Liberación sexual
La disociación entre sexo y procreación se ha hecho posible y ha sido propiciada por el uso generalizado de los anticonceptivos y posteriormente por el aborto. Esto sucedió en la década de los años sesenta del siglo pasado. Es el primer paso. Después, en la década de los noventa, se da un paso más: la desvinculación entre sexo y sentimientos. Entonces se pone el empeño en acabar con todo tipo de “prejuicios” sexuales. Siglos de intentos por controlar y dirigir una de las pasiones más fuertes del ser humano se vienen abajo en 40 años.
Un horizonte nuevo se abre para la mujer en muchos aspectos, pero también para el hombre. Sí, he dicho para el hombre. Antes éste estaba al acecho de la mujer, era lo inalcanzado, lo que había que conseguir y por lo que había que pagar un precio, lo que había que “conquistar”; la mujer se hacía desear, se hacía valer, protegida además por la familia y las normas sociales. Ahora el hombre tiene fácilmente a las mujeres a su alcance; sin que le cueste nada, sin tener que pagar. Sexo sin compromiso. Se dirá que también para la mujer, pero ¿es eso lo que busca la mujer? No, la mujer nunca ha pagado por “prostitutos”, ni antes ni ahora.
Los deseos sexuales perentorios del varón, por lo general mucho más fuertes que los de la mujer ‒y no me refiero al gozo sino a la urgencia‒, al ampliarse la oferta sexual, pueden ser satisfechos con más facilidad sin tener que recurrir al compromiso, al matrimonio o a la prostitución. Aunque quizás esa facilidad no es tanta como les gustaría a los hombres. Así lo demuestra el hecho de que el negocio del sexo para hombres sigue siendo floreciente ‒cosa que no sucede en el caso de la mujer, como ya observábamos. Por otra parte, las violaciones no han desaparecido, sino que han aumentado. ¿Qué significa esto? ¿Que si se estimula el deseo continuamente y no hay suficiente género se recurrirá a lo que sea? ¿Qué ya no hay reglas morales, o que el “respeto”, la cantinela de nuestros días, no funciona? Como señala S. Pinker: “Países con roles de género mucho más rígidos que los Estados Unidos, como Japón, tienen una tasa de violaciones muy inferior, y dentro de EEUU, los (¿represivos?) años 50 fueron más seguros para las mujeres que los más liberados años setenta y ochenta (…) la correlación podría ser en sentido contrario” (La tabla rasa, p. 636).
La mujer ahora puede practicar sexo tan libremente como el hombre sin que esté mal visto por la sociedad; virginidad y castidad son cosas del pasado. Pero si bien esto ha significado una igualación entre ambos, podemos plantearnos al mismo tiempo si la mujer no ha perdido poder. Lo que se consigue fácilmente pierde valor, y con frecuencia deja de interesarnos. La psicología humana es así, a pesar de que las “liberadoras” se quieran inventar otra.
Para el feminismo radical la primera y principal liberación de la mujer está en el sexo. Sexo sin consecuencias o “derecho a la salud reproductiva” como gustan de decir ahora. Aunque esa “salud” para el niño en gestación sea ser eliminado. Para la que iba a ser madre no significa más salud pues que el embarazo fortalece el organismo de la mujer, mientras que el aborto puede traer consecuencias negativas, físicas y psíquicas. Pero ya se sabe cambiar las palabras aunque no cambié la realidad alivia momentáneamente.
Además, el incremento del sexo pasajero -con más frecuencia por parte de él- tiene sus consecuencias y, aunque no sabemos demasiado porque se encargan de silenciar los estudios, lo cierto es que las enfermedades de transmisión sexual (ETS) van en aumento. Y algunas como la del VPH, que puede derivar en cáncer de cuello de útero son especialmente perjudiciales para la mujer. Pero aquí ya no se hace propaganda de la “salud copulativa”. Según la OMS, antes de la pandemia, se dieron 570.000 casos de cáncer cervico-uterino y 310.000 muertes por dicha enfermedad cada año. Enfermedades de transmisión sexual, como la clamidia, la gonorrea, la hepatitis B o el VIH se han incrementado notablemente en los últimos tiempos. Según el Instituto Catalán de la Salud (Infosalud.com, Barcelona, 25 de julio 2018), en la misma línea son los datos aportados por el Instituto de Salud Carlos III (20 Minutos. 12 de junio 2017). Parecía que con el preservativo podía solucionarse, pero los datos muestran lo contrario. “En Estados Unidos cada año hay hasta 19 millones de nuevas infecciones de ETS (enfermedades de transmisión sexual) y la mitad de los afectados tienen entre 15 y 24 años de edad (…) Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades indican que el 25% de chicas adolescentes tienen una ETS. Las infecciones por ETS cuestan al sistema de salud de Estados Unidos 16,6 mil millones de dólares anualmente” (G. Kuby. La revolución sexual mundial, p. 381. Ed. Didaskalos. 2017).
El hecho es que este incremento de enfermedades (ETS) se produce sobre todo en los jóvenes entre 25 y 35 años, y pronto será entre los 15 y los 25, cosa que parece lógica porque cada vez se rebaja y se promocionan más prácticas sexuales tempranas, y no solo por el uso de las redes sociales, sino desde los colegios a través de los “talleres” de sexualidad, promovidos muchas veces sin el consentimiento de los padres.
Las liberadoras están muy preocupadas por la “salud alimenticia”, que han convertido en asignatura transversal. O por el tabaco, prohibido ya hasta en espacios públicos porque hay que mirar por los menores en esto. Pero, la “dieta” de sexo, que no la abstención, no preocupa nada, a pesar de los inconvenientes y enfermedades que pueda traer. Toda la advertencia se limita al preservativo. ¿Qué se oculta pues tras esta promoción y fomento obsesivo de las prácticas sexuales ya desde edades tempranas, con consecuencias tan pocos deseables? ¿Quién y qué hay detrás de todo esto?
Como dice Gabriele Kuby, todo el mundo sabe por experiencia que es necesario establecer un control sobre los impulsos y deseos del cuerpo, ya sea el sexo, la comida, la bebida…De lo contrario, serán esos impulsos los que nos controlen. Y señala la importancia de la templanza, una de las virtudes cardinales (op. cit., p. 408). Aquel control del “alma apetitiva”, que proponía Platón, con el ejercicio de la virtud de la moderación, ha quedado obsoleto en lo que se refiere a la concupiscencia, exacerbada por el consumo de pornografía.
Lo cierto es que las relaciones sexuales se han frivolizado (otros dirían animalizado); el amor romántico, al decir de ciertas feministas como una ministra de igualdad, es “machismo encubierto” y por tanto hay que acabar con él. Nuevos hábitos, considerados como un “avance”, como un gran “progreso” hacia-no-se-sabe-dónde para la mujer. ¿Hacia enfermedades, hacia depresiones, hacia la soledad…? ¿Es más feliz la mujer ahora? ¿Tiene mejor vida? La realidad es que el índice de consumo de ansiolíticos y antidepresivos no deja de crecer en las sociedades occidentales y mayormente por parte de las mujeres y de los jóvenes (…).
Está disociación entre sexualidad y procreación ha alterado otros muchos aspectos de lo que se consideraba la condición de la mujer. La desconfianza se ha instalado entre ambos y ha roto un vínculo esencial en la relación de amor: la confianza y la lealtad. Un vínculo no escrito que llevaba al compromiso y al sacrificio mutuo y que ciertamente, aún con sus sinsabores, tenía sus recompensas.
La mujer tiene una estructura afectiva que no tiene por qué ser, que no es, igual a la del varón, tiene unos intereses que parecen no coincidir con los de ellos y tiene unos gustos y unos afanes en la vida que le son propios. Y cuando se tuerce su naturaleza con falsos espejismos, se la está llevando hacia su desgracia. Psíquicamente, afectivamente, la mujer no es igual que el varón, nos lo dice la biología y nos lo dice la observación. Y la anatomía está adaptada a su identidad. Aunque se empeñen las ideologías de género, no pueden inventarse a la mujer por más que afirmen que toda la historia de la mujer ha sido cuestión de roles que le han hecho representar por las conveniencias de las estructuras sociales. La ciencia y la genética, para esta ideología, están demás, y según su imaginación - o sus propósitos- el género es una construcción social.
Pero como decíamos, todo lo que vaya en contra de la naturaleza, podrá torcerla, podrá enmascararla, podrá negarla, pero, al final, fracasará. ¿Cuánto tiempo puede pasar?
La disociación entre sexo y procreación se ha hecho posible y ha sido propiciada por el uso generalizado de los anticonceptivos y posteriormente por el aborto. Esto sucedió en la década de los años sesenta del siglo pasado. Es el primer paso. Después, en la década de los noventa, se da un paso más: la desvinculación entre sexo y sentimientos. Entonces se pone el empeño en acabar con todo tipo de “prejuicios” sexuales. Siglos de intentos por controlar y dirigir una de las pasiones más fuertes del ser humano se vienen abajo en 40 años.
Un horizonte nuevo se abre para la mujer en muchos aspectos, pero también para el hombre. Sí, he dicho para el hombre. Antes éste estaba al acecho de la mujer, era lo inalcanzado, lo que había que conseguir y por lo que había que pagar un precio, lo que había que “conquistar”; la mujer se hacía desear, se hacía valer, protegida además por la familia y las normas sociales. Ahora el hombre tiene fácilmente a las mujeres a su alcance; sin que le cueste nada, sin tener que pagar. Sexo sin compromiso. Se dirá que también para la mujer, pero ¿es eso lo que busca la mujer? No, la mujer nunca ha pagado por “prostitutos”, ni antes ni ahora.
Los deseos sexuales perentorios del varón, por lo general mucho más fuertes que los de la mujer ‒y no me refiero al gozo sino a la urgencia‒, al ampliarse la oferta sexual, pueden ser satisfechos con más facilidad sin tener que recurrir al compromiso, al matrimonio o a la prostitución. Aunque quizás esa facilidad no es tanta como les gustaría a los hombres. Así lo demuestra el hecho de que el negocio del sexo para hombres sigue siendo floreciente ‒cosa que no sucede en el caso de la mujer, como ya observábamos. Por otra parte, las violaciones no han desaparecido, sino que han aumentado. ¿Qué significa esto? ¿Que si se estimula el deseo continuamente y no hay suficiente género se recurrirá a lo que sea? ¿Qué ya no hay reglas morales, o que el “respeto”, la cantinela de nuestros días, no funciona? Como señala S. Pinker: “Países con roles de género mucho más rígidos que los Estados Unidos, como Japón, tienen una tasa de violaciones muy inferior, y dentro de EEUU, los (¿represivos?) años 50 fueron más seguros para las mujeres que los más liberados años setenta y ochenta (…) la correlación podría ser en sentido contrario” (La tabla rasa, p. 636).
La mujer ahora puede practicar sexo tan libremente como el hombre sin que esté mal visto por la sociedad; virginidad y castidad son cosas del pasado. Pero si bien esto ha significado una igualación entre ambos, podemos plantearnos al mismo tiempo si la mujer no ha perdido poder. Lo que se consigue fácilmente pierde valor, y con frecuencia deja de interesarnos. La psicología humana es así, a pesar de que las “liberadoras” se quieran inventar otra.
Para el feminismo radical la primera y principal liberación de la mujer está en el sexo. Sexo sin consecuencias o “derecho a la salud reproductiva” como gustan de decir ahora. Aunque esa “salud” para el niño en gestación sea ser eliminado. Para la que iba a ser madre no significa más salud pues que el embarazo fortalece el organismo de la mujer, mientras que el aborto puede traer consecuencias negativas, físicas y psíquicas. Pero ya se sabe cambiar las palabras aunque no cambié la realidad alivia momentáneamente.
Además, el incremento del sexo pasajero -con más frecuencia por parte de él- tiene sus consecuencias y, aunque no sabemos demasiado porque se encargan de silenciar los estudios, lo cierto es que las enfermedades de transmisión sexual (ETS) van en aumento. Y algunas como la del VPH, que puede derivar en cáncer de cuello de útero son especialmente perjudiciales para la mujer. Pero aquí ya no se hace propaganda de la “salud copulativa”. Según la OMS, antes de la pandemia, se dieron 570.000 casos de cáncer cervico-uterino y 310.000 muertes por dicha enfermedad cada año. Enfermedades de transmisión sexual, como la clamidia, la gonorrea, la hepatitis B o el VIH se han incrementado notablemente en los últimos tiempos. Según el Instituto Catalán de la Salud (Infosalud.com, Barcelona, 25 de julio 2018), en la misma línea son los datos aportados por el Instituto de Salud Carlos III (20 Minutos. 12 de junio 2017). Parecía que con el preservativo podía solucionarse, pero los datos muestran lo contrario. “En Estados Unidos cada año hay hasta 19 millones de nuevas infecciones de ETS (enfermedades de transmisión sexual) y la mitad de los afectados tienen entre 15 y 24 años de edad (…) Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades indican que el 25% de chicas adolescentes tienen una ETS. Las infecciones por ETS cuestan al sistema de salud de Estados Unidos 16,6 mil millones de dólares anualmente” (G. Kuby. La revolución sexual mundial, p. 381. Ed. Didaskalos. 2017).
El hecho es que este incremento de enfermedades (ETS) se produce sobre todo en los jóvenes entre 25 y 35 años, y pronto será entre los 15 y los 25, cosa que parece lógica porque cada vez se rebaja y se promocionan más prácticas sexuales tempranas, y no solo por el uso de las redes sociales, sino desde los colegios a través de los “talleres” de sexualidad, promovidos muchas veces sin el consentimiento de los padres.
Las liberadoras están muy preocupadas por la “salud alimenticia”, que han convertido en asignatura transversal. O por el tabaco, prohibido ya hasta en espacios públicos porque hay que mirar por los menores en esto. Pero, la “dieta” de sexo, que no la abstención, no preocupa nada, a pesar de los inconvenientes y enfermedades que pueda traer. Toda la advertencia se limita al preservativo. ¿Qué se oculta pues tras esta promoción y fomento obsesivo de las prácticas sexuales ya desde edades tempranas, con consecuencias tan pocos deseables? ¿Quién y qué hay detrás de todo esto?
Como dice Gabriele Kuby, todo el mundo sabe por experiencia que es necesario establecer un control sobre los impulsos y deseos del cuerpo, ya sea el sexo, la comida, la bebida…De lo contrario, serán esos impulsos los que nos controlen. Y señala la importancia de la templanza, una de las virtudes cardinales (op. cit., p. 408). Aquel control del “alma apetitiva”, que proponía Platón, con el ejercicio de la virtud de la moderación, ha quedado obsoleto en lo que se refiere a la concupiscencia, exacerbada por el consumo de pornografía.
Lo cierto es que las relaciones sexuales se han frivolizado (otros dirían animalizado); el amor romántico, al decir de ciertas feministas como una ministra de igualdad, es “machismo encubierto” y por tanto hay que acabar con él. Nuevos hábitos, considerados como un “avance”, como un gran “progreso” hacia-no-se-sabe-dónde para la mujer. ¿Hacia enfermedades, hacia depresiones, hacia la soledad…? ¿Es más feliz la mujer ahora? ¿Tiene mejor vida? La realidad es que el índice de consumo de ansiolíticos y antidepresivos no deja de crecer en las sociedades occidentales y mayormente por parte de las mujeres y de los jóvenes (…).
Está disociación entre sexualidad y procreación ha alterado otros muchos aspectos de lo que se consideraba la condición de la mujer. La desconfianza se ha instalado entre ambos y ha roto un vínculo esencial en la relación de amor: la confianza y la lealtad. Un vínculo no escrito que llevaba al compromiso y al sacrificio mutuo y que ciertamente, aún con sus sinsabores, tenía sus recompensas.
La mujer tiene una estructura afectiva que no tiene por qué ser, que no es, igual a la del varón, tiene unos intereses que parecen no coincidir con los de ellos y tiene unos gustos y unos afanes en la vida que le son propios. Y cuando se tuerce su naturaleza con falsos espejismos, se la está llevando hacia su desgracia. Psíquicamente, afectivamente, la mujer no es igual que el varón, nos lo dice la biología y nos lo dice la observación. Y la anatomía está adaptada a su identidad. Aunque se empeñen las ideologías de género, no pueden inventarse a la mujer por más que afirmen que toda la historia de la mujer ha sido cuestión de roles que le han hecho representar por las conveniencias de las estructuras sociales. La ciencia y la genética, para esta ideología, están demás, y según su imaginación - o sus propósitos- el género es una construcción social.
Pero como decíamos, todo lo que vaya en contra de la naturaleza, podrá torcerla, podrá enmascararla, podrá negarla, pero, al final, fracasará. ¿Cuánto tiempo puede pasar?