La incuestionable unidad nacional
¡Cuán terrible es la crisis moral, cultural y política, que hay que explicar las cuestiones más elementales! Hace un año, en un debate en 13TV sobre el independentismo, una periodista de la derecha que presume de liberal contestaba a una ciudadana, que afirmaba que se debía ilegalizar los partidos independentistas, diciendo: "¡Pero qué burrada, primero la libertad y luego España!"
Vaya error... La Constitución, esto es, el sistema legal fuente del derecho, el paraguas que debe protegernos de los ataques a nuestra libertad, se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación. De la misma manera que la vida es fundamento de los demás derechos -esto hoy también se ignora- la nación es anterior y cimiento de la Ley constitucional.
Por ello, en un sistema constitucional serio, con controles adecuados, con garantías democráticas, tiene todo el sentido impedir que se agrupen en partidos políticos fuerzas contrarias al fundamento legal, esto es, la nación. Porque la realidad, lo correcto, es que primero es la nación unida y soberana y luego la libertad. Mejor dicho, el mayor acto de libertad política es que la nación unida y soberana se de una Constitución de verdad.
Es tal la confusión, arma que tanto utilizan los traidores y los malvados, que se oyen muchos argumentos sobre por qué Cataluña no debe ser independiente o que, en caso de votar sobre el asunto, deberíamos poder votar todos los españoles y no solamente los catalanes. En sí, esas posiciones ya son traición, porque la unidad nacional no se puede plantear. No deben darse argumentos contra la independencia de una región sino sencillamente recordar que no se puede plantear. Tal es la traición que nos preparan que se ha filtrado que Rajoy y el Rey Juan Carlos habrían ofrecido a Mas la posibilidad de celebrar la consulta en Cataluña siempre que aceptara que después se votara también en España. No, la unidad no se vota; no se puede votar.
La nación es una herencia sagrada, es una historia preciosa recibida de los antepasados y tenemos el deber de entregarla a los descendientes. La nación no se vota, no se cuestiona, no es discutible. La nación es la muralla de la libertad y los que intentan destruirla merecen el desprecio de los traidores como también lo merecen quienes por acción y omisión les están ayudando.
¡Cuán terrible es la crisis moral, cultural y política, que hay que explicar las cuestiones más elementales! Hace un año, en un debate en 13TV sobre el independentismo, una periodista de la derecha que presume de liberal contestaba a una ciudadana, que afirmaba que se debía ilegalizar los partidos independentistas, diciendo: "¡Pero qué burrada, primero la libertad y luego España!"
Vaya error... La Constitución, esto es, el sistema legal fuente del derecho, el paraguas que debe protegernos de los ataques a nuestra libertad, se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación. De la misma manera que la vida es fundamento de los demás derechos -esto hoy también se ignora- la nación es anterior y cimiento de la Ley constitucional.
Por ello, en un sistema constitucional serio, con controles adecuados, con garantías democráticas, tiene todo el sentido impedir que se agrupen en partidos políticos fuerzas contrarias al fundamento legal, esto es, la nación. Porque la realidad, lo correcto, es que primero es la nación unida y soberana y luego la libertad. Mejor dicho, el mayor acto de libertad política es que la nación unida y soberana se de una Constitución de verdad.
Es tal la confusión, arma que tanto utilizan los traidores y los malvados, que se oyen muchos argumentos sobre por qué Cataluña no debe ser independiente o que, en caso de votar sobre el asunto, deberíamos poder votar todos los españoles y no solamente los catalanes. En sí, esas posiciones ya son traición, porque la unidad nacional no se puede plantear. No deben darse argumentos contra la independencia de una región sino sencillamente recordar que no se puede plantear. Tal es la traición que nos preparan que se ha filtrado que Rajoy y el Rey Juan Carlos habrían ofrecido a Mas la posibilidad de celebrar la consulta en Cataluña siempre que aceptara que después se votara también en España. No, la unidad no se vota; no se puede votar.
La nación es una herencia sagrada, es una historia preciosa recibida de los antepasados y tenemos el deber de entregarla a los descendientes. La nación no se vota, no se cuestiona, no es discutible. La nación es la muralla de la libertad y los que intentan destruirla merecen el desprecio de los traidores como también lo merecen quienes por acción y omisión les están ayudando.