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Arturo Aldecoa Ruiz
Lunes, 10 de Julio de 2023 Tiempo de lectura:

Última tarde con Ángela

Cuando   me  siento   melancólico,  retorna  a   mi   memoria   aquel   paisaje crepuscular. La verde campiña bañada por el tibio resplandor del atardecer de un día de otoño alrededor de nuestro Motel, un viejo edificio de madera perdido en la inmensidad de las llanuras al final de la carretera.

 

Recuerdo que aquel día el cielo azul comenzaba a adquirir tonos dorados mientras los rayos de un sol declinante acariciaban las copas de los árboles del jardín. Y en medio de esa luz dorada, recuerdo a Ángela, su rubia melena corta y sus preciosos ojos.

 

Intuyo ahora que aquel crepúsculo fue un presagio, pero el amor que sentía por ella me cegó. No advertí a tiempo lo que iba a suceder esa tarde, la última en la que estuve con ella.

 

Desde entonces, cada vez que a lo lejos veo un campo iluminado por la luz del ocaso la recuerdo con ternura.

 

Me dolió enormemente que quisiera dejarme. ¿Por qué todas  las mujeres que he amado  se han comportado así conmigo? Pero no pierdo la esperanza: alguna vez encontraré el amor verdadero y seré correspondido.

 

Tras meditarlo, ahora sé que hubo más señales. Ángela me había sugerido unos días antes que pronto iba a tomar una decisión sobre su futuro. Y nada dijo de que yo tuviera papel alguno en el mismo. Pero pensar sobre ello me causaba dolor, y preferí no hacerlo.

 

Ella sabía desde que llegó a a alojarse al Motel que yo estaba totalmente enamorado, que la quería para mi y que mi anciana madre la aceptaba.

 

Cierto que nunca me dio pie para creer que mis sueños se harían realidad y podríamos vivir juntos para siempre en el Motel acompañados de mamá, pues cuando llegó solo me dijo que necesitaba quedarse una temporada pasando desapercibida, debido a ciertos problemas que había tenido.

 

Pero yo le insistía una y otra vez. Ángela era la mujer de mi vida, y no sería para otro. Durante semanas quise creer que con Ángela las cosas podrían, por fin, ser de otra manera. Al fin y al cabo soy una persona con medios y la vida resuelta con el Motel que regento con mi madre. Soy ordenado, sensible y hasta atractivo. ¿Qué hay de malo en mi? ¿Qué me falta que pueda tener otro?

 

Mamá me decía para consolarme  cuando  era más joven  y  las chicas de la universidad me rechazaban: “Norman, tu eres maravilloso, único y especial. El problema son ellas, que son todas unas zorras y no te merecen”.

 

Aquella tarde de otoño Ángela me anunció que al día siguiente se iba para no volver, y añadió que yo era la causa. Me dijo que yo no estaba bien, que nos tenía miedo a mí y a mi madre, que hace días que quería dejarnos, pero no se había atrevido.

 

Eso no era justo, ¡con todo lo que yo la quería y me preocupaba por ella! Una vez más me veía rechazado. Tras hablarlo con mamá, no me quedó más remedio que tomar una decisión.

 

Al menos en el caso de Ángela sé que el lugar donde la enterré le hubiera gustado. Lo busqué con cariño hasta encontrar para ella un prado verde y tranquilo junto al lago, donde hundí su coche.

 

No como con las anteriores chicas, a las que oculté en un sucio vertedero de escombros más allá del río. Como he dicho, Ángela era especial para mí.

 

Desde hace un mes mamá permanece ausente, callada e inmóvil, sentada en la mecedora de su habitación con la mirada  vacía. Creo que también la echa de menos.

 

Hoy   he   conocido   a   otra   chica que ha venido sola en su coche al Motel.   Se   llama   Marion.

 

He ido a ver a mamá a su habitación para contárselo. Sigue inmóvil y callada. Quizás está enfadada. Pero yo estoy ilusionado y, curisamente, creo que he olvidado el rostro de Ángela.

 

Presiento   que  me  voy  a enamorar.

 

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