Coautor de “Allí donde se queman libros”
Francisco López: “La persecución de las ideas siempre fracasa”
Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, Juan Francisco López Pérez ha realizado numerosos estudios de historia local y actualmente desarrolla el proyecto “Terrorismo y Violencia Política en España 1960-1992”. Articulista habitual de La Tribuna del País Vasco, acaba de publicar, junto con Gaizka Fernández Soldevilla, Allí donde queman libros (Tecnos, 2023), que con el subtítulo de “La violencia política contra las librerías 1962-2018)" constituye un profundo repaso "a los radicales violentos de toda índole que se dedicaron a odiar, amenazar, pintar, asaltar, destruir, disparar y quemar libros y librerías, así como salas de cine y otras manifestaciones culturales".
¿Qué les llevó a investigar sobre el tema en particular?
La idea la tuvo Gaizka Fernández tras una lectura sobre los ataques que habían sufrido los libros durante la historia de la Humanidad. Él como yo, hemos trabajado sobre el final del Franquismo e inició de la Transición por lo que conocíamos los ataques a librerías, cines y otras manifestaciones culturales. La mayoría, pero no en exclusiva como hasta ahora se creía, fueron protagonizados por la extrema derecha. Al revisar la documentación nos encontramos una gran cantidad de acciones, 225, y material para la primera monografía completa del tema
¿Podría describir brevemente la tesis principal del libro?
Más que una tesis, analizamos el odio contra la ideas y cultura que anidaba en ciertos grupos políticos, su alcance y sus efectos, pero al final lo más importante es destacar la resistencia de los que llamamos “letraheridos”, gente del mundo de la cultura y, muy en especial, los libreros, que en algunos casos sufrieron ataques durante años.
¿Cuáles son los hallazgos más sorprendentes que ha realizado con este trabajo?
La amplitud y extensión del fenómeno, que se dio en toda España, pero sobre todo con intensidad en Madrid, Valencia, Barcelona y País Vasco, en este último caso con la aportación de ETA y su entorno. Otro elemento para destacar fue la poca importancia que se dio en general al llamado terrorismo de baja intensidad, que desde los años 90 llamamos “kale borroka”. Los ataques ultras contra las librerías fueron el fenómeno más importante en esta variedad violenta hasta 1976, pero salvo en reducidos ámbitos de la oposición y la cultura, no causaron alarma social a pesar de la angustia que generaron en los afectados.
¿Cómo han evolucionado estos ataques a lo largo del tiempo? ¿Han notado patrones diferentes?
La mayoría de los ataques fueron mediante apedreamientos, lanzamiento de pintura y pintadas de amenazas, acciones que sugieren motivos más emocionales, con poca o nula preparación. Solo en un 20% se usaron bombas y cócteles molotov que apuntan a una premeditación. Este tipo de acciones se incrementan a partir de 1977 coincidiendo con el incremento de la violencia política. No se notan patrones muy diferentes. El mundo de ETA teóricamente no iba contra el libro en sí, sino contra sus propietarios, pero a efectos prácticos los efectos fueron los mismos y, en este sentido, la quema de un montón libros ante la librería Lagun, en enero de 1997, es un elocuente símbolo de que el objetivo era el mismo: acabar con la pluralidad de ideas.
¿Hay algún evento que suponga un claro punto de inflexión en los ataques a las librerías?
Las elecciones de junio de 1977, con la consolidación de la democracia, es decir lo que hoy mismo Arnaldo Otegi “El Gordo”, denomina despectivamente el Régimen del 78, marca la decadencia del fenómeno. La minoría de ultraderechistas que optó por el uso de la violencia, atrapados en una espiral de radicalización, van abandonando las acciones violentas de tipo menor, pasando a las bombas e incluso el asesinato, cuyo punto culminante será 1980. Por otro lado, el fin de la censura y una completa libertad de expresión (sí, aunque suene raro hoy, completa libertad de expresión…) también normalizó el papel de las librerías que ya no eran un punto de resistencia cultural y por tanto salieron casi completamente del foco de los violentos.
¿Cuál fue el impacto de estos ataques en el desarrollo de la sociedad y la libertad de expresión?
No consiguieron ninguno de sus objetivos liberticidas. Al final hubo un espíritu de resistencia de los afectados y la ciudadanía, en especial en los actos ultraderechistas. En el tema vasco hay que diferenciar las pequeñas y medianas localidades, donde explicamos el terrible caso de Minicost de Andoain, de las capitales donde la supervivencia de Lagun y algunos éxitos editoriales de obras críticas como Patria, ejemplifican una voluntad de resistencia frente los violentos incluso en un entorno tan duro.
¿Cómo se defendió a las librerías atacadas? ¿Fueron diferentes los actos de apoyo?
Desgraciadamente, durante muchos años el sector quedó abandonado a su suerte. Mientras las respuesta policial y judicial fue mínima, si funcionó la solidaridad de libreros, editores y clientes. Aún así, en algunos casos sufrieron importantes pérdidas económicas. Salvo algunas voces aisladas pero inanes, como la del director general Ricardo de la Cierva, las instituciones fallaron hasta la llegada de la democracia.
¿La violencia era simbólica o buscaba fines más concretos?
Con la simplificación que supone resumir ese mínimo de 225 ataques contabilizados (sabemos que fueron muchísimos más), por un lado, había una inequívoca voluntad de amedrentar a escritores, editoriales y libreros, pero también había un componente emocional, que compartían los bibliófobos de ambos extremos de desahogar su frustración ante una sociedad que evolucionaba y se alejaba de sus postulados.
¿Qué lecciones cree que se pueden aprender de la historia de estos ataques a librerías?
Una reflexión que tiene su vertiente de actualidad. No se puede poner puertas al campo. La persecución de las ideas, las que sean, al final siempre fracasa. Si se quieren combatir es más eficaz el trabajo a largo plazo, estudio, análisis y contrarrestarlas mediante la palabra. Una lección del libro es cómo los partidarios del franquismo quemaron sus opciones de futuro en el nuevo panorama político, entre otros factores, por no entender esto.
¿Cuáles son las dificultades más importantes que han tenido que superar para sacar adelante este libro?
Conseguir testimonios, tanto de los libreros afectados como de quien se movía en los ambientes de los agresores. Se nos está yendo la generación que protagonizó la Transición y nos tenemos que dar prisa para que nos cuenten lo que vivieron.
Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, Juan Francisco López Pérez ha realizado numerosos estudios de historia local y actualmente desarrolla el proyecto “Terrorismo y Violencia Política en España 1960-1992”. Articulista habitual de La Tribuna del País Vasco, acaba de publicar, junto con Gaizka Fernández Soldevilla, Allí donde queman libros (Tecnos, 2023), que con el subtítulo de “La violencia política contra las librerías 1962-2018)" constituye un profundo repaso "a los radicales violentos de toda índole que se dedicaron a odiar, amenazar, pintar, asaltar, destruir, disparar y quemar libros y librerías, así como salas de cine y otras manifestaciones culturales".
¿Qué les llevó a investigar sobre el tema en particular?
La idea la tuvo Gaizka Fernández tras una lectura sobre los ataques que habían sufrido los libros durante la historia de la Humanidad. Él como yo, hemos trabajado sobre el final del Franquismo e inició de la Transición por lo que conocíamos los ataques a librerías, cines y otras manifestaciones culturales. La mayoría, pero no en exclusiva como hasta ahora se creía, fueron protagonizados por la extrema derecha. Al revisar la documentación nos encontramos una gran cantidad de acciones, 225, y material para la primera monografía completa del tema
¿Podría describir brevemente la tesis principal del libro?
Más que una tesis, analizamos el odio contra la ideas y cultura que anidaba en ciertos grupos políticos, su alcance y sus efectos, pero al final lo más importante es destacar la resistencia de los que llamamos “letraheridos”, gente del mundo de la cultura y, muy en especial, los libreros, que en algunos casos sufrieron ataques durante años.
¿Cuáles son los hallazgos más sorprendentes que ha realizado con este trabajo?
La amplitud y extensión del fenómeno, que se dio en toda España, pero sobre todo con intensidad en Madrid, Valencia, Barcelona y País Vasco, en este último caso con la aportación de ETA y su entorno. Otro elemento para destacar fue la poca importancia que se dio en general al llamado terrorismo de baja intensidad, que desde los años 90 llamamos “kale borroka”. Los ataques ultras contra las librerías fueron el fenómeno más importante en esta variedad violenta hasta 1976, pero salvo en reducidos ámbitos de la oposición y la cultura, no causaron alarma social a pesar de la angustia que generaron en los afectados.
¿Cómo han evolucionado estos ataques a lo largo del tiempo? ¿Han notado patrones diferentes?
La mayoría de los ataques fueron mediante apedreamientos, lanzamiento de pintura y pintadas de amenazas, acciones que sugieren motivos más emocionales, con poca o nula preparación. Solo en un 20% se usaron bombas y cócteles molotov que apuntan a una premeditación. Este tipo de acciones se incrementan a partir de 1977 coincidiendo con el incremento de la violencia política. No se notan patrones muy diferentes. El mundo de ETA teóricamente no iba contra el libro en sí, sino contra sus propietarios, pero a efectos prácticos los efectos fueron los mismos y, en este sentido, la quema de un montón libros ante la librería Lagun, en enero de 1997, es un elocuente símbolo de que el objetivo era el mismo: acabar con la pluralidad de ideas.
¿Hay algún evento que suponga un claro punto de inflexión en los ataques a las librerías?
Las elecciones de junio de 1977, con la consolidación de la democracia, es decir lo que hoy mismo Arnaldo Otegi “El Gordo”, denomina despectivamente el Régimen del 78, marca la decadencia del fenómeno. La minoría de ultraderechistas que optó por el uso de la violencia, atrapados en una espiral de radicalización, van abandonando las acciones violentas de tipo menor, pasando a las bombas e incluso el asesinato, cuyo punto culminante será 1980. Por otro lado, el fin de la censura y una completa libertad de expresión (sí, aunque suene raro hoy, completa libertad de expresión…) también normalizó el papel de las librerías que ya no eran un punto de resistencia cultural y por tanto salieron casi completamente del foco de los violentos.
¿Cuál fue el impacto de estos ataques en el desarrollo de la sociedad y la libertad de expresión?
No consiguieron ninguno de sus objetivos liberticidas. Al final hubo un espíritu de resistencia de los afectados y la ciudadanía, en especial en los actos ultraderechistas. En el tema vasco hay que diferenciar las pequeñas y medianas localidades, donde explicamos el terrible caso de Minicost de Andoain, de las capitales donde la supervivencia de Lagun y algunos éxitos editoriales de obras críticas como Patria, ejemplifican una voluntad de resistencia frente los violentos incluso en un entorno tan duro.
¿Cómo se defendió a las librerías atacadas? ¿Fueron diferentes los actos de apoyo?
Desgraciadamente, durante muchos años el sector quedó abandonado a su suerte. Mientras las respuesta policial y judicial fue mínima, si funcionó la solidaridad de libreros, editores y clientes. Aún así, en algunos casos sufrieron importantes pérdidas económicas. Salvo algunas voces aisladas pero inanes, como la del director general Ricardo de la Cierva, las instituciones fallaron hasta la llegada de la democracia.
¿La violencia era simbólica o buscaba fines más concretos?
Con la simplificación que supone resumir ese mínimo de 225 ataques contabilizados (sabemos que fueron muchísimos más), por un lado, había una inequívoca voluntad de amedrentar a escritores, editoriales y libreros, pero también había un componente emocional, que compartían los bibliófobos de ambos extremos de desahogar su frustración ante una sociedad que evolucionaba y se alejaba de sus postulados.
¿Qué lecciones cree que se pueden aprender de la historia de estos ataques a librerías?
Una reflexión que tiene su vertiente de actualidad. No se puede poner puertas al campo. La persecución de las ideas, las que sean, al final siempre fracasa. Si se quieren combatir es más eficaz el trabajo a largo plazo, estudio, análisis y contrarrestarlas mediante la palabra. Una lección del libro es cómo los partidarios del franquismo quemaron sus opciones de futuro en el nuevo panorama político, entre otros factores, por no entender esto.
¿Cuáles son las dificultades más importantes que han tenido que superar para sacar adelante este libro?
Conseguir testimonios, tanto de los libreros afectados como de quien se movía en los ambientes de los agresores. Se nos está yendo la generación que protagonizó la Transición y nos tenemos que dar prisa para que nos cuenten lo que vivieron.