Solos en la oscuridad
![[Img #24372]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/06_2023/2243_screenshot-2023-06-18-at-08-26-51-mellizos-bebes-recien-nacido-foto-gratis-en-pixabay.png)
El colapso del edificio fue repentino. Hubo un gran ruido y luego oscuridad total. Perdí el sentido del tiempo. Al rato, el dolor de mis heridas me despertó. Comenzaron a pasar las horas y me pareció escuchar sirenas.
Luego, poco a poco, un ruido de la perforación con martillo neumático se fue acercando. La progresión de los equipos de rescate resultaba clara. Y lo más esperanzador era que, entremezcladas con el golpeteo de la maquinaria, se escuchaban voces. Los bomberos avanzaban centímetro a centímetro a través de las ruinas del edificio.
- “Estamos salvados”, dije con convicción. “Están cerca, nos buscan y solo debemos esperar unas horas para que lleguen aquí”.
Pese al dolor que sentía en el cuerpo por el impacto contra el suelo, que al principio me había hecho perder el sentido, oír a aquellas personas que nos buscaban me daba fuerzas. Incluso la negra oscuridad en la que estábamos me parecía cada vez menos agobiante. Teníamos esperanza.
El niño no respondió, pero apretó mi mano con la suya. Seguía pasmosamente tranquilo desde que, al recobrar el sentido, advertí su presencia entre los restos del ascensor dentro del foso. No sé cómo acabó donde estábamos atrapados, yo estaba solo cuando sucedió el derrumbe. Quizás cayó desde la planta baja y tuvo suerte de no hacerse daño, pues no parecía herido.
Su aparición fue providencial pues no estar solo me mantuvo cuerdo. Nos rodeaban toneladas de cascotes, escombros y hierros retorcidos, pero estábamos vivos y nos hacíamos compañía.
Como no había visto hacía tiempo a ningún pequeño en el vecindario, le pregunté su nombre y donde vivía. Me dijo que era Marcos, y que vivía allí, en aquella casa.
- “Tu nombre es muy bonito,” le dije. “Yo me llamo Andrés, pero casi me ponen como a ti. A mis padres también les gustaba ese nombre”.
El crío hablaba poco, pero era cariñoso. Aunque yo no lo recordaba, él sí debía conocerme pues le noté confiado. A veces daba la sensación de que él era el adulto y yo el niño.
Las horas fueron transcurriendo y los bomberos estaban cada vez más cerca. Repentinamente, se oyó un gran estruendo y un nuevo derrumbe golpeó con violencia el ascensor. Perdí otra vez la consciencia.
Cuando volví a recuperarla y abrí los ojos, estaba en una ambulancia. El ruido de la sirena era atronador. Me llevaban hacia el hospital y me habían inyectado algo muy fuerte, pues no sentía dolor alguno.
Entonces recordé al niño. ¿Qué le habría sucedido? No sabía por qué, pero tenía la sensación de que seguía cercano y a salvo. Aunque quizás mi confianza era solo un efecto de la fortísima medicación, así que pregunté al sanitario que me acompañaba.
- Por favor, dígame como está el niño ¿Le han sacado? ¿Está bien? Necesito saberlo.
El joven enfermero respondió que yo estaba solo, no habían rescatado a nadie más del ascensor Pero ¿y el niño? ¿Lo había soñado todo?
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Han pasado los días, he salido de la UCI y estoy en planta. Siento que no lo soñé, que fue real. A veces me parece sentir de nuevo el contacto de su manita con la mía, percibo que me aprieta para confortarme.
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El Jefe de Bomberos seguía preocupado. Rescatar un superviviente del derrumbe a las casi sesenta horas de producido el mismo había sido un éxito. Les habían felicitado. Pero el herido insistió en que no estaba solo, que con él había un niño. Naturalmente, se generó una cierta alarma pública y la urgencia por continuar el rescate. ¿Quedaba un niño atrapado y por encontrar? ¿Estaría aún vivo?
Por más que se buscó y por más medios que se emplearon no se encontró a nadie más bajo los restos del edificio, ni vivo ni muerto. La prensa y los políticos finalmente atribuyeron el asunto a un delirio del superviviente, atrapado varios días en la oscuridad, y el tema se olvidó.
Pero el Jefe seguía inquieto. Sus hombres le aseguraron privadamente haber oído ocasionalmente voces procedentes de la cabina. Claramente casi siempre la voz de un adulto. Pero a veces también otra voz, la de un niño. Pero ¿qué niño? Ninguno vivía en el edificio. Y si hubo un niño atrapado en el ascensor, ¿dónde estaba ahora?
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El doctor Carlos Fontana era Ginecólogo. Bueno, lo había sido, pues llevaba unos años jubilado. En la tertulia del Casino, que cada martes celebraba con otros médicos, gustaba de contar casos extraños que había visto a lo largo de su dilatada carrera. Era una forma de volver a vivir la profesión.
Aquella tarde decidió contar el caso del niño desaparecido. Para él un hecho sorprendente.
“En mi juventud”, relató a sus compañeros, “la ecografía era una técnica innovadora y carísima, casi me emocionaba al utilizarla. Parecía magia ver a través de los ultrasonidos el interior del cuerpo y la placenta... El caso es que había realizado una ecografía a una embarazada de tres meses. Se veían perfectamente los gemelos, dos niños. El embarazo no presentaba riesgos, así que seguimos con los controles rutinarios de la época, y llegamos al momento del parto. Y entonces surgió la sorpresa. Solo había un niño. Los padres, que ya tenían hasta los nombres elegidos, sufrieron un enorme disgusto. Recuerdo que les iban a llamar Andrés y Marcos. Al nacido le pusieron Andrés.”
“Y al otro gemelo, ¿qué crees que la sucedió? A los tres meses ya estaba formado...”, intervino uno de los presentes.
“Desapareció”, respondió el ginecólogo. “Debió ser absorbido durante el embarazo por su gemelo. Quizás sigue enquistado dentro y su hermano lleva consigo sin saberlo el feto momificado de su gemelo, rodeado de tejido como un quiste, como un cuerpo extraño.”
Otro médico presente planteo una pregunta: “Pero si fuesen gemelos univitelinos, el sistema inmunitario del superviviente no habría considerado un cuerpo extraño al absorbido. Sería curioso tras el parto haber seguido su evolución y como se integraba en el cuerpo del nacido.”
“No hubo oportunidad”, respondió el ginecólogo, “pues al poco tiempo perdí la pista de la familia y no los volví a ver. El superviviente será hoy un hombre maduro. Y pienso que vivirá su vida sin saber que antes de nacer tuvo un gemelo atrapado dentro de él. Quien sabe, a lo mejor lo tiene todavía.”
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Andrés vuelve a sentir como si una manita apretara la suya. Sonríe. Algunos dirán que está loco, pero el caso es que desde el accidente no se ha vuelto a sentir solo.
El colapso del edificio fue repentino. Hubo un gran ruido y luego oscuridad total. Perdí el sentido del tiempo. Al rato, el dolor de mis heridas me despertó. Comenzaron a pasar las horas y me pareció escuchar sirenas.
Luego, poco a poco, un ruido de la perforación con martillo neumático se fue acercando. La progresión de los equipos de rescate resultaba clara. Y lo más esperanzador era que, entremezcladas con el golpeteo de la maquinaria, se escuchaban voces. Los bomberos avanzaban centímetro a centímetro a través de las ruinas del edificio.
- “Estamos salvados”, dije con convicción. “Están cerca, nos buscan y solo debemos esperar unas horas para que lleguen aquí”.
Pese al dolor que sentía en el cuerpo por el impacto contra el suelo, que al principio me había hecho perder el sentido, oír a aquellas personas que nos buscaban me daba fuerzas. Incluso la negra oscuridad en la que estábamos me parecía cada vez menos agobiante. Teníamos esperanza.
El niño no respondió, pero apretó mi mano con la suya. Seguía pasmosamente tranquilo desde que, al recobrar el sentido, advertí su presencia entre los restos del ascensor dentro del foso. No sé cómo acabó donde estábamos atrapados, yo estaba solo cuando sucedió el derrumbe. Quizás cayó desde la planta baja y tuvo suerte de no hacerse daño, pues no parecía herido.
Su aparición fue providencial pues no estar solo me mantuvo cuerdo. Nos rodeaban toneladas de cascotes, escombros y hierros retorcidos, pero estábamos vivos y nos hacíamos compañía.
Como no había visto hacía tiempo a ningún pequeño en el vecindario, le pregunté su nombre y donde vivía. Me dijo que era Marcos, y que vivía allí, en aquella casa.
- “Tu nombre es muy bonito,” le dije. “Yo me llamo Andrés, pero casi me ponen como a ti. A mis padres también les gustaba ese nombre”.
El crío hablaba poco, pero era cariñoso. Aunque yo no lo recordaba, él sí debía conocerme pues le noté confiado. A veces daba la sensación de que él era el adulto y yo el niño.
Las horas fueron transcurriendo y los bomberos estaban cada vez más cerca. Repentinamente, se oyó un gran estruendo y un nuevo derrumbe golpeó con violencia el ascensor. Perdí otra vez la consciencia.
Cuando volví a recuperarla y abrí los ojos, estaba en una ambulancia. El ruido de la sirena era atronador. Me llevaban hacia el hospital y me habían inyectado algo muy fuerte, pues no sentía dolor alguno.
Entonces recordé al niño. ¿Qué le habría sucedido? No sabía por qué, pero tenía la sensación de que seguía cercano y a salvo. Aunque quizás mi confianza era solo un efecto de la fortísima medicación, así que pregunté al sanitario que me acompañaba.
- Por favor, dígame como está el niño ¿Le han sacado? ¿Está bien? Necesito saberlo.
El joven enfermero respondió que yo estaba solo, no habían rescatado a nadie más del ascensor Pero ¿y el niño? ¿Lo había soñado todo?
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Han pasado los días, he salido de la UCI y estoy en planta. Siento que no lo soñé, que fue real. A veces me parece sentir de nuevo el contacto de su manita con la mía, percibo que me aprieta para confortarme.
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El Jefe de Bomberos seguía preocupado. Rescatar un superviviente del derrumbe a las casi sesenta horas de producido el mismo había sido un éxito. Les habían felicitado. Pero el herido insistió en que no estaba solo, que con él había un niño. Naturalmente, se generó una cierta alarma pública y la urgencia por continuar el rescate. ¿Quedaba un niño atrapado y por encontrar? ¿Estaría aún vivo?
Por más que se buscó y por más medios que se emplearon no se encontró a nadie más bajo los restos del edificio, ni vivo ni muerto. La prensa y los políticos finalmente atribuyeron el asunto a un delirio del superviviente, atrapado varios días en la oscuridad, y el tema se olvidó.
Pero el Jefe seguía inquieto. Sus hombres le aseguraron privadamente haber oído ocasionalmente voces procedentes de la cabina. Claramente casi siempre la voz de un adulto. Pero a veces también otra voz, la de un niño. Pero ¿qué niño? Ninguno vivía en el edificio. Y si hubo un niño atrapado en el ascensor, ¿dónde estaba ahora?
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El doctor Carlos Fontana era Ginecólogo. Bueno, lo había sido, pues llevaba unos años jubilado. En la tertulia del Casino, que cada martes celebraba con otros médicos, gustaba de contar casos extraños que había visto a lo largo de su dilatada carrera. Era una forma de volver a vivir la profesión.
Aquella tarde decidió contar el caso del niño desaparecido. Para él un hecho sorprendente.
“En mi juventud”, relató a sus compañeros, “la ecografía era una técnica innovadora y carísima, casi me emocionaba al utilizarla. Parecía magia ver a través de los ultrasonidos el interior del cuerpo y la placenta... El caso es que había realizado una ecografía a una embarazada de tres meses. Se veían perfectamente los gemelos, dos niños. El embarazo no presentaba riesgos, así que seguimos con los controles rutinarios de la época, y llegamos al momento del parto. Y entonces surgió la sorpresa. Solo había un niño. Los padres, que ya tenían hasta los nombres elegidos, sufrieron un enorme disgusto. Recuerdo que les iban a llamar Andrés y Marcos. Al nacido le pusieron Andrés.”
“Y al otro gemelo, ¿qué crees que la sucedió? A los tres meses ya estaba formado...”, intervino uno de los presentes.
“Desapareció”, respondió el ginecólogo. “Debió ser absorbido durante el embarazo por su gemelo. Quizás sigue enquistado dentro y su hermano lleva consigo sin saberlo el feto momificado de su gemelo, rodeado de tejido como un quiste, como un cuerpo extraño.”
Otro médico presente planteo una pregunta: “Pero si fuesen gemelos univitelinos, el sistema inmunitario del superviviente no habría considerado un cuerpo extraño al absorbido. Sería curioso tras el parto haber seguido su evolución y como se integraba en el cuerpo del nacido.”
“No hubo oportunidad”, respondió el ginecólogo, “pues al poco tiempo perdí la pista de la familia y no los volví a ver. El superviviente será hoy un hombre maduro. Y pienso que vivirá su vida sin saber que antes de nacer tuvo un gemelo atrapado dentro de él. Quien sabe, a lo mejor lo tiene todavía.”
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Andrés vuelve a sentir como si una manita apretara la suya. Sonríe. Algunos dirán que está loco, pero el caso es que desde el accidente no se ha vuelto a sentir solo.