Vivir en el mito
El filósofo italiano Giambattista Vico dijo que era un error suponer que la civilización comienza cuando se desecha el mito. El filósofo sostenía que la sociedad y la civilización siempre necesitan de mitos y calificaba como mitos de la modernidad la ciencia y el progreso.
Creemos que acertaba en su primera afirmación, pero no tanto en calificar como mitos el progreso y la ciencia, cuyos avances son tan reales que sólo desde ciertas posiciones dogmáticas se puede afirmar que sean mitos. Desde el nacimiento del capitalismo real, una parte de la Humanidad ha avanzado a tal velocidad, y con ella la ciencia y la técnica, que no cabe pensar que sean sólo lucubraciones o ensoñaciones de que podrán proporcionarnos un mundo mejor, sino realidades que ya lo han conseguido en gran medida y a cuyo avance no se le ve, afortunadamente, fin. Sólo los acostumbrados milenaristas niegan la posibilidad de un progreso sostenido y lineal contra toda evidencia empírica y científica. El temor a dónde ello nos pueda llevar sí está provocando que las tendencias milenaristas ganen adeptos cada vez más fanáticos hasta el punto de que la violencia en contra del progreso está al orden del día: desde las élites políticas intentando empobrecer y disminuir la población hasta los habituales asesinos fanáticos que no sólo están en Palestina, sino que cuentan entre nosotros con homólogos de apariencia más civilizada y fines no menos apocalípticos.
Se dijo que el siglo XVIII fue el siglo de las luces y de la razón. No en vano en ese periodo surgieron las ideas básicas en que se basó el nacimiento del capitalismo y del liberalismo, ideologías que han determinado ese progreso enorme. Se supuso que a partir de ahí la razón presidiría el mundo, al menos el occidental, y que el pensamiento y la razón se ocuparían de organizar nuestras sociedades y nuestro modo de vida de tal manera que la superstición dejara paso a la inteligencia y las luces.
Así fue durante un tiempo en que, pese a las zancadillas de los retrógrados y reaccionarios de siempre, primero el antiguo régimen y luego los proyectos socialistas, se consiguió alcanzar un grado de libertad, civilización y progreso técnico, científico y humanista que jamás pudieron soñar nuestros ancestros.
Sin embargo, contradictoriamente con lo que uno pudiera pensar, desde la caída del Muro de Berlín, que auguraba en los optimistas el olvido de ideologías perniciosas y criminales, estamos sufriendo un proceso de involución racional, de involución de la libertad y del progreso económico (España, por ejemplo, tiene un nivel de vida inferior al de 2004) que era impensable hace unas pocas décadas.
El motivo no es otro que la paradójica victoria cultural de aquéllos que supuestamente había derrotado la caída del muro. Han sabido reconvertir su perniciosa ideología y han convencido a las mayorías de las bondades de sus mensajes, ni uno solo racional, todos basados en lo que se suponía dejábamos atrás: la superstición. Hoy, la mayoría de los ciudadanos ha vuelto a vivir en el mito.
Dice el gran Thomas Sowell que "el fraude más antiguo es la creencia de que la izquierda política es la ideología de los pobres y los oprimidos". Nada hay más fácil que convencer a un débil o un fracasado de que es una víctima o un oprimido, aunque no lo sea. Ese convencimiento a través de la propaganda es el verdadero éxito de la izquierda, que está culminando en la instauración de un sistema cultural en el que la inteligencia ha de pedir permiso y perdón a la estupidez.
Vivir en el mito supone alejarse de la realidad, uno de los motivos de los fracasos continuos de la izquierda, y de la verdad, a la que se odia visceralmente. Imponer esas realidades paralelas no se puede hacer sin violentar voluntades. Por eso la izquierda siempre es violenta, aunque su violencia a veces no sea física. Lo vivimos en España, en que no se ejerce fuerza física en este preciso momento, pero vivimos en el delito permanente por parte del gobierno y de los partidos de izquierda y nacionalistas. La izquierda y el delito son sinónimos. Por eso no extraña su querencia por cualquier forma de violencia o terrorismo. Cuando la izquierda condena alguna violencia es porque no coincide con sus intereses del momento, rara vez se hace con sinceridad.
Los individuos que viven los mitos se acomodan a ellos fácilmente y los asimilan de tal manera que pronto se convierten en fanáticos. De ahí que todos los mitos en los que vivimos inmersos estén orientados a provocar terror en los individuos, pues de ese modo son mucho más fácilmente manipulables.
Si observamos los mitos impuestos desde el poder podemos comprobar que todos apuntan a una supuesta destrucción de la humanidad, en el más fiel seguimiento de los temores milenaristas medievales.
Si el camelo de la emergencia climática provoca angustia vital en las débiles mentes de miles de nuestros jóvenes, éstos ya serán carne de cañón para quienes manipulan esa información. Cualquier mensaje de condena o de salvación del mundo será recibido en una caja de resonancia de multitudes de jóvenes que acatarán cualquier limitación de su libertad y reducción de su prosperidad para abortar un supuesto, falso, simulado fin del mundo. No hemos avanzado mucho en inteligencia desde el año mil.
Otro mito con el que nos agobian es que la inteligencia artificial acabará con los trabajos y nos someterá, como si tuviera voluntad propia o como si fuera una fuerza maligna y casi divina contra la que nada podemos hacer. Es otra visión supersticiosa de lo que no pasa de ser una técnica avanzada.
Nos machacan con el mito de la desigualdad, como si un pensamiento racional no pudiera comprender que entre humanos no puede haber naturalmente otra cosa que cierta desigualdad. La única igualdad humana puede conseguirse en la miseria y con la violencia, limitando a los millones que podrían levantarse y avanzar. La desigualdad está inserta en la naturaleza humana, como el sexo, y no puede ser limitada sino con violencia, del mismo modo que no cabe admitir género alguno, pues éste es un concepto político, no habiendo más que dos sexos en la naturaleza humana.
A fuerza de repetir constantemente una mentira han convertido a todo aquel que no comulga con sus ruedas de molino en fascista. Es éste un concepto acomodaticio para los enemigos de la libertad pues se puede aplicar ad hoc a todo aquél que disienta de sus planteamientos totalitarios. Además, al bloque de los antifascistas puede sumarse cualquiera y ser un eficaz aliado contra el fascismo del mismo modo que en cuanto disienta volverá a ser calificado de fascista. De modo que un concepto estalinista que nació para calificar despectivamente a la socialdemocracia alemana y francesa que no comulgaban con el estalinismo se aplica ahora a cualquiera que no acepte el totalitarismo, calificándose así tanto a liberales como a conservadores como a cualquier socialdemócrata moderado que aún respete un poco la democracia liberal.
Otro mito elevado a categoría de dogma es que tanto el fascismo real como el nazismo son extrema derecha cuando son realmente movimientos socialistas. Al margen de las distintas variantes socialistas (entre las que podemos incluir incluso a la democracia cristiana) sólo existen en el espectro ideológico el conservadurismo y los distintos grados de liberalismo hasta el anarcocapitalismo. Todos los demás movimientos son siempre estatistas y, por tanto, socialistas, siendo, finalmente, el mito más importante, el Zeus de los mitos políticos de nuestro tiempo, el socialismo. Todos los demás derivan de este tronco, elevado a categoría de religión por quienes lo secundan de un modo u otro. El socialismo, que alguien definió como una gran estupidez con pleno acierto, no deja de ser una religión laica con sus dogmas, sus ritos y sus sacerdotes y sus iglesias. Basado en premisas falsas y violentando la naturaleza humana inevitablemente para su imposición, el socialismo es la dictadura con máscara democrática amparada en la falsedad de sus supuestos objetivos buenistas y en la gran falsedad de la justicia social, que ni es justicia porque para su implantación necesitas quebrantar voluntades ni es social puesto que este concepto es totalitario al confundir una falacia, la comunidad, con el interés de todos sus miembros individuales.
Hoy, los sacerdotes de esta iglesia del totalitarismo nos arruinan y nos oprimen con el salvoconducto supersticioso de sus benévolos objetivos.
Esos mitos del posmodernismo son creados por los enemigos de las sociedades abiertas y de la libertad. El mito dirige nuestra vida cuando lo creíamos superado. Son creados por los enemigos del capitalismo y del liberalismo para sofocar nuestra libertad y someternos. Siempre son mitos anticapitalistas que buscan un decrecimiento económico y un empobrecimiento como medio de sometimiento a las burocracias estatales y supraestatales, los peores enemigos hoy del hombre libre.
Rememorando a Jung podemos recordar sus 12 arquetipos de personalidad insertos en el inconsciente colectivo: el inocente, el amigo, el héroe, el cuidador, el explorador, el rebelde, el amante, el creador, el bufón, el sabio, el mago y el gobernante. Estamos en manos del mago y del gobernante. Claro que a Jung se le olvidó incluir el votante socialista, es decir, el siervo voluntario. Da la impresión de que existe un poso con el que nacemos, inconsciente, que nos invita a la servidumbre y contra el cual hay que realizar un ejercicio de voluntad y de inteligencia no siendo, según demuestra la experiencia, el anhelo de libertad una pulsión general sino de individuos concretos. Evidentemente, generaciones de educación pública en el sometimiento ayuda a que la mayoría no valore esa libertad.
Si el mito reniega para su subsistencia de la inteligencia y la razón no por ello hace más felices a las personas. Recientemente, un artículo de Quintana Paz se preguntaba ¿por qué la gente de izquierdas es menos feliz? Decía que los planteamientos de los psicólogos investigadores, casi todos de izquierdas, quisieron, al ver que los resultados de sus investigaciones no arrojaban el resultado que deseaban, achacar esa mayor infelicidad a que las personas de derechas contaban con un "amortiguador ideológico" en el sentido de que sufrirían menos por las desigualdades porque contaban con el consuelo de creer que si alguien tiene menos riqueza es porque se lo merece mientras que las personas de izquierdas, ¡tan compasivas ellas!, padecerían en mayor medida las consecuencias de las desgracias ajenas. Es decir, que la gente de izquierdas eran mejores personas, lo que parece desmentir la experiencia y en España tenemos evidentes ejemplos cuando esa gente vota ratificando así políticas de destrucción de naciones y sociedades, de apartheid de los disidentes e incluso de asesinatos como los de ETA.
Posteriores estudios apartaron tales conclusiones alegando que el fenómeno obedece a que los conservadores se fían más de sus propias capacidades (recuerden lo de Sándor Marai en Tierra Tierra cuando un capitoste del partido comunista le dice que qué sería de él sin el comunismo pues no vale para nada). Dichos estudios añaden que la gente de derechas contempla el futuro con más optimismo (lo que no es extraño, pues los mitos de la izquierda, como hemos visto, te sitúan, de creértelos, en el próximo apocalipsis) y, además, son más religiosos. Todos esos rasgos se han asociado con mayor salud mental y con vidas más satisfactorias.
Todo eso, sin duda, es cierto, pero hay algún factor más, como ese permanente dogma que impone la izquierda y que crea en sus adeptos una esquizofrenia evidente entre sus tendencias naturales y sus creencias religioso-políticas, tensión irresoluble racionalmente. Además de que la moral impuesta nunca satisfará del todo ni siquiera a quienes la siguen y la comparten, pues esa moral siempre es acomodaticia a los dogmas impuestos por los sacerdotes del socialismo. En cambio, quien cree en la libertad suele ser un adepto a la realidad y a la verdad, lo que puede provocar angustia, pero no una tensión emocional y racional insoportables. De ahí que los siervos odien a quienes no comparten su magisterio de falsedad y mitos, pues como decía Quevedo y ratifica Orwell, "cuanto más se aleja una sociedad de la verdad, más odiará a los que la predican".
(*) Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo
El filósofo italiano Giambattista Vico dijo que era un error suponer que la civilización comienza cuando se desecha el mito. El filósofo sostenía que la sociedad y la civilización siempre necesitan de mitos y calificaba como mitos de la modernidad la ciencia y el progreso.
Creemos que acertaba en su primera afirmación, pero no tanto en calificar como mitos el progreso y la ciencia, cuyos avances son tan reales que sólo desde ciertas posiciones dogmáticas se puede afirmar que sean mitos. Desde el nacimiento del capitalismo real, una parte de la Humanidad ha avanzado a tal velocidad, y con ella la ciencia y la técnica, que no cabe pensar que sean sólo lucubraciones o ensoñaciones de que podrán proporcionarnos un mundo mejor, sino realidades que ya lo han conseguido en gran medida y a cuyo avance no se le ve, afortunadamente, fin. Sólo los acostumbrados milenaristas niegan la posibilidad de un progreso sostenido y lineal contra toda evidencia empírica y científica. El temor a dónde ello nos pueda llevar sí está provocando que las tendencias milenaristas ganen adeptos cada vez más fanáticos hasta el punto de que la violencia en contra del progreso está al orden del día: desde las élites políticas intentando empobrecer y disminuir la población hasta los habituales asesinos fanáticos que no sólo están en Palestina, sino que cuentan entre nosotros con homólogos de apariencia más civilizada y fines no menos apocalípticos.
Se dijo que el siglo XVIII fue el siglo de las luces y de la razón. No en vano en ese periodo surgieron las ideas básicas en que se basó el nacimiento del capitalismo y del liberalismo, ideologías que han determinado ese progreso enorme. Se supuso que a partir de ahí la razón presidiría el mundo, al menos el occidental, y que el pensamiento y la razón se ocuparían de organizar nuestras sociedades y nuestro modo de vida de tal manera que la superstición dejara paso a la inteligencia y las luces.
Así fue durante un tiempo en que, pese a las zancadillas de los retrógrados y reaccionarios de siempre, primero el antiguo régimen y luego los proyectos socialistas, se consiguió alcanzar un grado de libertad, civilización y progreso técnico, científico y humanista que jamás pudieron soñar nuestros ancestros.
Sin embargo, contradictoriamente con lo que uno pudiera pensar, desde la caída del Muro de Berlín, que auguraba en los optimistas el olvido de ideologías perniciosas y criminales, estamos sufriendo un proceso de involución racional, de involución de la libertad y del progreso económico (España, por ejemplo, tiene un nivel de vida inferior al de 2004) que era impensable hace unas pocas décadas.
El motivo no es otro que la paradójica victoria cultural de aquéllos que supuestamente había derrotado la caída del muro. Han sabido reconvertir su perniciosa ideología y han convencido a las mayorías de las bondades de sus mensajes, ni uno solo racional, todos basados en lo que se suponía dejábamos atrás: la superstición. Hoy, la mayoría de los ciudadanos ha vuelto a vivir en el mito.
Dice el gran Thomas Sowell que "el fraude más antiguo es la creencia de que la izquierda política es la ideología de los pobres y los oprimidos". Nada hay más fácil que convencer a un débil o un fracasado de que es una víctima o un oprimido, aunque no lo sea. Ese convencimiento a través de la propaganda es el verdadero éxito de la izquierda, que está culminando en la instauración de un sistema cultural en el que la inteligencia ha de pedir permiso y perdón a la estupidez.
Vivir en el mito supone alejarse de la realidad, uno de los motivos de los fracasos continuos de la izquierda, y de la verdad, a la que se odia visceralmente. Imponer esas realidades paralelas no se puede hacer sin violentar voluntades. Por eso la izquierda siempre es violenta, aunque su violencia a veces no sea física. Lo vivimos en España, en que no se ejerce fuerza física en este preciso momento, pero vivimos en el delito permanente por parte del gobierno y de los partidos de izquierda y nacionalistas. La izquierda y el delito son sinónimos. Por eso no extraña su querencia por cualquier forma de violencia o terrorismo. Cuando la izquierda condena alguna violencia es porque no coincide con sus intereses del momento, rara vez se hace con sinceridad.
Los individuos que viven los mitos se acomodan a ellos fácilmente y los asimilan de tal manera que pronto se convierten en fanáticos. De ahí que todos los mitos en los que vivimos inmersos estén orientados a provocar terror en los individuos, pues de ese modo son mucho más fácilmente manipulables.
Si observamos los mitos impuestos desde el poder podemos comprobar que todos apuntan a una supuesta destrucción de la humanidad, en el más fiel seguimiento de los temores milenaristas medievales.
Si el camelo de la emergencia climática provoca angustia vital en las débiles mentes de miles de nuestros jóvenes, éstos ya serán carne de cañón para quienes manipulan esa información. Cualquier mensaje de condena o de salvación del mundo será recibido en una caja de resonancia de multitudes de jóvenes que acatarán cualquier limitación de su libertad y reducción de su prosperidad para abortar un supuesto, falso, simulado fin del mundo. No hemos avanzado mucho en inteligencia desde el año mil.
Otro mito con el que nos agobian es que la inteligencia artificial acabará con los trabajos y nos someterá, como si tuviera voluntad propia o como si fuera una fuerza maligna y casi divina contra la que nada podemos hacer. Es otra visión supersticiosa de lo que no pasa de ser una técnica avanzada.
Nos machacan con el mito de la desigualdad, como si un pensamiento racional no pudiera comprender que entre humanos no puede haber naturalmente otra cosa que cierta desigualdad. La única igualdad humana puede conseguirse en la miseria y con la violencia, limitando a los millones que podrían levantarse y avanzar. La desigualdad está inserta en la naturaleza humana, como el sexo, y no puede ser limitada sino con violencia, del mismo modo que no cabe admitir género alguno, pues éste es un concepto político, no habiendo más que dos sexos en la naturaleza humana.
A fuerza de repetir constantemente una mentira han convertido a todo aquel que no comulga con sus ruedas de molino en fascista. Es éste un concepto acomodaticio para los enemigos de la libertad pues se puede aplicar ad hoc a todo aquél que disienta de sus planteamientos totalitarios. Además, al bloque de los antifascistas puede sumarse cualquiera y ser un eficaz aliado contra el fascismo del mismo modo que en cuanto disienta volverá a ser calificado de fascista. De modo que un concepto estalinista que nació para calificar despectivamente a la socialdemocracia alemana y francesa que no comulgaban con el estalinismo se aplica ahora a cualquiera que no acepte el totalitarismo, calificándose así tanto a liberales como a conservadores como a cualquier socialdemócrata moderado que aún respete un poco la democracia liberal.
Otro mito elevado a categoría de dogma es que tanto el fascismo real como el nazismo son extrema derecha cuando son realmente movimientos socialistas. Al margen de las distintas variantes socialistas (entre las que podemos incluir incluso a la democracia cristiana) sólo existen en el espectro ideológico el conservadurismo y los distintos grados de liberalismo hasta el anarcocapitalismo. Todos los demás movimientos son siempre estatistas y, por tanto, socialistas, siendo, finalmente, el mito más importante, el Zeus de los mitos políticos de nuestro tiempo, el socialismo. Todos los demás derivan de este tronco, elevado a categoría de religión por quienes lo secundan de un modo u otro. El socialismo, que alguien definió como una gran estupidez con pleno acierto, no deja de ser una religión laica con sus dogmas, sus ritos y sus sacerdotes y sus iglesias. Basado en premisas falsas y violentando la naturaleza humana inevitablemente para su imposición, el socialismo es la dictadura con máscara democrática amparada en la falsedad de sus supuestos objetivos buenistas y en la gran falsedad de la justicia social, que ni es justicia porque para su implantación necesitas quebrantar voluntades ni es social puesto que este concepto es totalitario al confundir una falacia, la comunidad, con el interés de todos sus miembros individuales.
Hoy, los sacerdotes de esta iglesia del totalitarismo nos arruinan y nos oprimen con el salvoconducto supersticioso de sus benévolos objetivos.
Esos mitos del posmodernismo son creados por los enemigos de las sociedades abiertas y de la libertad. El mito dirige nuestra vida cuando lo creíamos superado. Son creados por los enemigos del capitalismo y del liberalismo para sofocar nuestra libertad y someternos. Siempre son mitos anticapitalistas que buscan un decrecimiento económico y un empobrecimiento como medio de sometimiento a las burocracias estatales y supraestatales, los peores enemigos hoy del hombre libre.
Rememorando a Jung podemos recordar sus 12 arquetipos de personalidad insertos en el inconsciente colectivo: el inocente, el amigo, el héroe, el cuidador, el explorador, el rebelde, el amante, el creador, el bufón, el sabio, el mago y el gobernante. Estamos en manos del mago y del gobernante. Claro que a Jung se le olvidó incluir el votante socialista, es decir, el siervo voluntario. Da la impresión de que existe un poso con el que nacemos, inconsciente, que nos invita a la servidumbre y contra el cual hay que realizar un ejercicio de voluntad y de inteligencia no siendo, según demuestra la experiencia, el anhelo de libertad una pulsión general sino de individuos concretos. Evidentemente, generaciones de educación pública en el sometimiento ayuda a que la mayoría no valore esa libertad.
Si el mito reniega para su subsistencia de la inteligencia y la razón no por ello hace más felices a las personas. Recientemente, un artículo de Quintana Paz se preguntaba ¿por qué la gente de izquierdas es menos feliz? Decía que los planteamientos de los psicólogos investigadores, casi todos de izquierdas, quisieron, al ver que los resultados de sus investigaciones no arrojaban el resultado que deseaban, achacar esa mayor infelicidad a que las personas de derechas contaban con un "amortiguador ideológico" en el sentido de que sufrirían menos por las desigualdades porque contaban con el consuelo de creer que si alguien tiene menos riqueza es porque se lo merece mientras que las personas de izquierdas, ¡tan compasivas ellas!, padecerían en mayor medida las consecuencias de las desgracias ajenas. Es decir, que la gente de izquierdas eran mejores personas, lo que parece desmentir la experiencia y en España tenemos evidentes ejemplos cuando esa gente vota ratificando así políticas de destrucción de naciones y sociedades, de apartheid de los disidentes e incluso de asesinatos como los de ETA.
Posteriores estudios apartaron tales conclusiones alegando que el fenómeno obedece a que los conservadores se fían más de sus propias capacidades (recuerden lo de Sándor Marai en Tierra Tierra cuando un capitoste del partido comunista le dice que qué sería de él sin el comunismo pues no vale para nada). Dichos estudios añaden que la gente de derechas contempla el futuro con más optimismo (lo que no es extraño, pues los mitos de la izquierda, como hemos visto, te sitúan, de creértelos, en el próximo apocalipsis) y, además, son más religiosos. Todos esos rasgos se han asociado con mayor salud mental y con vidas más satisfactorias.
Todo eso, sin duda, es cierto, pero hay algún factor más, como ese permanente dogma que impone la izquierda y que crea en sus adeptos una esquizofrenia evidente entre sus tendencias naturales y sus creencias religioso-políticas, tensión irresoluble racionalmente. Además de que la moral impuesta nunca satisfará del todo ni siquiera a quienes la siguen y la comparten, pues esa moral siempre es acomodaticia a los dogmas impuestos por los sacerdotes del socialismo. En cambio, quien cree en la libertad suele ser un adepto a la realidad y a la verdad, lo que puede provocar angustia, pero no una tensión emocional y racional insoportables. De ahí que los siervos odien a quienes no comparten su magisterio de falsedad y mitos, pues como decía Quevedo y ratifica Orwell, "cuanto más se aleja una sociedad de la verdad, más odiará a los que la predican".
(*) Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo