Canto a la democracia hoy prisionera
Debería enseñarse en las escuelas. La democracia es el sistema que nos hace ciudadanos y por tanto sujeto de los derechos fundamentales y sociales. Lo contrario es la partitocracia, tan perversa como las dictaduras.
La verdadera democracia debe ofrecer listas abiertas al ciudadano soberano y finalizar con ese sistema que convierte a los partidos políticos en las empresas que deciden la representación popular.
La verdadera democracia debe poner fin el denominado voto clientelar. Ese que compraban los caciques de antaño. Ese que emiten los desclasados de hoy para alcanzar favores del partido ganador.
La verdadera democracia tendrá su asiento en instituciones públicas eficientes. Donde estén los mejores. Donde el contacto con la circunscripción electoral se mantenga con disciplina de voto hacia el representado y no hacia el partido político.
La verdadera democracia debe abrir un debate con la sociedad civil para simplificar el tamaño de las administraciones públicas fusionando ayuntamientos, eliminando las diputaciones provinciales cuya actuación debe recaer en ayuntamientos y comunidades autónomas, así como devolviendo a la sociedad civil aquellas funciones que han sido ocupadas o usurpadas por la política que nombra a sus adeptos cuando debe estar en manos de los mejores ciudadanos por sus méritos objetivos. Y además, cualquier plan de control para el gasto público y la deuda debe comenzar por la ejemplarizante intervención que antecede.
La verdadera democracia pone a cada cual en su sitio. Y así contra manipulaciones, gestión del miedo, estímulo de los complejos, partidos políticos que han mostrado dos caras de la moneda: su ignorancia para legislar y su peligrosa forma para estimular el odio, quedan al pairo en un descalabro que muestra como la sociedad civil ha madurado y no se deja impresionar.
La verdadera democracia no se reviste de "santidad e inefabilidad pontifica" para señalar a los contrincantes como "fascistas". En todo caso, la confrontación en dicho sistema permite debatir entre candidatos y explicar al pueblo soberano compromisos para operar en la convivencia y calidad de vida, mostrando a las claras que diferencias hay entre unos partidos políticos y otros en su legítimo afán de lograr la confianza del pueblo en forma de votos.
La verdadera democracia adjura de aquellos/as que han hecho uso de la violencia para eliminar la disidencia y capturar mediante el miedo a la voluntad popular. No deben ser de la partida electoral. No cumplen con los mínimos exigibles para los procesos electorales.
La verdadera democracia posibilita alternancia para el cambio. Ahí es donde el voto depositado en la urna tiene fuerza. Lo que no podemos tolerar la ciudadanía es que algunos gaznápiros pongan en duda la madurez del votante. No sólo es síntoma para esa enfermedad que infecta manipulando la voluntad libre pensadora. Es también desprecio y soberbia de quienes pierden y no saben perder con humildad.
La verdadera democracia es contraria a convertir la política en una profesión de pailanes endomingados que disfrutan privilegios y se cubren la pérdida de la representatividad con cesantías pactadas en los pasillos de las Instituciones y que constituyen parte oscura de los derechos adquiridos por sus señorías. Me gustaría que algún verso libre hiciera una tesis doctoral sobre tales circunstancias en todos los foros políticos institucionales que ha creado la España de las Autonomías.
La verdadera democracia posibilita la esperanza del ciudadano. Que debe percibir ejemplos clarividentes. No se pueden recortar los salarios y poder adquisitivo de las pensiones para trabajadores mientras el tamaño de la Administración crece y crece. Bien venida sea la supresión de ministerios con sus organigramas. Bien venida sea meter en cintura a los sindicalistas liberados. Todo gasto improductivo debe suprimirse en los primeros cien días del cambio.
La verdadera democracia legisla para evitar el odio. Y lo hace en vigilancia continuada. Es la manera de impedir que los argumentos sean sustituidos por la violencia que no tiene género pero que impregna perversamente las relaciones entre los ciudadanos llegando a ser causa no sólo de exilios involuntarios también de graves enfrentamientos que forman parte de la historia de España y que algunos/as quieren revivir a modo de "segunda vuelta".
La verdadera democracia es transparente. Garantiza acceso a los procedimientos que seleccionan y nombran los altos cargos o los cargos de responsabilidad que son convocados a concurso de méritos.
La verdadera democracia sigue estando presente en el legado que nos hizo Aristóteles. No sólo es votar. Es participar en las decisiones políticas a través de los representantes elegidos. Pero tiene que ser claro el límite entre la sociedad civil y el espacio en el que interviene la política.
La verdadera democracia rechaza los complejos que son estimulados para asustar, avergonzar, exiliar y estigmatizar al votante con términos tan manidos según la moda del momento -machismo- cuando ahora mismo se pueden juzgar por el ciudadano antes de votar al menos tres hechos: conducta de los poderes públicos en la pandemia; grado de corrupción; embustes; soberbia; compromiso con la unidad nacional; bloques que han consolidado mayorías y pueden volver a consolidarlas.
Debería enseñarse en las escuelas. La democracia es el sistema que nos hace ciudadanos y por tanto sujeto de los derechos fundamentales y sociales. Lo contrario es la partitocracia, tan perversa como las dictaduras.
La verdadera democracia debe ofrecer listas abiertas al ciudadano soberano y finalizar con ese sistema que convierte a los partidos políticos en las empresas que deciden la representación popular.
La verdadera democracia debe poner fin el denominado voto clientelar. Ese que compraban los caciques de antaño. Ese que emiten los desclasados de hoy para alcanzar favores del partido ganador.
La verdadera democracia tendrá su asiento en instituciones públicas eficientes. Donde estén los mejores. Donde el contacto con la circunscripción electoral se mantenga con disciplina de voto hacia el representado y no hacia el partido político.
La verdadera democracia debe abrir un debate con la sociedad civil para simplificar el tamaño de las administraciones públicas fusionando ayuntamientos, eliminando las diputaciones provinciales cuya actuación debe recaer en ayuntamientos y comunidades autónomas, así como devolviendo a la sociedad civil aquellas funciones que han sido ocupadas o usurpadas por la política que nombra a sus adeptos cuando debe estar en manos de los mejores ciudadanos por sus méritos objetivos. Y además, cualquier plan de control para el gasto público y la deuda debe comenzar por la ejemplarizante intervención que antecede.
La verdadera democracia pone a cada cual en su sitio. Y así contra manipulaciones, gestión del miedo, estímulo de los complejos, partidos políticos que han mostrado dos caras de la moneda: su ignorancia para legislar y su peligrosa forma para estimular el odio, quedan al pairo en un descalabro que muestra como la sociedad civil ha madurado y no se deja impresionar.
La verdadera democracia no se reviste de "santidad e inefabilidad pontifica" para señalar a los contrincantes como "fascistas". En todo caso, la confrontación en dicho sistema permite debatir entre candidatos y explicar al pueblo soberano compromisos para operar en la convivencia y calidad de vida, mostrando a las claras que diferencias hay entre unos partidos políticos y otros en su legítimo afán de lograr la confianza del pueblo en forma de votos.
La verdadera democracia adjura de aquellos/as que han hecho uso de la violencia para eliminar la disidencia y capturar mediante el miedo a la voluntad popular. No deben ser de la partida electoral. No cumplen con los mínimos exigibles para los procesos electorales.
La verdadera democracia posibilita alternancia para el cambio. Ahí es donde el voto depositado en la urna tiene fuerza. Lo que no podemos tolerar la ciudadanía es que algunos gaznápiros pongan en duda la madurez del votante. No sólo es síntoma para esa enfermedad que infecta manipulando la voluntad libre pensadora. Es también desprecio y soberbia de quienes pierden y no saben perder con humildad.
La verdadera democracia es contraria a convertir la política en una profesión de pailanes endomingados que disfrutan privilegios y se cubren la pérdida de la representatividad con cesantías pactadas en los pasillos de las Instituciones y que constituyen parte oscura de los derechos adquiridos por sus señorías. Me gustaría que algún verso libre hiciera una tesis doctoral sobre tales circunstancias en todos los foros políticos institucionales que ha creado la España de las Autonomías.
La verdadera democracia posibilita la esperanza del ciudadano. Que debe percibir ejemplos clarividentes. No se pueden recortar los salarios y poder adquisitivo de las pensiones para trabajadores mientras el tamaño de la Administración crece y crece. Bien venida sea la supresión de ministerios con sus organigramas. Bien venida sea meter en cintura a los sindicalistas liberados. Todo gasto improductivo debe suprimirse en los primeros cien días del cambio.
La verdadera democracia legisla para evitar el odio. Y lo hace en vigilancia continuada. Es la manera de impedir que los argumentos sean sustituidos por la violencia que no tiene género pero que impregna perversamente las relaciones entre los ciudadanos llegando a ser causa no sólo de exilios involuntarios también de graves enfrentamientos que forman parte de la historia de España y que algunos/as quieren revivir a modo de "segunda vuelta".
La verdadera democracia es transparente. Garantiza acceso a los procedimientos que seleccionan y nombran los altos cargos o los cargos de responsabilidad que son convocados a concurso de méritos.
La verdadera democracia sigue estando presente en el legado que nos hizo Aristóteles. No sólo es votar. Es participar en las decisiones políticas a través de los representantes elegidos. Pero tiene que ser claro el límite entre la sociedad civil y el espacio en el que interviene la política.
La verdadera democracia rechaza los complejos que son estimulados para asustar, avergonzar, exiliar y estigmatizar al votante con términos tan manidos según la moda del momento -machismo- cuando ahora mismo se pueden juzgar por el ciudadano antes de votar al menos tres hechos: conducta de los poderes públicos en la pandemia; grado de corrupción; embustes; soberbia; compromiso con la unidad nacional; bloques que han consolidado mayorías y pueden volver a consolidarlas.