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Arturo Aldecoa Ruiz
Lunes, 10 de Abril de 2023 Tiempo de lectura:

El mito de la hidalguía universal vizcaína y sus consecuencias

En 2026 celebraremos el quinto centenario del Fuero Nuevo de Vizcaya, piedra angular del Señorío desde el siglo XVI. Sin el Fuero, resulta imposible entender nuestra historia y el papel de los vizcaínos y, de rebote, también del resto de los vascos, en la monarquía española. El Fuero ha generado no solo grandes afecciones sentimentales y políticas, sino también duras polémicas y enfrentamientos, y su eco legal llega hasta el presente en forma de “derechos históricos”, recogidos en la Constitución española de 1978.

 

Para comprender la Vizcaya y País Vasco actuales y las ideas sobre ellos que conforman  nuestro imaginario colectivo debemos entender el Fuero y las circunstancias de su tiempo, pues su génesis ha tenido lugar de forma paralela.

 

Entre esas ideas colectivas, fruto de las necesidades políticas del momento y de un deseo de ennoblecer el pasado al margen de la realidad histórica (una costumbre muy extendida en las monarquías y sociedades de finales de la edad media y comienzos del Renacimiento que les llevaba a inventarse todo tipo de hechos y documentos históricos para aumentar el prestigio de la sociedad o de sus casas gobernantes) destaca la afirmación en nuestra sociedad vizcaína y vasca de la existencia inmemorial de una tradición igualitarista, una suerte de democracia representativa en la época feudal.

 

Los mitos siempre destacan aquello que importa en la sociedad que los genera y por eso suelen ser bien recibidos y creídos como artículos de fe.

 

Entre los siglos XIII y XVI, tiempos en los que la religión, la antigüedad histórica y la limpieza de sangre eran importantes, se recurrió a diversos mitos para “diseñar” un pasado noble a medida de las necesidades políticas del Señorío de Vizcaya.

 

[Img #24009]Por un lado se usó el llamado “tubalismo” (afirmación del poblamiento inicial de nuestra tierra por Tubal, nieto de Noé), y defender que los vizcaínos (entiéndase, de forma genérica, vascos) fuimos desde el principio monoteístas adoradores del dios único de la Biblia, y por ello, casi cristianos antes de Cristo, y que nuestra antigüedad era tal que “no datábamos” (que estábamos aquí desde poco después del Diluvio Universal, siendo el euskera una de las lenguas surgidas de la dispersión de la Torre de Babel, o incluso la propia lengua perfecta hablada en el Paraíso terrenal por la divinidad y Adán y Eva, como se llegó a afirmar).

 

Por otro lado se utilizó el “vasco-cantabrismo” para afirmar  que habíamos sido los más feroces enemigos de Roma: nunca invadidos ni domeñados por  los extranjeros  y que éramos en realidad los únicos españoles cuya sangre estaba limpia de mezcla con razas extrañas.

 

Muchísima gente aceptó con gusto estas ideas como hechos incontestables y aún en nuestros tiempos hay ecos de las mismas en algunas publicaciones y discursos.

 

A partir de mediados del siglo XVIII y durante el siglo XIX,  al perder en parte importancia la religión, dos nuevas ideas de prestigio histórico cobraron peso en el imaginario colectivo vizcaíno y vasco, aunque sin que desaparecieran del todo las anteriores: la “raza vasca” y el “igualitarismo”.

 

La “raza vasca” fue un mito que hoy apenas se menciona, pues tras las barbaries nazis de la Segunda Guerra Mundial dejó de mantenerse por resultar inaceptable en las sociedades democráticas europeas.

 

El mito de nuestro presunto “igualitarismo” primitivo y el carácter representativo inmemorial de nuestras asambleas, presuponía que nuestras leyes y costumbres se habían anticipado a las Revoluciones Americana y Francesa y a la igualdad de derechos de todos los ciudadanos. El mito del igualitarismo permanece hoy como un referente político vasco.

 

Buscándole un origen, se le hace entroncar con su proclamación por el Fuero Nuevo al reconocer en 1526 la hidalguía universal de todos los naturales del Señorío de Vizcaya. ¿Qué mayor igualdad que reconocer que desde la noche de los tiempos éramos todos iguales y nobles?

 

Pero, ¿se proclamó la hidalguía universal en el Fuero nuevo realmente por haber existido con anterioridad un igualitarismo vizcaíno o fueron otras las causas que motivaron su aprobación? Los hidalgos eran la baja nobleza de la sociedad estamental feudal y tener tal condición reportaba grandes ventajas legales y económicas a sus poseedores.

 

¿Cuántos hidalgos había en la península en aquella época? A finales de la Edad Media en Castilla era hidalga cerca del 16% de la población. Muchos hidalgos vivían en la cornisa cantábrica y aledaños. Un censo de 1591 señalaba que el 76% de la población asturiana y el 86% de la cántabra era hidalga. En Vizcaya y Guipúzcoa antes de 1526 también había bastantes hidalgos, pero las cifras eran porcentualmente menores a las de sus regiones vecinas.

 

Abundaban también los hidalgos en las montañas del norte de Burgos, donde suponían entre el 50 y 70% de los habitantes. También eran mayoría en algunos valles altos de Navarra, Lapurdi y Zuberoa. En cambio, en Álava los hidalgos solo suponían el 25% de la población.

 

Así que la hidalguía no era una característica específica de las sociedades vizcaína o vasca respecto a sus vecinas. Sabemos también por el Fuero Viejo de Vizcaya que había en el Señorío “pecheros”, gente común no hidalga.

 

Cuando el Fuero Nuevo de Vizcaya estableció la hidalguía universal de los vizcaínos por el hecho de serlo, y no por concesión real, supuso un cambio sustancial. Surgieron fuera del Señorío tanto críticas (pues era obviamente algo creado “ex novo” aprovechando el peso e influencia de los vizcaínos en la Corte del Emperador Carlos) como intentos de imitarla, pero los otros territorios vascos y Navarra siguieron caminos diferentes.

 

Guipúzcoa promulgó la hidalguía universal para sus habitantes en 1610, pero no así Álava, donde el 25% de hidalgos se opuso repetidamente a la extensión de sus privilegios al conjunto de la población. Tampoco Navarra cambió su situación.

 

Entonces, si la hidalguía universal no era una característica social anterior a la promulgación del Fuero Nuevo, ¿Cual fue la causa de la extensión general de la hidalguía en Vizcaya?

 

Como suele suceder, fue el interés político de la clase entonces dirigente del Señorío, los jauntxos, los famosos y sanguinarios Parientes Mayores banderizos vascos derrotados tras sus dos siglos de guerras contra las villas y el poder señorial (poder desde el siglo XIV en manos del monarca castellano).

 

A finales del siglo XV, con Vizcaya en vías de pacificación, continuaban los recelos y disputas entre las triunfantes villas y los jauntxos que controlaban las anteiglesias y, a través de las mismas, las Juntas Generales. En 1489, las villas acordaron no volver a concurrir a las Juntas. Incluso llegaron a intentar desvincularse del Señorío, algo que la monarquía castellana frenó pues no quería que Vizcaya se debilitara, pues era uno de los puntales de la Corona.

 

Fue con esa situación de ruptura entre villas y tierra llana cuando en 1526 las Juntas Generales, estando presentes únicamente representantes de las anteiglesias, acordaron actualizar el Fuero Viejo.

 

Para ello, nombraron una comisión de letrados y en un brevísimo plazo aprobaron el Fuero Nuevo. Éste estableció la base legal del derecho público y privado en el Señorío. Se aplicó tanto a la tierra llana como a las villas (salvo en el derecho privado de éstas, pues regía el de Castilla) y detalló el derecho aplicable a los cargos y ámbitos que controlaban los jauntxos, confirmando de facto su control político del territorio. ¿Lo aceptarían las villas, que pese a ser ricas y muy pobladas estarían en minoría? Para lograrlo se les planteó, en la más pura filosofía de Vito Corleone, una oferta que no podrían rechazar, pues sus habitantes se negarían a perder semejante ventaja.

 

Las Leyes 13 y 16 del Título I del Fuero convertían a todo vizcaíno, fuera natural de anteiglesia o de villa, en hidalgo. Se trataba de un beneficioso cambio de estatus legal para los plebeyos, imposible de rechazar en aquella sociedad estamental. Así que el cambio del Fuero, sancionado rápidamente por el Rey se aceptó por las villas, aunque éstas  siguieron ausentes de las Juntas y enfrentadas a las mismas durante decenios, hasta llegar a un arreglo con la Concordia de 1630.

 

De un plumazo, desde 1526 todos los vizcaínos se convirtieron en nobles. Naturalmente, la mayoría eran nobles muy humildes y hasta pobres de solemnidad, y su hidalguía no impedía que tuvieran que trabajar y tener un oficio. Muy diferentes a los nobles Parientes Mayores, ricos, con recursos y un férreo control de las instituciones. Pero todos eran iguales en teoría.

 

Con el tiempo, el imaginario social acabó asumiendo y extendiendo admirada esa igualdad en la nobleza (que no en la fortuna) como prueba de un imaginario igualitarismo primigenio. Nadie se preguntó el por qué los Parientes Mayores la promovieron, y qué obtenían a cambio. Como si algo así se diera gratis en una sociedad ferozmente estamental como la del Antiguo Régimen.

 

Asumidos los mitos como raíz propia de la sociedad vizcaína (y vasca en general), se volvieron su seña de identidad, y cada vez que algún escrito de eruditos foráneos los cuestionaba se rechazaban como ofensas y falsedades, se ignoraban y se descalificada a sus autores y a quienes los aceptaran.

 

Me hubiera encantado conocer al genio político al servicio de los jauntxos, digno rival de su contemporáneo Maquiavelo, que ideó la estratagema para conseguir que con el Fuero Nuevo los nobles “de verdad” mantuvieran el control total del Señorío, y que las ricas villas siguieran siendo minoritarias en las Juntas.

 

La hidalguía universal de los vizcaínos fue una jugada maestra de los Parientes Mayores, y consiguió ser aceptada sin que se cuestionaran sus intenciones. Aún hoy en día se atribuye muchas veces la misma a un fabulado igualitarismo histórico.

 

Hoy las consecuencias de está singularidad histórica son aceptadas por todos, pero es bueno conocer el origen real del mito y no caer bajo el embrujo de pasados imaginarios, ni dejar la política cautiva de los sueños y voces ancestrales, que como las sirenas en la Odisea tienden a llevar a los pueblos a peligrosos arrecifes donde pueden naufragar.

 

Como escribió Lampedusa en El Gatopardo a veces es necesario cambiar algo para que todo permanezca igual. Y si nadie advierte las intenciones del cambio, como sucedió en Vizcaya en 1526, mayor es la victoria, pues parece natural.

 

Arturo Aldecoa Ruiz.  Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019

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