La gran conversación
El diálogo, además, no solamente se da en la comunidad. Todos poseemos una historia que nos ha forjado, una historia que nos ha formado como individuos, un relato muy antiguo, un tejido nocturno que se ha extendido a través de las generaciones pasadas y que se remonta al origen mismo del ser humano. Cada momento de aquella línea temporal ha forjado un camino que ha permitido la gestación de cada palabra escrita y leída en este instante. Si alguna decisión no hubiera sido tomada, hoy el mundo brillaría en una oscuridad distinta. Es por ello por lo que podemos afirmar lo que declara Gregorio Luri: «La gran conversación es el diálogo que todos los hombres de Occidente han venido manteniendo entre sí… articulando así la esencia de nuestra cultura».
Todos buscan cambiar la sociedad, pero nadie siente que pueda hacerlo; pretenden cambiar lo establecido, vociferando sus emociones previamente reflexionadas en la torre de su narcisismo. Se escucha perseguir una paz amorfa de peces muertos que yacen bajo las alas de una líquida justicia. «Solo sé una cosa» pensó, contemplando el movimiento sin objetivo de quienes lo rodeaban. «Solo sé que no sé nada», y de este modo Sócrates se convirtió en el más sabio de todos los que en Atenas caminaban. Dentro de las paredes de los que intentan debatir se encuentran personas aisladas, deseosas de afirmarse distintas, creyendo que sus posturas sobre el mundo se adaptan a ese mundo; pero cómo, si se encuentran apartadas de él. Observar un paisaje en una pantalla no es vivenciar las hojas y su rocío, ni las rosas con su olor; para palpar el suelo se necesita pisarlo con los pies descalzos; para develar la identidad del ser, es menester alzar la vista de nuestro propio juicio para poder reflexionar en su mirada.
No podemos aparentar conectar con la mente de otro si lo único que tenemos en frente es la luz artificial del mundo moderno. Para que se pueda entablar una relación dialógica es necesario situarse de tal manera que en la oposición se encuentre la flexibilidad del cambio; algo distinto a la dialéctica Hegeliana, en donde el esclavo busca el reconocimiento de su amo. Aquí, en cambio, partimos del hecho de que todos nos encontramos en la misma condición de ignorancia y que su aceptación nos permite rondar el espacio destinado a la verdad, tal vez solo la observemos pasar; pero, en esa observación de lo real, es posible que logremos la delicia de experimentar el segundo, el único que guardamos, aquel momento eterno dispuesto para que lo sintamos.
En la dialéctica de redes sociales nos encontramos con la hiperafirmación de un tal pensamiento crítico; una especie de capacidad que otorga el liberarte de cualquier estructura o ideal trascendente. Siguiendo el pensamiento ilustrado, los modernistas de la red aún creen que lo racional puede explicar el verso de la vida y que ellos son los únicos poseedores de ese pensamiento. Ser críticos significa ser capaces de entablar un diálogo con los que nos precedieron y con los que comparten esta Phantom Balls; un diálogo que evita el terrible desenlace de encontrarnos aislados en nosotros mismos, autoafirmando nuestras propias fantasías.
«El milagro griego» es una buena forma de ilustrar la importancia de repensar las cosas sobre los hombros de un otro. Los primeros filósofos occidentales tuvieron la habilidad de jugar con las ideas de las culturas con las que tenían contacto, y creer que ellos fundaron el pensamiento de la nada es otorgarles una especie de halo divino, el mismo halo que muchos se dan a sí mismos. El antiguo rey afirmaba que no había nada debajo del sol; es así como, en el interior de aquella gran conversación, nuestras ideas naturales se vuelven los ecos de otros, nos damos cuenta de que pensamos, vivimos y nos posicionamos sobre las voces del mundo.
El diálogo, además, no solamente se da en la comunidad. Todos poseemos una historia que nos ha forjado, una historia que nos ha formado como individuos, un relato muy antiguo, un tejido nocturno que se ha extendido a través de las generaciones pasadas y que se remonta al origen mismo del ser humano. Cada momento de aquella línea temporal ha forjado un camino que ha permitido la gestación de cada palabra escrita y leída en este instante. Si alguna decisión no hubiera sido tomada, hoy el mundo brillaría en una oscuridad distinta. Es por ello por lo que podemos afirmar lo que declara Gregorio Luri: «La gran conversación es el diálogo que todos los hombres de Occidente han venido manteniendo entre sí… articulando así la esencia de nuestra cultura».
Todos buscan cambiar la sociedad, pero nadie siente que pueda hacerlo; pretenden cambiar lo establecido, vociferando sus emociones previamente reflexionadas en la torre de su narcisismo. Se escucha perseguir una paz amorfa de peces muertos que yacen bajo las alas de una líquida justicia. «Solo sé una cosa» pensó, contemplando el movimiento sin objetivo de quienes lo rodeaban. «Solo sé que no sé nada», y de este modo Sócrates se convirtió en el más sabio de todos los que en Atenas caminaban. Dentro de las paredes de los que intentan debatir se encuentran personas aisladas, deseosas de afirmarse distintas, creyendo que sus posturas sobre el mundo se adaptan a ese mundo; pero cómo, si se encuentran apartadas de él. Observar un paisaje en una pantalla no es vivenciar las hojas y su rocío, ni las rosas con su olor; para palpar el suelo se necesita pisarlo con los pies descalzos; para develar la identidad del ser, es menester alzar la vista de nuestro propio juicio para poder reflexionar en su mirada.
No podemos aparentar conectar con la mente de otro si lo único que tenemos en frente es la luz artificial del mundo moderno. Para que se pueda entablar una relación dialógica es necesario situarse de tal manera que en la oposición se encuentre la flexibilidad del cambio; algo distinto a la dialéctica Hegeliana, en donde el esclavo busca el reconocimiento de su amo. Aquí, en cambio, partimos del hecho de que todos nos encontramos en la misma condición de ignorancia y que su aceptación nos permite rondar el espacio destinado a la verdad, tal vez solo la observemos pasar; pero, en esa observación de lo real, es posible que logremos la delicia de experimentar el segundo, el único que guardamos, aquel momento eterno dispuesto para que lo sintamos.
En la dialéctica de redes sociales nos encontramos con la hiperafirmación de un tal pensamiento crítico; una especie de capacidad que otorga el liberarte de cualquier estructura o ideal trascendente. Siguiendo el pensamiento ilustrado, los modernistas de la red aún creen que lo racional puede explicar el verso de la vida y que ellos son los únicos poseedores de ese pensamiento. Ser críticos significa ser capaces de entablar un diálogo con los que nos precedieron y con los que comparten esta Phantom Balls; un diálogo que evita el terrible desenlace de encontrarnos aislados en nosotros mismos, autoafirmando nuestras propias fantasías.
«El milagro griego» es una buena forma de ilustrar la importancia de repensar las cosas sobre los hombros de un otro. Los primeros filósofos occidentales tuvieron la habilidad de jugar con las ideas de las culturas con las que tenían contacto, y creer que ellos fundaron el pensamiento de la nada es otorgarles una especie de halo divino, el mismo halo que muchos se dan a sí mismos. El antiguo rey afirmaba que no había nada debajo del sol; es así como, en el interior de aquella gran conversación, nuestras ideas naturales se vuelven los ecos de otros, nos damos cuenta de que pensamos, vivimos y nos posicionamos sobre las voces del mundo.











