El malvís de Sabino Arana
El malvís, también llamado tordo o zorzal, es un pájaro que atraviesa España en otoño, procedente del norte de Europa, previendo los rigores del invierno, que los pasa en zonas más templadas del norte de África. Dadas sus aficiones cinegéticas, está documentado que Sabino Arana conocía esta especie porque sabemos que se hizo con, al menos, uno de estos ejemplares, al que le preparó una jaula en su casa de Jardines de Albia, casa que ocupaba el solar donde hoy se erige la sede central del PNV en Bilbao: la Sabin Echea. El pájaro en cuestión se caracteriza por su canto, que debería ser la razón por la que lo quería tener Sabino Arana enjaulado: para que les deleitara con su canto. Pero lo que queda fuera de toda duda es que los malvises, también llamados zorzales o tordos, no son pájaros vascos precisamente.
El encuentro entre el malvís y Sabino Arana nos lo cuenta su hermano Luis en una carta dirigida a Engracio de Aranzadi de 30 de abril de 1897: “Pensaba mi hermano escribirle a V., y yo creía que a mí no se me pasaría el día siguiente sin contestar a su carta felicitándole de todo corazón por su triunfo [se refería a la obtención por parte de Aranzadi de una plaza de oficial en la Diputación de Guipúzcoa, a pesar de las objeciones políticas de su presidente, el liberal sagastino Machimbarrena], pero siempre me sucede lo mismo que por una causa o por otra dejo para el día siguiente todo lo que debo hacer al momento. Una vez más me confieso, y digo que soy un vago para escribir, sobre todo. Y mi hermano tampoco le disculpo porque con mucho calor tomó el que le escribiría a V. felicitándole, y resulta que hace días que no hace otra cosa que trabajar de carpintero haciendo una jaula para una malvís”.
Luis Arana decía “una malvís”, pero malvís es masculino, según el diccionario de la RAE. En cualquier caso, lo importante aquí es la consideración del término “vago”, que se lo atribuye a sí mismo y a su propio hermano. Y además, en el caso de Sabino, por estar haciendo una jaula para un pájaro, que es una tarea que ya en sí es hacer algo y que además te puede liberar un poco de otros pensamientos más engorrosos. Quiere decirse que no tendría por qué considerarse a la persona que haga eso como alguien vago. Otra cosa es que le dedique al tema un número de días que haga que descuides tus obligaciones principales, como parece que es el caso.
Sobre el tema de la vagancia o la pereza ya sabemos que Sabino Arana tiene su propia vara de medir. Es conocido cómo consideraba a los maketos “vagos por naturaleza” (Bizkaitarra, OC, 326). Y a los españoles, que son la versión de los maketos que no viven en el País Vasco, también los llama así: “el español, perezoso y vago (contemplad sus inmensas llanuras desprovistas en absoluto de vegetación)” (Bizkaitarra, OC, 627). Es curioso que asocie la vagancia y la pereza con el hecho de que el paisaje esté desprovisto de vegetación, como si la vegetación fuera puesta por el hombre y no producto del clima y el suelo. Otra cosa es que hablara de cultivos, pero no, habla de vegetación. El País Vasco, si es frondoso, lo es por el clima y el suelo, no porque lo cultive el hombre.
Frente al español o maketo, el vasco, en cambio no adolece de ese defecto ya que, según él, nadie les ha atribuido nunca vagancia o pereza: “Porque a los vascos, que nosotros, los vascos, sepamos, nadie hasta ahora, a Dios gracias, nos ha llamado vagos y perezosos” (La Patria, OC, 2076). Pues mira por dónde, su propio hermano se lo llamó, a sí mismo y a él también, como acabamos de ver en el caso del malvís. Por eso esa cita es tan llamativa.
Es más, Sabino Arana también atribuía pereza a los nacionalistas, que les impediría así ser más eficaces en su quehacer: “¡la incorregible pereza que a todos nos domina!”, dirá en una carta a su amigo Ángel Zabala (15-6-1897). Pero, claro está, esa pereza vendría dada por la influencia de los de fuera: “Hoy, sin embargo, van cambiando de aspecto los vaskos por el roce con los extraños; van perdiendo su sencillez, aumentan sus ambiciones y la pereza va introduciéndose en ellos y con la pereza el deseo de vivir a costa ajena, es decir, de la mendicidad, haciendo de ésta un oficio lucrativo” (El Correo Vasco, nº 43, 1899).
En definitiva, el vasco puede ser vago o perezoso siempre y cuando se lo diga a sí mismo, que no se lo digan otros. Y en cuanto a la posibilidad de que lo sea, esta vendría dada por la influencia del extraño, es decir, del español. Hasta aquí la psicología verdaderamente peculiar de esta gente.
Pero fijémonos en una cosa bien curiosa. Sabemos, por los artículos de esta serie de El balle del ziruelo dedicados a la gran farsa en que consistió la vida y obra de Luis Arana Goiri, el hermano del fundador del nacionalismo vasco (concretamente los titulados “Aberri Eguna: farsa viejuna” y “Desactivando el nacionalismo vasco”), que Luis tuvo un hijo con una mujer originaria de Urrea de Jalón, provincia de Zaragoza, y que solo pasados casi seis años del nacimiento de ese hijo se casó con ella.
Vamos a ver qué dice de la mujer de Luis el propio Sabino cuando le cuenta a su amigo Aranzadi que por fin la ha conocido (episodio que sucedió el 8 de febrero de 1900, esto es, siete años después de que Luis con su mujer tuvieran su primer hijo y al año largo de que Luis terminara casándose con dicha mujer, el 3 de diciembre de 1898. Sabino Arana, cuando habló de ella por primera vez, dijo que era “mujer de sólida virtud, ferviente piedad y de un corazón lleno de caridad” (Larronde, 100). Por lo cual, tenemos que pensar que Sabino Arana nunca supo que Luis se había casado con ella cinco años después de haber tenido su primer hijo, porque, si no, eso de la “sólida virtud” y la “ferviente piedad”, en la mentalidad ultracatólica de Sabino Arana no habría encajado muy bien.
Y qué dice Luis de ella, tratándose de una “maketa” y sabiendo la consideración que tanto Sabino como él tenían respecto de los maketos (“vagos por naturaleza”). Primero vamos a recordar lo que decía Luis de España, de los españoles. Por ejemplo, cuando le dice a su amigo Ángel Zabala, con motivo del matrimonio de este, en carta de 29 de enero de 1902: «Ahora sólo me queda decirte que tu viaje de boda no tendrás el mal gusto de hacerlo por España y, por tanto, te encaminarás para el Norte”. En otra carta al mismo destinatario, Luis Arana denomina a España “esa imbécil nación” (9 de noviembre de 1905). O cuando deciden marcharse de Madrid, donde había estado la familia durante seis meses, por un trabajo que le había salido a Luis relacionado con su profesión de arquitecto, dice este: “en cuanto a vivir en España nos es imposible, al menos con este carácter de Madrid que es la quintaesencia del carácter español, es para nosotros insoportable, antipático en grado sumo, imposible para nuestro modo de ser y sentir” (carta a Angel Zabala de 13 de abril de 1906). Y eso que su mujer era de un pueblo de Zaragoza. Incluso de esta y de su hijo dice que piensan igual que él: “Sobre todo mi mujer y mi hijo mayor no pasa día en que no me saquen a colación que este país y gente no son para nosotros” (al mismo destinatario, 16 de mayo de 1906).
En cambio, respecto de su mujer, Luis tiene la más alta consideración que quepa imaginar: “congenia conmigo en todo y es la felicidad de este hogar; reúne todas las buenas condiciones que hacen que cada día dé mil gracias a Dios por su bondad. Todo el día estamos alegres, todo el día contentos, jamás soñé con tanta dicha. Mutuamente nos ayudamos a conseguir la eterna salvación que es nuestro Norte.» (Larronde, 101). O cuando dice esto otro: “Tengo una mujer que no me merezco y que no quiero ponderártela aquí por no ser impertinente” (Larronde 104).
Cuando ya tenían cuatro hijos varones, ya que en el País Vasco francés, aparte del que tuvieron en 1893, el primogénito Luis, que para entonces ya tenía siete años, tuvieron tres hijos seguidos y el quinto nacería en Madrid, Luis encomia el trabajo ímprobo de su mujer y de su cuñada, la hermana de esta, Isabel, más joven, que vivía con ellos ayudándoles en las tareas: “Tenemos además una hermosa fuente con su lavadero y no es poco esto en mi casa en donde sí se lava mucha ropa no se gasta un céntimo en ello, sino para el jabón pues mi mujer y cuñada lavan toda la ropa, la remiendan y la planchan. Esta es otra economía de la casa en el campo, y no es poco” (Larronde, 106). Esto de las economías lo diría Luis porque en casa de sus padres siempre había visto cómo estos trabajos los hacían las criadas.
En otro momento, Luis reconoce que quien lleva la casa es la mujer, con la ayuda de la hermana: “Yo soy como mi hijo mayor, los que más salimos de paseo, pues mi mujer bastante quehacer tiene con los chiquitines y la casa, y gracias que tiene la ayuda de su hermana joven de 22 años que sabe trabajar en casa, y así nos pasamos sin muchacha ni nadie” (Larronde, 152). O sea que jamás se le ocurriría atribuir a su mujer, o a su hermana más joven, originarias ambas de Urrea de Jalón, provincia de Zaragoza, el calificativo de vagas o perezosas.
Entonces, ¿qué clase de mecanismo mental rige en la cabeza de este hombre para pensar que los españoles son incompatibles con su carácter y atribuirles todos los vicios, en particular el de vagos y perezosos y luego, al mismo tiempo, ponderar de semejante manera las virtudes de su mujer que, por mucho que le cambiara el nombre, los apellidos y hasta el lugar de nacimiento, era española por los cuatro costados? ¿Y de este par de incoherentes, Luis y su hermano Sabino, surgió una ideología independentista y antiespañola, que hoy es dominante en dos partidos, tanto el PNV como Bildu, que próximamente, en las elecciones municipales y forales del 28 de mayo, se harán con la inmensa mayoría de los 251 municipios del País Vasco y con sus tres diputaciones? ¿Y no se nos cae la cara de vergüenza, como vascos, por tener un panorama político tan abrumadoramente nacionalista, siendo las personas que lo concibieron de la condición que acabamos de ver?
El malvís, también llamado tordo o zorzal, es un pájaro que atraviesa España en otoño, procedente del norte de Europa, previendo los rigores del invierno, que los pasa en zonas más templadas del norte de África. Dadas sus aficiones cinegéticas, está documentado que Sabino Arana conocía esta especie porque sabemos que se hizo con, al menos, uno de estos ejemplares, al que le preparó una jaula en su casa de Jardines de Albia, casa que ocupaba el solar donde hoy se erige la sede central del PNV en Bilbao: la Sabin Echea. El pájaro en cuestión se caracteriza por su canto, que debería ser la razón por la que lo quería tener Sabino Arana enjaulado: para que les deleitara con su canto. Pero lo que queda fuera de toda duda es que los malvises, también llamados zorzales o tordos, no son pájaros vascos precisamente.
El encuentro entre el malvís y Sabino Arana nos lo cuenta su hermano Luis en una carta dirigida a Engracio de Aranzadi de 30 de abril de 1897: “Pensaba mi hermano escribirle a V., y yo creía que a mí no se me pasaría el día siguiente sin contestar a su carta felicitándole de todo corazón por su triunfo [se refería a la obtención por parte de Aranzadi de una plaza de oficial en la Diputación de Guipúzcoa, a pesar de las objeciones políticas de su presidente, el liberal sagastino Machimbarrena], pero siempre me sucede lo mismo que por una causa o por otra dejo para el día siguiente todo lo que debo hacer al momento. Una vez más me confieso, y digo que soy un vago para escribir, sobre todo. Y mi hermano tampoco le disculpo porque con mucho calor tomó el que le escribiría a V. felicitándole, y resulta que hace días que no hace otra cosa que trabajar de carpintero haciendo una jaula para una malvís”.
Luis Arana decía “una malvís”, pero malvís es masculino, según el diccionario de la RAE. En cualquier caso, lo importante aquí es la consideración del término “vago”, que se lo atribuye a sí mismo y a su propio hermano. Y además, en el caso de Sabino, por estar haciendo una jaula para un pájaro, que es una tarea que ya en sí es hacer algo y que además te puede liberar un poco de otros pensamientos más engorrosos. Quiere decirse que no tendría por qué considerarse a la persona que haga eso como alguien vago. Otra cosa es que le dedique al tema un número de días que haga que descuides tus obligaciones principales, como parece que es el caso.
Sobre el tema de la vagancia o la pereza ya sabemos que Sabino Arana tiene su propia vara de medir. Es conocido cómo consideraba a los maketos “vagos por naturaleza” (Bizkaitarra, OC, 326). Y a los españoles, que son la versión de los maketos que no viven en el País Vasco, también los llama así: “el español, perezoso y vago (contemplad sus inmensas llanuras desprovistas en absoluto de vegetación)” (Bizkaitarra, OC, 627). Es curioso que asocie la vagancia y la pereza con el hecho de que el paisaje esté desprovisto de vegetación, como si la vegetación fuera puesta por el hombre y no producto del clima y el suelo. Otra cosa es que hablara de cultivos, pero no, habla de vegetación. El País Vasco, si es frondoso, lo es por el clima y el suelo, no porque lo cultive el hombre.
Frente al español o maketo, el vasco, en cambio no adolece de ese defecto ya que, según él, nadie les ha atribuido nunca vagancia o pereza: “Porque a los vascos, que nosotros, los vascos, sepamos, nadie hasta ahora, a Dios gracias, nos ha llamado vagos y perezosos” (La Patria, OC, 2076). Pues mira por dónde, su propio hermano se lo llamó, a sí mismo y a él también, como acabamos de ver en el caso del malvís. Por eso esa cita es tan llamativa.
Es más, Sabino Arana también atribuía pereza a los nacionalistas, que les impediría así ser más eficaces en su quehacer: “¡la incorregible pereza que a todos nos domina!”, dirá en una carta a su amigo Ángel Zabala (15-6-1897). Pero, claro está, esa pereza vendría dada por la influencia de los de fuera: “Hoy, sin embargo, van cambiando de aspecto los vaskos por el roce con los extraños; van perdiendo su sencillez, aumentan sus ambiciones y la pereza va introduciéndose en ellos y con la pereza el deseo de vivir a costa ajena, es decir, de la mendicidad, haciendo de ésta un oficio lucrativo” (El Correo Vasco, nº 43, 1899).
En definitiva, el vasco puede ser vago o perezoso siempre y cuando se lo diga a sí mismo, que no se lo digan otros. Y en cuanto a la posibilidad de que lo sea, esta vendría dada por la influencia del extraño, es decir, del español. Hasta aquí la psicología verdaderamente peculiar de esta gente.
Pero fijémonos en una cosa bien curiosa. Sabemos, por los artículos de esta serie de El balle del ziruelo dedicados a la gran farsa en que consistió la vida y obra de Luis Arana Goiri, el hermano del fundador del nacionalismo vasco (concretamente los titulados “Aberri Eguna: farsa viejuna” y “Desactivando el nacionalismo vasco”), que Luis tuvo un hijo con una mujer originaria de Urrea de Jalón, provincia de Zaragoza, y que solo pasados casi seis años del nacimiento de ese hijo se casó con ella.
Vamos a ver qué dice de la mujer de Luis el propio Sabino cuando le cuenta a su amigo Aranzadi que por fin la ha conocido (episodio que sucedió el 8 de febrero de 1900, esto es, siete años después de que Luis con su mujer tuvieran su primer hijo y al año largo de que Luis terminara casándose con dicha mujer, el 3 de diciembre de 1898. Sabino Arana, cuando habló de ella por primera vez, dijo que era “mujer de sólida virtud, ferviente piedad y de un corazón lleno de caridad” (Larronde, 100). Por lo cual, tenemos que pensar que Sabino Arana nunca supo que Luis se había casado con ella cinco años después de haber tenido su primer hijo, porque, si no, eso de la “sólida virtud” y la “ferviente piedad”, en la mentalidad ultracatólica de Sabino Arana no habría encajado muy bien.
Y qué dice Luis de ella, tratándose de una “maketa” y sabiendo la consideración que tanto Sabino como él tenían respecto de los maketos (“vagos por naturaleza”). Primero vamos a recordar lo que decía Luis de España, de los españoles. Por ejemplo, cuando le dice a su amigo Ángel Zabala, con motivo del matrimonio de este, en carta de 29 de enero de 1902: «Ahora sólo me queda decirte que tu viaje de boda no tendrás el mal gusto de hacerlo por España y, por tanto, te encaminarás para el Norte”. En otra carta al mismo destinatario, Luis Arana denomina a España “esa imbécil nación” (9 de noviembre de 1905). O cuando deciden marcharse de Madrid, donde había estado la familia durante seis meses, por un trabajo que le había salido a Luis relacionado con su profesión de arquitecto, dice este: “en cuanto a vivir en España nos es imposible, al menos con este carácter de Madrid que es la quintaesencia del carácter español, es para nosotros insoportable, antipático en grado sumo, imposible para nuestro modo de ser y sentir” (carta a Angel Zabala de 13 de abril de 1906). Y eso que su mujer era de un pueblo de Zaragoza. Incluso de esta y de su hijo dice que piensan igual que él: “Sobre todo mi mujer y mi hijo mayor no pasa día en que no me saquen a colación que este país y gente no son para nosotros” (al mismo destinatario, 16 de mayo de 1906).
En cambio, respecto de su mujer, Luis tiene la más alta consideración que quepa imaginar: “congenia conmigo en todo y es la felicidad de este hogar; reúne todas las buenas condiciones que hacen que cada día dé mil gracias a Dios por su bondad. Todo el día estamos alegres, todo el día contentos, jamás soñé con tanta dicha. Mutuamente nos ayudamos a conseguir la eterna salvación que es nuestro Norte.» (Larronde, 101). O cuando dice esto otro: “Tengo una mujer que no me merezco y que no quiero ponderártela aquí por no ser impertinente” (Larronde 104).
Cuando ya tenían cuatro hijos varones, ya que en el País Vasco francés, aparte del que tuvieron en 1893, el primogénito Luis, que para entonces ya tenía siete años, tuvieron tres hijos seguidos y el quinto nacería en Madrid, Luis encomia el trabajo ímprobo de su mujer y de su cuñada, la hermana de esta, Isabel, más joven, que vivía con ellos ayudándoles en las tareas: “Tenemos además una hermosa fuente con su lavadero y no es poco esto en mi casa en donde sí se lava mucha ropa no se gasta un céntimo en ello, sino para el jabón pues mi mujer y cuñada lavan toda la ropa, la remiendan y la planchan. Esta es otra economía de la casa en el campo, y no es poco” (Larronde, 106). Esto de las economías lo diría Luis porque en casa de sus padres siempre había visto cómo estos trabajos los hacían las criadas.
En otro momento, Luis reconoce que quien lleva la casa es la mujer, con la ayuda de la hermana: “Yo soy como mi hijo mayor, los que más salimos de paseo, pues mi mujer bastante quehacer tiene con los chiquitines y la casa, y gracias que tiene la ayuda de su hermana joven de 22 años que sabe trabajar en casa, y así nos pasamos sin muchacha ni nadie” (Larronde, 152). O sea que jamás se le ocurriría atribuir a su mujer, o a su hermana más joven, originarias ambas de Urrea de Jalón, provincia de Zaragoza, el calificativo de vagas o perezosas.
Entonces, ¿qué clase de mecanismo mental rige en la cabeza de este hombre para pensar que los españoles son incompatibles con su carácter y atribuirles todos los vicios, en particular el de vagos y perezosos y luego, al mismo tiempo, ponderar de semejante manera las virtudes de su mujer que, por mucho que le cambiara el nombre, los apellidos y hasta el lugar de nacimiento, era española por los cuatro costados? ¿Y de este par de incoherentes, Luis y su hermano Sabino, surgió una ideología independentista y antiespañola, que hoy es dominante en dos partidos, tanto el PNV como Bildu, que próximamente, en las elecciones municipales y forales del 28 de mayo, se harán con la inmensa mayoría de los 251 municipios del País Vasco y con sus tres diputaciones? ¿Y no se nos cae la cara de vergüenza, como vascos, por tener un panorama político tan abrumadoramente nacionalista, siendo las personas que lo concibieron de la condición que acabamos de ver?