Cuando Sabino Arana sufrió como un perro
La última época de la vida de Sabino Arana, la que va de 1900 a 1903, a pesar de iniciarse con su boda, celebrada el 2 de febrero de 1900, estuvo marcada por el sufrimiento, tanto físico como moral. Yo diría que, dadas las características de la enfermedad que le llevó a la tumba con 38 años, la enfermedad de Addison (que afecta a las glándulas suprarrenales y a todo el sistema endocrino y, por tanto, hormonal), las alteraciones emocionales y fisiológicas fueron de la mano, influyéndose mutuamente, las unas a las otras, y provocando en nuestro personaje graves quebrantos que incidieron directamente en su práctica política. Es únicamente desde esta perspectiva desde la que nos interesan los aspectos que vamos a tratar aquí. En ningún caso por el morbo de conocer los entresijos de la enfermedad que padeció, sino únicamente por las repercusiones de orden vital en general y político en particular, que tuvo que provocarle su padecimiento, necesariamente.
Como veremos a continuación, los desarreglos físicos, concretamente intestinales, que tuvo en esta época Sabino Arana, venían de lejos. Fue un hombre con salud quebradiza y que padeció un episodio de tuberculosis muy grave en el colegio de Orduña, donde estudió el bachillerato, y del que salió ya muy afectado. De hecho, los estudios sobre la enfermedad de Addison que he podido consultar, concretamente el libro de Gregorio Marañón y Jesús Fernández Noguera titulado La enfermedad de Addison (estudio de 400 casos) (Madrid, Espasa-Calpe, 1949), deja muy claro que la tuberculosis puede afectar directamente a las glándulas suprarrenales. La enfermedad de Addison distorsiona, por lo tanto, la producción de hormonas, con todo lo que ello repercute en la estabilidad emocional del individuo que la padece, aparte, claro está, las afecciones sobre todo el organismo, incluidas las de tipo intestinal, como veremos aquí.
Es sorprendente que hasta ahora, entre los estudiosos de Sabino Arana, no se haya realizado un estudio sistemático de la última época de su vida, la de los tres últimos años. Conocemos, eso sí, episodios como la llamada “evolución españolista”, con el intento de creación de una Liga de Vascos Españolistas. O también su segundo paso por la cárcel, con juicio incluido, acusado de un delito de rebelión, por haber enviado un telegrama al presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, felicitándole por la independencia de Cuba, tras la guerra con España. Pero lo que no hemos visto es integrar de modo sistemático todos los episodios que conformaron la vida de nuestro personaje esos tres últimos años, empezando por una enfermedad como la que le ocasionó la muerte y que condicionó todas sus actividades sociales y políticas de una tan manera decisiva.
En las Obras Completas de Sabino Arana no se incluyen todas las cartas a su médico Carlos Iruarrízaga, escritas desde el Balneario de Cestona (Guipúzcoa) en junio de 1903, pocos meses antes de su muerte. Solo hay una de ellas, de 19 de junio, totalmente aséptica. El resto de cartas aparecen recogidas por Mauro Elizondo en el segundo volumen de su obra Sabino Arana. Padre de las nacionalidades. Esto es lo que escribe Sabino Arana a su médico el 22 de junio de 1903: “Hace año y medio sentí atacada la faringe, ensuciada la lengua, inapetencia (todo de repente) y dejé de comer [aquí nota 1: En esta ocasión la infección saltó, palpablemente, de la faringe al estómago, parando muy poco en ambos, y enseguida a los intestinos gruesos. La lengua limpia y el apetito empezaron a volver hacia el 4º día. El retraso en expulsar la cibala, con las purgas, las innumerables lavativas, y la mi absoluta dieta en medio de todas estas perturbaciones, me retrasó la curación del estómago, que comenzó nuevamente a ensuciar la lengua y a perder el apetito]. Tomé una purga suave, solo para preparar el tubo, limpiándolo. Pero noté que solo expelía líquido y poco. Nuevas purgas, más fuertes, me descubrieron la causa de la obstrucción y el efecto del catarro intestinal, mejor dicho, de algún catarro intestinal de hacía mucho tiempo".
"Saltó del colon al recto una cibala (la llamaba mi cuñado) scíbalo (lo llama este médico). Cayó sobre el ano. Y aquí estuvo varios días, produciéndome unas ganas de defecar horribles, que, al no poder ser satisfechas, me causaban unos dolores espantosos, por la creciente inflamación de las vejigas hemorroides, que en mí son ya antiguas y abundantes. Toda purga que tomaba se expelía por entre la cibala y las paredes del ano: de modo que esto y el sentir la presencia de aquella, por su peso sobre el ano, es lo que me la descubrió. Al cabo de varios días de torturas, en los que quedé demacrado, el médico creyó el testimonio del enfermo (cosa rara en la mayor parte y causa de grandes desconciertos, cuando se trata de ciertos enfermos), y vió que no era aprensión ni imaginación lo que me hacía pintarle en el papel la posición de la cibala y presentarle a la vez pequeños cachos de esta piedra [subrayado en el original]. arrancados con las uñas. No creía en semejante bolón, como yo le llamaba; pero por fin creyó en él, y entonces yo le vi temblar como un niño ante un fantasma. Yo le dije desde el día primero que lo sentí: hágamelo V. pedazos; si no, no hay medio. Cuando se convenció de que el bolón estaba allí, se convenció también de que era preciso hacerlo pedazos. Entonces vino mi cuñado, y éste me lo pedazó en parte, sacando algunos trozos de aquella cantera. Se me reventaron varias almorranas. Fue una operación horrible, por la dilatación que le dieron al ano".
"Mi cuñado me dijo que tomara muchas zanahorias o acelgas, y me aseguró que a la mañana siguiente estaría libre. Así sucedió [aquí nota 2: Esos casos son, sin duda, muy raros en la medicina. El médico de cabecera dijo que había visto uno. Mi cuñado, que ya es viejo, no había visto más que dos. Un hombre que tenía hasta cuatro cibalas en el colon, y al cual tuvo que hacérselos pedazos una tras otra, y una señora que en diez años no ha tenido más que dos veces. El primero comía siempre con gran apetito y obraba todos los días. Algunos confunden con el estreñimiento ese fenómeno; pero no es estreñimiento, obrando en buena forma todos los días. Dijo mi cuñado que casi nunca es preciso recurrir al instrumento para hacer expeler la cibala. Que basta con alimentarse de legumbres saludables y que dejen mucho residuo]. El bolón salió no ya como tal y duro, sino ablandado por el jugo digestivo, formando un cilindro muy grueso y largo. El ano estaba muy ensanchado por la operación".
"Después de aquello estuve muchos días muy debilitado y demacrado, y me costó reponerme algo. Y el síntoma principal que señalo es: que desde entonces, aunque ordinariamente como con apetito, no engordo, y tengo las manos y la cara unas veces amarillenta, otras negruzcas. Y el frío me aniquila. No hay, pues, absorción. Mi debilidad y nerviosidad es grande.” Fijémonos que dice “desde entonces”, que por lo que veremos luego es desde octubre de 1901 hasta junio de 1903 que es cuando escribe esta carta.
Más adelante anota en un apartado titulado “Otros síntomas”: “Hay días en que noto que la cantidad defecada no es la total. La más simple cosa que a la hora del excusado venga a sacarme de mi aislamiento y reposo, me retrasa la deposición, no haciéndola ya por lo regular aquel día. Creo que esto significa que hay grande insensibilidad y atonía del recto”.
Es importante ubicar cronológicamente este episodio. Sabino Arana lo describe en junio de 1903 y dice que ocurrió “hace año y medio”, de tal modo que nos situaríamos a finales de 1901 o principios de 1902. Concretemos.
En el número 763 del 20 de septiembre de 1901 de la revista Euskal-Erria de San Sebastián se informa, en el artículo titulado “Congreso Basco en Hendaya (Francia)” (páginas 242-243 del volumen 45 de la revista, correspondiente al segundo semestre de 1901), que el 16 de ese mes se celebró el citado congreso con asistencia, entre otros, por Vizcaya, de Sabino Arana.
Después, en el apartado dedicado a los “Congresos Ortográficos de Hendaya”, recogido en las Obras Completas de Sabino Arana (páginas 2095 a 2150), nos dice el propio Sabino Arana: “Con mucho gusto hubiese asistido a la reunión que esa Comisión se propone celebrar mañana en Hondarribia, si el atender a mi salud, aún no repuesta del todo, no disculpara mi ausencia allí donde mi presencia no es necesaria” (p. 2095). Ese escrito está fechado el 17 de noviembre de 1901, por lo que la reunión en Fuenterrabía tuvo lugar el 18 de noviembre de 1901.
Si estuvo en Hendaya el 16 de septiembre y no pudo asistir a Fuenterrabía el 18 de noviembre, por no hallarse todavía recuperado, quiere decirse que el episodio de la cibala tuvo lugar entre ambas fechas, digamos que durante el mes de octubre de 1901.
El episodio no fue más que el principio de un proceso que venía de antes y que se iría repitiendo y agravando a partir de ese momento.
El 3 de diciembre de 1901 escribe a su amigo Angel Zabala desde Sukarrieta diciéndole que “nuevo trancazo tengo acuestas” (Historia del Nacionalismo Vasco en sus Documentos, III, 154).
A Ángel Zabala: 29 diciembre 1901: “como por la salud debo dar un paseo después de comer…” (HNVD, III; 177).
En una carta a la salida de la cárcel, el 14-XI-1902 a Engracio Aranzadi, desde Loyola, dice: “en busca de este apartado rincón y dispuesto yo a pasar este mes en perfecta tranquilidad, que es para mí el mejor medicamento, y tomando el agua de Zestona, que es lo secundario” (Mauro Elizondo, obra citada antes, vol. II, 444).
En una carta a Eduardo de Arriaga de 16 de julio de 1903 le dice, sobre su enfermedad: “Del diagnóstico y de los médicos, mucho menos, pues aún no hay seguridad… después de 2 años!” (en Mauro Elizondo, II, p. 545).
O sea que Sabino Arana, como decíamos antes, entró en enfermedad digestiva continua desde octubre de 1901, que le dejó en un estado de nerviosidad permanente. Conocemos el antecedente del propio viaje de bodas, en febrero de 1900, cuando cayó enfermo en Lourdes, junto con su mujer. Mientras que esta tuvo lo que se podría denominar una gastroenteritis, lo de Sabino no era lo mismo. Él lo describió así en carta a Engracio de Aranzadi de 10 de octubre de 1900: “Mi estómago, en efecto, estaba empeñado en no recibir nada: ni Champagne con hielo, ni Seltz, ni Vichy, ni agua natural. Todo lo lanzaba con horribles dolores. Tenía el estómago inflamado, y un dolor sordo, profundo, triste me dejaba postrado” (Mauro Elizondo, II, 362).
Bajo estas circunstancias, por limitadoras y condicionadoras en grado sumo, hay que entender todos los episodios que ocurrieron, como decíamos, en los tres últimos años de su vida y que iremos viendo en apartados sucesivos de esta serie.
La última época de la vida de Sabino Arana, la que va de 1900 a 1903, a pesar de iniciarse con su boda, celebrada el 2 de febrero de 1900, estuvo marcada por el sufrimiento, tanto físico como moral. Yo diría que, dadas las características de la enfermedad que le llevó a la tumba con 38 años, la enfermedad de Addison (que afecta a las glándulas suprarrenales y a todo el sistema endocrino y, por tanto, hormonal), las alteraciones emocionales y fisiológicas fueron de la mano, influyéndose mutuamente, las unas a las otras, y provocando en nuestro personaje graves quebrantos que incidieron directamente en su práctica política. Es únicamente desde esta perspectiva desde la que nos interesan los aspectos que vamos a tratar aquí. En ningún caso por el morbo de conocer los entresijos de la enfermedad que padeció, sino únicamente por las repercusiones de orden vital en general y político en particular, que tuvo que provocarle su padecimiento, necesariamente.
Como veremos a continuación, los desarreglos físicos, concretamente intestinales, que tuvo en esta época Sabino Arana, venían de lejos. Fue un hombre con salud quebradiza y que padeció un episodio de tuberculosis muy grave en el colegio de Orduña, donde estudió el bachillerato, y del que salió ya muy afectado. De hecho, los estudios sobre la enfermedad de Addison que he podido consultar, concretamente el libro de Gregorio Marañón y Jesús Fernández Noguera titulado La enfermedad de Addison (estudio de 400 casos) (Madrid, Espasa-Calpe, 1949), deja muy claro que la tuberculosis puede afectar directamente a las glándulas suprarrenales. La enfermedad de Addison distorsiona, por lo tanto, la producción de hormonas, con todo lo que ello repercute en la estabilidad emocional del individuo que la padece, aparte, claro está, las afecciones sobre todo el organismo, incluidas las de tipo intestinal, como veremos aquí.
Es sorprendente que hasta ahora, entre los estudiosos de Sabino Arana, no se haya realizado un estudio sistemático de la última época de su vida, la de los tres últimos años. Conocemos, eso sí, episodios como la llamada “evolución españolista”, con el intento de creación de una Liga de Vascos Españolistas. O también su segundo paso por la cárcel, con juicio incluido, acusado de un delito de rebelión, por haber enviado un telegrama al presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, felicitándole por la independencia de Cuba, tras la guerra con España. Pero lo que no hemos visto es integrar de modo sistemático todos los episodios que conformaron la vida de nuestro personaje esos tres últimos años, empezando por una enfermedad como la que le ocasionó la muerte y que condicionó todas sus actividades sociales y políticas de una tan manera decisiva.
En las Obras Completas de Sabino Arana no se incluyen todas las cartas a su médico Carlos Iruarrízaga, escritas desde el Balneario de Cestona (Guipúzcoa) en junio de 1903, pocos meses antes de su muerte. Solo hay una de ellas, de 19 de junio, totalmente aséptica. El resto de cartas aparecen recogidas por Mauro Elizondo en el segundo volumen de su obra Sabino Arana. Padre de las nacionalidades. Esto es lo que escribe Sabino Arana a su médico el 22 de junio de 1903: “Hace año y medio sentí atacada la faringe, ensuciada la lengua, inapetencia (todo de repente) y dejé de comer [aquí nota 1: En esta ocasión la infección saltó, palpablemente, de la faringe al estómago, parando muy poco en ambos, y enseguida a los intestinos gruesos. La lengua limpia y el apetito empezaron a volver hacia el 4º día. El retraso en expulsar la cibala, con las purgas, las innumerables lavativas, y la mi absoluta dieta en medio de todas estas perturbaciones, me retrasó la curación del estómago, que comenzó nuevamente a ensuciar la lengua y a perder el apetito]. Tomé una purga suave, solo para preparar el tubo, limpiándolo. Pero noté que solo expelía líquido y poco. Nuevas purgas, más fuertes, me descubrieron la causa de la obstrucción y el efecto del catarro intestinal, mejor dicho, de algún catarro intestinal de hacía mucho tiempo".
"Saltó del colon al recto una cibala (la llamaba mi cuñado) scíbalo (lo llama este médico). Cayó sobre el ano. Y aquí estuvo varios días, produciéndome unas ganas de defecar horribles, que, al no poder ser satisfechas, me causaban unos dolores espantosos, por la creciente inflamación de las vejigas hemorroides, que en mí son ya antiguas y abundantes. Toda purga que tomaba se expelía por entre la cibala y las paredes del ano: de modo que esto y el sentir la presencia de aquella, por su peso sobre el ano, es lo que me la descubrió. Al cabo de varios días de torturas, en los que quedé demacrado, el médico creyó el testimonio del enfermo (cosa rara en la mayor parte y causa de grandes desconciertos, cuando se trata de ciertos enfermos), y vió que no era aprensión ni imaginación lo que me hacía pintarle en el papel la posición de la cibala y presentarle a la vez pequeños cachos de esta piedra [subrayado en el original]. arrancados con las uñas. No creía en semejante bolón, como yo le llamaba; pero por fin creyó en él, y entonces yo le vi temblar como un niño ante un fantasma. Yo le dije desde el día primero que lo sentí: hágamelo V. pedazos; si no, no hay medio. Cuando se convenció de que el bolón estaba allí, se convenció también de que era preciso hacerlo pedazos. Entonces vino mi cuñado, y éste me lo pedazó en parte, sacando algunos trozos de aquella cantera. Se me reventaron varias almorranas. Fue una operación horrible, por la dilatación que le dieron al ano".
"Mi cuñado me dijo que tomara muchas zanahorias o acelgas, y me aseguró que a la mañana siguiente estaría libre. Así sucedió [aquí nota 2: Esos casos son, sin duda, muy raros en la medicina. El médico de cabecera dijo que había visto uno. Mi cuñado, que ya es viejo, no había visto más que dos. Un hombre que tenía hasta cuatro cibalas en el colon, y al cual tuvo que hacérselos pedazos una tras otra, y una señora que en diez años no ha tenido más que dos veces. El primero comía siempre con gran apetito y obraba todos los días. Algunos confunden con el estreñimiento ese fenómeno; pero no es estreñimiento, obrando en buena forma todos los días. Dijo mi cuñado que casi nunca es preciso recurrir al instrumento para hacer expeler la cibala. Que basta con alimentarse de legumbres saludables y que dejen mucho residuo]. El bolón salió no ya como tal y duro, sino ablandado por el jugo digestivo, formando un cilindro muy grueso y largo. El ano estaba muy ensanchado por la operación".
"Después de aquello estuve muchos días muy debilitado y demacrado, y me costó reponerme algo. Y el síntoma principal que señalo es: que desde entonces, aunque ordinariamente como con apetito, no engordo, y tengo las manos y la cara unas veces amarillenta, otras negruzcas. Y el frío me aniquila. No hay, pues, absorción. Mi debilidad y nerviosidad es grande.” Fijémonos que dice “desde entonces”, que por lo que veremos luego es desde octubre de 1901 hasta junio de 1903 que es cuando escribe esta carta.
Más adelante anota en un apartado titulado “Otros síntomas”: “Hay días en que noto que la cantidad defecada no es la total. La más simple cosa que a la hora del excusado venga a sacarme de mi aislamiento y reposo, me retrasa la deposición, no haciéndola ya por lo regular aquel día. Creo que esto significa que hay grande insensibilidad y atonía del recto”.
Es importante ubicar cronológicamente este episodio. Sabino Arana lo describe en junio de 1903 y dice que ocurrió “hace año y medio”, de tal modo que nos situaríamos a finales de 1901 o principios de 1902. Concretemos.
En el número 763 del 20 de septiembre de 1901 de la revista Euskal-Erria de San Sebastián se informa, en el artículo titulado “Congreso Basco en Hendaya (Francia)” (páginas 242-243 del volumen 45 de la revista, correspondiente al segundo semestre de 1901), que el 16 de ese mes se celebró el citado congreso con asistencia, entre otros, por Vizcaya, de Sabino Arana.
Después, en el apartado dedicado a los “Congresos Ortográficos de Hendaya”, recogido en las Obras Completas de Sabino Arana (páginas 2095 a 2150), nos dice el propio Sabino Arana: “Con mucho gusto hubiese asistido a la reunión que esa Comisión se propone celebrar mañana en Hondarribia, si el atender a mi salud, aún no repuesta del todo, no disculpara mi ausencia allí donde mi presencia no es necesaria” (p. 2095). Ese escrito está fechado el 17 de noviembre de 1901, por lo que la reunión en Fuenterrabía tuvo lugar el 18 de noviembre de 1901.
Si estuvo en Hendaya el 16 de septiembre y no pudo asistir a Fuenterrabía el 18 de noviembre, por no hallarse todavía recuperado, quiere decirse que el episodio de la cibala tuvo lugar entre ambas fechas, digamos que durante el mes de octubre de 1901.
El episodio no fue más que el principio de un proceso que venía de antes y que se iría repitiendo y agravando a partir de ese momento.
El 3 de diciembre de 1901 escribe a su amigo Angel Zabala desde Sukarrieta diciéndole que “nuevo trancazo tengo acuestas” (Historia del Nacionalismo Vasco en sus Documentos, III, 154).
A Ángel Zabala: 29 diciembre 1901: “como por la salud debo dar un paseo después de comer…” (HNVD, III; 177).
En una carta a la salida de la cárcel, el 14-XI-1902 a Engracio Aranzadi, desde Loyola, dice: “en busca de este apartado rincón y dispuesto yo a pasar este mes en perfecta tranquilidad, que es para mí el mejor medicamento, y tomando el agua de Zestona, que es lo secundario” (Mauro Elizondo, obra citada antes, vol. II, 444).
En una carta a Eduardo de Arriaga de 16 de julio de 1903 le dice, sobre su enfermedad: “Del diagnóstico y de los médicos, mucho menos, pues aún no hay seguridad… después de 2 años!” (en Mauro Elizondo, II, p. 545).
O sea que Sabino Arana, como decíamos antes, entró en enfermedad digestiva continua desde octubre de 1901, que le dejó en un estado de nerviosidad permanente. Conocemos el antecedente del propio viaje de bodas, en febrero de 1900, cuando cayó enfermo en Lourdes, junto con su mujer. Mientras que esta tuvo lo que se podría denominar una gastroenteritis, lo de Sabino no era lo mismo. Él lo describió así en carta a Engracio de Aranzadi de 10 de octubre de 1900: “Mi estómago, en efecto, estaba empeñado en no recibir nada: ni Champagne con hielo, ni Seltz, ni Vichy, ni agua natural. Todo lo lanzaba con horribles dolores. Tenía el estómago inflamado, y un dolor sordo, profundo, triste me dejaba postrado” (Mauro Elizondo, II, 362).
Bajo estas circunstancias, por limitadoras y condicionadoras en grado sumo, hay que entender todos los episodios que ocurrieron, como decíamos, en los tres últimos años de su vida y que iremos viendo en apartados sucesivos de esta serie.