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Martes, 06 de Junio de 2023 Tiempo de lectura:

Bret Easton Ellis visita España y los periodistas españoles demuestran no estar a la altura

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Hola a todas. Antes de empezar, una advertencia: el señor Ellis no hace posados…

 

Caras de decepción en los profesionales. Más aún cuando él llegó por un lado imprevisto. Sonriente. La venganza se sirvió fría: a pesar de la advertencia de la representante española de Random House, los fotógrafos le acribillaron a instantáneas. Más tarde los periodistas cometerían la misma falta de respeto, de otra manera —en mi opinión, aún más descortés. Un recibimiento pésimo para todo un genio.

 

Bret Easton Ellis es un escritor. Quiere tener el control absoluto sobre su imagen. Para poder manipularla, de cara al lector, a través de las palabras. Esa es la última potestad del novelista, más aún del novelista que se implica personalmente en sus obras, dentro del marco que compone este mundo de imágenes. El escritor no admite posados, y está bien que así sea —especialmente cuando no se lee más que aquel que expone su imagen en Internet o en la televisión. Tampoco ofrece sonrisas ni quiere quedar bien con nadie que no lo merezca. Todo el mundo escribe libros hoy —aunque prácticamente nadie lee o llega a la excelencia—, pero muy pocos hombres vivos pueden decir tanto con las palabras como el hombre al que los periodistas españoles quieren preguntar sobre política mientras le masacran a fotografías.

 

I was a lier (“Soy un mentiroso”) —dijo ante un grupo de periodistas que, en su mayoría, utilizaban traductor simultáneo.

 

Sí: es tímido. Y es por eso que escribe: es un voyeur. Al que no le gusta que le miren. Es celoso con su imagen, y no está solo: Salinger, Pynchon, McCarthy, DeLillo… Es bien conocida la fobia de ciertos escritores norteamericanos a la cámara. Todo, pues, era mentira. Por eso tenía que escribir entonces, cuando los hechos tuvieron lugar, la novela que sin embargo no hemos podido leer hasta ahora. Del chaval de 16 al hombre de 59 nada ha caído en el olvido. De todas formas, el material estaba recogido en los diarios. Y además tiene buena memoria…

 

Todo era acerca del tiempo. Es la novela de un anciano mirando el pasado. Es la edad lo que me hace escribir sobre el pasado —momento que él aprovechó para trazar un símil con su coetáneo Quentin Tarantino, que también ha decidido hablar en su obra de una época anterior al smartphone. Curiosamente, el ahora escritor quiere ser director de cine y, desde hace unos meses, el antes director de cine se está destacando como escritor.

 

Su última novela, Los destrozos, la que había venido a presentar y nadie, probablemente, más que quien esto escribe y algún pirado más había leído en toda la sala —salió hace más de dos semanas en España, y a principios de año en su idioma original: no hay excusa—, es la summa y el epítome de toda su obra anterior. Como ya he dicho en la crítica de la misma, una obra maestra que nace de la música y de las películas que poblaron un tiempo mejor: “En los años 70 veía grandes películas todas las semanas en el cine”.

 

Era libre y aquello era divertido. The Shards es el libro más gracioso que he escrito jamás. No creo en el arrepentimiento, y además no me arrepiento de nada. Me importa una mierda que la gente se sienta ofendida por lo que escribo, yo solo escribo lo que quiero. Si te importa ofender o no a alguien, vas a escribir una porquería.

 

Tras la primera pregunta, de quien esto escribe, enfocada hacia su último libro, el único de toda su obra que no se basa en la época inmediatamente contemporánea en la que ha sido concebido, todas las demás preguntas fueron de sesgo político o moralista. Salvo la de Alberto Olmos, de El Confidencial, que le interrogó por su cuenta de Twitter y los comentarios acerca de series de televisión. Ante uno de los mejores escritores vivos, la prensa cultural española quiere hablar del "auge de la extrema derecha” y del “pensamiento reaccionario” en curso —si no me equivoco, esa pregunta corresponde a Laura García Higueras, de ElDiario.es. No han leído Los destrozos, libro del que han venido a hablar; conocen American Psycho sólo por la mediocre película del mismo título; de Menos que cero o Glamourama, dos cimas absolutas de la literatura de finales del siglo XX, mejor ni hablemos; y Blanco, el ensayo de Easton Ellis sobre la cultura de la cancelación, ni les suena e, incluso, parecen sacados de él. Así se lo demostró el escritor en su contundente respuesta:

 

Pertenezco a la Generación X, estoy muy orgulloso de ello, de estar situado entre los millenials y los boomers. Cada generación reacciona a la anterior. Entonces había una libertad en la conversación y en las costumbres que ya no tenemos. También éramos libres en el arte. Ahora no hay ni felicidad ni placer en la literatura. Aquello en cambio fue muy divertido. No se trata de provocar; provocar no es ser un artista, y yo trato de ser auténtico. Tampoco estamos hablando de política: estamos refiriéndonos a asuntos culturales. Muchas personas de la Generación X se han movido contra la izquierda que les censura en asuntos culturales. Se han vuelto culturalmente “liberals—mantenemos la expresión en el original para separarla de la voz española “liberal”, que no es intercambiable—, de derechas, pero no es algo político. Hay mucha gente decepcionada con la libertad de expresión.

 

Casi nadie entendió nada en toda la sala. No sabían o no querían hablar de literatura. Querían aprovechar la ocasión para hablar de ideología, una vez más. Bret Easton Ellis, uno de los grandes autores de nuestra época, no habla de moralidad o de política. Tampoco admite posados: sencillamente es un hombre que escribe de maravilla. Por eso no interesa al periodista cultural medio de España —a pesar del interés fingido y de los comentarios “de solapa” en reseñas que son apenas un remedo mal traducido de lo que antes ha escrito la prensa estadounidense. En estos momentos, el periodismo cultural —ni de ningún tipo, me atrevería a decir— demuestra no estar a la altura de las circunstancias. Su trabajo, en términos generales, parece ser realizado con ayuda del ChatGPT, como ocurre con muchos trabajos del Bachillerato. Algo que a todos, en cuanto que sociedad, no nos deja precisamente en muy buen lugar, cuando se trata de recibir en nuestra casa a un genio que todavía será recordado con admiración dentro de un par de siglos.

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