La mujer desmotivada en su trabajo
“Cuando se habla en términos generales, y en especial de los hombres, se lleva muchos años hablando del trabajo “alienante” ̶ palabra favorita ̶ causa de casi todos los males de la sociedad. Pero resulta que ese mismo trabajo “alienante”, destructor explotador, para el cual no se tiene vocación, cuando se habla de las mujeres resulta que es una maravilla y se identifica con la “liberación”. No veo como un trabajo sin interés, ni creador, ni original, que es alienante para el hombre va a ser liberador para la mujer. Si acaso será dos veces alienante”. La mujer y su sombra (Julián Marías)
El término “alienante” estuvo de moda durante las décadas anteriores a la caída del muro de Berlín. Sin embargo, la izquierda y las liberadoras de la mujer coinciden en que para la mujer trabajar es maravilloso. Pero no tanto si lo analizamos despacio; para las personas corrientes, para la mayoría de las personas, hombres o mujeres, trabajar no es maravilloso.
Según una encuesta de Gallup que recoge datos de 140 países, recopilados durante 2011 y 2012, al 63% de los empleados del mundo no les motiva acudir a su puesto laboral. En Europa occidental sólo el 14% de los empleados es feliz (…), les gusta ir al trabajo o se sienten “comprometidos” con sus empleos. No se especifica por hombres y mujeres, pero es fácil deducir que la proporción de mujeres a quienes su trabajo no hace feliz estará en los mismos porcentajes, si no más. (20 minutos 15-10-2013).
Esas son las frías estadísticas del sí y el no en la mayoría de los casos. Veamos ahora desde un punto de vista más próximo, más individualizado, lo que escribe el psicólogo humanista Antoni Bolinches a partir de datos obtenidos en entrevistas realizadas a sus pacientes en relación a su grado de satisfacción laboral, que en realidad vienen a coincidir con las anteriores estadísticas: “Aproximadamente un 15% se siente realizado (…), el 50% se siente conformado y el 35% se siente frustrado”.
Esto nos lleva a considerar que el 85%, tanto de varones como de mujeres, trabaja porque hay que trabajar para ganarse la vida, para la vivienda, para tener las necesidades cubiertas, para tener comodidades, para poder pagarse ocios –viajes, restaurantes, ropas, etc.‒, no porque el trabajo, en el que pasaremos una gran parte de nuestra vida, resulte realizador y gratificante. Es verdad que, en otros aspectos, el trabajo significa hacer vida social en los descansos, charlar con los compañeros o huir de la soledad y esto último sí que suele ser estimado por mucha gente.
Centrémonos ahora en quiénes son los afortunados que forman el primer grupo: son los que trabajan por “vocación” y expresan sus potenciales en la labor que realizan. Sus integrantes se encuentran básicamente entre los colectivos de artistas, deportistas, ejecutivos, empresarios, intelectuales, científicos, profesionales liberales y políticos. Hay que suponer que el porcentaje de mujeres que constituyen ese 15% será equivalente. Y, desde luego, hay una estrecha relación entre felicidad y realización en el trabajo, que al tiempo que supone desarrollo y plenitud de la personalidad a través de la creatividad, lleva consigo la satisfacción de contribuir a proporcionar bienes sociales, un servicio a los demás en aspectos que mejoran o facilitan la vida.
Muchas mujeres trabajan en la enseñanza, profesión que podríamos considerar como incluida en este grupo de personas “realizadas” a través de su trabajo; por vocación, que se decía antes. Sin embargo, lo que se observa es que la gran mayoría de profesores ‒por no decir todos‒, sobre todo en secundaria, en cuanto cumplen 60 años –ahí están las estadísticas− y pueden optar a la prejubilación, casi con el mismo sueldo, se apresuran a hacerlo. Esta era una profesión de las consideradas vocacionales. Pero está claro que ha dejado de serlo. Quizá las condiciones actuales, aunque mejor remuneradas, se han hecho más difíciles de soportar. Digo soportar, no disfrutar viendo cómo se abren las mentes de los alumnos hacia nuevos saberes y como van desarrollando sus capacidades. Y el caso es que es una profesión donde hay mayoría abrumadora de mujeres, donde podrían estar parte de ese 15% de “realizadas”. Cuando se pregunta a las alumnas qué quieren estudiar, una mayoría importante contesta: profesora de primaria. ¿No será el sustituto de su vocación de madre, tan devaluada hoy frente al reconocimiento social de ser una profesional? Y el caso es que no hay niños para tantas “vocaciones” de profesora, cada vez menos, puesto que no deja de descender la tasa de natalidad.
Sin embargo, encontramos actores, escritores, políticos, empresarios, etc., que siguen trabajando, no por gananciasn ̶ que no tienen tiempo ni edad para gastar ̶ , sino porque tienen una tarea que llena su vida, cuidan su obra, tienen propósitos y metas. Tienen retos. Y lo mismo puede decirse de escritores, actores, periodistas, investigadores, políticos… siguen más allá de los sesenta y cinco años: mientras tienen ilusiones, capacidad y energías.
Si nos centramos en el segundo grupo, el de la mayoría. Ese 50% que no se siente mortificado en el trabajo, que sin tener “una vocación definida, encuentran una forma más o menos cómoda de ganarse la vida a través de la cual expresan parcialmente sus capacidades naturales, funcionarios, administrativos, artesanos, vendedores y empleados del sector de servicios en general” (op. cit.p.156), advertimos que el trabajo es cómodo y lo principal es llevar un salario a casa que permita vivir con desahogo y tener una cierta independencia. También, como decíamos, el relacionarse con otras personas y salir de casa, trasladar el “cotilleo” al ámbito del trabajo. Hablar de los niños con las compañeras en vez de con las vecinas, o de lo que has hecho el fin de semana.
Ya nos referimos a cómo la mujer nueva ha aprendido a despreciar el trabajo de la casa y el cuidado de la familia. Trabajo duro, sacrificado, de esclavas, sin horario, sin reconocimiento ¿sin reconocimiento? Es probable que los hijos no lo reconozcan… hasta que ellos mismos tengan hijos y se den cuenta de lo que significaron para ellos los cuidados y desvelos de su madre; y también de su deuda de gratitud y de su correspondencia a ese amor. ¿Tendrá algún reconocimiento en la oficina o en cualquier otro trabajo? Lo más probable es que se jubile sin pena ni gloria. Por otra parte, parecería que el trabajo fuera de casa es gratificante, ligero y sin estrés, y que verdaderamente llena la vida de la mujer. Sí, ese era el anuncio-propaganda de la Consejería de Asuntos Sociales de la CAM (Subdirección General de Promoción de la Igualdad), que oíamos repetitivamente: “¡Me encanta mi trabajo!” dice una voz femenina; estarán pensando en ellas mismas y lo realizadas que se sienten en su papel de liberadoras. Se referirá quizás ¿a ese 15% que citábamos antes? Sin embargo, de lo que no se habla en el anuncio es de ese otro 85% de mujeres que odian su trabajo o les es indiferente. Después añade que, al llegar a casa, comienza el “otro” trabajo, el de las tareas domésticas. Las duras y repetitivas tareas del hogar. Y entonces la voz del anuncio de la Consejería las exhorta a que hagan que su pareja comparta con ellas estos trabajos. ¿Acaso a esta mujer no se le había ocurrido que su pareja puede ayudarla, tan despistada es? Naturalmente, las burócratas tienen que ganarse el sueldo y gastar la subvención con dinero del contribuyente que después se sentirá muy satisfecho de “ser obligado” a contribuir a esta obra de liberación.
Según un estudio de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), las mujeres realizan el 70% de las horas de trabajo doméstico: lavar, planchar, ordenar cocinar, ayudar a las personas mayores −normalmente a sus padres, no a sus suegros−, hacer la compra. Pero hay tareas de las que con más frecuencia se ocupan los hombres, aunque no sean cotidianas sino más esporádicas: el 76% de los hombres se ocupa de tareas de jardinería y reparación de la casa, frente al 24% en que lo hacen las mujeres; quizás a esto podríamos añadir, mantenimiento de coche o coches y trámites de papeles de distinta índole. Sobre estas últimas tareas, las feministas no tienen nada que decir. Aquí el 50% de cuota no importa. Según el informe, “ellas dedican 2,5 horas más que los hombres a labores domésticas… trabajan hora y media menos de forma remunerada y disfrutan de una hora menos de ocio”.
Conclusión del sesudo sociólogo: la causa de que la mujer haga menos horas de trabajo remunerado ̶ ese trabajo que entusiasma tanto y que ya parece que no es alienante ̶ es que se ve obligada a trabajar más en casa, porque trabajar para ella y sus hijos, si los tiene; esto es más alienante que trabajar para la empresa. Pero podría suceder que no es que se sienta obligada, sino que prefiere, por ejemplo, tener más tiempo libre para otras tareas, por ejemplo, pasar más rato con sus hijos, ir de compras o poner su casa en orden, en vez de tener un poco más de dinero. Supongo que el sociólogo o la feminista de turno hablan desde su perspectiva de trabajo de despacho, pero ¿alguna vez se quieren poner en la piel de una dependienta, una camarera, una peluquera o una pescadera y considerar el entusiasmo indescriptible que a estas mujeres les puede producir trabajar hora y media más en su empresa?
Pues el otro 85% —del que no habla el anuncio— diría algo así como: “Estoy deseando que llegue el fin de semana, pero si no trabajase nos veríamos muy apurados para llegar a fin de mes, nos resultaría difícil pagar la hipoteca, los niños no podrían tener móviles, etc.”. Y también podemos escuchar, aunque parezca paradójico: “Qué ganas tenía de empezar a trabajar ̶ si es que ha tenido una baja larga por maternidad o algún otro motivo ̶ se me caía la casa encima sin compañeras con quien hablar o tomar algo, me aburría solo con los trabajos de la casa…” Sí, parece que la mujer nueva se aburre en casa; ya no encuentra ocupaciones atrayentes. En realidad, su educación ha estado basada en que en casa no hay tareas interesantes. La educación de los hijos, tras su esfuerzo y sacrificio por tenerlos, consiste en comprarles lo que necesitan y requieren, además de llevarlos después del colegio a las diferentes actividades que realizan por las tardes: gimnasio, música, pintura, etc. más bien que escucharlos y hablar con ellos. Pero no hay que preocuparse ̶ precisamente es lo que quieren las ideólogas ̶ porque ahí está el Estado educador y transmisor de la ideología feminista, ecologista, LGTBI, etc.
Sí, solo un 15%, o quizás menos de las mujeres encontrarán su realización en el trabajo. ¿De qué se libera propiamente la mujer trabajando?, queremos decir el otro 85%. ¿De la casa? ¿de los hijos? ¿del aburrimiento? De todas maneras, este es el modelo del feminismo: el ideal es que todas las mujeres trabajen fuera de casa, sin más consideraciones. Y enfrentan este modelo con el modelo ahistórico, creado por ellas, de la mujer “ama” de casa en exclusiva o, como se decía antes, de profesión “sus labores”. Digo ahistórico porque consideran que la mujer era una esclava de las tareas del hogar, que no tenía un momento de descanso ni tampoco horario. Ahora ya, la progresía hacia-no-se-sabe-dónde, olvida la explotación del empresario, o empresaria, como les gusta puntualizar, y de los hombres explotados en “duros trabajos” y con salarios bajos. El trabajo fuera de casa es más gratificante, según las mejoradoras-de-la-humanidad. Ahora son el marido o pareja y los hijos los que explotan. Es verdad que el trabajo de la casa a veces era agotador, ahora la técnica lo ha aliviado bastante. Pero ¿acaso el hombre no tenía también una vida dura? Me refiero al obrero o al campesino, porque el de clase media contaba por lo general con doncellas o asistentas para que ayudasen a su mujer. Y he dicho en pasado era, porque parece que las feministas siguen en el pasado en vez de en nuestro tiempo. La mujer actual en el caso de que decidiese y pudiese quedarse en casa a educar a sus hijos −y a liberarse de un trabajo que no le gusta ni la “realiza”−, si su matrimonio va bien, cuenta con agua corriente, lavadora, lavavajillas, etc., que le permitan liberar una gran parte de su tiempo y organizarlo por sí misma para actividades gratificantes como pueden ser lecturas, museos, gimnasios, internet, etc.; pero, sobre todo, estar con sus hijos cuando la necesitan.
La triste conclusión para ese 85% de mujeres a quienes no atrae su trabajo es que necesariamente tiene que trabajar ante la volatilidad de las relaciones de pareja. Ante la inseguridad y el desuso del compromiso en dichas relaciones. Y, si son ellas las que han decidido la separación porque la convivencia se les hace insufrible, ya no tienen por qué aguantar a parejas ni maridos, ahora aguantarán sólo el trabajo y al jefe o la jefa.
“Cuando se habla en términos generales, y en especial de los hombres, se lleva muchos años hablando del trabajo “alienante” ̶ palabra favorita ̶ causa de casi todos los males de la sociedad. Pero resulta que ese mismo trabajo “alienante”, destructor explotador, para el cual no se tiene vocación, cuando se habla de las mujeres resulta que es una maravilla y se identifica con la “liberación”. No veo como un trabajo sin interés, ni creador, ni original, que es alienante para el hombre va a ser liberador para la mujer. Si acaso será dos veces alienante”. La mujer y su sombra (Julián Marías)
El término “alienante” estuvo de moda durante las décadas anteriores a la caída del muro de Berlín. Sin embargo, la izquierda y las liberadoras de la mujer coinciden en que para la mujer trabajar es maravilloso. Pero no tanto si lo analizamos despacio; para las personas corrientes, para la mayoría de las personas, hombres o mujeres, trabajar no es maravilloso.
Según una encuesta de Gallup que recoge datos de 140 países, recopilados durante 2011 y 2012, al 63% de los empleados del mundo no les motiva acudir a su puesto laboral. En Europa occidental sólo el 14% de los empleados es feliz (…), les gusta ir al trabajo o se sienten “comprometidos” con sus empleos. No se especifica por hombres y mujeres, pero es fácil deducir que la proporción de mujeres a quienes su trabajo no hace feliz estará en los mismos porcentajes, si no más. (20 minutos 15-10-2013).
Esas son las frías estadísticas del sí y el no en la mayoría de los casos. Veamos ahora desde un punto de vista más próximo, más individualizado, lo que escribe el psicólogo humanista Antoni Bolinches a partir de datos obtenidos en entrevistas realizadas a sus pacientes en relación a su grado de satisfacción laboral, que en realidad vienen a coincidir con las anteriores estadísticas: “Aproximadamente un 15% se siente realizado (…), el 50% se siente conformado y el 35% se siente frustrado”.
Esto nos lleva a considerar que el 85%, tanto de varones como de mujeres, trabaja porque hay que trabajar para ganarse la vida, para la vivienda, para tener las necesidades cubiertas, para tener comodidades, para poder pagarse ocios –viajes, restaurantes, ropas, etc.‒, no porque el trabajo, en el que pasaremos una gran parte de nuestra vida, resulte realizador y gratificante. Es verdad que, en otros aspectos, el trabajo significa hacer vida social en los descansos, charlar con los compañeros o huir de la soledad y esto último sí que suele ser estimado por mucha gente.
Centrémonos ahora en quiénes son los afortunados que forman el primer grupo: son los que trabajan por “vocación” y expresan sus potenciales en la labor que realizan. Sus integrantes se encuentran básicamente entre los colectivos de artistas, deportistas, ejecutivos, empresarios, intelectuales, científicos, profesionales liberales y políticos. Hay que suponer que el porcentaje de mujeres que constituyen ese 15% será equivalente. Y, desde luego, hay una estrecha relación entre felicidad y realización en el trabajo, que al tiempo que supone desarrollo y plenitud de la personalidad a través de la creatividad, lleva consigo la satisfacción de contribuir a proporcionar bienes sociales, un servicio a los demás en aspectos que mejoran o facilitan la vida.
Muchas mujeres trabajan en la enseñanza, profesión que podríamos considerar como incluida en este grupo de personas “realizadas” a través de su trabajo; por vocación, que se decía antes. Sin embargo, lo que se observa es que la gran mayoría de profesores ‒por no decir todos‒, sobre todo en secundaria, en cuanto cumplen 60 años –ahí están las estadísticas− y pueden optar a la prejubilación, casi con el mismo sueldo, se apresuran a hacerlo. Esta era una profesión de las consideradas vocacionales. Pero está claro que ha dejado de serlo. Quizá las condiciones actuales, aunque mejor remuneradas, se han hecho más difíciles de soportar. Digo soportar, no disfrutar viendo cómo se abren las mentes de los alumnos hacia nuevos saberes y como van desarrollando sus capacidades. Y el caso es que es una profesión donde hay mayoría abrumadora de mujeres, donde podrían estar parte de ese 15% de “realizadas”. Cuando se pregunta a las alumnas qué quieren estudiar, una mayoría importante contesta: profesora de primaria. ¿No será el sustituto de su vocación de madre, tan devaluada hoy frente al reconocimiento social de ser una profesional? Y el caso es que no hay niños para tantas “vocaciones” de profesora, cada vez menos, puesto que no deja de descender la tasa de natalidad.
Sin embargo, encontramos actores, escritores, políticos, empresarios, etc., que siguen trabajando, no por gananciasn ̶ que no tienen tiempo ni edad para gastar ̶ , sino porque tienen una tarea que llena su vida, cuidan su obra, tienen propósitos y metas. Tienen retos. Y lo mismo puede decirse de escritores, actores, periodistas, investigadores, políticos… siguen más allá de los sesenta y cinco años: mientras tienen ilusiones, capacidad y energías.
Si nos centramos en el segundo grupo, el de la mayoría. Ese 50% que no se siente mortificado en el trabajo, que sin tener “una vocación definida, encuentran una forma más o menos cómoda de ganarse la vida a través de la cual expresan parcialmente sus capacidades naturales, funcionarios, administrativos, artesanos, vendedores y empleados del sector de servicios en general” (op. cit.p.156), advertimos que el trabajo es cómodo y lo principal es llevar un salario a casa que permita vivir con desahogo y tener una cierta independencia. También, como decíamos, el relacionarse con otras personas y salir de casa, trasladar el “cotilleo” al ámbito del trabajo. Hablar de los niños con las compañeras en vez de con las vecinas, o de lo que has hecho el fin de semana.
Ya nos referimos a cómo la mujer nueva ha aprendido a despreciar el trabajo de la casa y el cuidado de la familia. Trabajo duro, sacrificado, de esclavas, sin horario, sin reconocimiento ¿sin reconocimiento? Es probable que los hijos no lo reconozcan… hasta que ellos mismos tengan hijos y se den cuenta de lo que significaron para ellos los cuidados y desvelos de su madre; y también de su deuda de gratitud y de su correspondencia a ese amor. ¿Tendrá algún reconocimiento en la oficina o en cualquier otro trabajo? Lo más probable es que se jubile sin pena ni gloria. Por otra parte, parecería que el trabajo fuera de casa es gratificante, ligero y sin estrés, y que verdaderamente llena la vida de la mujer. Sí, ese era el anuncio-propaganda de la Consejería de Asuntos Sociales de la CAM (Subdirección General de Promoción de la Igualdad), que oíamos repetitivamente: “¡Me encanta mi trabajo!” dice una voz femenina; estarán pensando en ellas mismas y lo realizadas que se sienten en su papel de liberadoras. Se referirá quizás ¿a ese 15% que citábamos antes? Sin embargo, de lo que no se habla en el anuncio es de ese otro 85% de mujeres que odian su trabajo o les es indiferente. Después añade que, al llegar a casa, comienza el “otro” trabajo, el de las tareas domésticas. Las duras y repetitivas tareas del hogar. Y entonces la voz del anuncio de la Consejería las exhorta a que hagan que su pareja comparta con ellas estos trabajos. ¿Acaso a esta mujer no se le había ocurrido que su pareja puede ayudarla, tan despistada es? Naturalmente, las burócratas tienen que ganarse el sueldo y gastar la subvención con dinero del contribuyente que después se sentirá muy satisfecho de “ser obligado” a contribuir a esta obra de liberación.
Según un estudio de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), las mujeres realizan el 70% de las horas de trabajo doméstico: lavar, planchar, ordenar cocinar, ayudar a las personas mayores −normalmente a sus padres, no a sus suegros−, hacer la compra. Pero hay tareas de las que con más frecuencia se ocupan los hombres, aunque no sean cotidianas sino más esporádicas: el 76% de los hombres se ocupa de tareas de jardinería y reparación de la casa, frente al 24% en que lo hacen las mujeres; quizás a esto podríamos añadir, mantenimiento de coche o coches y trámites de papeles de distinta índole. Sobre estas últimas tareas, las feministas no tienen nada que decir. Aquí el 50% de cuota no importa. Según el informe, “ellas dedican 2,5 horas más que los hombres a labores domésticas… trabajan hora y media menos de forma remunerada y disfrutan de una hora menos de ocio”.
Conclusión del sesudo sociólogo: la causa de que la mujer haga menos horas de trabajo remunerado ̶ ese trabajo que entusiasma tanto y que ya parece que no es alienante ̶ es que se ve obligada a trabajar más en casa, porque trabajar para ella y sus hijos, si los tiene; esto es más alienante que trabajar para la empresa. Pero podría suceder que no es que se sienta obligada, sino que prefiere, por ejemplo, tener más tiempo libre para otras tareas, por ejemplo, pasar más rato con sus hijos, ir de compras o poner su casa en orden, en vez de tener un poco más de dinero. Supongo que el sociólogo o la feminista de turno hablan desde su perspectiva de trabajo de despacho, pero ¿alguna vez se quieren poner en la piel de una dependienta, una camarera, una peluquera o una pescadera y considerar el entusiasmo indescriptible que a estas mujeres les puede producir trabajar hora y media más en su empresa?
Pues el otro 85% —del que no habla el anuncio— diría algo así como: “Estoy deseando que llegue el fin de semana, pero si no trabajase nos veríamos muy apurados para llegar a fin de mes, nos resultaría difícil pagar la hipoteca, los niños no podrían tener móviles, etc.”. Y también podemos escuchar, aunque parezca paradójico: “Qué ganas tenía de empezar a trabajar ̶ si es que ha tenido una baja larga por maternidad o algún otro motivo ̶ se me caía la casa encima sin compañeras con quien hablar o tomar algo, me aburría solo con los trabajos de la casa…” Sí, parece que la mujer nueva se aburre en casa; ya no encuentra ocupaciones atrayentes. En realidad, su educación ha estado basada en que en casa no hay tareas interesantes. La educación de los hijos, tras su esfuerzo y sacrificio por tenerlos, consiste en comprarles lo que necesitan y requieren, además de llevarlos después del colegio a las diferentes actividades que realizan por las tardes: gimnasio, música, pintura, etc. más bien que escucharlos y hablar con ellos. Pero no hay que preocuparse ̶ precisamente es lo que quieren las ideólogas ̶ porque ahí está el Estado educador y transmisor de la ideología feminista, ecologista, LGTBI, etc.
Sí, solo un 15%, o quizás menos de las mujeres encontrarán su realización en el trabajo. ¿De qué se libera propiamente la mujer trabajando?, queremos decir el otro 85%. ¿De la casa? ¿de los hijos? ¿del aburrimiento? De todas maneras, este es el modelo del feminismo: el ideal es que todas las mujeres trabajen fuera de casa, sin más consideraciones. Y enfrentan este modelo con el modelo ahistórico, creado por ellas, de la mujer “ama” de casa en exclusiva o, como se decía antes, de profesión “sus labores”. Digo ahistórico porque consideran que la mujer era una esclava de las tareas del hogar, que no tenía un momento de descanso ni tampoco horario. Ahora ya, la progresía hacia-no-se-sabe-dónde, olvida la explotación del empresario, o empresaria, como les gusta puntualizar, y de los hombres explotados en “duros trabajos” y con salarios bajos. El trabajo fuera de casa es más gratificante, según las mejoradoras-de-la-humanidad. Ahora son el marido o pareja y los hijos los que explotan. Es verdad que el trabajo de la casa a veces era agotador, ahora la técnica lo ha aliviado bastante. Pero ¿acaso el hombre no tenía también una vida dura? Me refiero al obrero o al campesino, porque el de clase media contaba por lo general con doncellas o asistentas para que ayudasen a su mujer. Y he dicho en pasado era, porque parece que las feministas siguen en el pasado en vez de en nuestro tiempo. La mujer actual en el caso de que decidiese y pudiese quedarse en casa a educar a sus hijos −y a liberarse de un trabajo que no le gusta ni la “realiza”−, si su matrimonio va bien, cuenta con agua corriente, lavadora, lavavajillas, etc., que le permitan liberar una gran parte de su tiempo y organizarlo por sí misma para actividades gratificantes como pueden ser lecturas, museos, gimnasios, internet, etc.; pero, sobre todo, estar con sus hijos cuando la necesitan.
La triste conclusión para ese 85% de mujeres a quienes no atrae su trabajo es que necesariamente tiene que trabajar ante la volatilidad de las relaciones de pareja. Ante la inseguridad y el desuso del compromiso en dichas relaciones. Y, si son ellas las que han decidido la separación porque la convivencia se les hace insufrible, ya no tienen por qué aguantar a parejas ni maridos, ahora aguantarán sólo el trabajo y al jefe o la jefa.