La mujer y las avispas
A menudo ha sucedido que estando en clase, cuando una avispa entra por la ventana, las chicas empiezan a gritar y no hay manera de ignorar a la avispa y continuar la clase. Hasta que no se echa a la avispa no se restablece la calma. Ellos, sin embargo, se quedan indiferentes y tranquilamente se ocupan de echar a la intrusa.
¿Es la mujer más miedosa que el hombre? O la han hecho miedosa, que diría una feminista; pero si observamos los juegos infantiles en un parque donde hay toboganes y otros aparatos, no juguetes, enseguida se da uno cuenta de que los niños son más arriesgados que las niñas en sus juegos e inventan modos de utilizar los castillos, columpios o lo que sea de manera más atrevida; miran menos el peligro. Arriesgarse tontamente puede ser de idiotas; pero en ciertas situaciones puede ser conveniente que alguien esté dispuesto a arriesgarse por otras personas o por una causa.
Sí, para ciertas cosas la mujer es más miedosa; no le gusta correr riesgos. Depende de qué cosas se trate. Por lo general, el hombre es más cobarde ante la enfermedad, las desgracias, las penurias, ante cierto tipo de adversidades que la mujer enfrenta con más entereza. De hecho, que los suicidios de hombres tripliquen el de mujeres en todos los países y culturas puede tener un doble significado: que soportan peor las adversidades, son más cobardes ante ciertas desdichas que desorganizan su vida; pero paradójicamente tienen más valor para acabar con ellas de una manera definitiva.
Por otra parte, el hombre arriesga más su vida en guerras y situaciones difíciles; y otras muchas veces en cosas intrascendentes, en el deporte, conduciendo, en situaciones de peligro, etc. Es fácil encontrar esto en las estadísticas de muertes por accidente practicando deportes de riesgo. O también en las estadísticas por accidente de motos o coches; pero otras veces, en tiempos pasados sobre todo, el hombre estaba dispuesto a arriesgar su vida por la familia, por la comunidad, por la patria, por el honor, por la defensa de ideales, por la fama.
No quiere decir esto que en la historia no surgiesen mujeres heroicas y no fuesen reconocidas y admiradas: una Juana de Arco, o una Agustina de Aragón, Clara del Rey o Manuela Malasaña, pero eran la excepción. También podríamos recordar el valor de las numerosas mártires cristianas que murieron por su fe. O el apoyo de las veinticinco mil mujeres mejicanas en el ejército cristero por defender igualmente su fe, que arriesgaron sus vidas y sufrieron la represión.
Recuérdese, por otra parte, la tragedia de Antígona y a la protagonista sacrificándose por su hermano -condenado a no ser sepultado- y retando al gobernante, lo que le cuesta la muerte; mientras que su hermana Ismene adopta una actitud obediente, «somos mujeres y no podemos enfrentarnos a los hombres». Una y otra habrían sido educadas de manera similar y en el mismo ambiente, pero responden de diferente manera ante los retos de la vida. Antígona se convierte en un modelo de valentía al mirar por uno de «los suyos», de su familia. Ismene pasa a la historia como la dócil o ¿prudente? respecto a su hermana.
Como señalamos anteriormente, Steve Pinker pone de manifiesto que «en todas las culturas, los hombres son más agresivos, más dados al robo, más proclives a la violencia letal (incluida la guerra)». Y también están más dispuestos a proteger y arriesgar su vida por mujeres y niños. Ya recordábamos antes aquella frase habitual en situaciones de peligro: «primero las mujeres y los niños»; algo que las ideólogas ignoran por completo porque, según ellas, nunca hubo nada bueno ni generoso en la condición de varón.
Ciertamente, en lo que se refiere a los cuerpos de seguridad, la mujer ha entrado ya y es normal encontrar mujeres policías o militares, aunque no parece que sea masiva la preferencia femenina por estos trabajos. En cualquier caso, también hay tareas de despacho, más que de campo, que suelen entrar dentro de las preferencias de las mujeres. En el actual conflicto ucraniano, como en tantos otros, lo que se recluta para la guerra son hombres; y los refugiados, mejor refugiadas, son sobre todo mujeres con sus hijos. No se ha oído ninguna voz de las liberadoras reclamando el 50%.
Ciertamente hoy las sociedades occidentales se han feminizado. Ellos ya no están dispuestos a arriesgar su vida por la comunidad. El servicio militar, muy desprestigiado por ideologías pacifistas, o porque no este claro el interés de los gobernantes, acabó sustituyéndose, en una gran mayoría de los países occidentales, por la milicia de voluntarios, por profesionales. Y los jóvenes canalizan su energía hacia los deportes, muchos de ellos de riesgo: moto, automóvil, montañismo y tantos otros. Antes se arriesgaban por ideales, ahora se arriesgan por banalidades y hobbies.
El gusto, a veces, por la temeridad nos lo muestran las estadísticas de accidentes de coches. Son muchas las diferentes situaciones de la vida en que la mujer prefiere lo seguro y elude el riesgo. Esto, naturalmente, tendrá su influencia a la hora de enfrentar trabajos, actividades y un gran número de decisiones que se toman en la vida.
Esta «prudencia» de la mujer, sin embargo, se ha tirado por la borda en nombre de la libertad en un aspecto importante. Y se manifiesta, porque ésta ha perdido el miedo a los hombres en el peor de los sentidos. Sigue teniendo miedo a las avispas, pero no discrimina entre los hombres que valen la pena y los que no. Sus defensas están en horas bajas. Naturalmente, inducidas por las liberadoras.
A menudo ha sucedido que estando en clase, cuando una avispa entra por la ventana, las chicas empiezan a gritar y no hay manera de ignorar a la avispa y continuar la clase. Hasta que no se echa a la avispa no se restablece la calma. Ellos, sin embargo, se quedan indiferentes y tranquilamente se ocupan de echar a la intrusa.
¿Es la mujer más miedosa que el hombre? O la han hecho miedosa, que diría una feminista; pero si observamos los juegos infantiles en un parque donde hay toboganes y otros aparatos, no juguetes, enseguida se da uno cuenta de que los niños son más arriesgados que las niñas en sus juegos e inventan modos de utilizar los castillos, columpios o lo que sea de manera más atrevida; miran menos el peligro. Arriesgarse tontamente puede ser de idiotas; pero en ciertas situaciones puede ser conveniente que alguien esté dispuesto a arriesgarse por otras personas o por una causa.
Sí, para ciertas cosas la mujer es más miedosa; no le gusta correr riesgos. Depende de qué cosas se trate. Por lo general, el hombre es más cobarde ante la enfermedad, las desgracias, las penurias, ante cierto tipo de adversidades que la mujer enfrenta con más entereza. De hecho, que los suicidios de hombres tripliquen el de mujeres en todos los países y culturas puede tener un doble significado: que soportan peor las adversidades, son más cobardes ante ciertas desdichas que desorganizan su vida; pero paradójicamente tienen más valor para acabar con ellas de una manera definitiva.
Por otra parte, el hombre arriesga más su vida en guerras y situaciones difíciles; y otras muchas veces en cosas intrascendentes, en el deporte, conduciendo, en situaciones de peligro, etc. Es fácil encontrar esto en las estadísticas de muertes por accidente practicando deportes de riesgo. O también en las estadísticas por accidente de motos o coches; pero otras veces, en tiempos pasados sobre todo, el hombre estaba dispuesto a arriesgar su vida por la familia, por la comunidad, por la patria, por el honor, por la defensa de ideales, por la fama.
No quiere decir esto que en la historia no surgiesen mujeres heroicas y no fuesen reconocidas y admiradas: una Juana de Arco, o una Agustina de Aragón, Clara del Rey o Manuela Malasaña, pero eran la excepción. También podríamos recordar el valor de las numerosas mártires cristianas que murieron por su fe. O el apoyo de las veinticinco mil mujeres mejicanas en el ejército cristero por defender igualmente su fe, que arriesgaron sus vidas y sufrieron la represión.
Recuérdese, por otra parte, la tragedia de Antígona y a la protagonista sacrificándose por su hermano -condenado a no ser sepultado- y retando al gobernante, lo que le cuesta la muerte; mientras que su hermana Ismene adopta una actitud obediente, «somos mujeres y no podemos enfrentarnos a los hombres». Una y otra habrían sido educadas de manera similar y en el mismo ambiente, pero responden de diferente manera ante los retos de la vida. Antígona se convierte en un modelo de valentía al mirar por uno de «los suyos», de su familia. Ismene pasa a la historia como la dócil o ¿prudente? respecto a su hermana.
Como señalamos anteriormente, Steve Pinker pone de manifiesto que «en todas las culturas, los hombres son más agresivos, más dados al robo, más proclives a la violencia letal (incluida la guerra)». Y también están más dispuestos a proteger y arriesgar su vida por mujeres y niños. Ya recordábamos antes aquella frase habitual en situaciones de peligro: «primero las mujeres y los niños»; algo que las ideólogas ignoran por completo porque, según ellas, nunca hubo nada bueno ni generoso en la condición de varón.
Ciertamente, en lo que se refiere a los cuerpos de seguridad, la mujer ha entrado ya y es normal encontrar mujeres policías o militares, aunque no parece que sea masiva la preferencia femenina por estos trabajos. En cualquier caso, también hay tareas de despacho, más que de campo, que suelen entrar dentro de las preferencias de las mujeres. En el actual conflicto ucraniano, como en tantos otros, lo que se recluta para la guerra son hombres; y los refugiados, mejor refugiadas, son sobre todo mujeres con sus hijos. No se ha oído ninguna voz de las liberadoras reclamando el 50%.
Ciertamente hoy las sociedades occidentales se han feminizado. Ellos ya no están dispuestos a arriesgar su vida por la comunidad. El servicio militar, muy desprestigiado por ideologías pacifistas, o porque no este claro el interés de los gobernantes, acabó sustituyéndose, en una gran mayoría de los países occidentales, por la milicia de voluntarios, por profesionales. Y los jóvenes canalizan su energía hacia los deportes, muchos de ellos de riesgo: moto, automóvil, montañismo y tantos otros. Antes se arriesgaban por ideales, ahora se arriesgan por banalidades y hobbies.
El gusto, a veces, por la temeridad nos lo muestran las estadísticas de accidentes de coches. Son muchas las diferentes situaciones de la vida en que la mujer prefiere lo seguro y elude el riesgo. Esto, naturalmente, tendrá su influencia a la hora de enfrentar trabajos, actividades y un gran número de decisiones que se toman en la vida.
Esta «prudencia» de la mujer, sin embargo, se ha tirado por la borda en nombre de la libertad en un aspecto importante. Y se manifiesta, porque ésta ha perdido el miedo a los hombres en el peor de los sentidos. Sigue teniendo miedo a las avispas, pero no discrimina entre los hombres que valen la pena y los que no. Sus defensas están en horas bajas. Naturalmente, inducidas por las liberadoras.