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Pablo Mosquera
Sábado, 11 de Marzo de 2023 Tiempo de lectura:

Por la igualdad al enfrentamiento

La historia de la humanidad está plagada de conductas, episodios y manifestaciones culturales asumidas como ley que se enfrentan con las desigualdades entre territorios, razas, género y derechos. De ahí que uno de los momentos claves proceda del grito popular en la Revolución de 1789-1799 que establece un nuevo régimen que alcanza su máximo esplendor con la Declaración Universal del Hombre y del Ciudadano.


Tan importante como la libertad es alcanzar en la sociedad un estado de igualdad, precisamente partiendo de un concepto diferente del proclamado por la Iglesia. No es del todo verdad que todos los hombres y mujeres nazcan iguales. Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son. (Abraham Lincoln) Ni lo son, ni gozan de las oportunidades precisas, ni las circunstancias vitales les conducen a tal. La igualdad como la libertad se conquistan y forman parte de los Derechos Fundamentales que además de implantarse como norma convivencial hay que revisar continuamente en su estado de cumplimiento por parte del sistema.


No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo. (Albert Camus). El Estado democrático debe intervenir para mitigar las desigualdades y desequilibrios. Pero algunos/as se han empeñado en ponerle género al asunto. Lo mismo que el ejercicio de la ciudadanía no tiene género, el derecho a la igualdad de oportunidades, tampoco.


Hasta aquí reflexiones en el ámbito de la filosofía que nos permite ordenar nuestros pensamientos. Pero debemos abordar la peligrosa ola de conspiración que desde un supuesto feminismo hace del derecho de las mujeres una revolución sembrando enfrentamientos y azuzando a quienes padecen indigencia cultural a una guerra sin cuartel contra los varones sin reparar en las consecuencias del odio como si de una guerra entre amazonas y espartanos se tratara. La igualdad es una necesidad vital del alma humana. (Simone Weil) y tal estado lo dan las leyes y el reconocimiento de la ciudadanía. Pero también es preciso organizar el tejido social en una escala de valores que permita a los mejores ser nuestros dirigentes.


Las ministras de Podemos han alcanzado el cenit de su incompetencia. Primero con una ley sobre la que fueron advertidas de los perversos efectos que contenía y la soberbia les impidió aceptarlo. Hoy tenemos a demasiados asesinos de mujeres en la calle gracias a tal norma, y a los jueces vilipendiados e insultados por quienes ven fascistas y machistas por todos sus alrededores, cuando la realidad es una y primera. Son unas ignorantes peligrosísimas.


Pero la segunda que se nos viene encima también logrará efectos indeseables. Es verdad que han sido instancias de las instituciones comunes europeas quienes impulsan la igualdad que debe garantizarse para que las mujeres ocupen las más altas cotas del poder público y privado. Pero tal como lo han explicado las amazonas de Podemos esas listas cremallera para intercalar en igualdad a hombres y mujeres chocará con el derecho de los varones, al menos en la sanidad, educación y justicia. Ahí, las profesiones desde hace bastantes años están absolutamente feminizadas. Y con los mismos argumentos del partido morado a partir de la entrada en vigor de la nueva normativa habrá que hacer, sí o sí, lugar entre mujeres a los varones, de tal desgracia que estos podrán reclamar unos cuotas de empleo que ahora en su inmensa mayoría ocupan las mujeres.


Ante tanta torpeza y siembra de odio: ¿qué motivos puede tener el Presidente del Gobierno para mantener en el Consejo de Ministros a Irene Montero y a Belarra?. Sólo me cabe un raciocinio y conduce a la doctrina de Maquiavelo. Cuanto peor lo hagan, mejor. Es la manera de garantizar su enfrentamiento con la sociedad votante de la izquierda. De esta hoguera no quedarán más que cenizas. Y así los dos partidos políticos emergentes -Cs y Podemos- habrán caído en sus propias tentaciones que les han elevado a la más alta incompetencia, volviendo los votos hacia el tradicional bipartidismo. Mientras las podemitas hacen el ridículo y promueven el enfrentamiento, sigue existiendo un feminismo muy interesante.


El feminismo ecologista como nuevo proyecto ético y político. Las aportaciones de dos pensamientos críticos, feminismo y ecologismo, nos ofrecen la oportunidad de enfrentarnos no solo a la dominación de las mujeres en la sociedad patriarcal sino también a una ideología y una estructura de dominación de la naturaleza ligada al paradigma patriarcal del varón, amo y guerrero.


Las feministas proféticas como MacKinnon y Frye prevén un nuevo ser no sólo para las mujeres sino para toda la sociedad. Prevén una sociedad en la que la distinción hombre-mujer no sea muy importante. La considerarán como la producción de un conjunto mejor de construcciones sociales que el que hay en la actualidad, y por tanto, como la creación de un tipo nuevo y mejor de ser humano.


Ha tomado progresivamente fuerza lo que ya se denomina feminismo institucional. Este feminismo reviste diferentes formas en los distintos países occidentales: desde los pactos interclasistas de mujeres a la nórdica -donde se ha podido llegar a hablar de feminismo de Estado- a la formación de lobbies o grupos de presión, hasta la creación de ministerios o instituciones interministeriales de la mujer, A pesar de estas diferencias, los feminismos institucionales tienen algo en común: el decidido abandono de la apuesta por situarse fuera del sistema. Un resultado notable de estas políticas ha sido el hecho, realmente impensable hace sólo dos décadas, de que mujeres declaradamente feministas llegaran a ocupar importantes puestos en los partidos políticos y en el Estado.

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