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Pedro Chacón
Sábado, 07 de Octubre de 2023 Tiempo de lectura:

Tabakalera: cuando la “k” nacionalista no es suficiente

Sorprende sobremanera que uno de los edificios culturales más referenciales de la capital de Guipúzcoa, esto es, de San Sebastián, lleve un nombre de resonancias tan claramente españolas e incluso, propiamente franquistas, estando como está la municipalidad, la provincia y el País Vasco entero copado por la administración nacionalista vasca desde el inicio de la Transición en 1975.

 

Hablamos de Tabakalera, que se autodenomina “centro internacional de cultura contemporánea”, sito donde el barrio de Eguía confluye con el Urumea, si se salvaran las vías del ferrocarril, justo al lado de la entrada al parque Cristina Enea. El otro gran referente cultural de la ciudad, como es el Kursaal, tiene nombre extranjero, no autóctono, que viene de los años veinte del siglo pasado, como referente de los casinos y balnearios europeos del mismo nombre. Pero cuando el nacionalismo ha tenido que tirar de un edificio preexistente para convertirlo en referente cultural, resulta que utiliza el mismo nombre que tenía, en un alarde clamoroso de falta de imaginación o de no atreverse a imponer sus criterios, que viene a ser lo mismo. Sobre todo, cuando se trata de un nombre muy español. Porque el de Tabakalera es el mismo nombre, salvo por la nacionalista “k”, que tenía el edificio durante toda la etapa franquista, desde que durante aquel régimen se estableció el monopolio del tabaco bajo la empresa nacional Tabacalera. Y aquí sí que se puede decir que una “k” apenas se nota, siendo la pronunciación la misma y habiendo podido poner otro nombre asimilado al eusquera, como Tabakoarena, por ejemplo, o algo así. Porque el caso es que la denominación “tabakalera” no existe en eusquera.

 

El nacionalismo que gestiona desde hace casi cincuenta años San Sebastián no se ha atrevido a cambiarle el nombre. Ha pensado que con la “k” sería suficiente. Porque fíjense, como vamos a ver, las connotaciones españolas indudables que tiene dicha denominación. ¿Por qué, si se han cambiado los nombres de todas las ciudades y pueblos susceptibles de cambiarse a términos eusquéricos, no lo han hecho con un simple edificio, por muy emblemático que sea, y donde las implicaciones de los cambios de denominación habrían sido, en cualquier caso, mucho menores? Sobre todo cuando nada les impidió cambiar denominaciones arraigadas en la historia de poblaciones enteras. Pensemos en tantísimos ejemplos. De tener que elegir los más destacados de todos, uno de ellos sería, sin duda, el de haberle añadido eso de Gasteiz a Vitoria: una denominación, la de Gasteiz, sin absolutamente ningún ascendiente histórico ni cultural ni de ningún tipo en la capital alavesa. Solo porque es en eusquera. Y, en cambio, para un simple edificio emblemático del centro de la ciudad, que es capital de la provincia de Guipúzcoa, la que más presencia eusquérica del País Vasco tiene, resulta que la dejan con el nombre originario, salvo por una insignificante “k” en lugar de la “c”. ¿Quién se puede conformar, a estas alturas, para resaltar el nacionalismo vasco imperante, con una sola “k” de diferencia, en un nombre tan largo, con diez letras nada menos? Sobre todo cuando se han cambiado enteramente nombres históricos de municipios como Castillo Elejabeitia, Villarreal de Álava, Salinas de Léniz, Pedernales o Villaro. ¿Alguien lo entiende?

 

Algo parecido pasó con la Alhóndiga de Bilbao, un edificio emblemático del centro de la capital vizcaína destinado también a ser un referente de ocio, arte y cultura. Se inauguró en 2010 sorprendentemente con el nombre de Alhóndiga, pero en 2015, tras el fallecimiento del carismático alcalde Iñaki Azkuna, fue redenominado como Azkuna Zentroa y así el nacionalismo encontró la solución para anular un nombre que relacionaba a Bilbao con, por ejemplo, Toledo y Cuenca, que cuentan ambas con sendas Alhóndigas declaradas Patrimonio de la Humanidad. Así es como los nacionalistas en Bilbao aprovecharon para quitar de la referencia cultural de la ciudad una denominación que no podía ser más española.

 

Pero en San Sebastián no se ha presentado una ocasión semejante aún, parece ser. El caso es que Tabakalera, el nombre, con la variante ideológica nacionalista eusquérica de la “k”, corresponde a la denominación de la empresa nacional fundada en pleno franquismo, en 1945, la Tabacalera, para gestionar el monopolio del Estado relativo al tabaco y al timbre. Y que pervivió con esta denominación hasta 1999, en que fue privatizada. Pero lo de llamarse Tabacalera la empresa nacional del tabaco durante el régimen de Franco, así como sus edificios emblemáticos repartidos por toda España, ya tenía su propia raigambre histórica. El diccionario de Zerolo, de 1895, es el primero que recoge el término “tabacalera”, con la siguiente definición: “sociedad que tiene en España el privilegio para la fabricación y venta de tabacos”. En el diccionario actual de la RAE viene como adjetivo, con las dos variantes masculina y femenina y también, con esta última variante, como sustantivo: “empresa o fábrica dedicada a la elaboración o comercialización del tabaco”. El antecedente inmediato de Tabacalera fue la Compañía Arrendataria de Tabacos, constituida en 1887, y antes las Reales Fábricas de Tabacos, implantadas en todo el territorio español desde el siglo XVIII. Hay varias tesis doctorales que se ocupan del tema. En España tenemos edificios de este tipo repartidos por toda la geografía nacional. En un primer momento, en el siglo XVIII, teníamos los de Sevilla y Cádiz. De la primera generación en el siglo XIX, tenemos los de La Coruña, Madrid y Alicante. Después, en la llamada segunda generación del siglo XIX, están los Gijón, Santander y Valencia. Por su parte, los de San Sebastián y Logroño se ubicarían en la tercera generación del siglo XIX. Y aún están los ejemplos de Tarragona y Málaga, que se situarían a principios del siglo XX. También está el caso de Badajoz, donde el gobierno de España, tras la Primera Guerra Mundial, en 1922, autorizó a fabricar tabaco, lo mismo que en Sevilla, Barcelona y Tarragona. El edificio de la Tabacalera de San Sebastián se empezó a diseñar y construir a finales del siglo XIX y entró en funcionamiento ya iniciado el siglo XX.

 

O sea que el término Tabakalera de San Sebastián, a pesar de la “k” nacionalista vasca, más español no puede ser. No han podido traducirlo de manera que sea ilegible o irreconocible para una mayoría de la ciudadanía, como suelen. Y está sito, además, en una plaza que no se podía llamar de otro modo: Plaza de las Cigarreras. Pero aquí sí que los nacionalistas no han podido perdonarle su nombre histórico a la plaza y le han puesto la traducción correspondiente, en la que, por supuesto, nadie repara: “Andre Zigarrogileen Plaza”. Y nadie repara en ella bien porque no la entienden, bien porque no la reconocen como propia, bien porque no significa nada para nadie. Al fin y al cabo, es solo una plaza. Le han puesto el nombre en eusquera a la placa que la gente ve cuando pasa por allí y, en cambio, han mantenido el nombre histórico en la correspondencia postal. Si abres la web de Tabakalera en castellano, aparece sita en Plaza de las Cigarreras, 1, que es como se llamó siempre la plaza. Si abres la web en eusquera, aparece el de la placa que hay en la calle: Andre Zigarrogileen Plaza, 1. Y es que las calles y las plazas tienen que demostrar, con sus nombres nuevos que nadie nunca usó, impuestos sobre los históricos, que son ellos, los nacionalistas, los que mandan aquí. Al menos en lo simbólico, que es lo que más les preocupa a todos los políticos.

 

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