enfrentar la mujer sola, y el sufrimiento de los hijos al tener padres “por temporadas”.
Ciertamente hoy la mayoría de las mujeres trabajan, unas porque no tienen más remedio, porque los sueldos son cortos para las necesidades, y otras porque les gusta su trabajo y desarrollan una faceta importante de su persona. Pero el estar ausente en ciertos momentos representa un problema para los hijos.
Como escribía Julián Marías, “lo que [los hijos] requieren no es estrictamente cuantitativo, no es que la madre esté “siempre” en casa, pero hay tres rasgos sin los cuales las cosas no marchan bien: disponibilidad, frecuencia y habitabilidad.”
Antes, las mujeres supervisaban en casa los deberes de los hijos y, si podían, los ayudaban, hablaban con ellos, seguían su trayectoria en el colegio, les contaban historias, leían, cosían, bordaban, guisaban, muchas veces buscando la creatividad en sus tareas; estaban ahí. Había una presencia suya en la casa. Estaban “disponibles”.
Disponibles para escuchar un comentario, una queja, un problema que habían tenido en el colegio, sus ocurrencias, e incluso para sacarles hábilmente algo que se resistían a contar si el niño era especialmente introvertido o reservado. Ahora, son muchos los padres que, cuando su hijo ha tenido problemas con los compañeros o en algún aspecto, resultan sorprendidos al conocerlo. “Pero si no sabíamos nada, no podíamos imaginar…” Escuchar y aconsejar cuando era pertinente; eso es importante: no dejar pasar el tiempo hasta que no hay remedio. No quiere decir ocupándose del niño constantemente; el niño tiene que ir aprendiendo a ser autónomo en muchos de sus quehaceres. Se trata de encontrar un equilibrio entre dirigir y propiciar su autonomía. Y ciertamente, como ha escrito Jordan B. Peterson, “si la gente tiene un buen punto de partida en la infancia hay mucho menos que corregir más adelante en la vida”.
Las mujeres trabajadoras, que son la inmensa mayoría en estos tiempos, lo tienen muy difícil. Tienen que hallar la manera de, con menos tiempo y más ocupaciones, dar al niño lo que necesita y tan bien expresa Julián Marías. Y no digamos las mujeres que tienen ciertas profesiones en que no hay un horario fijo ni limitado. Aunque cada vez menos, ciertamente hay madres que siguen pendientes de los hijos y muchas veces en exceso, intentando compensar el tiempo que no pueden pasar a su lado. Haciendo concesiones y sobreprotegiendo al niño siempre que pueden, en vez de hacer que él vaya asumiendo responsabilidades poco a poco; quizás por eso de compensar la falta de tiempo, de dedicación; quizá porque sólo tienen uno o dos. Las nuevas pedagogías que llevan al sobre proteccionismo de los hijos creando seres infantilizados hasta edades cada vez más tardías van en la dirección contraria a lo que había sido tradicional: el empeño por educar para la autonomía. Acudimos otra vez al psicólogo J. Peterson: “es mucho mejor para los seres que dependen de ti que los vuelvas competentes que no que los protejas. E incluso si existiera la posibilidad de desterrar para siempre todo lo que representa algún tipo de amenaza (…) eso tan solo conduciría a la aparición de otro peligro: el infantilismo humano permanente y la inutilidad absoluta”.
Por otra parte, para la mujer que educa a sus hijos sola -y cada vez son más numerosas- es muy difícil representar los dos papeles, las dos figuras que el niño necesita, la de la firmeza, la autoridad, por una parte, y la de la ternura, por la otra. Si bien la mayoría de las veces es la madre la que decide o exige, contar con el apoyo del padre facilita la tarea. Pero sucede con frecuencia que, en caso de separación, los dos padres quieran atraerse el cariño del hijo, lo que suele primar es o bien ninguna exigencia y mucho consentimiento o bien exigencias caóticas y contradictorias. Lo cierto es que las relaciones familiares actuales se han complicado y que realmente todos pierden algo o mucho, pero especialmente los hijos.
Y volviendo al tema de la comunicación entre madre e hijos -aspecto muy importante en la educación- ésta cada vez es más escasa. No hablar, no exigir, no responsabilizar; lo más grave es que la mujer nueva, trabaje fuera del hogar o no, se comunica poco con sus hijos. ¿No tiene tiempo? ¿no encuentra el momento? ¿ellos se entretienen con el móvil y los chateos y tampoco están “disponibles”? El caso es, que la mujer ha perdido ‒o le están haciendo perder‒ el gran influjo que tenía en la sociedad a través de sus hijos, que en gran parte asumían los valores y virtudes que ellas les transmitían. Valores que eran provenientes de la tradición y por ello de la experiencia, además del amor. Tengamos en cuenta esta característica: cuando hablamos de tradición hablamos de experiencia frente a experimento. “Los experimentos con gaseosa”, decían las madres de antes. Eso sí, si cambian las formas de vida por nuevas condiciones que puedan propiciar los avances de la ciencia y la técnica, la tradición requiere reajustes constantes a esas nuevas condiciones, no hablamos de inmovilismo. Las ideólogas juegan con los seres humanos imponiendo modelos totalmente nuevos según su fantasía. Todavía no han aprendido desde estas ideologías -constructivistas por ser ideologías- que el ser humano y la sociedad son mucho más complejos que lo que ellas pueden pensar, abarcar y controlar.
Los educadores ahora son los amigos, los profesores -obligados a convertirse en pedagogos compasivos-, los medios de comunicación y todos aquellos que difunden el pensamiento “políticamente correcto”, el de aprender sin esfuerzo. Pensamiento promovido por quienes no han tenido hijos o si los tuvieron en muchos casos hubieron de lamentar los resultados de aplicar sus nuevas consideraciones sobre la (des)educación de la infancia. Y podríamos traer aquí bastantes ejemplos de cómo acabaron esos hijos que “iban a ser tan felices”, muchos con muertes prematuras por causas no naturales. Y sin ir a extremos son muchos los que hoy, con estudios universitarios y buenas profesiones, tienen hijos que no han llegado a la universidad o han abandonado.
Ya no hay tiempo para estar juntos, para comunicarse, cada uno está entretenido con sus múltiples quehaceres. Los hijos, por su parte, con los deberes u otras ocupaciones encerrados en sus habitaciones -internet, chateos, etc. Hay que reconocer que la revolución cibernética ha supuesto una revolución de los hábitos cotidianos, de las costumbres, que aún no hemos encajado del todo pero que, en cualquier caso y paradójicamente, lleva a la incomunicación y a la irresponsabilidad, sobre todo cuando las voluntades no están formadas. Los padres por la suya, ocupados con las tareas de la casa que les esperan después del trabajo.
El dominio y la influencia de la mujer, que se extendía a la sociedad a través de la educación de los hijos, está en horas bajas. Ella era la que transmitía las virtudes a los hijos, es decir, los hábitos, y a través de ellos modelaba su carácter limando los excesos de su temperamento. Ahora es sustituida, cada vez más, por lo que se llama “educación en valores”, que ni es “educación” porque no se ejercita, ni es de “valores” porque todo son abstracciones y fomento del egoísmo, exigencia de derechos a no se sabe quién, pero no práctica de deberes. Cuando se dan cuenta, los hijos se les han ido de las manos. A veces la situación se puede reconducir, aunque con costes, y otras veces no. Se han criado como pequeños tiranos. Pedagogos y psicólogos han dado directrices para fomentar la exigencia de derechos, pero no de deberes, no de sacrificios, no de esfuerzo. Es decir, se ha fomentado el egoísmo ya dentro de la familia, que es donde se les debería desarrollar el sentido de la generosidad, de la responsabilidad, de lo que cuestan las cosas y de los sacrificios que los padres hacen por ellos. Es practicando en la familia como uno aprende a ser desprendido, generoso y responsable, agradecido; algo, como decíamos, que ya no se lleva porque ahora ya todo son exigencias y derechos. Aquellos refranes que nos transmitían nuestros padres y abuelos -sabiduría popular de la buena, de la extraída de la vida- han dejado de escucharse: “de bien nacidos es ser agradecido”. No ahora ya no tenemos nada que agradecer, nos merecemos todo porque sí, porque todo es nuestro derecho. Agradecer es una de las palabras a borrar de la neolengua.
Así pues, las ideólogas de género, están apartando a la mujer del ámbito donde más influencia tenía. Poco a poco van haciéndose con parcelas de influencia sobre los hijos, que antes eran de los padres y especialmente de la mujer. En los países de comunismo real no fueron capaces de sustraer abierta y totalmente las conciencias de los niños al influjo de los padres; ahora, en nuestras sociedades de socialdemocracia-neoliberal, aparentando libertad, se hace mucho más sutilmente, aunque cada vez van quedando más claras sus políticas de control. Lo están consiguiendo con más astucia, sin que se note. La influencia de la madre se diluye, no solo la influencia directa sino la indirecta, igualmente importante en la sociedad; y naturalmente, aumenta la del Estado. Ciertamente, “la razón de esta inquina contra la familia se debe a que supone un resguardo del individuo y sus relaciones más próximas frente a la intromisión del Estado. El totalitarismo no puede tolerar el amplio grado de autonomía frente a la esfera política de esta institución que educa a los hijos, reproduce tradiciones, mantiene patrimonio, creencias y valores al margen de todo dirigismo político” .
Y más que inquina hacia la familia es inquina hacia la relación madre-hijo. La importancia del papel de la madre como transmisora de la cultura y la tradición, suponían un dique frente a influencias externas. Por poner algún ejemplo tomemos el hermoso recuerdo de A. Solzhenitsyn sobre el influjo de su madre en la formación de su mente infantil. En el discurso en los actos conmemorativos del segundo centenario del levantamiento de la Vendée, al que había sido invitado el escritor y premio nobel, contaba cómo había conocido el genocidio llevado a cabo por los revolucionarios franceses: “(Fue) en mi infancia, gracias a mi madre, que hablaba francés. Desde niño ella me leía historias del heroísmo vendeano”.
Este comentario nos da idea de lo que era frecuente en las familias de clase media, la gran tarea de las madres en la educación de los hijos; su madre le leía esas y otras historias que irían ayudándole a abrir su mente desde los acontecimientos del pasado al futuro. Su madre era maestra y él debía tener en torno a los 12 años. 1930. El totalitarismo estalinista no pudo luchar contra las enseñanzas de su madre; de las madres en general. Así pues, para las ideologías -no especifico porque todas proceden de un mismo tronco y tienen como fundamento la construcción de una realidad irreal- es necesario que el Estado controle mejor la educación. Son muchas las madres que han tenido influencia notable en los que después llegaron a ser grandes hombres. Detrás de grandes hombres hubo grandes madres, diríamos aquí.
La mujer madre, en todas sus facetas, es “peligrosa” para los/las ideólogos/as. Era la mujer sobre todo la que transmitía el sentimiento y la práctica religiosa a los hijos. Muro importante contra el poder totalitario. Así, arrebatándole la educación a la mujer de diferentes maneras, pueden apoderarse de las mentes infantiles para sus afanes de dominio. Por tanto, lo más efectivo es anular la relación de la mujer con sus hijos. Es por eso que resulta curioso que los ideólogos, tan feministas, no confían en la mujer como educadora de sus hijos, ¡le quitan el papel de educadora! Y llega un momento en que la relación se reduce a “¿me has comprado…?”, “¿me has hecho…?, “me tienes que llevar a…”, sin que los hijos den la menor importancia al esfuerzo que tienen que hacer sus padres, principalmente porque no se lo han hecho ver para crezcan “felices” y sin preocupaciones, siguiendo las recomendaciones de los pedagogos.
Oímos continuamente que en el colegio se bombardea a los alumnos con la palabra “respeto”, hacia sus compañeros, hacia los grupos victimizados, y, en fin, hacia todo el mundo en abstracto, pero no hacia sus padres. Se ha olvidado o relegado la enseñanza y práctica por completo de aquel cuarto mandamiento (más o menos enseñado, aunque con distintos matices, en todas las culturas y en todos los tiempos), “honrarás a tu padre y a tu madre”.
Especificando y “a tu madre”, para que no quedase ninguna duda. Es decir, aceptarás su autoridad, les hablarás con respeto, valorarás lo que hacen por ti y corresponderás a ello en los momentos difíciles. Ahora, sin embargo, el niño o la niña crecen considerando que sus padres son “coleguis” que están ahí para satisfacer sus necesidades y deseos, y también sus caprichos. Y por supuesto, estas exigencias y la falta de consideración, hacen que la mujer sufra mucho más cuando está sola, sin la figura más firme y protectora del padre. Pero esto no les importa a las-mejoradoras-de la-humanidad cuando enseguida no solo facilitan, sino que promueven la ruptura de un matrimonio -a veces no hay otra salida, pero otras sí- sin considerar las dificultades que tendrá que enfrentar la mujer sola, y el sufrimiento de los hijos al tener padres “por temporadas”.