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Pablo Mosquera
Sábado, 23 de Septiembre de 2023 Tiempo de lectura:

La generación de la Transición y la democracia

Hoy me reconcilié con la televisión. El programa de Antena 3 que dirige Susana Griso, una periodista barcelonesa, entrevistó al autor del libro La rosa y las espinas, presentado en el Ateneo de Madrid en compañía de Felipe González. Estoy refiriéndome al socialista Alfonso Guerra, una de las mentes más preclaras de aquel gobierno que modernizó España desde el otoño de 1982  tras el golpe de Estado en febrero de 1981.

 

Primera cuestión. El nivel de los políticos que hicieron la Transición. Muy superior a los actuales sanchistas o peperos. No era el currículo profesional que se habían forjado en paralelo con la lucha política frente al franquismo. Era la formación ideológica que les permitió conciliar el espacio de la concordia entre los españoles, cerrando las heridas de un régimen autocrático que se vino al abismo tras la desaparición del Almirante Carrero Blanco y las actuaciones a inventario del cambio con Adolfo Suárez manejado por Torcuato Fernández Miranda, hombre de la máxima confianza de Juan Carlos de Borbón.  

 

Segunda cuestión. El respeto a la Constitución española tras un interesante periplo constituyente en el que participaron personajes que vistos hoy son hombres de Estado capaces de elaborar un texto en 1978 que fuera punto de encuentro entre tierras, gentes, partidos y aspiraciones socioculturales. Hoy esta "maniobra" es imposible. Y de ahí que vuelvan los nacionalistas a la teoría de la reinterpretación de la Carta Magna.

 

Tercera cuestión. Tres pilares del consenso. La unidad de España como nación constituyendo el moderno Estado de las autonomías. La aceptación de la Jefatura del Estado como Monarquía. La reconciliación tras la guerra incivil y la dictadura que con diversas etapas permitió que el dictador muriera en la cama y con un testamento que inmediatamente se incumpliría por los propios herederos del régimen.

 

Cuarta cuestión. El 23-F supuso la desaparición del poder fáctico de los generales franquistas y la inmediata puesta en marcha del proceso para que España se incorporara a las instituciones europeas. Si bien aquello no fue suficiente para que el nacionalismo vasco radical dejara las armas y ello a pesar del Estatuto de autonomía que le confirió a Euskadi los poderes de autoorganización y autogobierno, con cuatro parlamentos y cuatro gobiernos para gestionar tales competencias que le convirtieron en un fragmento de Estado. 

 

Y llega un tal Iceta de profesión político oportunista y aficionado al baile para sentenciar. "Estos dos representan lo antiguo". Está en esa argumentación que terminará por ser objeto para el debate de la nueva izquierda.

 

Quinta cuestión. La mentira es herramienta al uso a pesar de la nueva definición como derecho a cambiar de opinión, sin conviene, pero...¿ a quién conviene ?, ¿a la sociedad, al partido, al pueblo soberano, a las instituciones de la democracia, a la coyuntura ?. Para alcanzar el poder hasta dónde se puede llegar y quién decide los límites.

 

Sexta cuestión. La colisión entre la ética y la readaptación del guión comprometido con el cuerpo electoral, ¿quién lo establece y cuáles son sus límites?.

 

Tengo una idea. Que la derecha tome la iniciativa. Que convoque una consulta para que el pueblo soberano se pronuncie sobre la amnistía y el derecho a la autodeterminación. Viene a ser lo que UA hizo en la Euskadi de Arzalluz. La respuesta a la independencia de Euskadi pasa por una consulta entre los habitantes de Álava para saber si quieren o no quieren seguir formando parte de esa Comunidad Autónoma Vasca o quieren ser como Navarra una nueva Comunidad Foral dentro de España.

 

Séptima cuestión. Qué sucederá en el momento en que el poder judicial señale la inconstitucionalidad de los precios que a buen seguro debe pagar el sanchismo para mantenerse en las poltronas. Por cierto, eso sí que es antiguo. Vender al Estado de Derecho constitucional por un plato de lentejas en la mesa del señor, de la que formará parte un tal Iceta.

 

Octava cuestión. Sería maravilloso que Felipe y Alfonso hicieran un último servicio a España. Que refundaran el Partido Socialista como lo hicieron en Suresnes en aquel octubre de 1974.

 

Novena cuestión. ¿Los que han votado al Partido Socialista el 23-J lo hicieron dándole carta blanca al sanchismo para que pactara lo que se avecina bajo el paraguas del discurso feminista, progresista y modernista?. Por cierto, convendría que la sociedad civil desde sus miembros más destacados por su autoridad intelectual definieran de una vez por todas tales conceptos.

 

Décima cuestión. ¿Hasta dónde tiene que firmar el jefe del Estado normas de obligado cumplimiento que van contra la Constitución española ?. ¿Y si se niega, qué pasa?.

 

Por enlazar con el título. Los de mi generación. Los de la generación que votó al Partido Socialista de Felipe y Alfonso. Los que con  nuestra conducta ciudadana contribuimos a la Transición y a la democracia. Tenemos razón para sentirnos estafados, vilipendiados, exiliados de la política que se practica. A lo peor nos está pasando como le sucedió a Cervantes que le tocó vivir entre dos siglos. Por cierto, uno de ellos nada más y nada menos que el denominado Siglo de Oro.               

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