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Arturo Aldecoa Ruiz
Viernes, 17 de Marzo de 2023 Tiempo de lectura:

Creación (relato breve)

[Img #23873]

 

Fray Guillermo era un monje obsesivo, siempre pendiente del cumplimiento exacto de los rezos. Maitines, Laudes, Vísperas y demás, todas las ceremonias debían ser perfectas y ajustarse a la Regla. Si Dios era eterno e inmutable, también debía serlo la forma de adorarle.


Las gentes sencillas de los valles montañeses pirenaicos lo tenían por santo, pero los monjes, a los que intentaba desde hace tiempo adoctrinar con su rigorismo litúrgico como base de la religión, sospechaban que Fray Guillermo no amaba ni al prójimo ni a Dios como estaba ordenado, y solo rendía culto al orden y la simetría de sus admirados filósofos paganos.


Los que mejor le conocían intuían que para él el universo no era sino un gran reloj mecánico, en el que los hombres eran figuras de adorno que recorrían sus horas atrapadas y sin escapatoria, con una única misión: cumplir como autómatas lo regulado.


Fray Guillermo sería pronto un hereje. Su obsesión por la exactitud era germen de ateísmo y Dios y la Iglesia le sobrarían. El Padre Prior sabía que, desde que llegó al monasterio procedente de la lejana Italia su presencia era peligrosa, pero no podía invitarle a marchar pues fuera podría alejar a las almas incautas del camino recto.


Así que decidió envenenar la tisana que el fraile tomaba antes de Completas. Unos simples pétalos de digitalis purpurea añadidos a la cocción de hierbas relajantes apenas se notarían en el sabor, pero llevarían al monje antes del amanecer ante el tribunal de Dios. Una muerte rápida y “en olor de santidad” que atraería además hacia el monasterio nuevos peregrinos para rezar ante su tumba y ofrendar limosnas. Pero la Providencia tenía otros planes.


Esa noche Fray Guillermo, que se encontraba cada vez peor y sentía una creciente opresión en el pecho, aún estaba de pie cantando cuando un terremoto sacudió la iglesia mientras el coro entonaba en gregoriano el Canto de Simeón, “Nunc dimittis servum tuum, Domine,...!”. Es decir, “¡Ahora dejas ir a tu Siervo, Señor...!”.


La evidente ironía divina de enviarles aquella calamidad en mitad de esos versículos de despedida de San Lucas evangelista indignó al fraile, pues aún no había terminado la liturgia y consideraba inaceptable interrumpirla con aquella extraña broma, incluso si era la voluntad del propio Creador.


El edificio cayó sobre los monjes y un segundo después la ira de Fray Guillermo y la sorpresa de sus compañeros se disipó en la nada. Fue como si tanto él como el Prior y los demás monjes nunca hubieran existido.


El Creador empezaba a aburrirse. Sus criaturas no sabían captar su sutil sentido del humor. Vivían obsesionadas por reglas rigurosas que ellos mismos se daban asegurando que provenían de Él, algo incierto, y en vez de amar a la Creación y sus criaturas y gozar de la vida que se les daba se dedicaban a amargársela unos a otros.
Finalmente, decidió disolver aquel mundo en el caos primigenio y volver a empezar. En la siguiente Creación añadiría una novedad: daría al hombre una compañera, a la que llamaría mujer, para ver si teniendo la humanidad dos sexos en vez de ser hermafroditas mejoraban algo. Era cuestión de probar, tenía toda la Eternidad por delante para hacerlo.


Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999- 2019

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