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Miércoles, 13 de Septiembre de 2023 Tiempo de lectura:

Una China arqueofuturista: prólogo de Carlos X. Blanco para el libro "La nueva filosofía política china"

Este artículo es un extracto del prólogo realizado por el filósofo Carlos X. Blanco para el libro La nueva filosofía política china del economista Yao Yang y publicado por la editorial Letras Inquietas.


 

[Img #24799]¿Pueden congeniar Confucio (supuestamente, 551 a.C.–479 a.C.) con Marx (1818–1883)? En China es posible. La República Popular China del siglo XXI los ha unido de forma milagrosa y sorprendente.

 

¿Tiene sentido conjugar la ética del orden, la virtud, la meritocracia y el cultivo de la desigualdad natural del hombre (en provecho de éste y de la sociedad), y hacerlo a su vez con Marx? Eso mismo es conjugar Confucio con la praxis revolucionaria tendente a la superación del capitalismo, con progreso tecnocientífico y control de la usura. En la China actual esto es posible, y hasta necesario. Meritocracia, virtud, jerarquía y pragmatismo, todo al servicio de un Estado imperial que superó la lucha de clases y promueve prosperidad socialista a raudales.

 

El presente libro de Yao Yang nos enseña cómo ha sido posible y esencial esta “síntesis” entre la ética confuciana, fundadora de la civilización china, y el socialismo marxista–leninista. Seguramente, el término idóneo sería (parafraseando al llorado Guillaume Faye) el siguiente: arqueofuturismo. Los dirigentes comunistas chinos han sido capaces de llevar a pleno efecto una síntesis arqueofuturista. La misma clase de síntesis que, mutatis mutandis, precisan hacer los europeos pero que, por cobardía y colonización americana, son del todo incapaces de hacer.

 

 “Arqueo”, lo antiguo, sí, pero no lo viejo y periclitado sino más bien lo clásico y fundacional. Lo que nos conecta con las raíces, y éstas con la tierra nutricia. Para los chinos, Confucio. Para Europa, Aristóteles o Santo Tomás. Y común a todo pueblo: el respeto y amor a las tradiciones, a los mayores, a la identidad. Beber en sus siempre límpidos veneros, acervos de la tradición, para cobrar brío y lanzarse a nuevos horizontes. Las fuentes del pasado (el pasado de cada pueblo) catapultan hacia el porvenir.

 

 “Futurismo”, lo nuevo y lo por venir. Despertar las ancestrales identidades, que no es recoger momias en tumbas oscuras, sino alzar modos de ética más fundacionales que cualquier fragmento de ADN o cualquier medida craneal, más eficaces que toda la retórica doctrinaria y nostálgica.

 

Los chinos se occidentalizaron en el siglo XX. Ellos mismos lo reconocen, lo asumen, en modo alguno reniegan de ello. Que aprendan la lección china, propia de grandes realistas y pragmatistas, que tomen lección estos ridículos indigenistas, muchos de apellido y tez de asturiano, montañés y vizcaíno. Que aprendan la lección los negros “reparacionistas” que andan por ahí obligando al prójimo a arrodillarse ante ellos a la mínima oportunidad. Que tomen nota los llorones de “España nos roba”. Los chinos se occidentalizaron bajo la hoz y el martillo, la bandera roja y el libro –no menos rojo– de Mao. Los chinos se occidentalizaron bajo la dialéctica de estirpe hegeliana y los quiasmos retorcidos y fustigadores de Marx, materialistas y “progresistas”. Los revolucionarios asiáticos llevaron la industria, la electricidad, la ciencia moderna, la abolición de clases sociales y mil cosas más, todas paridas y gestadas en la mente de europeos. Se occidentalizaron, pero sólo momentáneamente parecieron abjurar de su poso milenario chino, muy chino. Hoy, la potencia destinada a superar al imperio yanqui, está dispuesta a beber de sus inmensas fuentes autóctonas. Lo dicho, toda una lección de arqueofuturismo.

 

(...)

 

Marx sinizado ¿qué significa? Significa un alejamiento de los planteamientos doctrinarios. Representa un tipo de mentalidad pragmática que nada tiene que ver con el oportunismo o el cinismo, como a veces la propaganda chinófoba nos quiere transmitir. Tiene que ver con la propia “arqueoética” china tan bien arraigada en el substrato colectivo de ese inmenso pueblo de miles de millones de ciudadanos. La arqueoética de raíz confuciana que nos dice que las ideas, en sí mismas, valen poco si éstas no están puestas a prueba de forma gradual, comedida. Es la arqueoética que nos recuerda que las murallas contra los bárbaros ahora se construyen por medio de alta tecnología y eficiencia de cada obrero, soldado, emprendedor o funcionario. Se trata de conseguir una adecuada distribución de la riqueza (campo–ciudad, centro–periferia, partido–pueblo...) dando por supuesto que la lucha de clases ya se ha extinguido felizmente.

 

Los chinos actuales son, en sí mismos, una lección para el mundo. No financian golpes de Estado ni revoluciones de color. Sólo piensan en hacer buenos negocios con los demás. A diferencia de los negocios con los angloamericanos, los mahometanos y los “socios” europeos (es decir, francos y germanos), tan rastreros, los negocios con los chinos no siempre son del tipo “uno gana y el otro pierde”. Son tratos a menudo ventajosos para ambas partes. Para una más que para la otra, pero ventajosos para las partes en muchos de los casos. De eso saben ya mucho en África, Iberoamérica y en otros lugares. Negocian con dictadores ¿y qué? Ellos no juzgan: si un pueblo quiere dictadores, allá se las componga ese pueblo. Un imperio chino no es un imperio anglo: quitar dictadores y poner otros no es economía, es depredación e injerencia. El imperio chino, ahora un Estado socialista de mercado y altamente tecnologizado, es imperio civilizador, no pirático. Su papel geopolítico no puede ser más que multipolar y constructivo: hay que generar nuevas reglas en el tablero mundial. Estas deben incluir la no injerencia en los regímenes y en las tradiciones de cada pueblo.

 

(...)

 

El ensayo no tiene desperdicio y es una gran oportunidad para todos aquellos que anhelamos una cierta sinización de Europa y de España, ahora tan exangües y míseras.

 

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