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Arturo Aldecoa Ruiz
Sábado, 05 de Agosto de 2023 Tiempo de lectura:

En busca del Paladión político de España

Finalizada la reciente campaña electoral, queda claro que la mayoría de los españoles han optado por la moderación, concentrando mayoritariamente su voto en los dos grandes partidos del sistema constitucional democrático de 1978, PP y PSOE, mientras que los partidos y coaliciones de los extremos del espectro ideológico han visto menguados sus votos, y lo mismo, en general, los partidos localistas y nacionalistas.

 

Curiosamente, aunque esté sesgo moderado del electorado es evidente, la conformación del gobierno del país en las próximas semanas puede llevar a España en la dirección contraria, dejando la gobernabilidad del Estado en manos de radicales y populistas de variado pelaje e, incluso, de algunas fuerzas que buscan abiertamente desarmar el propio Estado democrático de detecho actual.

 

¿Cómo explicar este dislate? Creo que el problema es que por algunos políticos, se considera que el objetivo de sus partidos (y el suyo personal) debe ser el lograr el poder  a cualquier precio. Es decir, el gobernar como sea, sin importar el tipo de pactos a alcanzar y los precios a pagar y renunciando al que debía  ser siempre el objetivo prioritario de cualquier fuerza política, es decir, articular las estrategias y alianzas necesarias para que se gobierne bien su sociedad, esta sea estable y progrese en un régimen de libertad.

 

Cierto que los resultados  del escenario electoral son numéricamente complejos, pero a veces en política hay que saber cortar el nudo gordiano y romper las inercias. Los grandes partidos deben asumir que sus electores no quieren una legislatura como la anterior llena de sobresaltos, piruetas, improvisaciones y pifias legales, por estar el gobierno en gran medida condicionado por extremistas alocados. Los ciudadanos desean que se gobierne sin radicalismo y con respeto al adversario político, pues nuestra sociedad es en su inmensa mayoría moderada y tolerante, aunque existen quienes pretenden desde ambos extremos del arco ideológico revertir esa moderación, radicalizarla y convertir el sistema de partidos de la democracia española en un sistema “de partidas”, a fuerza de descalificar y demonizar al adversario.

 

Esta filosofía política agresiva existente en ciertos ámbitos políticos y difundida por los entornos mediáticos que los sostienen, que antepone a la razón y al sentido común el lograr el poder a cualquier precio, limita la capacidad de llegar a acuerdos de Estado y de gobierno entre los dos grandes partidos democráticos españoles, pues nadie desde sus direcciones puede ceder un ápice en sus posiciones maximalistas oficiales (solo sugerirlo convierte en “traidor” al proponente, y lo deja a merced de la jauría mediática) y les hace acabar dependiendo de grupos populistas extremistas, que al final les marcan el paso y condicionan.

 

Los líderes y gurús de los partidos olvidan que el radicalismo no es lo que votan mayoritariamente los ciudadanos, que son mucho más modernos y europeos que algunos dirigentes de las fuerzas políticas y sus corifeos, incapaces de moderar sus discursos y de buscar terrenos comunes con los adversarios, pues se sienten más cómodos dedicados a descalificar al contrario, por fas o por nefas.

 

¿Qué hacer? Nuestra clase política necesita cambiar el paradigma de su objetivo político real, pues mientras este sea lograr el poder a cualquier precio será incapaz de entender que desea nuestra sociedad y actuar en consecuencia.

 

Lo que los españoles demandan es un gobierno no dedicado a intentar cambiarlos a ellos, y a tratar de reconvertir la sociedad real para que encaje en sus elucubraciones teoricas ideológicas, sino volcado en la salvaguardia de la convivencia democrática, la tolerancia y la garantía de la integridad y eficacia de las instituciones sociales y democráticas del Estado de derecho.

 

En otras palabras, un gobierno que asuma como eje vertebrador de su política aquello que nos une y que refuerza nuestra sociedad y democracia. Es decir, como dirían en la antigüedad, un gobierno que encuentre el Paladión.

 

Para explicar este concepto conviene hacer un poco de historia. En la mitología grecorromana el Paladión era una imagen milagrosamente caída del cielo en la tienda de Ilo, cuando esté se disponía a fundar Troya, la “soberbia Ilión” que cantó Dante, ciudad donde la escultura se guardó desde entonces como protectora de la misma. Se creía que, mientras siguiera dentro de sus muros, ejercería su protección y Troya sería invulnerable.

 

Posiblemente se trataba de una estatua arcaica de madera (xoanon) de Atenea Pallas, representada como diosa doncella que blandía una lanza. Según los cantos de los aedos homéricos el astuto Ulises y el campeón griego Diomedes robaron una niche el Paladión de la ciudadela de Troya, dejándola así sin su protección, lo que llevó a su posterior caída en manos de los aqueos gracias al engaño del caballo de Troya, aceptado precisamente por los incautos troyanos pensando que era una ofrenda griega en desagravio por haber robado previamente el Paladión.

 

Según relata la leyenda, tras caer Troya, el príncipe troyano Eneas recuperó la imagen y la llevó consigo hasta el futuro emplazamiento de Roma, donde se cuenta que el Paladión finalmente acabó guardado durante siglos en el templo de Vesta, en pleno Foro.

 

Allí parece que estuvo protegiendo a Roma hasta que la imagen sagrada fue trasladada por el emperador Constantino a su nueva Capital oriental, Constantinopla, para garantizar su protección divina.

 

En la antigua Bizancio el Paladión fue depositado en la base de la columna dedicada por el mismo emperador en el Foro, conformando un auténtico centro sagrado de la “Nueva Roma” que aunaba los antiguos símbolos paganos y los nuevos cristianos: la columna, de pórfido egipcio, y que aún hoy en día maravilla a los turistas, medía cincuenta metros de altura y estaba coronada por una estatua de Apolo, dios solar grecorromano. Mientras, el orbe de la estatua contenía, según se decía, un fragmento de la Vera Cruz cristiana.

 

En la base de la columna se ubicaba un Santuario con una amplia selección de reliquias cristianas (seguramente todas falsas), como restos de las cruces de los dos ladrones crucificados con Jesús en el monte Calvario, la cesta del milagro de los panes y los peces, un frasco de alabastro que había contenido el aceite que María Magdalena usara para lavar los pies a Jesús y el hacha con la cual Noé cortó troncos y construyó el arca para el diluvio universal.

 

Y para completar la supuesta protección divina de Constantinopla, se depositó junto con las anteriores la reliquia más importante del mundo pagano grecorromano, el Paladión, la estatua de Atenea Pallas traída de Roma.

 

Este es un ejemplo de sincretismo religioso y político, buscando Constantino la protección de todos los dioses para Constantinopla. Como vemos, hace diecisiete siglos (año 330), el emperador era capaz de ver claro cuál era el deseo de su sociedad: tranquilidad y estabilidad. Y si para lograrlo necesitaba sumar al nuevo dios cristiano y a los dioses paganos Atenea / Minerva y Apolo en el mismo equipo, lo hacía. Nada le importaban las críticas de los sectarios religiosos y políticos de su época, que naturalmente se indignaron.

 

Nuestros “césares” actuales y sus partidos son, por ahora, incapaces de sumar como Constantino ideas de origen diverso, y hasta opuesto si es necesario, para fortalecer nuestra sociedad y nuestro Estado democrático.

 

Mientras olviden o sigan ignorando por ceguera dónde se halla hoy el Paladión de nuestra  sociedad seguirán cautivos de los radicales, pues estos les alejan del mismo, ya que el Paladión en una sociedad democrática se encuentra siempre en el centro político y en la tolerancia, no en los extremismos.

 

Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019

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