Autor de “Guerilla”
Laurent Obertone: “Francia se encuentra ante al mayor calvario al que ya se haya enfrentado jamás”
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“En la oscura Francia de un futuro cercano, una redada policial en una ‘zona sensible’ acaba en una tragedia: un policía atrapado en una emboscada pierde los nervios y dispara indiscriminadamente. La urbanización arde en llamas y todo el país se tambalea. De ciudad en ciudad, el fuego se extiende y la República estalla. Las fuerzas del orden, matones, terroristas, funcionarios, periodistas y ciudadanos se ven desbordados por el maremoto del caos… Las redes eléctrica e hidráulica se colapsan, y con la falta de suministros, orden, comunicaciones, transportes y servicios de emergencia, el desastre colectivo se extiende al campo, la sociedad se desmorona y las ciudades son presa de la violencia, los saqueos y los grandes incendios. Los terroristas desencadenan ataques a gran escala por tierra, mar y cielo”. Esta era la tesis del primer tomo de la novela Guerilla, que el escritor galo que firma con el pseudónimo de Larent Obertone publicó hace algunos años y que hoy muchos franceses están recordando a la vista de lo que ocurre en el país.
“La guerra civil en Francia era inevitable”, escribía Obertone en un relato trepidante publicado por la Editorial Magnus y aún sin editor en España. La historia de Guerilla sumerge al lector en una Francia tan próxima como oscura en la que todo comienza a cambiar cuando en una “no-go zone" (territorios donde las instituciones no llegan, las leyes democráticas no se aplican y se rigen por la ‘sharia’ o ley islámica o por las normas establecidas por determinadas bandas de criminales) se produce una intervención policial que acaba en tragedia. A partir de ahí, París se quiebra y el país entero se sumerge en un caos demencial que, entre disturbio y disturbio, entre atentado y atentado, amenaza con poner contra las cuerdas a 2.000 años de civilización occidental.
La narración de Obertone, rápida como un estallido y tensa como los policías que se aprestan a asaltar una mezquita tomada por un grupo de criminales, conmociona al lector al ritmo que caen las redes eléctricas de país, fallan los aprovisionamientos, se multiplican los asaltos y pillajes y las ciudades son arrasadas por la violencia y los grandes incendios. Los acontecimientos descritos en Guerilla se basaban en los trabajos de escucha, detección y previsión de la inteligencia francesa. Tras dos años de inmersión con agentes de los servicios especiales y destacados especialistas en terror y catástrofes, el también autor de Utøya (el caso Breivik) y de las fenomenales investigaciones La France Orange Mécanique y La France Interdite ofrecía una novela ultrarrealista que sumergía al lector en la historia paroxística de una hipotética guerra civil.
Los acontecimientos de estos días tienen un gran parecido con lo narrado en el primer volumen de su novela Guerilla...
Sí, las similitudes son asombrosas. El Gobierno es igual de cobarde, los suburbios igual de rápidos, la opinión pública igual de pasiva, la policía igual de amordazada, los medios de comunicación y demás miserables de la izquierda igual en su complicidad activa... No sé si lo que está ocurriendo es un ensayo general o una verdadera guerra de guerrillas, pero como vengo diciendo desde hace tiempo, este país es como un bidón de gasolina al que sólo le falta una chispa. Y no hablo de guerra civil: la población autóctona se contentará con ver el partido por televisión, antes de limpiarse la frente y pagar la cuenta. Habrá víctimas que caerán en el olvido y que no tendrán ni un minuto de silencio en la Asamblea.
¿Cómo analiza la cobertura política y mediática de lo que está ocurriendo?
Es difícil juzgar el acontecimiento desencadenante. La cobardía política y judicial enfrenta todos los días a la policía con este tipo de casos, que a veces acaban con la muerte de personas inocentes. Mi observación es que las consecuencias políticas y mediáticas hablan por sí solas. Se pensó que la sumisión desactivaría la revuelta. Evidentemente, ocurrió lo contrario. El gobierno ha defraudado a sus policías y pagará el precio de su debilidad durante mucho tiempo. Pero esto ya ocurre a diario, con esta desastrosa laxitud judicial interpretada como una licencia para la impunidad. Mientras sólo afecte a ciudadanos honrados y no sea demasiado perjudicial para su imagen, al gobierno no le importa. La magnitud de los disturbios y la cobertura mediática de sus fallos podrían cambiar la situación.
Con cada oleada de disturbios de este tipo en Francia, el planteamiento de "no encrespar", combinado con el talonario de subvenciones para los barrios conflictivos, parece primar sobre todo lo demás. ¿Hay alguna razón para pensar que en esta ocasión será diferente?
El Gobierno podría recuperar popularidad si respondiera con verdadera firmeza a lo que está ocurriendo. Pero está aterrorizado por la situación, por las posibles víctimas y por las campañas mediáticas. Como siempre, lo único que le preocupa es tapar el escándalo hasta que llegue un momento más favorable. Así que habrá dimisiones, promesas y discursos solemnes, nuevos proyectos de ley, etcétera. Y todo continuará hasta el próximo episodio.
Al condenar al policía acusado incluso antes de cualquier juicio, y al participar en “la justicia” que se sirve en las redes sociales, ¿Emmanuel Macron está corriendo un riesgo importante... que es enemistarse con su cuerpo de policía?
En efecto, aunque la policía sigue siendo mayoritariamente leal, existe una gran desconfianza. Imagino que Macron piensa que los policías están más acostumbrados a aguantar determinadas cosas, que será más fácil calmar a los policías que a los alborotadores. Con un gobierno como éste y en una situación como la que viviemos -que, por cierto, sigue alimentándose cada año con la inmigración masiva y las ayudas sociales- sólo habrá una sucesión de renuncias, reparto de dinero y poses, para prolongar la agonía el mayor tiempo posible. Consideran que el problema es demasiado grande para atajarlo.
¿No es asombroso el contraste entre estas revueltas en los suburbios -y también podemos establecer un paralelismo con el activismo permanente y violento de una parte de la extrema izquierda- y la pasividad total de la mayoría autóctona de la población, que refunfuña mientras lee sus periódicos o sigue las noticias en las redes sociales, pero que parece estar en total "letargo"?
La mayoría de la población está claramente despreocupada. La gente que grita en la calle en cuanto tiene ocasión es más que discreta, refugiándose en la espera y detrás de la autoridad de postín de su amo el Estado.
El ciudadano medio espera simplemente que las cosas se calmen, que su vida pueda continuar sin demasiados sobresaltos. Lo que sigue siendo probable a corto plazo no es una nueva revolución, sino más bien bandas de oportunistas jugando a la guerra. Esperando en el proceso -con razón- cada vez más laxitud y sumisión. En cualquier caso, observo un rechazo general a reflexionar sobre esta situación y su evolución. Me refiero a la cuestión del cambio demográfico, que es mucho más grave y de mayor alcance que los pocos síntomas que hemos visto en los últimos días. Si persistimos en la espera y en la negación, este país estará perdido para siempre. Está atravesando, sin duda, el mayor calvario al que jamás se haya enfrentado.
“En la oscura Francia de un futuro cercano, una redada policial en una ‘zona sensible’ acaba en una tragedia: un policía atrapado en una emboscada pierde los nervios y dispara indiscriminadamente. La urbanización arde en llamas y todo el país se tambalea. De ciudad en ciudad, el fuego se extiende y la República estalla. Las fuerzas del orden, matones, terroristas, funcionarios, periodistas y ciudadanos se ven desbordados por el maremoto del caos… Las redes eléctrica e hidráulica se colapsan, y con la falta de suministros, orden, comunicaciones, transportes y servicios de emergencia, el desastre colectivo se extiende al campo, la sociedad se desmorona y las ciudades son presa de la violencia, los saqueos y los grandes incendios. Los terroristas desencadenan ataques a gran escala por tierra, mar y cielo”. Esta era la tesis del primer tomo de la novela Guerilla, que el escritor galo que firma con el pseudónimo de Larent Obertone publicó hace algunos años y que hoy muchos franceses están recordando a la vista de lo que ocurre en el país.
“La guerra civil en Francia era inevitable”, escribía Obertone en un relato trepidante publicado por la Editorial Magnus y aún sin editor en España. La historia de Guerilla sumerge al lector en una Francia tan próxima como oscura en la que todo comienza a cambiar cuando en una “no-go zone" (territorios donde las instituciones no llegan, las leyes democráticas no se aplican y se rigen por la ‘sharia’ o ley islámica o por las normas establecidas por determinadas bandas de criminales) se produce una intervención policial que acaba en tragedia. A partir de ahí, París se quiebra y el país entero se sumerge en un caos demencial que, entre disturbio y disturbio, entre atentado y atentado, amenaza con poner contra las cuerdas a 2.000 años de civilización occidental.
La narración de Obertone, rápida como un estallido y tensa como los policías que se aprestan a asaltar una mezquita tomada por un grupo de criminales, conmociona al lector al ritmo que caen las redes eléctricas de país, fallan los aprovisionamientos, se multiplican los asaltos y pillajes y las ciudades son arrasadas por la violencia y los grandes incendios. Los acontecimientos descritos en Guerilla se basaban en los trabajos de escucha, detección y previsión de la inteligencia francesa. Tras dos años de inmersión con agentes de los servicios especiales y destacados especialistas en terror y catástrofes, el también autor de Utøya (el caso Breivik) y de las fenomenales investigaciones La France Orange Mécanique y La France Interdite ofrecía una novela ultrarrealista que sumergía al lector en la historia paroxística de una hipotética guerra civil.
Los acontecimientos de estos días tienen un gran parecido con lo narrado en el primer volumen de su novela Guerilla...
Sí, las similitudes son asombrosas. El Gobierno es igual de cobarde, los suburbios igual de rápidos, la opinión pública igual de pasiva, la policía igual de amordazada, los medios de comunicación y demás miserables de la izquierda igual en su complicidad activa... No sé si lo que está ocurriendo es un ensayo general o una verdadera guerra de guerrillas, pero como vengo diciendo desde hace tiempo, este país es como un bidón de gasolina al que sólo le falta una chispa. Y no hablo de guerra civil: la población autóctona se contentará con ver el partido por televisión, antes de limpiarse la frente y pagar la cuenta. Habrá víctimas que caerán en el olvido y que no tendrán ni un minuto de silencio en la Asamblea.
¿Cómo analiza la cobertura política y mediática de lo que está ocurriendo?
Es difícil juzgar el acontecimiento desencadenante. La cobardía política y judicial enfrenta todos los días a la policía con este tipo de casos, que a veces acaban con la muerte de personas inocentes. Mi observación es que las consecuencias políticas y mediáticas hablan por sí solas. Se pensó que la sumisión desactivaría la revuelta. Evidentemente, ocurrió lo contrario. El gobierno ha defraudado a sus policías y pagará el precio de su debilidad durante mucho tiempo. Pero esto ya ocurre a diario, con esta desastrosa laxitud judicial interpretada como una licencia para la impunidad. Mientras sólo afecte a ciudadanos honrados y no sea demasiado perjudicial para su imagen, al gobierno no le importa. La magnitud de los disturbios y la cobertura mediática de sus fallos podrían cambiar la situación.
Con cada oleada de disturbios de este tipo en Francia, el planteamiento de "no encrespar", combinado con el talonario de subvenciones para los barrios conflictivos, parece primar sobre todo lo demás. ¿Hay alguna razón para pensar que en esta ocasión será diferente?
El Gobierno podría recuperar popularidad si respondiera con verdadera firmeza a lo que está ocurriendo. Pero está aterrorizado por la situación, por las posibles víctimas y por las campañas mediáticas. Como siempre, lo único que le preocupa es tapar el escándalo hasta que llegue un momento más favorable. Así que habrá dimisiones, promesas y discursos solemnes, nuevos proyectos de ley, etcétera. Y todo continuará hasta el próximo episodio.
Al condenar al policía acusado incluso antes de cualquier juicio, y al participar en “la justicia” que se sirve en las redes sociales, ¿Emmanuel Macron está corriendo un riesgo importante... que es enemistarse con su cuerpo de policía?
En efecto, aunque la policía sigue siendo mayoritariamente leal, existe una gran desconfianza. Imagino que Macron piensa que los policías están más acostumbrados a aguantar determinadas cosas, que será más fácil calmar a los policías que a los alborotadores. Con un gobierno como éste y en una situación como la que viviemos -que, por cierto, sigue alimentándose cada año con la inmigración masiva y las ayudas sociales- sólo habrá una sucesión de renuncias, reparto de dinero y poses, para prolongar la agonía el mayor tiempo posible. Consideran que el problema es demasiado grande para atajarlo.
¿No es asombroso el contraste entre estas revueltas en los suburbios -y también podemos establecer un paralelismo con el activismo permanente y violento de una parte de la extrema izquierda- y la pasividad total de la mayoría autóctona de la población, que refunfuña mientras lee sus periódicos o sigue las noticias en las redes sociales, pero que parece estar en total "letargo"?
La mayoría de la población está claramente despreocupada. La gente que grita en la calle en cuanto tiene ocasión es más que discreta, refugiándose en la espera y detrás de la autoridad de postín de su amo el Estado.
El ciudadano medio espera simplemente que las cosas se calmen, que su vida pueda continuar sin demasiados sobresaltos. Lo que sigue siendo probable a corto plazo no es una nueva revolución, sino más bien bandas de oportunistas jugando a la guerra. Esperando en el proceso -con razón- cada vez más laxitud y sumisión. En cualquier caso, observo un rechazo general a reflexionar sobre esta situación y su evolución. Me refiero a la cuestión del cambio demográfico, que es mucho más grave y de mayor alcance que los pocos síntomas que hemos visto en los últimos días. Si persistimos en la espera y en la negación, este país estará perdido para siempre. Está atravesando, sin duda, el mayor calvario al que jamás se haya enfrentado.