¿Qué fue del regionalismo vasco?
![[Img #24308]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/06_2023/4881_cp.png)
Hoy vamos a reflexionar sobre algunos hechos olvidados de la memoria histórica real del País Vasco.
Cuando hablo de memoria histórica no me refiero a la versión “oficial” de la misma, ese constructo artificial que es un relato edulcorado del pasado de quienes ostentan poder, visto con “gafas rosas” para intentar cambiarlo.
Por ello vamos a hablar de cómo éramos los vascos hace poco más de cuatro décadas, y por qué se pretende rehacer un pasado a medida, similar a la situación actual, pues reconocer el cambio obligaría a admitir las causas de este, y la verdad es muy incómoda.
¿Ha sido siempre el País Vasco nacionalista y de izquierdas como pretenden algunos, o hubo un tiempo, hoy casi olvidado, en el que estaban muy extendidas otras ideas alternativas sobre cómo debía vertebrarse el futuro vasco?
Pues resulta que hubo un tiempo en el que existió otra opción política tan importante como el nacionalismo y la izquierda en Euskadi, una opción que fue perseguida para erradicarla en nuestro pasado electoral y hoy está casi borrada de nuestra memoria colectiva.
El espacio del centro derecha moderado vasco no nacionalista, ocupado hoy por el PP vasco, y que a partir de ahora denominaremos históricamente como “regionalismo vasco” para simplificar, sufrió en muy pocos años, de 1977 a 1987, un gran declive que le llevó desde representar a un cuarto del electorado vasco hasta rozar su desaparición.
Fue una evolución forzada por terribles circunstancias externas, de las que siempre se habla. Y también, hay que reconocerlo, por errores y deficiencias propias. Estos últimos no suelen mencionarse nunca, quizás por pudor. Lo cual es un grave error, pues de ellos es posible extraer una lección: comprender qué sucedió en los primeros años de la democracia con el voto vasco regionalista para que se desplomara y por qué sus representantes políticos no supieron o pudieron reaccionar puede servir cuando se intente revitalizar el PP vasco.
Conviene hacer un poco de historia.
1977 - 1979
Cuando se celebraron las primeras elecciones generales en junio de 1977, el regionalismo vasco obtuvo un extraordinario resultado numérico conjunto, aunque deslucido por su división en varias candidaturas competidoras. Alcanzó nada menos que un 24,40% del voto válido, siendo numéricamente un espacio electoral casi tan amplio como el ocupado respectivamente por el PNV y el PSE-PSOE.
Esto es algo que deliberadamente se evita mencionar por quienes buscan cimentar el mito de que ya antes de la Transición el País Vasco era mayoritariamente nacionalista y de izquierdas. Lo cual no era en absoluto cierto.
En muy poco tiempo, esa casi cuarta parte de los electores vascos moderados que votaban al regionalismo y no eran nacionalistas ni de izquierdas, se convirtieron en un espacio electoral atemorizado, fagocitado en gran parte por el nacionalismo conservador del PNV y por el centro izquierda estatal del PSE-PSOE.
Pero ello no sucedió por una evolución natural de la ideología política de los electores, sino como efecto combinado, por una parte, de la presión terrorista, que causó la desbandada de sus bases políticas y la búsqueda de “refugio” de sus atemorizados electores en otras opciones menos “expuestas” a la persecución, y por otra de errores propios internos del regionalismo vasco que conviene detallar:
El primer factor interno negativo que pesó en el regionalismo vasco fue su enorme división, dispersión, inestabilidad y debilidad en esos años, por su desarticulación en diversas organizaciones minúsculas, a veces simples siglas y capillitas, que competían de forma cainita entre sí.
Esa desunión política, tanto territorial como organizativa y humana, fue un lastre de salida para aguantar la terrible “presión exterior” y lograr su consolidación política frente a sus competidores nacionalistas y socialistas, mucho más unidos y mejor articulados políticamente. Aunque en aquellos primeros años de la democracia también soportaron tensiones internas y de adaptación de sus estructuras, ellos sí las supieron resolver.
A esa situación interna un tanto caótica del regionalismo vasco se unió, como segundo factor, que debía afrontar su proceso de consolidación en un ambiente social absolutamente hostil debido a la presión del entorno radical, que solo quienes lo vivieron durante aquella década tienen memoria de la importancia que tuvo, y fue muy diferente a la presión de las décadas siguientes, pese a los crímenes cometidos, pues en los primeros años de la transición democrática fue mucho más indiscriminada y en medio de una absoluta soledad.
Algo propio de aquellos llamados “años de plomo”, y que hoy resulta inconcebible: una deliberada persecución para acabar con la presencia de todo un sector de la vida política vasca.
Un tercer factor, fue el absoluto abandono institucional y la terrible indiferencia del entorno social para el que, si algo le pasaba a alguien “es que algo habría hecho”. Una cínica y extendida forma de cobardía política pública y social que hoy nadie quiere recordar.
Un cuarto factor: dicha presión y persecución no era algo que afectaba solo a los líderes más destacados del regionalismo vasco, sino también a los miembros menores de sus estructuras políticas y electorales, dentro de una estrategia radical que buscó extender la presión y el miedo a todos los niveles del regionalismo vasco, con un claro objetivo: impedir su articulación política, e intentar exterminarlo, pues su mera existencia era un obstáculo para los objetivos de ETA.
El precio pagado en aquellos primeros años de la democracia en víctimas es conocido, pero el número de personas y familias que tuvieron que abandonar, muchas veces en silencio, su vida, su trabajo y estudios en el País Vasco ni siquiera se conoce bien.
Un quinto factor negativo interno para el futuro del regionalismo vasco fue la falta de homogeneidad de los mensajes de sus diferentes opciones nacionales de referencia, que eran dispersos y carecían de una óptica capaz de contemplar la necesidad de lograr la unidad de acción y de evitar su fragmentación en el espacio electoral vasco.
Finalmente, hubo un sexto factor negativo para el regionalismo vasco, del que casi nunca se habla. Y este fue humano: el cainismo de algunos de sus dirigentes tanto nacionales como locales, más preocupados de su carrera política personal que de defender a los electores que debían representar. Lo que los llevó a realizar todo tipo de piruetas políticas, cesiones y componendas con sus interlocutores nacionalistas y socialistas, tomándolos (incluso cuando gobernaba en Madrid la propia UCD) cómo si tuvieran un plus de legitimidad para ser los interlocutores para temas vascos, por encima de los representantes del mismo regionalismo vasco, que se veía ninguneado por sus propios dirigentes.
Algo que, por cierto, se repitió años después con el PP en el gobierno, y fue un lastre para consolidar la lograda recuperación del PP vasco a comienzos del siglo XX, pues no se le consideraba como interlocutor sobre los temas vascos, y era preterido frente a PNV y PSOE.
Este “genocidio ideológico” tuvo inicialmente éxito, como se pudo comprobar en las municipales de 1979, donde apenas un mes después de haber sumado en las elecciones generales el regionalismo vasco más del 20,30 % del voto válido, las listas de centro derecha fueron casi barridas, y apenas sumaron el 8,08 % del voto municipal, pues debido al miedo sus opciones políticas carecieron de candidatos locales relevantes en la mayoría de los municipios importantes, y en muchos otros, o no pudieron presentar listas o hubieron de retirarlas, con lo que el número de concejales obtenidos fue mínimo.
Toda su estructura territorial casi desapareció aquella primavera de 1979, en medio de una absoluta indiferencia social y del silencio general ante un cambio sociológico forzado por el miedo a significarse como militante o, incluso, como simple votante de fuerzas regionalistas vascas.
En el ámbito del regionalismo vasco no se contempló en serio la importancia de lograr coaliciones hasta comienzos de los años 80, cuando ya era tarde, habían sido barridos de la mayoría de los pueblos de Vizcaya y de Guipúzcoa, e incluso su espacio electoral urbano había sido achicado por otros partidos.
1982
En 1982, UCD se fusionaba en el País Vasco con AP, liberales y PDP, para formar la Coalición Popular del País Vasco (CP).
Ese año el espacio del regionalismo vasco quedó reducido en las elecciones generales al 10,80 % del voto, dividido en dos grupos: uno más pequeño y testimonial de centro, el CDS, y otro mayoritario de centro derecha, la Coalición Popular del País Vasco (AP-UCD-PDP-PDL) formada por ucedistas, democristianos, liberales y aliancistas (su espina dorsal, pues tenían cuadros y un cierto número de militantes reales, es decir, aquellos dispuestos a colaborar sin plantear exigencias de cargos y puestos seguros en candidaturas). Las primeras eran organizaciones todas de escasísimo peso en cuanto a estructuras y militancia, casi simples etiquetas políticas. La caótica unión que formaron fue denominada como la “sopa de letras” por su confusión ideológica y organizativa.
1986 -1987
La Coalición existió durante cuatro años dentro de un proceso con permanentes tensiones internas que estallarán en 1986 con la llamada “Operación Mayor Oreja” para intentar crear a nivel del País Vasco una especie de UPN vasca tutelada por el líder centrista, opción política que se rechaza. El nefasto resultado electoral en las elecciones autonómicas de 1986 para el conjunto del regionalismo vasco (CP y CDS), con la imagen de inconsistencia, división e improvisación, fue demoledor. Obtuvo apenas el 8,30% del voto en conjunto. Crisis que se agudizó al año siguiente en las elecciones municipales de 1987, en las que, pese a vientos electorales favorables nacionales, apenas pudo recuperarse, pues sumó solo el 8,45 % del voto.
De este modo, el regionalismo vasco había perdido en diez años dos terceras partes de su peso político.
Si no desapareció del todo fue por la presencia entre sus cuadros dirigentes y su militancia de personas concretas de excepcional espíritu, capaces de seguir trabajando en su dirección en las peores circunstancias sin tirar la toalla ni exigir para si cargos ni prebendas electorales.
Fue el factor humano el que frustró el éxito total de ETA y el mundo radical en el exterminio del regionalismo vasco, objetivo que estuvieron cerca de lograr.
A partir de la refundación en 1989 del Partido Popular, mediante un cambio de praxis política en el País Vasco y un trabajo como estructura unida, el regionalismo vasco logró revertir su decadencia electoral poco a poco, hasta casi recuperar por completo en 2001 el espacio electoral perdido en las áreas urbanas (aunque no así en las rurales, perdidas de forma permanente).
La situación de declive electoral del regionalismo vasco, hoy articulado como PP vasco, ha vuelto a repetirse en los últimos diez años, y amenaza con llevarle en los próximos meses de 2023 (Generales del 23 de julio) y 2024 (Autonómicas) a una coyuntura electoral tan peligrosa como la de 1987. De hecho, el resultado en % de voto válido de las recientes elecciones municipales del 28 de mayo de 2023 es inferior al de las municipales de 1987.
Por eso, si su dirección quiere recuperar su fuerza y espacio político es conveniente que analice los errores internos organizativos y de estrategia cometidos en el pasado, para no repetirlos.
Y sobre todo que no olvide que es el factor humano y no la palabrería hueca la clave más importante de toda estructura política.
![[Img #24309]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/06_2023/932_tabla.jpg)
(*) Artura Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019
Hoy vamos a reflexionar sobre algunos hechos olvidados de la memoria histórica real del País Vasco.
Cuando hablo de memoria histórica no me refiero a la versión “oficial” de la misma, ese constructo artificial que es un relato edulcorado del pasado de quienes ostentan poder, visto con “gafas rosas” para intentar cambiarlo.
Por ello vamos a hablar de cómo éramos los vascos hace poco más de cuatro décadas, y por qué se pretende rehacer un pasado a medida, similar a la situación actual, pues reconocer el cambio obligaría a admitir las causas de este, y la verdad es muy incómoda.
¿Ha sido siempre el País Vasco nacionalista y de izquierdas como pretenden algunos, o hubo un tiempo, hoy casi olvidado, en el que estaban muy extendidas otras ideas alternativas sobre cómo debía vertebrarse el futuro vasco?
Pues resulta que hubo un tiempo en el que existió otra opción política tan importante como el nacionalismo y la izquierda en Euskadi, una opción que fue perseguida para erradicarla en nuestro pasado electoral y hoy está casi borrada de nuestra memoria colectiva.
El espacio del centro derecha moderado vasco no nacionalista, ocupado hoy por el PP vasco, y que a partir de ahora denominaremos históricamente como “regionalismo vasco” para simplificar, sufrió en muy pocos años, de 1977 a 1987, un gran declive que le llevó desde representar a un cuarto del electorado vasco hasta rozar su desaparición.
Fue una evolución forzada por terribles circunstancias externas, de las que siempre se habla. Y también, hay que reconocerlo, por errores y deficiencias propias. Estos últimos no suelen mencionarse nunca, quizás por pudor. Lo cual es un grave error, pues de ellos es posible extraer una lección: comprender qué sucedió en los primeros años de la democracia con el voto vasco regionalista para que se desplomara y por qué sus representantes políticos no supieron o pudieron reaccionar puede servir cuando se intente revitalizar el PP vasco.
Conviene hacer un poco de historia.
1977 - 1979
Cuando se celebraron las primeras elecciones generales en junio de 1977, el regionalismo vasco obtuvo un extraordinario resultado numérico conjunto, aunque deslucido por su división en varias candidaturas competidoras. Alcanzó nada menos que un 24,40% del voto válido, siendo numéricamente un espacio electoral casi tan amplio como el ocupado respectivamente por el PNV y el PSE-PSOE.
Esto es algo que deliberadamente se evita mencionar por quienes buscan cimentar el mito de que ya antes de la Transición el País Vasco era mayoritariamente nacionalista y de izquierdas. Lo cual no era en absoluto cierto.
En muy poco tiempo, esa casi cuarta parte de los electores vascos moderados que votaban al regionalismo y no eran nacionalistas ni de izquierdas, se convirtieron en un espacio electoral atemorizado, fagocitado en gran parte por el nacionalismo conservador del PNV y por el centro izquierda estatal del PSE-PSOE.
Pero ello no sucedió por una evolución natural de la ideología política de los electores, sino como efecto combinado, por una parte, de la presión terrorista, que causó la desbandada de sus bases políticas y la búsqueda de “refugio” de sus atemorizados electores en otras opciones menos “expuestas” a la persecución, y por otra de errores propios internos del regionalismo vasco que conviene detallar:
El primer factor interno negativo que pesó en el regionalismo vasco fue su enorme división, dispersión, inestabilidad y debilidad en esos años, por su desarticulación en diversas organizaciones minúsculas, a veces simples siglas y capillitas, que competían de forma cainita entre sí.
Esa desunión política, tanto territorial como organizativa y humana, fue un lastre de salida para aguantar la terrible “presión exterior” y lograr su consolidación política frente a sus competidores nacionalistas y socialistas, mucho más unidos y mejor articulados políticamente. Aunque en aquellos primeros años de la democracia también soportaron tensiones internas y de adaptación de sus estructuras, ellos sí las supieron resolver.
A esa situación interna un tanto caótica del regionalismo vasco se unió, como segundo factor, que debía afrontar su proceso de consolidación en un ambiente social absolutamente hostil debido a la presión del entorno radical, que solo quienes lo vivieron durante aquella década tienen memoria de la importancia que tuvo, y fue muy diferente a la presión de las décadas siguientes, pese a los crímenes cometidos, pues en los primeros años de la transición democrática fue mucho más indiscriminada y en medio de una absoluta soledad.
Algo propio de aquellos llamados “años de plomo”, y que hoy resulta inconcebible: una deliberada persecución para acabar con la presencia de todo un sector de la vida política vasca.
Un tercer factor, fue el absoluto abandono institucional y la terrible indiferencia del entorno social para el que, si algo le pasaba a alguien “es que algo habría hecho”. Una cínica y extendida forma de cobardía política pública y social que hoy nadie quiere recordar.
Un cuarto factor: dicha presión y persecución no era algo que afectaba solo a los líderes más destacados del regionalismo vasco, sino también a los miembros menores de sus estructuras políticas y electorales, dentro de una estrategia radical que buscó extender la presión y el miedo a todos los niveles del regionalismo vasco, con un claro objetivo: impedir su articulación política, e intentar exterminarlo, pues su mera existencia era un obstáculo para los objetivos de ETA.
El precio pagado en aquellos primeros años de la democracia en víctimas es conocido, pero el número de personas y familias que tuvieron que abandonar, muchas veces en silencio, su vida, su trabajo y estudios en el País Vasco ni siquiera se conoce bien.
Un quinto factor negativo interno para el futuro del regionalismo vasco fue la falta de homogeneidad de los mensajes de sus diferentes opciones nacionales de referencia, que eran dispersos y carecían de una óptica capaz de contemplar la necesidad de lograr la unidad de acción y de evitar su fragmentación en el espacio electoral vasco.
Finalmente, hubo un sexto factor negativo para el regionalismo vasco, del que casi nunca se habla. Y este fue humano: el cainismo de algunos de sus dirigentes tanto nacionales como locales, más preocupados de su carrera política personal que de defender a los electores que debían representar. Lo que los llevó a realizar todo tipo de piruetas políticas, cesiones y componendas con sus interlocutores nacionalistas y socialistas, tomándolos (incluso cuando gobernaba en Madrid la propia UCD) cómo si tuvieran un plus de legitimidad para ser los interlocutores para temas vascos, por encima de los representantes del mismo regionalismo vasco, que se veía ninguneado por sus propios dirigentes.
Algo que, por cierto, se repitió años después con el PP en el gobierno, y fue un lastre para consolidar la lograda recuperación del PP vasco a comienzos del siglo XX, pues no se le consideraba como interlocutor sobre los temas vascos, y era preterido frente a PNV y PSOE.
Este “genocidio ideológico” tuvo inicialmente éxito, como se pudo comprobar en las municipales de 1979, donde apenas un mes después de haber sumado en las elecciones generales el regionalismo vasco más del 20,30 % del voto válido, las listas de centro derecha fueron casi barridas, y apenas sumaron el 8,08 % del voto municipal, pues debido al miedo sus opciones políticas carecieron de candidatos locales relevantes en la mayoría de los municipios importantes, y en muchos otros, o no pudieron presentar listas o hubieron de retirarlas, con lo que el número de concejales obtenidos fue mínimo.
Toda su estructura territorial casi desapareció aquella primavera de 1979, en medio de una absoluta indiferencia social y del silencio general ante un cambio sociológico forzado por el miedo a significarse como militante o, incluso, como simple votante de fuerzas regionalistas vascas.
En el ámbito del regionalismo vasco no se contempló en serio la importancia de lograr coaliciones hasta comienzos de los años 80, cuando ya era tarde, habían sido barridos de la mayoría de los pueblos de Vizcaya y de Guipúzcoa, e incluso su espacio electoral urbano había sido achicado por otros partidos.
1982
En 1982, UCD se fusionaba en el País Vasco con AP, liberales y PDP, para formar la Coalición Popular del País Vasco (CP).
Ese año el espacio del regionalismo vasco quedó reducido en las elecciones generales al 10,80 % del voto, dividido en dos grupos: uno más pequeño y testimonial de centro, el CDS, y otro mayoritario de centro derecha, la Coalición Popular del País Vasco (AP-UCD-PDP-PDL) formada por ucedistas, democristianos, liberales y aliancistas (su espina dorsal, pues tenían cuadros y un cierto número de militantes reales, es decir, aquellos dispuestos a colaborar sin plantear exigencias de cargos y puestos seguros en candidaturas). Las primeras eran organizaciones todas de escasísimo peso en cuanto a estructuras y militancia, casi simples etiquetas políticas. La caótica unión que formaron fue denominada como la “sopa de letras” por su confusión ideológica y organizativa.
1986 -1987
La Coalición existió durante cuatro años dentro de un proceso con permanentes tensiones internas que estallarán en 1986 con la llamada “Operación Mayor Oreja” para intentar crear a nivel del País Vasco una especie de UPN vasca tutelada por el líder centrista, opción política que se rechaza. El nefasto resultado electoral en las elecciones autonómicas de 1986 para el conjunto del regionalismo vasco (CP y CDS), con la imagen de inconsistencia, división e improvisación, fue demoledor. Obtuvo apenas el 8,30% del voto en conjunto. Crisis que se agudizó al año siguiente en las elecciones municipales de 1987, en las que, pese a vientos electorales favorables nacionales, apenas pudo recuperarse, pues sumó solo el 8,45 % del voto.
De este modo, el regionalismo vasco había perdido en diez años dos terceras partes de su peso político.
Si no desapareció del todo fue por la presencia entre sus cuadros dirigentes y su militancia de personas concretas de excepcional espíritu, capaces de seguir trabajando en su dirección en las peores circunstancias sin tirar la toalla ni exigir para si cargos ni prebendas electorales.
Fue el factor humano el que frustró el éxito total de ETA y el mundo radical en el exterminio del regionalismo vasco, objetivo que estuvieron cerca de lograr.
A partir de la refundación en 1989 del Partido Popular, mediante un cambio de praxis política en el País Vasco y un trabajo como estructura unida, el regionalismo vasco logró revertir su decadencia electoral poco a poco, hasta casi recuperar por completo en 2001 el espacio electoral perdido en las áreas urbanas (aunque no así en las rurales, perdidas de forma permanente).
La situación de declive electoral del regionalismo vasco, hoy articulado como PP vasco, ha vuelto a repetirse en los últimos diez años, y amenaza con llevarle en los próximos meses de 2023 (Generales del 23 de julio) y 2024 (Autonómicas) a una coyuntura electoral tan peligrosa como la de 1987. De hecho, el resultado en % de voto válido de las recientes elecciones municipales del 28 de mayo de 2023 es inferior al de las municipales de 1987.
Por eso, si su dirección quiere recuperar su fuerza y espacio político es conveniente que analice los errores internos organizativos y de estrategia cometidos en el pasado, para no repetirlos.
Y sobre todo que no olvide que es el factor humano y no la palabrería hueca la clave más importante de toda estructura política.
(*) Artura Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019