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Arturo Aldecoa Ruiz
Miércoles, 19 de Abril de 2023 Tiempo de lectura:

De brujos, brujas y chamanes

Los lectores que peinan canas recordarán un éxito editorial de los años sesenta titulado en nuestro país El retorno de los brujos, un libro fantasioso que llegó a vender más de dos millones de ejemplares y creó escuela en un género cajón de sastre llamado realismo fantástico (ya saben, historias que mezclan magia, ovnis, pseudoarqueología, parapsicología, sectas...). El libro es lo de menos, lo importante es lo que implica su título: si volvían los brujos, ¿es que se habían ido?

 

En realidad, nunca se fueron, siguen aquí integrados en nuestra sociedad actual y cosmopolita. El asunto es que se han modernizado. Han cambiado de nombre y formato de negocio para seguir embaucando. Hoy ya no se ocultan en torreones húmedos y chozas sombrías en mitad de un oscuro bosque, para preparar pócimas y lanzar hechizos destinados a engañar a incautos y sacarles los cuartos, sino que pisan moqueta, ocupan despachos oficiales y controlan (y ordeñan) el presupuesto público. Siempre les delata su avaricia de oro, de poder y de lujos, curiosamente similar a la que los cuentos atribuyen a los dragones. Ya no vuelan montados en una escoba o lanzando conjuros que los eleven por los aires. Viajan en avión en primera clase.

 

Antaño nuestros brujos, brujas y chamanes no necesitaban tener una capacidad real de hacer magia, un poder que nunca habían poseído pues la magia no existe. Solo precisaban que el vulgo les temiera y creyera en ellos, asumiendo que su charlatanería eran conjuros de gran poder capaces de cambiar la realidad y el curso de la naturaleza. Algo que fácilmente conseguían con una buena puesta en escena y, sobre todo, gracias a la inestimable ayuda de la Iglesia, empeñada en dar por reales sus poderes y pactos con el maligno para luego perseguirlos, pues la jerarquía religiosa (católica y, sobre todo, protestante) sabía que nada atrae más a los fieles sencillos que un buen auto de fe para quemar hechiceros.

 

Así, los brujos fueron tirando con su negocio gracias a la credulidad general, hasta que llegó la modernidad, la ciencia y la técnica. ¿Desaparecieron entonces, como parecería lógico, esfumándose como las sombras ante la luz eléctrica?

 

Pues no, se adaptaron a las nuevas condiciones, ya que seguían teniendo clientela. El número de crédulos siempre es alto. Recuerden el significado de la parte izquierda de la gráfica de la “campana de Gauss”, que todos estudiamos en matemáticas en el colegio: siempre hay tontos a los que engañar.

 

En nuestra sociedad laica y mediática del siglo XXI aún existen brujos, brujas y chamanes. Ya nadie les persigue. A nadie preocupan como nigromantes, e incluso hasta la Iglesia les ha olvidado. Pero siguen aquí. Son gentes que atribuyen a sus palabras un falso poder y sacan réditos de ello, pero ahora no pretenden engatusar solo a cuatro almas cándidas para cobrarles un pollo. Hoy funcionan a otra escala y, gracias a los medios de comunicación de masas, a los que nada encanta más que un buen demagogo o demagoga que genere titulares y polémicas, embaucan a muchos electores.

 

Hoy, a nuestros hechiceros ya no les interesa pactar con el maligno (¿quién es ese?), ni organizar akelarres (abominable maltrato animal), ni preparar ungüentos (para eso está la farmacia) ni realizar invocaciones y ensalmos (amigo, si tiene usted problemas, búsquese un psicólogo, un médico o un abogado). Hoy se dedican a cosas mucho más rentables. Por ejemplo, fundar partidos, presentarse a elecciones, hacer coaliciones electorales, participar en gobiernos o apoderarse de países. Y ya nadie les llama brujos, sino líderes y lideresas. En concreto, Líderes populistas. Seguro que el lector conoce muchos y muchas.

 

Su secreto es conseguir que la gente crea que sus palabras esconden un poder oculto por el simple hecho de ser pronunciadas. Antes tendían a decir las cosas en latín o en lenguas inventadas porque para el vulgo lo que no se entiende parece más eficaz o profundo. Hoy han aprendido retórica y marketing, dominan lenguas modernas, que utilizan para crear “palabros” arcanos que significan cosas inconcretas, triunfan en los mass media y son maestros en el arte de decir una cosa y su contraria en la misma frase sin que chirríe su discurso. Su arte es la magia de vender palabrería, simple aire.

 

Hace mil años, lo hacían con gestos y palabras misteriosas. Hoy, con puestas en escena y discursos tremendistas o buenistas (según convenga) y siempre vacuos. El discurso lo aguanta todo, con tal de que no calles y sigas haciendo afirmaciones y promesas en continuo porque a la audiencia se le van olvidando las anteriores ante la avalancha verbal. Nuestros brujos, brujas y chamanes patrios son como los antiguos vendedores de feria, pero apoyados en las tecnologías mediáticas y en la demanda continua de nuevos titulares de los medios de comunicación. La palabra mágica ya no es decir “abracadabra”, sino lanzar un tuit.

 

En esta modernidad líquida que disfrutamos, los brujos, brujas y chamanes cuentan además con un aliado mucho más poderoso que la Iglesia en la antigüedad: unos medios de comunicación que reproducen en pie de igualdad la tontería dicha por un brujo ignorante y lo afirmado por un experto.

 

Con una errónea interpretación de la libertad de expresión, muchos medios actúan a veces como si, dado que todo es opinable en una sociedad democrática,  de rebote toda afirmación es igual de válida y todas son de similar peso mediático. Confunden la libertad y el respeto a las opiniones con su equivalencia, poniendo al mismo nivel profundas tonterías y afirmaciones fundadas en datos como si fueran complementarias, con lo que generan una enorme desinformación en la sociedad para provecho de magos, magas y desaprensivos diversos.

 

Por ello, a muchos medios no les importa tanto el tema del que hablen nuestros magos y magas ni su ignorancia al respecto, sino si lo hacen con el discurso teatral que desea la audiencia, y garantizan cuota de pantalla, que es de lo que se trata. Recuerden los esperpentos mediáticos que hemos visto con la pandemia y los que últimamente comprobamos cada día en la política.

 

Hoy los medios y las redes sociales son el paraíso de los falsarios, el nirvana de los brujos populistas. Más de una democracia en Occidente ha estado controlada últimamente por gentes de este pelo, vendedores de aire, que engañan con su verborrea a los ciudadanos. Si un país democrático se enfrenta a un problema o una crisis con un brujo o bruja al frente, este sigue siempre la misma receta.

 

Lanza en primer lugar un conjuro ideológico, que demuestra que todo se origina no por errores o equivocaciones propias (él o ella no se equivocan nunca), sino que nacen de un ataque de fuerzas oscuras provenientes del exterior (que nos envidia) o, aún peor, por una conspiración de enemigos internos (que también nos odian).  

 

Dejada bien clara su falta de responsabilidad en el origen del problema, el dirigente populista proclama en segundo lugar su eslogan – jaculatoria,  que resume la solución del asunto en una frase “de poder” (muy corta si es posible, ya que sus seguidores deben aprenderla y repetirla). Tal parece la virtud del eslogan a su clientela que por su sola enunciación creen que ya dispone al asunto para su inminente arreglo.

 

Finalmente, en tercer lugar, el brujo presenta su receta mágica para materializar las medidas derivadas de la jaculatoria que van a ser el bálsamo de Fierabrás que lo arregle todo. Receta que casi siempre pasa por culpar a terceros, aprovechar la situación para aumentar su poder y hacer alguna que otra purga interna. Y es que un brujo sabio no se fía nunca del todo de sus acólitos, gentes mercenarias que pueden esconder insanas ambiciones. Lo mejor es eliminarlos periódicamente.

 

Un brujo o bruja moderno no solucionan ningún problema, pero con sus acciones crean continuamente otros nuevos y más graves que acaban enterrando y haciendo olvidar los antiguos. Pero ¿a quién le preocupan problemas anteriores, teniendo otros más recientes?

 

Como escribió el filósofo Mario Bunge, en nuestro mundo “ya no queda lugar para brujos y chamanes. A no ser la política.”

 

Este año hay en España diversas elecciones. Si el lector quiere gratuitamente ser espectador de los trucos de nuestros brujos, brujas y chamanes mediáticos, lo tiene fácil: encienda la televisión y vea el próximo noticiario. Pero recuerde que la magia no existe y todo lo que ve y escucha es simple truco y palabrería. Y cuando llegue la hora de votar procure no elegir ni a un “hombre medicina” ni a una maga por mucho que le sonrían y prometan la piedra filosofal que convertirá todo en oro, no la han tenido nunca.

 

Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019

 

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