Cartas a un ciudadano cualquiera (I)
Llevo unos cuantos años escribiendo en La Tribuna del País Vasco, y para mí ha sido un auténtico placer participar de este foro de opinión en un medio tan libre, riguroso y atrevido en sus diagnósticos cuando nadie era capaz de decir que el rey iba desnudo en una situación tan evidente de impudicia.
En los últimos meses he ido teniendo lapsus en los envíos de mis artículos provocados por un distanciamiento respecto a una realidad que ya no es que sea distópica, es abrumadora en los disparates, la descomposición en todos los órdenes y la disolución de cualquier tipo de valor que tuviera una vigencia desde tiempos de nuestros padres o abuelos.
He considerado que tomar distancia es un ejercicio de terapia individual cuando la decepción, la sensación de que ese esfuerzo continuado en el tiempo no produce rendimientos en cuanto a formación de una conciencia colectiva, o eso parece, y que todo va a peor. Por eso he pasado de escribir a hablar, pues ya pocos de edad más temprana que los cincuenta años leen cosas más extensas que el número de los caracteres que permiten las redes.
Pero vuelvo. Vuelvo porque el contexto político y social se me hace insufrible e inaguantable, y pienso que lo escrito mueve más la reflexión que lo efímero que queda borrado una vez emitido. No en vano la proliferación del mensaje audiovisual en Internet ya es un bosque en el que nos perdemos y faltan horas en el día para poderse conectar a tantos programas, YouTube y mensajes de Tik-Tok y tonterías a toneladas que forman un bosque en el que nos perdemos y lleva a nuestra juventud, a frivolidades y chorradas de todo grado y tipo. Al menos, lo escrito queda indeleble y permanece para ser leído cuando el tiempo borra las huellas de la falta de rigor intelectual y la superficialidad de lo estúpido. He llegado a la conclusión de que quienes manejan los hilos de las sociedades modernas quieren precisamente eso: extirpar cualquier atisbo de reflexión individual.
Hoy me voy a centrar en dos cuestiones que por sí mismas merecen cada una de ellas un detenimiento en el análisis y una reflexión en profundidad. Solamente voy a enunciarlas para que cada cual saque sus conclusiones. Son hechos que por sí solo son paradigmas. Uno de ellos, nefasto como síndrome, y el otro positivo como toma de posición.
El primero de ellos es la sentencia del Tribunal Constitucional en torno a la conocida como ‘Ley Celaá’, la maldita entre las malditas leyes de educación para vaciar el concepto. Con esta sentencia, el Tribunal Constitucional ha dejado al descubierto sus pudendas partes, las políticas, quitando cualquier duda respecto a su vinculación con una corriente ideológica cuyo fin principal es despojar a los ciudadanos de una formación humanística y de una educación como proceso intencional de perfeccionamiento de las facultades específicamente humanas.
El punto en el que me detengo de esa sentencia es el que preserva la liquidación de la educación especial. Una educación destinada a niños con necesidades educativas espaciales, lo que antes llamábamos atención a deficiencias psíquicas, físicas y mentales de niños que no podían en ningún caso, previo diagnóstico verificado, un aprendizaje normativo, es decir, un currículo escolar normal. A esas personas se les deja en el limbo de un estúpido enfoque integrador en la normalidad desde la anormalidad, es decir desde la imposibilidad física, mental o intelectual para seguir las pautas de aprendizaje en grupos de “normales”. Imposible de toda imposibilidad. Con lo cual se les deja en el total ostracismo material para integrarse tanto de forma inmediata como mediata. Eso no es integración es segregación normativa.
No voy a ahondar en algo tan evidente pues intentar hacerlo es insultar la inteligencia de los lectores. La evidencia no requiere explicaciones. Pero lo paradójico es el silencio colectivo ante tamaño atropello que es una vulneración sangrante del elemental principio de respeto al superior interés del niño, en otro paso más de la colectivización bolchevique de los propósitos educativos sin considerar los derechos individuales. Yo no sé lo que están haciendo las familias afectadas, pero quiero recordar que el primigenio y principal actor de la protección a los niños son las familias, y éstas tienen no solo el derecho sino principalmente el deber de luchar por los derechos fundamentales de las personas que tutelan.
Y paso a otro tema que hoy quiero simplemente esbozar para profundizar más en siguientes artículos.
Me atrevo a incluir en este artículo un manifiesto intitulado “Manifiesto de Barrón” que una asociación promovida por mí, llamada UNIDAD HISPANISTA, cuya denominación choca frontalmente con el sesgo impreso a la tierra que me vio nacer por las huestes de Sabino Arana. Y ruego a mis lectores que saquen sus conclusiones.
Procedo a la exposición literal de dicho manifiesto:
“UNIDAD HISPANISTA toma en consideración y aprueba la declaración del día 3 de enero de 2023 en los siguientes términos:
1º. El español es el idioma de los alaveses. Burgos y Álava son los territorios donde nace el español, idioma castellano o español.
Los antedichos territorios junto a las Encartaciones y la Trasmiera cántabra como el traspaís marítimo de Castilla Vieja forman el territorio en el que se configura la identidad castellana.
2º. Los alaveses no son euskaros. Son castellanos. Al menos el 95 % de la población alavesa tiene al castellano como lengua materna, como lengua propia.
El euskera es un idioma que llegó al territorio alavés a partir del siglo VI, traído por colonos guerreros aquitanos. En el territorio de Álava ya se hablaba una lengua romance como el proto-castellano.
3º. La identidad castellana se refiere a una comunidad de hombres libres, cristianos viejos, sin sujeción feudal. “Los hombres de Castilla por siempre fueron rebeldes. Y apenas doblegan el cuello ante ningún rey” (Poema latino de Almería del siglo XII).
4º. Álava siempre se ha alineado con la justicia, los fueros y la libertad, tal como denota el lema de su escudo: “En aumento de la justicia contra los malhechores”
5º. Nos manifestamos en contra de la eusquerización-aquitanización forzosa que conduce a la aculturación exógena de la población alavesa, que desnaturaliza su sentido del ser genuino, para llevar a las personas a la nada intelectual y espiritual, desposeyéndolas de su identidad y de su libertad, una población vulnerable ante cualquier manipulación ideológica propia de una ingeniería social. Y no olvidemos que Naciones Unidas proclama el derecho de las personas a aprender en su lengua materna.
6º. Demandamos la restauración inmediata de la verdadera toponimia de las poblaciones y municipios alaveses que ha sido falsamente eusquerizada durante las últimas décadas de gobierno euskadista.
7º. Proponemos que se derogue la legislación educativa vigente en el territorio de Álava en la que se consagra la inmersión lingüística en euskera.
8º. Recordamos, por último, que, en el malogrado proyecto del Estatuto Alavés de 1931, promovido por nacionalistas, en su Artículo 26, se rezaba: “La lengua oficial de los alaveses es el castellano”. Y en el Estatuto de Estella, fruto igualmente del impulso nacionalista, en su artículo 17, se aceptaba que “las escuelas de los territorios de lengua vasca se utilizará el euskera como idioma vehículo de enseñanza, cursándose como asignatura en todos los grados el castellano; mientras que en las escuelas de zonas de lengua castellana se dará la enseñanza en este idioma, cursándose el euskera como asignatura en todos los grados”.
Los nacionalistas de hoy no son ni siquiera coherentes con sus primigenias concepciones del respeto a la lengua materna de los castellanohablantes. Álava es una comunidad foral que nada tiene que ver con la pretendida “Euskadi”, invento de Sabino Arana, ajeno a la realidad política, social y cultural alavesa.”
Llevo unos cuantos años escribiendo en La Tribuna del País Vasco, y para mí ha sido un auténtico placer participar de este foro de opinión en un medio tan libre, riguroso y atrevido en sus diagnósticos cuando nadie era capaz de decir que el rey iba desnudo en una situación tan evidente de impudicia.
En los últimos meses he ido teniendo lapsus en los envíos de mis artículos provocados por un distanciamiento respecto a una realidad que ya no es que sea distópica, es abrumadora en los disparates, la descomposición en todos los órdenes y la disolución de cualquier tipo de valor que tuviera una vigencia desde tiempos de nuestros padres o abuelos.
He considerado que tomar distancia es un ejercicio de terapia individual cuando la decepción, la sensación de que ese esfuerzo continuado en el tiempo no produce rendimientos en cuanto a formación de una conciencia colectiva, o eso parece, y que todo va a peor. Por eso he pasado de escribir a hablar, pues ya pocos de edad más temprana que los cincuenta años leen cosas más extensas que el número de los caracteres que permiten las redes.
Pero vuelvo. Vuelvo porque el contexto político y social se me hace insufrible e inaguantable, y pienso que lo escrito mueve más la reflexión que lo efímero que queda borrado una vez emitido. No en vano la proliferación del mensaje audiovisual en Internet ya es un bosque en el que nos perdemos y faltan horas en el día para poderse conectar a tantos programas, YouTube y mensajes de Tik-Tok y tonterías a toneladas que forman un bosque en el que nos perdemos y lleva a nuestra juventud, a frivolidades y chorradas de todo grado y tipo. Al menos, lo escrito queda indeleble y permanece para ser leído cuando el tiempo borra las huellas de la falta de rigor intelectual y la superficialidad de lo estúpido. He llegado a la conclusión de que quienes manejan los hilos de las sociedades modernas quieren precisamente eso: extirpar cualquier atisbo de reflexión individual.
Hoy me voy a centrar en dos cuestiones que por sí mismas merecen cada una de ellas un detenimiento en el análisis y una reflexión en profundidad. Solamente voy a enunciarlas para que cada cual saque sus conclusiones. Son hechos que por sí solo son paradigmas. Uno de ellos, nefasto como síndrome, y el otro positivo como toma de posición.
El primero de ellos es la sentencia del Tribunal Constitucional en torno a la conocida como ‘Ley Celaá’, la maldita entre las malditas leyes de educación para vaciar el concepto. Con esta sentencia, el Tribunal Constitucional ha dejado al descubierto sus pudendas partes, las políticas, quitando cualquier duda respecto a su vinculación con una corriente ideológica cuyo fin principal es despojar a los ciudadanos de una formación humanística y de una educación como proceso intencional de perfeccionamiento de las facultades específicamente humanas.
El punto en el que me detengo de esa sentencia es el que preserva la liquidación de la educación especial. Una educación destinada a niños con necesidades educativas espaciales, lo que antes llamábamos atención a deficiencias psíquicas, físicas y mentales de niños que no podían en ningún caso, previo diagnóstico verificado, un aprendizaje normativo, es decir, un currículo escolar normal. A esas personas se les deja en el limbo de un estúpido enfoque integrador en la normalidad desde la anormalidad, es decir desde la imposibilidad física, mental o intelectual para seguir las pautas de aprendizaje en grupos de “normales”. Imposible de toda imposibilidad. Con lo cual se les deja en el total ostracismo material para integrarse tanto de forma inmediata como mediata. Eso no es integración es segregación normativa.
No voy a ahondar en algo tan evidente pues intentar hacerlo es insultar la inteligencia de los lectores. La evidencia no requiere explicaciones. Pero lo paradójico es el silencio colectivo ante tamaño atropello que es una vulneración sangrante del elemental principio de respeto al superior interés del niño, en otro paso más de la colectivización bolchevique de los propósitos educativos sin considerar los derechos individuales. Yo no sé lo que están haciendo las familias afectadas, pero quiero recordar que el primigenio y principal actor de la protección a los niños son las familias, y éstas tienen no solo el derecho sino principalmente el deber de luchar por los derechos fundamentales de las personas que tutelan.
Y paso a otro tema que hoy quiero simplemente esbozar para profundizar más en siguientes artículos.
Me atrevo a incluir en este artículo un manifiesto intitulado “Manifiesto de Barrón” que una asociación promovida por mí, llamada UNIDAD HISPANISTA, cuya denominación choca frontalmente con el sesgo impreso a la tierra que me vio nacer por las huestes de Sabino Arana. Y ruego a mis lectores que saquen sus conclusiones.
Procedo a la exposición literal de dicho manifiesto:
“UNIDAD HISPANISTA toma en consideración y aprueba la declaración del día 3 de enero de 2023 en los siguientes términos:
1º. El español es el idioma de los alaveses. Burgos y Álava son los territorios donde nace el español, idioma castellano o español.
Los antedichos territorios junto a las Encartaciones y la Trasmiera cántabra como el traspaís marítimo de Castilla Vieja forman el territorio en el que se configura la identidad castellana.
2º. Los alaveses no son euskaros. Son castellanos. Al menos el 95 % de la población alavesa tiene al castellano como lengua materna, como lengua propia.
El euskera es un idioma que llegó al territorio alavés a partir del siglo VI, traído por colonos guerreros aquitanos. En el territorio de Álava ya se hablaba una lengua romance como el proto-castellano.
3º. La identidad castellana se refiere a una comunidad de hombres libres, cristianos viejos, sin sujeción feudal. “Los hombres de Castilla por siempre fueron rebeldes. Y apenas doblegan el cuello ante ningún rey” (Poema latino de Almería del siglo XII).
4º. Álava siempre se ha alineado con la justicia, los fueros y la libertad, tal como denota el lema de su escudo: “En aumento de la justicia contra los malhechores”
5º. Nos manifestamos en contra de la eusquerización-aquitanización forzosa que conduce a la aculturación exógena de la población alavesa, que desnaturaliza su sentido del ser genuino, para llevar a las personas a la nada intelectual y espiritual, desposeyéndolas de su identidad y de su libertad, una población vulnerable ante cualquier manipulación ideológica propia de una ingeniería social. Y no olvidemos que Naciones Unidas proclama el derecho de las personas a aprender en su lengua materna.
6º. Demandamos la restauración inmediata de la verdadera toponimia de las poblaciones y municipios alaveses que ha sido falsamente eusquerizada durante las últimas décadas de gobierno euskadista.
7º. Proponemos que se derogue la legislación educativa vigente en el territorio de Álava en la que se consagra la inmersión lingüística en euskera.
8º. Recordamos, por último, que, en el malogrado proyecto del Estatuto Alavés de 1931, promovido por nacionalistas, en su Artículo 26, se rezaba: “La lengua oficial de los alaveses es el castellano”. Y en el Estatuto de Estella, fruto igualmente del impulso nacionalista, en su artículo 17, se aceptaba que “las escuelas de los territorios de lengua vasca se utilizará el euskera como idioma vehículo de enseñanza, cursándose como asignatura en todos los grados el castellano; mientras que en las escuelas de zonas de lengua castellana se dará la enseñanza en este idioma, cursándose el euskera como asignatura en todos los grados”.
Los nacionalistas de hoy no son ni siquiera coherentes con sus primigenias concepciones del respeto a la lengua materna de los castellanohablantes. Álava es una comunidad foral que nada tiene que ver con la pretendida “Euskadi”, invento de Sabino Arana, ajeno a la realidad política, social y cultural alavesa.”