Martes, 11 de Noviembre de 2025

Actualizada Lunes, 10 de Noviembre de 2025 a las 16:11:15 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Winston Galt
Jueves, 07 de Septiembre de 2023 Tiempo de lectura:

La rebeldía es liberal; el progresismo es reaccionario

[Img #24774]

 

Entre los acontecimientos ocurridos en los últimos meses hay dos muy significativos: primero, la derrota/victoria de Pedro “Hugo” Sánchez en las elecciones generales del 23J en las cuales no sólo mantuvo sus votos de 2019 sino que los incrementó en un millón. Se dicen muchas cosas para explicar ese incremento, pero lo esencial es que la mitad de la población española ha asumido el discurso guerracivilista, populista, socialista radical y de ruptura de la nación.

 

Hoy, el voto a la izquierda en España es no sólo peligroso y ratificador de políticas ilegales y criminales sino patético. Es un voto que consagra un Estado español cada vez más fragmentado, pero, al mismo tiempo, más abusivo, más avasallador, más corrupto y menos eficaz, y que nos acerca al modelo de estados fallidos sudamericanos de los que propagan los socios de Podemos y del PSOE al otro lado del Atlántico. Sólo nos falta para completar el cuadro una moneda propia que machacar y dejar sin valor y un narcotráfico suficientemente potente. Todo se andará.

 

Se ha seguido el mismo proceso: corrupción de los progresistas que lleva a aceptar la corrupción propia como natural, incluso beneficiosa, subvenciones a grandes masas de población y adoctrinamiento en la enseñanza. El resto ya lo hacen los grandes grupos periodísticos del país, tan traidores como los políticos independentistas o los herederos de ETA y un tipo que se muestra ufano de su no derrota y que tiene que arrodillarse sin reclinatorio ante todos los enemigos de la nación para luego limpiarles el trasero de modo que no huelan demasiado en público.

 

Que esto esté ocurriendo en Europa, un proceso de degeneración típico de los países subdesarrollados de América, es para que las supuestas democracias occidentales comiencen a pensárselo si no estuvieran en manos de élites progresistas cada vez más desconectadas de las poblaciones y preocupadas de sus agendas de ingeniería social en lugar de los intereses de sus pueblos.

 

Por eso, no queda más opción que predicar en el desierto esperando que tarde o temprano el mensaje cale al menos en las capas de la sociedad machacadas por las políticas progresistas.

 

El otro fenómeno, radical, ha sido la irrupción de Javier Milei como candidato serio a alcanzar lo impensable para un liberal o anarcocapitalista, la presidencia de un país como Argentina, fundamentalmente estatista y socialista (el peronismo imperante es esencialmente estatista y socialista, un fascismo blando).

 

Alguien dijo hace mucho que el liberalismo es pecado y hoy los estatistas de todos los partidos y, especialmente, los socialistas, están escandalizados de que un personaje como Milei pueda tener el poder para cambiar el Estado, esa organización que es la más criminal de la historia, metiendo, como ha dicho literalmente, la motosierra en las administraciones públicas (lo que necesitamos aquí y prácticamente en cualquier país del mundo, dado que el estatismo ha crecido exponencialmente en todas partes).

 

Decía hace poco Javier Benegas que se habla del peligro de “argentinización” de España cuando ya algunas de nuestras regiones tiene ratios de dependencia de lo público similares a los de Argentina: Extremadura, Asturias, Castilla La Mancha, o sea, lugares donde cada vez mayor población vive a costa de todos los demás, unos porque el Estado los mantiene y otros porque no tienen razón para trabajar ya que entre lo que cobran de subsidios y lo que pudieran cobrar trabajando apenas hay diferencia al haberse incrementado artificialmente las ayudas y depauperado las relaciones laborales.

 

A esta situación no se ha llegado por accidente sino conducidos por una clase política que ha aprendido muy bien las lecciones de allende los mares, como comentábamos hace poco sobre las tácticas de Hugo Chávez importadas por Pedro Sánchez.

 

Por eso es inaceptable y pecado para la religión progresista lo que predica un personaje como Javier Milei. Su mensaje es el verdaderamente revolucionario en el mundo actual. El liberalismo nació para luchar contra el absolutismo y el viejo régimen hace trescientos años y debe volver a surgir de la mano de los Milei de turno para luchar contra el nuevo absolutismo progresista, no muy diferente del antiguo.

 

La izquierda siempre ha defendido que ellos son los revolucionarios porque querían implantar por la fuerza sus sangrientos sistemas políticos. Lo único que hace bien la izquierda, según demuestra la historia, es la propaganda y se presentaron como libertadores auténticos salvajes sanguinarios como el Che Guevara, Fidel Castro y antes los Lenin, Stalin, Mussolini o Hitler. Todos ellos, socialistas de pura cepa.

 

Implantado en el mundo entero el progresismo o algunas de sus variantes, mensajes liberales como la sacralización de los derechos individuales y la igualdad jurídica de todos los ciudadanos ante la ley, implantados hace doscientos años, han sido depauperados hasta tal punto que de nuevo hay que luchar por reivindicarlos no nominalmente sino en la práctica, completamente censurados incluso en las democracias occidentales.

 

De ahí que lo liberal es lo real y verdaderamente revolucionario y ser liberal es ser un rebelde con causa; y ser de izquierdas, hoy, es ser conservador y reaccionario. El progresista es reaccionario porque defiende el estatismo como una religión sin alternativa al no poder haber otro dios posible y se justifica cualquier abuso en nombre del mantenimiento y consolidación de ese statu quo.

 

Mencionan algunos que el éxito de Javier Milei es precisamente canalizar a los descontentos de esa religión asquerosa del Estado y atacar a la casta dominante, cuyas políticas han provocado una reacción rebelde impensable hace unos años. Por nuestra parte consideramos que si los liberales fuéramos tan eficaces con nuestra propaganda como los progresistas venceríamos ese mensaje estúpido del socialismo y las nuevas generaciones verían con otros ojos la posibilidad de vivir no sometidos a una estructura asfixiante y coactiva que no te deja respirar. Comprenderían la necesidad de destruir lo que hay para crear instituciones verdaderamente sociales en el sentido de que fueran fruto de la sociedad y no de las administraciones públicas, y que responderían a las verdaderas necesidades de la gente. Bastaría convencer a las nuevas generaciones de que la emancipación individual y un Estado mínimo son condiciones necesarias para su prosperidad y que la libertad es un vaso comunicante con la riqueza y que ambas marchan conjuntas, como hermanos siameses.

 

Bastaría con hacer propaganda de la verdad, aliada del liberalismo porque es aliada de la libertad.

 

Habría que lanzar constantemente el mensaje de que los impuestos son un robo, los políticos son ladrones y la burocracia estatal es una mafia. Y luchar contra esa ilusión de que hay un Estado posible mejor que el que sufrimos y apuntar que hay otras formas de organización social que no exigen una presencia masiva y omnipresente y omnipotente del estado. En suma, que hay una forma de organización social presidida por la libertad que es la única que asegura la libertad individual, la igualdad ante la ley y la prosperidad, como ha demostrado la realidad.

 

Pero nuestros políticos, incluso los menos progresistas, están a otras cosas y esas batallas culturales les producen un cansancio infinito. Lástima que no tengamos unos cuantos cientos de Milei y lástima que no tengamos unos cuantos cientos de empresarios con visión de futuro más allá de su propio negocio que comprendan que su futuro, el de sus hijos y nietos y de sus empresas, está en peligro porque se expande como la peste una religión infame y estulta que poco a poco va ahogando sus expectativas y que otra forma de propaganda es verdad y que si hubo un Gramsci para la izquierda puede haber miles de Gramsci para el liberalismo y para la prosperidad.

 

¡Viva la libertad, carajo!

 

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.