Hegel: Un burgués anticapitalista
Un extracto de Ética y economía: Ensayos sobre Hegel, el nuevo libro del filósofo italiano Diego Fusaro publicado por Letras Inquietas
Existe un arraigado locus communis según el cual el filósofo de Stuttgart debe ser entendido como un pensador “burgués” que, con su propio sistema, sólo santificó el cosmos estructurado de forma capitalista. Se trata de un lugar común que, posibilitado también por la aparente dificultad del léxico hegeliano, debe ser deconstruido no sólo porque la grandeza teórica de Hegel le lleva, por necesidad, a trascender en todos los aspectos su posición sociológica empírica, sino también porque su propio sistema está inervado por una tensión y un dinamismo que se compadecen mal con la supuesta apología del statu quo con la que a menudo se asocia su nombre.
En el vasto silo de las reconstrucciones, no faltan estudios críticos que han intentado adentrarse en este punto, en un abanico de interpretaciones que van desde quienes ven en el perfil de Hegel los rasgos del reformador progresista hasta quienes ven en él un vínculo simbiótico entre “razón y revolución”. Para reducir el panorama a cuatro grandes interpretaciones que, a pesar de su heterogeneidad, comparten este horizonte de sentido, podemos recordar Hegel und die französische Revolution (1956) de Joachim Ritter, Der junge Hegel und die Probleme der kapitalistischen Gesellschaft (1948) de Lukács, Hegel secret (1968) de Jacques D’Hondt y Reason and Revolution (1941) de Marcuse.
Estos cuatro autores han subrayado de diversas maneras cómo Hegel emplea siempre un lenguaje cifrado, en el que, bajo el barniz de la apologética del orden establecido, se esconde una inoxidable carga antiadaptativa, resultado del mismo movimiento dialéctico que ritma lo real en su incesante devenir. Estos intérpretes forman una única constelación exegética de la que emergen, como rasgos sobresalientes del filosofar hegeliano, el contenido revolucionario encubierto tras un lenguaje conservador (D’Hondt), la intrínseca función expresiva revolucionaria de la razón (Marcuse), la constante coherencia con los presupuestos anti adaptativos de la Revolución Francesa (Ritter) y la elaboración de contenidos filosóficos destinados a resultar incompatibles con la sociedad capitalista (Lukács).
El carácter si no revolucionario, ciertamente anti adaptativo del pensamiento hegeliano reside principalmente en la función expresiva anticapitalista que se desprende de su elaboración teórica, y sobre todo del hecho de que en él, como en Fichte, la filosofía es concebida como el único instrumento adecuado para reconstituir la comunidad social perdida o en proceso de disolución. Esta disolución es provocada por el desencadenamiento del binomio letal constituido por el mercado y el predominio del intelecto abstracto, que todo lo fragmenta y descompone, resultando así funcional a la lógica de desestructuración del Todo y de atomización social promovida, en el plano sociopolítico, por el pensamiento de la Ilustración.
La reacción contra el intelecto abstracto y el mercado como su correlato esencial toma la forma de un retorno al espacio de verdad de la filosofía, y más precisamente a la unidad inseparable de conocimiento y valoración de la totalidad del ser social en todas sus determinaciones, unidad que descansa, a su vez, en el rechazo de la Trennung kantiana entre las categorías del pensamiento y del ser. La grandeza de Hegel, como la de Fichte, reside en que no deplora la Ilustración para proponer un retorno al orden prerrevolucionario, en la línea de pensamiento que caracteriza a “los filósofos de la reacción” à la de Maistre: de la Ilustración Hegel no duda en reconocer, dialécticamente, la unidad de indispensabilidad e insuficiencia, mostrando cómo el proyecto revolucionario positivo de rejuvenecimiento del mundo –del que el pensamiento hegeliano nunca negará la importancia decisiva en el plano weltgeschichtlich– ha dado lugar a un mundo a merced del intelecto abstracto y del egoísmo universal, con la consecuencia de que –como para Fichte– ese proceso debe ser llevado a término.
Más allá de la heterogénea riqueza de sus variantes, la Ilustración, en la perspectiva hegeliana, está constituida por el código teórico común del individualismo anti comunitario, fundamento tanto de la supremacía del intelecto abstracto como de la autonomización de lo económico en la figura del egoísmo universal. Para descifrar la esencia del filosofar de Hegel es necesario, además, considerar que realiza un auténtico “cambio de paradigma” respecto a la tradición jurídico–política anterior: si en ella la distinción decisiva era entre derecho y moral, en Hegel se convierte en la separación (ontológica y axiológica) entre la esfera de los meros individuos y la de las entidades sociales, éticas y comunitarias como la familia, las corporaciones y el Estado; es una separación que, por un lado, une lo que antes estaba desunido (moral y derecho) y, por otro, distancia lo que habitualmente estaba unido, el derecho privado (que pertenece a la esfera del Recht) y el derecho público (parte integrante de la Sittlichkeit).
Además, la irreconciliabilidad de Hegel con el sistema de mercado y el individualismo utilitarista es flagrante si consideramos dos aspectos fundamentales de su reflexión, que ya hemos mencionado y que ahora desarrollaremos más analíticamente: a) la elaboración de una “ciencia filosófica” de la totalidad, en una unidad inseparable de método y contenido, de ontología y axiología, con la obstinada negativa a redeclinar la filosofía como ancilla scientiae y, por tanto, como espejo inerte de la realidad, funcional a la mística de la necesidad promovida por el capitalismo; b) el rechazo decidido de la visión del cosmos capitalista, que considera la “sociedad civil” de átomos egoístas–económicos des–historizados, de–socializados, abstractos y en competencia agonal como el fundamento moral del mundo, y la oposición a ella de una comunidad humana centrada en la Sittlichkeit y en un sujeto sociable y comunitario.
Un extracto de Ética y economía: Ensayos sobre Hegel, el nuevo libro del filósofo italiano Diego Fusaro publicado por Letras Inquietas
Existe un arraigado locus communis según el cual el filósofo de Stuttgart debe ser entendido como un pensador “burgués” que, con su propio sistema, sólo santificó el cosmos estructurado de forma capitalista. Se trata de un lugar común que, posibilitado también por la aparente dificultad del léxico hegeliano, debe ser deconstruido no sólo porque la grandeza teórica de Hegel le lleva, por necesidad, a trascender en todos los aspectos su posición sociológica empírica, sino también porque su propio sistema está inervado por una tensión y un dinamismo que se compadecen mal con la supuesta apología del statu quo con la que a menudo se asocia su nombre.
En el vasto silo de las reconstrucciones, no faltan estudios críticos que han intentado adentrarse en este punto, en un abanico de interpretaciones que van desde quienes ven en el perfil de Hegel los rasgos del reformador progresista hasta quienes ven en él un vínculo simbiótico entre “razón y revolución”. Para reducir el panorama a cuatro grandes interpretaciones que, a pesar de su heterogeneidad, comparten este horizonte de sentido, podemos recordar Hegel und die französische Revolution (1956) de Joachim Ritter, Der junge Hegel und die Probleme der kapitalistischen Gesellschaft (1948) de Lukács, Hegel secret (1968) de Jacques D’Hondt y Reason and Revolution (1941) de Marcuse.
Estos cuatro autores han subrayado de diversas maneras cómo Hegel emplea siempre un lenguaje cifrado, en el que, bajo el barniz de la apologética del orden establecido, se esconde una inoxidable carga antiadaptativa, resultado del mismo movimiento dialéctico que ritma lo real en su incesante devenir. Estos intérpretes forman una única constelación exegética de la que emergen, como rasgos sobresalientes del filosofar hegeliano, el contenido revolucionario encubierto tras un lenguaje conservador (D’Hondt), la intrínseca función expresiva revolucionaria de la razón (Marcuse), la constante coherencia con los presupuestos anti adaptativos de la Revolución Francesa (Ritter) y la elaboración de contenidos filosóficos destinados a resultar incompatibles con la sociedad capitalista (Lukács).
El carácter si no revolucionario, ciertamente anti adaptativo del pensamiento hegeliano reside principalmente en la función expresiva anticapitalista que se desprende de su elaboración teórica, y sobre todo del hecho de que en él, como en Fichte, la filosofía es concebida como el único instrumento adecuado para reconstituir la comunidad social perdida o en proceso de disolución. Esta disolución es provocada por el desencadenamiento del binomio letal constituido por el mercado y el predominio del intelecto abstracto, que todo lo fragmenta y descompone, resultando así funcional a la lógica de desestructuración del Todo y de atomización social promovida, en el plano sociopolítico, por el pensamiento de la Ilustración.
La reacción contra el intelecto abstracto y el mercado como su correlato esencial toma la forma de un retorno al espacio de verdad de la filosofía, y más precisamente a la unidad inseparable de conocimiento y valoración de la totalidad del ser social en todas sus determinaciones, unidad que descansa, a su vez, en el rechazo de la Trennung kantiana entre las categorías del pensamiento y del ser. La grandeza de Hegel, como la de Fichte, reside en que no deplora la Ilustración para proponer un retorno al orden prerrevolucionario, en la línea de pensamiento que caracteriza a “los filósofos de la reacción” à la de Maistre: de la Ilustración Hegel no duda en reconocer, dialécticamente, la unidad de indispensabilidad e insuficiencia, mostrando cómo el proyecto revolucionario positivo de rejuvenecimiento del mundo –del que el pensamiento hegeliano nunca negará la importancia decisiva en el plano weltgeschichtlich– ha dado lugar a un mundo a merced del intelecto abstracto y del egoísmo universal, con la consecuencia de que –como para Fichte– ese proceso debe ser llevado a término.
Más allá de la heterogénea riqueza de sus variantes, la Ilustración, en la perspectiva hegeliana, está constituida por el código teórico común del individualismo anti comunitario, fundamento tanto de la supremacía del intelecto abstracto como de la autonomización de lo económico en la figura del egoísmo universal. Para descifrar la esencia del filosofar de Hegel es necesario, además, considerar que realiza un auténtico “cambio de paradigma” respecto a la tradición jurídico–política anterior: si en ella la distinción decisiva era entre derecho y moral, en Hegel se convierte en la separación (ontológica y axiológica) entre la esfera de los meros individuos y la de las entidades sociales, éticas y comunitarias como la familia, las corporaciones y el Estado; es una separación que, por un lado, une lo que antes estaba desunido (moral y derecho) y, por otro, distancia lo que habitualmente estaba unido, el derecho privado (que pertenece a la esfera del Recht) y el derecho público (parte integrante de la Sittlichkeit).
Además, la irreconciliabilidad de Hegel con el sistema de mercado y el individualismo utilitarista es flagrante si consideramos dos aspectos fundamentales de su reflexión, que ya hemos mencionado y que ahora desarrollaremos más analíticamente: a) la elaboración de una “ciencia filosófica” de la totalidad, en una unidad inseparable de método y contenido, de ontología y axiología, con la obstinada negativa a redeclinar la filosofía como ancilla scientiae y, por tanto, como espejo inerte de la realidad, funcional a la mística de la necesidad promovida por el capitalismo; b) el rechazo decidido de la visión del cosmos capitalista, que considera la “sociedad civil” de átomos egoístas–económicos des–historizados, de–socializados, abstractos y en competencia agonal como el fundamento moral del mundo, y la oposición a ella de una comunidad humana centrada en la Sittlichkeit y en un sujeto sociable y comunitario.