Selección nacional y sentimiento tradicional
Paso unos días con mis nietos en Santoña y el domingo 20 se ha celebrado la final del Campeonato Mundial de Fútbol femenino con la proeza sin precedentes, en esta modalidad, de la selección española, que se convierte en la campeona mundial. Un hecho sin duda de gran calado e importancia y que pone a nuestro país en la cabeza del deporte a nivel mundial. Y eso nos repara, aunque solamente sea a título testimonial, la grave caída de nuestra estima colectiva ya hundida hasta los fondos abisales por causas multifactoriales, pero, sobre todo por la pésima imagen colectiva que ofrecemos por méritos propios, es decir por nuestros representantes derivados de una supuesta elección popular, que vista la realidad de ausencia del escrutinio general nos da pie para pensar de que en esto ha existido algún manejo para que los resultados sean los que nos ofrecen.
Pero es lo que hay. Nos tendremos que conformar con la esperanza de que las cosas de las elecciones hayan sido transparentes o limpias, aunque la evidencia nos diga que hay signos de que no ha sido así.
No. Este tema no es de lo que quiero hablar. El objeto de esta perorata epistolar es advertirles a ustedes de una realidad que a mí me parece el reflejo de una tremenda incoherencia y un absurdo sociológico que por muchas vueltas que le doy no le encuentro la razón, y es la viva comprobación de que el mundo del subconsciente configura masas que son como esas medusas que van en grupos arrastrados por las corrientes que les son propicias para expandirse y reproducirse por doquier con la simple condición de que exista el líquido elemento que les dé el vehículo para el desplazamiento. Ya saben ustedes que este año es especialmente prolífico en esta especie biológica marina en un Cantábrico cuyas aguas es cierto que han subido de temperatura relativa sin que ello sea confirmación científica alguna de lo que se llama cambio climático, pues hay versiones del mundo científico contradictorias; luego este escribidor que se dirige a ustedes no va a sentar cátedra desde la ignorancia ni en un sentido ni en otro.
Lo que voy a mencionar como paradójico es la sorprendente expresión, como si se trataran de dos espacios culturales y antropológicos radicalmente distintos, en una distancia geográfica de 30 kilómtros, que es la que dista más o menos entre una localidad como Santoña y la raya que separa a la comunidad de Cantabria y la de las Vascongadas de toda la vida pues fueron vasconizadas a partir del siglo VI, ahora llamadas Euskadi, es decir bosque de euskos, según dicen los entendidos en la interpretación literal del palabro inventado por el maestro del nacionalismo vasco.
Vayamos al grano. En la Plaza de San Antonio de esta localidad de donde procedía el primer cartógrafo que situó en el mapa las costas del Nuevo Mundo descubierto y civilizado por los españoles, Juan de la Cosa, se colocó, el domingo, una gran pantalla para ver la final Mundial de Fútbol, y allí me coloqué yo con mi bandera bicolor para sumarme a la muchachada y gentes de toda edad que celebraban el único gol del partido logrado por nuestras campeonas. El espacio de dicha plaza se inundó de dos colores que a mí me chocaban por la pérdida de familiaridad icónica y visual con los colores amarillo y rojo, en mi tierra natal, solamente distante de la Villa marinera es de 150 kilómetros.
La celebración con la alegría natural y espontaneidad de los asistentes por el triunfo contrastaba con la indiferencia oficial del feudo nacionalista cada vez más blindado con la incorporación de la opción electoral que ha obtenido más votos en las Generales, a pesar del insulto a la sensibilidad de las gentes buenas que en gran cantidad seguro existen en esas catacumbas del espíritu que consiste en exiliarse de su propia dignidad y seguir enterrados en vida en su silencio sepulcral.
Sí es una paradoja muy significativa y descriptiva de una distopía que ya ha dejado de serlo para convertirse en cruda contradicción de unos seres con aspecto de zombis que transitan por las calles a ciento cincuenta kilómetros de ese istmo que es un ecosistema particular donde se conserva aún sin mancilla una sociedad tradicional con los valores tradicionales. Santoña, con sus defectos y sus virtudes, pero mantenida en el tiempo mientras su entorno geográfico al Este se desmorona, en valores y costumbres. No hay más que ver las iglesias desertizadas por la decepción de los buenos católicos tras ver como se vaciaban de sentido evangélico los templos, en comparación al único templo católico de la Villa marinera, maravilloso resto histórico/artístico, repleta de fieles en cada misa a la que suelo acudir cada día de precepto. Allí encuentro paz y reconciliación conmigo mismo. Y es la muestra de que, según el rumbo que adoptan los pastores que guían a sus iglesias, los fieles son cada vez más creyentes o menos. Deberían tomar cuenta de ello y rectificar, ya que pedir perdón ya, a estas alturas no lo espero.
Feliz triunfo de nuestras féminas, que han llevado nuestra enseña nacional, al mundo entero, cuando nuestros colores solo a parecen en la prensa internacional en las páginas de sucesos.
Paso unos días con mis nietos en Santoña y el domingo 20 se ha celebrado la final del Campeonato Mundial de Fútbol femenino con la proeza sin precedentes, en esta modalidad, de la selección española, que se convierte en la campeona mundial. Un hecho sin duda de gran calado e importancia y que pone a nuestro país en la cabeza del deporte a nivel mundial. Y eso nos repara, aunque solamente sea a título testimonial, la grave caída de nuestra estima colectiva ya hundida hasta los fondos abisales por causas multifactoriales, pero, sobre todo por la pésima imagen colectiva que ofrecemos por méritos propios, es decir por nuestros representantes derivados de una supuesta elección popular, que vista la realidad de ausencia del escrutinio general nos da pie para pensar de que en esto ha existido algún manejo para que los resultados sean los que nos ofrecen.
Pero es lo que hay. Nos tendremos que conformar con la esperanza de que las cosas de las elecciones hayan sido transparentes o limpias, aunque la evidencia nos diga que hay signos de que no ha sido así.
No. Este tema no es de lo que quiero hablar. El objeto de esta perorata epistolar es advertirles a ustedes de una realidad que a mí me parece el reflejo de una tremenda incoherencia y un absurdo sociológico que por muchas vueltas que le doy no le encuentro la razón, y es la viva comprobación de que el mundo del subconsciente configura masas que son como esas medusas que van en grupos arrastrados por las corrientes que les son propicias para expandirse y reproducirse por doquier con la simple condición de que exista el líquido elemento que les dé el vehículo para el desplazamiento. Ya saben ustedes que este año es especialmente prolífico en esta especie biológica marina en un Cantábrico cuyas aguas es cierto que han subido de temperatura relativa sin que ello sea confirmación científica alguna de lo que se llama cambio climático, pues hay versiones del mundo científico contradictorias; luego este escribidor que se dirige a ustedes no va a sentar cátedra desde la ignorancia ni en un sentido ni en otro.
Lo que voy a mencionar como paradójico es la sorprendente expresión, como si se trataran de dos espacios culturales y antropológicos radicalmente distintos, en una distancia geográfica de 30 kilómtros, que es la que dista más o menos entre una localidad como Santoña y la raya que separa a la comunidad de Cantabria y la de las Vascongadas de toda la vida pues fueron vasconizadas a partir del siglo VI, ahora llamadas Euskadi, es decir bosque de euskos, según dicen los entendidos en la interpretación literal del palabro inventado por el maestro del nacionalismo vasco.
Vayamos al grano. En la Plaza de San Antonio de esta localidad de donde procedía el primer cartógrafo que situó en el mapa las costas del Nuevo Mundo descubierto y civilizado por los españoles, Juan de la Cosa, se colocó, el domingo, una gran pantalla para ver la final Mundial de Fútbol, y allí me coloqué yo con mi bandera bicolor para sumarme a la muchachada y gentes de toda edad que celebraban el único gol del partido logrado por nuestras campeonas. El espacio de dicha plaza se inundó de dos colores que a mí me chocaban por la pérdida de familiaridad icónica y visual con los colores amarillo y rojo, en mi tierra natal, solamente distante de la Villa marinera es de 150 kilómetros.
La celebración con la alegría natural y espontaneidad de los asistentes por el triunfo contrastaba con la indiferencia oficial del feudo nacionalista cada vez más blindado con la incorporación de la opción electoral que ha obtenido más votos en las Generales, a pesar del insulto a la sensibilidad de las gentes buenas que en gran cantidad seguro existen en esas catacumbas del espíritu que consiste en exiliarse de su propia dignidad y seguir enterrados en vida en su silencio sepulcral.
Sí es una paradoja muy significativa y descriptiva de una distopía que ya ha dejado de serlo para convertirse en cruda contradicción de unos seres con aspecto de zombis que transitan por las calles a ciento cincuenta kilómetros de ese istmo que es un ecosistema particular donde se conserva aún sin mancilla una sociedad tradicional con los valores tradicionales. Santoña, con sus defectos y sus virtudes, pero mantenida en el tiempo mientras su entorno geográfico al Este se desmorona, en valores y costumbres. No hay más que ver las iglesias desertizadas por la decepción de los buenos católicos tras ver como se vaciaban de sentido evangélico los templos, en comparación al único templo católico de la Villa marinera, maravilloso resto histórico/artístico, repleta de fieles en cada misa a la que suelo acudir cada día de precepto. Allí encuentro paz y reconciliación conmigo mismo. Y es la muestra de que, según el rumbo que adoptan los pastores que guían a sus iglesias, los fieles son cada vez más creyentes o menos. Deberían tomar cuenta de ello y rectificar, ya que pedir perdón ya, a estas alturas no lo espero.
Feliz triunfo de nuestras féminas, que han llevado nuestra enseña nacional, al mundo entero, cuando nuestros colores solo a parecen en la prensa internacional en las páginas de sucesos.











