La basura vasca
![[Img #24795]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/09_2023/73_screenshot-2023-09-12-at-16-45-56-arnaldo-otegi-en-x.png)
El deporte, en sus más altas expresiones, no es solo una competencia física. Es un testimonio de disciplina, superación y de valores humanos. Cada vez que un deportista se corona en una competencia, no solo triunfa él o ella, sino que se convierte en un referente, en un modelo a seguir para miles, tal vez millones, de jóvenes y aficionados que ven en ellos la encarnación de la perseverancia y el esfuerzo. Pero, ¿qué ocurre cuando ese pedestal de influencia es utilizado para promover o glorificar el terrorismo, el odio y la violencia?
Hace unos días, Iñaki Goikoetxea, un miembro de Urdaibai, embarcación de la localidad vizcaína de Bermeo que resultó vencedora de la Bandera de La Concha, dedicó su triunfo “a quienes no están” y en particular al terrorista preso de ETA Iurgi Garitagoitia, encarcelado por varios delitos criminales, entre lo que se encuentra la colaboración necesaria en el asesinato del empresario Ignacio Uría.
Con esta ofrenda ignominiosa e infame, el tal Goikoetxea y quienes alabaron su “hazaña”, como Arnaldo Otegi, pusieron una vez más de manifiesto cómo el País Vasco es todavía un inmenso basurero ético en el que un logro deportivo que debía ser un motivo de celebración unánime, de orgullo para la tierra y para el país se ve rápidamente ensombrecido por una dedicatoria que hiela la sangre de cualquier ciudadano decente: ofrecer un trofeo a un puñado de terroristas asesinos, responsables del sufrimiento y la muerte de cientos de personas inocentes, es un acto fanático y miserable de profunda bajeza moral que se hace todavía más indignante si se tiene en cuenta que en la competición participaban dos remeros huérfanos porque la banda terrorista a la que tanto ama un despojo moral como Iñaki Goikoetxea había asesinado a sus padres. La insensibilidad y el dolor provocados por Goikoetxea no solo es una afrenta hacia estos compañeros, sino también hacia todas las víctimas de la banda terrorista ETA y hacia toda una sociedad que, más mal que bien, trata de dejar atrás los días oscuros del terrorismo para construir un futuro de paz y concordia.
Es responsabilidad de todos, políticos, medios de comunicación, instituciones, equipos deportivos y aficionados, condenar estas actitudes y garantizar que el deporte no sea utilizado como plataforma para propagar mensajes de odio o para reavivar heridas del pasado. El deporte debe ser unificador, no divisivo. En este sentido, es triste pensar en el talento y la influencia desperdiciados. En lugar de ser recordado por su habilidad y logros, Iñaki Goikoetxea será recordado por su absoluta incapacidad para discernir el bien del mal, y por su dolorosa traición a la memoria de aquellos que perdieron la vida a manos del terrorismo.
¿Cómo es posible que, en pleno 2023, aún haya quienes sientan admiración o simpatía por una organización terrorista que ha provocado tanto dolor?; ¿Cómo es posible que alguien como Arnaldo Otegi, que no duda en ofrecerse para ser el futuro Lehendakari de todos los vascos, apoye estos homenajes?; ¿Cómo es posible que el actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, haga descansar su próximo Gobierno en gentuza como esta?
Debemos tenerlo muy presente. El problema no es ya solo que las nuevas generaciones olviden el pasado, ni que, con absoluta impunidad, y ante el mutismo absoluto de la Fiscalía, glorifiquen a quienes alimentan la cultura de la violencia, el terror y el odio. El problema descomunal es que son precisamente miserables de este tipo y condición los que, gracias al PSOE, están dirigiendo algunas de las principales instituciones políticas de este país.
El deporte, en sus más altas expresiones, no es solo una competencia física. Es un testimonio de disciplina, superación y de valores humanos. Cada vez que un deportista se corona en una competencia, no solo triunfa él o ella, sino que se convierte en un referente, en un modelo a seguir para miles, tal vez millones, de jóvenes y aficionados que ven en ellos la encarnación de la perseverancia y el esfuerzo. Pero, ¿qué ocurre cuando ese pedestal de influencia es utilizado para promover o glorificar el terrorismo, el odio y la violencia?
Hace unos días, Iñaki Goikoetxea, un miembro de Urdaibai, embarcación de la localidad vizcaína de Bermeo que resultó vencedora de la Bandera de La Concha, dedicó su triunfo “a quienes no están” y en particular al terrorista preso de ETA Iurgi Garitagoitia, encarcelado por varios delitos criminales, entre lo que se encuentra la colaboración necesaria en el asesinato del empresario Ignacio Uría.
Con esta ofrenda ignominiosa e infame, el tal Goikoetxea y quienes alabaron su “hazaña”, como Arnaldo Otegi, pusieron una vez más de manifiesto cómo el País Vasco es todavía un inmenso basurero ético en el que un logro deportivo que debía ser un motivo de celebración unánime, de orgullo para la tierra y para el país se ve rápidamente ensombrecido por una dedicatoria que hiela la sangre de cualquier ciudadano decente: ofrecer un trofeo a un puñado de terroristas asesinos, responsables del sufrimiento y la muerte de cientos de personas inocentes, es un acto fanático y miserable de profunda bajeza moral que se hace todavía más indignante si se tiene en cuenta que en la competición participaban dos remeros huérfanos porque la banda terrorista a la que tanto ama un despojo moral como Iñaki Goikoetxea había asesinado a sus padres. La insensibilidad y el dolor provocados por Goikoetxea no solo es una afrenta hacia estos compañeros, sino también hacia todas las víctimas de la banda terrorista ETA y hacia toda una sociedad que, más mal que bien, trata de dejar atrás los días oscuros del terrorismo para construir un futuro de paz y concordia.
Es responsabilidad de todos, políticos, medios de comunicación, instituciones, equipos deportivos y aficionados, condenar estas actitudes y garantizar que el deporte no sea utilizado como plataforma para propagar mensajes de odio o para reavivar heridas del pasado. El deporte debe ser unificador, no divisivo. En este sentido, es triste pensar en el talento y la influencia desperdiciados. En lugar de ser recordado por su habilidad y logros, Iñaki Goikoetxea será recordado por su absoluta incapacidad para discernir el bien del mal, y por su dolorosa traición a la memoria de aquellos que perdieron la vida a manos del terrorismo.
¿Cómo es posible que, en pleno 2023, aún haya quienes sientan admiración o simpatía por una organización terrorista que ha provocado tanto dolor?; ¿Cómo es posible que alguien como Arnaldo Otegi, que no duda en ofrecerse para ser el futuro Lehendakari de todos los vascos, apoye estos homenajes?; ¿Cómo es posible que el actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, haga descansar su próximo Gobierno en gentuza como esta?
Debemos tenerlo muy presente. El problema no es ya solo que las nuevas generaciones olviden el pasado, ni que, con absoluta impunidad, y ante el mutismo absoluto de la Fiscalía, glorifiquen a quienes alimentan la cultura de la violencia, el terror y el odio. El problema descomunal es que son precisamente miserables de este tipo y condición los que, gracias al PSOE, están dirigiendo algunas de las principales instituciones políticas de este país.