Aberri Eguna: farsa viejuna
El nacionalismo –lo hemos visto repetidas veces– es criminal, antivasco y absurdo.
El nacionalismo –hay que decirlo después de lo expuesto– es bufo.
Riámonos de él, hermanos vascos, riámonos de él a mandíbula batiente.
Víctor Pradera Larumbe
Asesinado junto con su hijo Javier en San Sebastián en septiembre de 1936
Queridos lectores de La Tribuna del País Vasco. Me hace mucha ilusión que el artículo que hace el número 100 de mi serie “El balle del ziruelo”, coincida con este que escribo ahora, dedicado a la mayor patraña que vio el último siglo de vida de los vascos de este lado de los Pirineos, o sea de los vascos españoles, que no es otra que el Aberri Eguna. El llamado Aberri Eguna o día de la patria vasca que se celebra el Domingo de Resurrección desde 1932, es la cosa más falsa que cabe imaginar, dentro de toda la falsedad en que consiste el nacionalismo vasco. Falsa por farsa, por patraña, por zafia mentira que colaron Ceferino de Jemein y Manuel de Eguileor, unos fanáticos seguidores de Sabino Arana, ya de por sí fanático el mismo, junto con su hermano, otro que tal, y que forma parte de todo un imaginario más falso que la falsa moneda con el que tienen intoxicada a la población vasca desde hace más de un siglo o, más concretamente, desde hace cuarenta años, porque nunca como tras la muerte de Franco tuvieron tanto poder.
La consiguieron colar hasta en Álava, provincia tradicionalmente castellana y española, donde pastorearon su clientelismo desde el principio de la Transición, poniendo en Vitoria la capital administrativa de todo el País Vasco, después de rebautizarla con lo de Gasteiz, nombre sin sustancia histórica conocida, y convirtiendo todos los pequeños pueblos de todas sus cuadrillas en una especie de proveedores de subvenciones, empleos y sinecuras varias, centralizadas en la Diputación Foral alavesa y en el Parlamento vasco sito también en Vitoria. Y ahí tiene mucha culpa también, todo hay que decirlo, el Estado español, por el abandono secular en que tenía sumidos a esos pueblos, que encontraron en el nacionalismo sobrevenido al flautista de Hamelín que les iba a sacar de su atraso.
Lo de Vizcaya y Guipúzcoa era ya pan comido para ellos, gracias a una intensa aculturación nacionalista respaldada por la violencia terrorista, ambas remando en el mismo sentido. La historia es conocida, pero hay que repetirla una y otra vez: el nacionalismo se ha enseñoreado del País Vasco gracias al terror autóctono y a la connivencia con los poderes de turno en España, que han conseguido del nacionalismo en Madrid, según tocara PSOE o PP, los votos necesarios para alcanzar el poder y mantenerse en él.
Y por lo que toca al Aberri Eguna, qué decir, por dónde empezar. Una farsa inventada por los seguidores de Sabino Arana y de su hermano Luis, que, por entonces, 1932, estaba siendo rehabilitado (tras su defenestración como presidente del partido en 1915, por un pufo electoral que hizo ese año, después de ocupar ese cargo desde 1908) y que vino a poner la guinda a la fusión de finales de 1930 de las dos ramas del nacionalismo, divididas en 1921. El primer Aberri Eguna supuso la apoteosis de la vuelta a la primera fila de Luis Arana en el nacionalismo vasco: recordando su papel como inspirador de su hermano. Poco después sería nombrado de nuevo presidente del partido por un año, entre 1932 y 1933. Después de él ya vino una nueva hornada de nacionalistas, más patética si cabe que la anterior, encabezada por el inefable José Antonio Aguirre y Lecube, que ha pasado a la historia de los suyos como un político de talla europea y mundial, pero al que se le pueden atribuir “hazañas” como la llamada ofensiva de Villarreal –hoy redenominada Legutiano, o Legutio, ya no lo sé–, por la que un ejército vasco, tan reluciente como ineficaz y bisoño, quiso tomar Vitoria en la Guerra Civil y acabó casi aniquilado por un aguerrido destacamento de tropas nacionales, sensiblemente inferior en número y dotación, atrincherado en la localidad que dio nombre a la batalla, por la que Aguirre recibió el sobrenombre de Napoleonchu.
En 1932 los nacionalistas recordaron los 50 años de la transmisión de la buena nueva de Luis a Sabino. Sabino había dejado escrito que había sido su hermano quien le había inspirado en 1882. Todo mentira. Tanto Sabino Arana como Luis Arana eran en 1882, año de la supuesta revelación, dos carlistas de tomo y lomo. Después, con la división en el seno del Tradicionalismo, en 1888, se hicieron integristas, integristas españoles, como lo tengo demostrado en diferentes trabajos recogidos en mi libro Sabino Arana: el padre del supremacismo vasco y que se concretará aún más si cabe en un artículo de próxima aparición en una revista académica. Solo en 1890 Sabino Arana se convenció de que no era integrista español sino integrista vasco, con lo que era imposible que en 1882 su hermano le hubiera transmitido nada, porque Luis siempre fue a remolque en todo.
Luis Arana Goiri fue el mayor farsante de la historia del nacionalismo vasco, que ya es decir. El supuesto inspirador de la teoría nacionalista representó en realidad todo lo que el nacionalismo es: falsedad, suplantación, hipocresía, ocultación y una animadversión a España que no se la creía ni él. Repasemos mínimamente su pequeña y ridícula historia, que todavía no se conoce en su verdadera dimensión pero que vamos a ir encargándonos de que se vaya conociendo poco a poco.
Luis Arana Goiri iba de ferviente católico a machamartillo como su hermano. Pero a raíz de la estancia de la familia en Barcelona, entre los años 1883 y 1888 y sobre todo a partir de este último año, cuando se quedó él solo en la ciudad condal, cuando sus hermanos Paulina y Sabino regresaron a Bilbao, tras el fallecimiento de la madre, el señorito Luis se dedicó a embaucar a una de las asistentas de la casa, llamada Josefa Alejandra Englada Hernández, natural de Urrea de Jalón, provincia de Zaragoza. Y le hizo un hijo que nació el 9 de febrero de 1893 al que pusieron el nombre de Luis. Pero como era de clase inferior y además maqueta, sin apellidos vascos, allí que la dejó con el hijo y él se vino a Bilbao, una vez terminada la carrera de Arquitectura en Barcelona. Uno de sus biógrafos, un tal Gorka Pérez de la Peña, que, cuando presentó su libro sobre el Luis Arana arquitecto, hizo declaraciones diciendo que él representaba lo que es la historiografía verdadera (están en Youtube), escribe en ese libro que Luis dejó a la mujer y al hijo en Urrea de Jalón, el pueblo originario de ella. Y que se habían casado en 1892. Así le encajaba todo y dejaba la pifia de Luis medio arreglada: al fin y al cabo se casaron. Pero esperen a que les demos el dato verdadero.
A Bilbao regresó Luis en abril de 1893, dos meses después de que naciera el hijo, e inmediatamente se puso hombro con hombro con su hermano Sabino, a quien obviamente no le contó nada de sus andanzas en Barcelona. Porque se pusieron juntos a montar un partido que sería el PNV a partir de 1895, no sin antes organizar entre los dos la primera asociación nacionalista, Euskeldun Batzokija, el primer periódico nacionalista, el Bizkaitarra, en junio de 1893 y todo ello inmediatamente después de asistir al Discurso de Larrazabal, donde Sabino presentó a unos cuantos, entre los que estaban Ramón de la Sota, el industrial y naviero bilbaíno, su nueva doctrina. Una doctrina que decía que lo primero era Dios, el Dios católico, al que los vascos solo podían aspirar si se separaban de los españoles en todo, porque estos españoles que les rodeaban –empezando por el propio Ramón de la Sota– eran gente inferior, incapaz de creer ni de tener pensamientos elevados y puros, como los de ellos.
Los estatutos del nuevo partido restringían el acceso como socios a quienes no profesaran la religión católica, guardaran los principios de su moral y de su doctrina y tuvieran los apellidos vascos, o como mínimo que los abuelos fueran naturales del País Vasco. Si no, no podrían entrar. Y eso era para los solteros o viudos, porque si se aplicaba a los casados, ahí también contarían los apellidos de la esposa. Pues resulta que Luis fue vicepresidente del partido, mano derecha de Sabino y organizador de todo, mientras tenía una mujer, natural de Urrea de Jalón y un hijo con ella, y sobre todo, y aquí viene la bomba, con la que no se había casado, lo cual quiere decir que habían vivido en concubinato, pecado gravísimo para la Iglesia y para la sociedad de entonces. Luis y Josefa no se casaron hasta el 3 de diciembre de 1898, según sabemos por el certificado de matrimonio del que hemos tenido conocimiento recientemente. Y lo hicieron en secreto, en la parroquia de San Martín Obispo de la localidad de Foronda, perteneciente al municipio de Vitoria. Como se puede comprobar consultando la página “Artxibo” del Gobierno Vasco, donde están los registros sacramentales de las parroquias vascas entre el siglo XV y 1900. Lo cual quiere decir que Luis Arana Goiri estuvo los cinco años decisivos del origen del nacionalismo vasco al lado de su hermano, incumpliendo flagrantemente los principios de la nueva ideología, tanto en lo que se refiere a la religión católica como al tema de los apellidos, porque se tenían en cuenta para clasificar a los socios también los apellidos de la esposa, como hemos dicho, pero que en este caso de Luis ni siquiera se podían aducir porque no estaban casados.
¿Cabe mayor tomadura de pelo que esta?
Pero una vez casado siguió sin vivir con su mujer e hijo. Ya que no fue hasta un año después, en noviembre de 1899, cuando se fueron a vivir juntos al País Vasco francés, donde no les conociera nadie. Entre 1893 y 1899 Luis estuvo en Bilbao con su hermano asistiendo a prácticamente todas las reuniones del partido, como meticulosamente refiere Jean-Claude Larronde en su biografía. En el País Vasco francés tuvieron otros tres hijos, Javier, Ignacio y José María. Cuando Luis Arana ya no tenía un duro, pues dilapidó en inversiones calamitosas lo heredado de sus padres, y sus amigos no le podían prestar más, se tuvo que ir a Madrid, nada menos que a Madrid, capital de la pérfida España, para ver si ganaba algo de dinero de su profesión de arquitecto. Allí tuvieron al quinto hijo, Santiago. Pero atención porque hay más: cuando nacieron los hijos del País Vasco francés, Luis aprovechó sus partidas de nacimiento para cambiar los apellidos de su mujer, a la que le puso Maria Josefa Eguaraz Hernandorena. Y cuando nació el quinto hijo, Santiago, en Madrid, Luis aprovechó también y le cambió a su mujer su lugar de nacimiento: ya no aparecía que era de Urrea de Jalón, Zaragoza, sino de Tudela, Navarra.
En Madrid estuvieron solo seis meses, porque vivían en un ático y pasaban mucho calor a la entrada del verano, según decía Luis en sus cartas. Así que se trasladaron a Vitoria. Consiguió ser nombrado en 1908 presidente del PNV, lo cual desmiente que lo suyo era ir de número dos, como dicen algunos de sus biógrafos. Le gustaba mandar. Le echaron de la presidencia en 1915 por un chanchullo electoral, que no se conoció hasta los años ochenta del siglo XX, ya que los estudiosos del nacionalismo siempre han sido los que han tenido acceso a las fuentes, celosamente guardadas por el partido, y hacía falta mucha suerte, el paso del tiempo y que se colara de rondón algo de lo poco que se iba sabiendo, para que quienes veíamos desde fuera todo el montaje pudiéramos ir atando cabos.
La historia oficiosa del PNV está en un libro que se llama El péndulo patriótico. Pues cuidado con ese libro porque está hecho desde el partido y la defenestración de Luis, por ejemplo, se disfraza en el índice, no se ve. De hecho, está dentro de un capítulo titulado “Euforia, 1915-1919”.
Luis Arana Goiri no le dijo nada a su hermano Sabino de lo que venía haciendo con su vida privada hasta que Sabino se casó y se fue de viaje de novios en febrero de 1900 a Lourdes. Para entonces, Luis ya estaba allí, donde llegó con su mujer y su hijo a finales de 1899. Allí los dos recién casados cayeron enfermos y llamaron a la familia en busca de ayuda. Se presentó Luis y al día siguiente su mujer y su hijo, que cumplía entonces 7 años, como lo sabemos por una carta que fue censurada en las Obras Completas de Sabino Arana Goiri, pero que conocemos por otras fuentes. La prueba de que no le había dicho nada está en que en la división de la herencia entre los tres hermanos que habitaban la casa familiar, esto es Luis, Paulina y Sabino, en septiembre de 1899, todavía constaba Luis como “soltero”, cuando en realidad llevaba casi un año casado. Y encima, cuando Sabino Arana empezó a flirtear con la que luego sería su mujer, Nicolasa Achica-Allende, en el año 1899, Luis se permitió oponerse, junto con el resto de sus hermanas, al noviazgo de Sabino porque estaba saliendo con una aldeana. Ese era Luis.
Ya seguiremos en otro momento con más anécdotas que nos muestran quién era Luis. Como la de que sus tres hijos se casaron todos con maketas, por ejemplo. Y este fue el que dicen que le inculcó a su hermano Sabino la ideología nacionalista. Todo falso, como la propia ideología que representan. Luis Arana Goiri es la mejor representación de todo lo que es y significa el nacionalismo vasco que conocemos.
El nacionalismo –lo hemos visto repetidas veces– es criminal, antivasco y absurdo.
El nacionalismo –hay que decirlo después de lo expuesto– es bufo.
Riámonos de él, hermanos vascos, riámonos de él a mandíbula batiente.
Víctor Pradera Larumbe
Asesinado junto con su hijo Javier en San Sebastián en septiembre de 1936
Queridos lectores de La Tribuna del País Vasco. Me hace mucha ilusión que el artículo que hace el número 100 de mi serie “El balle del ziruelo”, coincida con este que escribo ahora, dedicado a la mayor patraña que vio el último siglo de vida de los vascos de este lado de los Pirineos, o sea de los vascos españoles, que no es otra que el Aberri Eguna. El llamado Aberri Eguna o día de la patria vasca que se celebra el Domingo de Resurrección desde 1932, es la cosa más falsa que cabe imaginar, dentro de toda la falsedad en que consiste el nacionalismo vasco. Falsa por farsa, por patraña, por zafia mentira que colaron Ceferino de Jemein y Manuel de Eguileor, unos fanáticos seguidores de Sabino Arana, ya de por sí fanático el mismo, junto con su hermano, otro que tal, y que forma parte de todo un imaginario más falso que la falsa moneda con el que tienen intoxicada a la población vasca desde hace más de un siglo o, más concretamente, desde hace cuarenta años, porque nunca como tras la muerte de Franco tuvieron tanto poder.
La consiguieron colar hasta en Álava, provincia tradicionalmente castellana y española, donde pastorearon su clientelismo desde el principio de la Transición, poniendo en Vitoria la capital administrativa de todo el País Vasco, después de rebautizarla con lo de Gasteiz, nombre sin sustancia histórica conocida, y convirtiendo todos los pequeños pueblos de todas sus cuadrillas en una especie de proveedores de subvenciones, empleos y sinecuras varias, centralizadas en la Diputación Foral alavesa y en el Parlamento vasco sito también en Vitoria. Y ahí tiene mucha culpa también, todo hay que decirlo, el Estado español, por el abandono secular en que tenía sumidos a esos pueblos, que encontraron en el nacionalismo sobrevenido al flautista de Hamelín que les iba a sacar de su atraso.
Lo de Vizcaya y Guipúzcoa era ya pan comido para ellos, gracias a una intensa aculturación nacionalista respaldada por la violencia terrorista, ambas remando en el mismo sentido. La historia es conocida, pero hay que repetirla una y otra vez: el nacionalismo se ha enseñoreado del País Vasco gracias al terror autóctono y a la connivencia con los poderes de turno en España, que han conseguido del nacionalismo en Madrid, según tocara PSOE o PP, los votos necesarios para alcanzar el poder y mantenerse en él.
Y por lo que toca al Aberri Eguna, qué decir, por dónde empezar. Una farsa inventada por los seguidores de Sabino Arana y de su hermano Luis, que, por entonces, 1932, estaba siendo rehabilitado (tras su defenestración como presidente del partido en 1915, por un pufo electoral que hizo ese año, después de ocupar ese cargo desde 1908) y que vino a poner la guinda a la fusión de finales de 1930 de las dos ramas del nacionalismo, divididas en 1921. El primer Aberri Eguna supuso la apoteosis de la vuelta a la primera fila de Luis Arana en el nacionalismo vasco: recordando su papel como inspirador de su hermano. Poco después sería nombrado de nuevo presidente del partido por un año, entre 1932 y 1933. Después de él ya vino una nueva hornada de nacionalistas, más patética si cabe que la anterior, encabezada por el inefable José Antonio Aguirre y Lecube, que ha pasado a la historia de los suyos como un político de talla europea y mundial, pero al que se le pueden atribuir “hazañas” como la llamada ofensiva de Villarreal –hoy redenominada Legutiano, o Legutio, ya no lo sé–, por la que un ejército vasco, tan reluciente como ineficaz y bisoño, quiso tomar Vitoria en la Guerra Civil y acabó casi aniquilado por un aguerrido destacamento de tropas nacionales, sensiblemente inferior en número y dotación, atrincherado en la localidad que dio nombre a la batalla, por la que Aguirre recibió el sobrenombre de Napoleonchu.
En 1932 los nacionalistas recordaron los 50 años de la transmisión de la buena nueva de Luis a Sabino. Sabino había dejado escrito que había sido su hermano quien le había inspirado en 1882. Todo mentira. Tanto Sabino Arana como Luis Arana eran en 1882, año de la supuesta revelación, dos carlistas de tomo y lomo. Después, con la división en el seno del Tradicionalismo, en 1888, se hicieron integristas, integristas españoles, como lo tengo demostrado en diferentes trabajos recogidos en mi libro Sabino Arana: el padre del supremacismo vasco y que se concretará aún más si cabe en un artículo de próxima aparición en una revista académica. Solo en 1890 Sabino Arana se convenció de que no era integrista español sino integrista vasco, con lo que era imposible que en 1882 su hermano le hubiera transmitido nada, porque Luis siempre fue a remolque en todo.
Luis Arana Goiri fue el mayor farsante de la historia del nacionalismo vasco, que ya es decir. El supuesto inspirador de la teoría nacionalista representó en realidad todo lo que el nacionalismo es: falsedad, suplantación, hipocresía, ocultación y una animadversión a España que no se la creía ni él. Repasemos mínimamente su pequeña y ridícula historia, que todavía no se conoce en su verdadera dimensión pero que vamos a ir encargándonos de que se vaya conociendo poco a poco.
Luis Arana Goiri iba de ferviente católico a machamartillo como su hermano. Pero a raíz de la estancia de la familia en Barcelona, entre los años 1883 y 1888 y sobre todo a partir de este último año, cuando se quedó él solo en la ciudad condal, cuando sus hermanos Paulina y Sabino regresaron a Bilbao, tras el fallecimiento de la madre, el señorito Luis se dedicó a embaucar a una de las asistentas de la casa, llamada Josefa Alejandra Englada Hernández, natural de Urrea de Jalón, provincia de Zaragoza. Y le hizo un hijo que nació el 9 de febrero de 1893 al que pusieron el nombre de Luis. Pero como era de clase inferior y además maqueta, sin apellidos vascos, allí que la dejó con el hijo y él se vino a Bilbao, una vez terminada la carrera de Arquitectura en Barcelona. Uno de sus biógrafos, un tal Gorka Pérez de la Peña, que, cuando presentó su libro sobre el Luis Arana arquitecto, hizo declaraciones diciendo que él representaba lo que es la historiografía verdadera (están en Youtube), escribe en ese libro que Luis dejó a la mujer y al hijo en Urrea de Jalón, el pueblo originario de ella. Y que se habían casado en 1892. Así le encajaba todo y dejaba la pifia de Luis medio arreglada: al fin y al cabo se casaron. Pero esperen a que les demos el dato verdadero.
A Bilbao regresó Luis en abril de 1893, dos meses después de que naciera el hijo, e inmediatamente se puso hombro con hombro con su hermano Sabino, a quien obviamente no le contó nada de sus andanzas en Barcelona. Porque se pusieron juntos a montar un partido que sería el PNV a partir de 1895, no sin antes organizar entre los dos la primera asociación nacionalista, Euskeldun Batzokija, el primer periódico nacionalista, el Bizkaitarra, en junio de 1893 y todo ello inmediatamente después de asistir al Discurso de Larrazabal, donde Sabino presentó a unos cuantos, entre los que estaban Ramón de la Sota, el industrial y naviero bilbaíno, su nueva doctrina. Una doctrina que decía que lo primero era Dios, el Dios católico, al que los vascos solo podían aspirar si se separaban de los españoles en todo, porque estos españoles que les rodeaban –empezando por el propio Ramón de la Sota– eran gente inferior, incapaz de creer ni de tener pensamientos elevados y puros, como los de ellos.
Los estatutos del nuevo partido restringían el acceso como socios a quienes no profesaran la religión católica, guardaran los principios de su moral y de su doctrina y tuvieran los apellidos vascos, o como mínimo que los abuelos fueran naturales del País Vasco. Si no, no podrían entrar. Y eso era para los solteros o viudos, porque si se aplicaba a los casados, ahí también contarían los apellidos de la esposa. Pues resulta que Luis fue vicepresidente del partido, mano derecha de Sabino y organizador de todo, mientras tenía una mujer, natural de Urrea de Jalón y un hijo con ella, y sobre todo, y aquí viene la bomba, con la que no se había casado, lo cual quiere decir que habían vivido en concubinato, pecado gravísimo para la Iglesia y para la sociedad de entonces. Luis y Josefa no se casaron hasta el 3 de diciembre de 1898, según sabemos por el certificado de matrimonio del que hemos tenido conocimiento recientemente. Y lo hicieron en secreto, en la parroquia de San Martín Obispo de la localidad de Foronda, perteneciente al municipio de Vitoria. Como se puede comprobar consultando la página “Artxibo” del Gobierno Vasco, donde están los registros sacramentales de las parroquias vascas entre el siglo XV y 1900. Lo cual quiere decir que Luis Arana Goiri estuvo los cinco años decisivos del origen del nacionalismo vasco al lado de su hermano, incumpliendo flagrantemente los principios de la nueva ideología, tanto en lo que se refiere a la religión católica como al tema de los apellidos, porque se tenían en cuenta para clasificar a los socios también los apellidos de la esposa, como hemos dicho, pero que en este caso de Luis ni siquiera se podían aducir porque no estaban casados.
¿Cabe mayor tomadura de pelo que esta?
Pero una vez casado siguió sin vivir con su mujer e hijo. Ya que no fue hasta un año después, en noviembre de 1899, cuando se fueron a vivir juntos al País Vasco francés, donde no les conociera nadie. Entre 1893 y 1899 Luis estuvo en Bilbao con su hermano asistiendo a prácticamente todas las reuniones del partido, como meticulosamente refiere Jean-Claude Larronde en su biografía. En el País Vasco francés tuvieron otros tres hijos, Javier, Ignacio y José María. Cuando Luis Arana ya no tenía un duro, pues dilapidó en inversiones calamitosas lo heredado de sus padres, y sus amigos no le podían prestar más, se tuvo que ir a Madrid, nada menos que a Madrid, capital de la pérfida España, para ver si ganaba algo de dinero de su profesión de arquitecto. Allí tuvieron al quinto hijo, Santiago. Pero atención porque hay más: cuando nacieron los hijos del País Vasco francés, Luis aprovechó sus partidas de nacimiento para cambiar los apellidos de su mujer, a la que le puso Maria Josefa Eguaraz Hernandorena. Y cuando nació el quinto hijo, Santiago, en Madrid, Luis aprovechó también y le cambió a su mujer su lugar de nacimiento: ya no aparecía que era de Urrea de Jalón, Zaragoza, sino de Tudela, Navarra.
En Madrid estuvieron solo seis meses, porque vivían en un ático y pasaban mucho calor a la entrada del verano, según decía Luis en sus cartas. Así que se trasladaron a Vitoria. Consiguió ser nombrado en 1908 presidente del PNV, lo cual desmiente que lo suyo era ir de número dos, como dicen algunos de sus biógrafos. Le gustaba mandar. Le echaron de la presidencia en 1915 por un chanchullo electoral, que no se conoció hasta los años ochenta del siglo XX, ya que los estudiosos del nacionalismo siempre han sido los que han tenido acceso a las fuentes, celosamente guardadas por el partido, y hacía falta mucha suerte, el paso del tiempo y que se colara de rondón algo de lo poco que se iba sabiendo, para que quienes veíamos desde fuera todo el montaje pudiéramos ir atando cabos.
La historia oficiosa del PNV está en un libro que se llama El péndulo patriótico. Pues cuidado con ese libro porque está hecho desde el partido y la defenestración de Luis, por ejemplo, se disfraza en el índice, no se ve. De hecho, está dentro de un capítulo titulado “Euforia, 1915-1919”.
Luis Arana Goiri no le dijo nada a su hermano Sabino de lo que venía haciendo con su vida privada hasta que Sabino se casó y se fue de viaje de novios en febrero de 1900 a Lourdes. Para entonces, Luis ya estaba allí, donde llegó con su mujer y su hijo a finales de 1899. Allí los dos recién casados cayeron enfermos y llamaron a la familia en busca de ayuda. Se presentó Luis y al día siguiente su mujer y su hijo, que cumplía entonces 7 años, como lo sabemos por una carta que fue censurada en las Obras Completas de Sabino Arana Goiri, pero que conocemos por otras fuentes. La prueba de que no le había dicho nada está en que en la división de la herencia entre los tres hermanos que habitaban la casa familiar, esto es Luis, Paulina y Sabino, en septiembre de 1899, todavía constaba Luis como “soltero”, cuando en realidad llevaba casi un año casado. Y encima, cuando Sabino Arana empezó a flirtear con la que luego sería su mujer, Nicolasa Achica-Allende, en el año 1899, Luis se permitió oponerse, junto con el resto de sus hermanas, al noviazgo de Sabino porque estaba saliendo con una aldeana. Ese era Luis.
Ya seguiremos en otro momento con más anécdotas que nos muestran quién era Luis. Como la de que sus tres hijos se casaron todos con maketas, por ejemplo. Y este fue el que dicen que le inculcó a su hermano Sabino la ideología nacionalista. Todo falso, como la propia ideología que representan. Luis Arana Goiri es la mejor representación de todo lo que es y significa el nacionalismo vasco que conocemos.