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Viernes, 20 de Octubre de 2023 Tiempo de lectura:
Una reflexión en torno al Objetivo de Desarrollo Sostenible número 2

La Agenda 2030 y el nuevo paradigma alimentario

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Les propongo que entren al supermercado urbanita de una gran ciudad, pero no en clave utilitaria a la búsqueda de un producto u otro, sino bajo una mirada metapolítica: paseen por sus abigarrados pasillos, observen los estantes a rebosar, repletos de productos ultraprocesados, en los que el plástico se adueñó de las formas elementales del alimento, ya poco menos que irreconocible… El sueño del Jardín del Edén, cual sumun de la abundancia superada, se ve realizado al fin en este resultón sucedáneo. Al acceder al supermercado de turno, en fin, cada ciudadano observa que “el progreso” nunca había sido tal: todo el género aparece dispuesto al alcance de su mano… Nunca antes habíamos vegetado en medio de semejante abundancia. ¿Realidad o quimera?

 

El objetivo de desarrollo sostenible número 2, y a eso vamos en el concierto de la Agenda 2030, nos dará algunas pautas para comprender cómo será el nuevo modelo alimentario, hoy por hoy bien palpable; este objetivo, dice así: “Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”.

 

Cuatro son las ideas vehiculares de este objetivo, y bien podrían parecer otras tantas promesas buenistas si, tras su vistosa aunque sospechosa fachada, no comenzarán a retratarse de perfil las grandes multinacionales de la alimentación transgénica y los organismos genéticamente modificados (OGM), con sus redes de distribución globales –en cooperación con las mafias farmacéuticas y los monopolios de producción de aditamentos fitosanitarios y/o agroquímicos–, así como el bloqueo de todo aquello que redunde en el conocimiento del cultivo de la tierra (dato importante: el mero hecho de que la Agenda no incida en la difusión y enseñanza de técnicas hortícolas es bien definitorio de sus intereses anti-pedagógicos: tiempo al tiempo, los huertos particulares también estarán en el punto de mira, hasta su final prohibición).

 

Al analizar la viabilidad del objetivo principal, “Poner fin al hambre”, arrecian los primeros puntos de duda en cualquier sujeto despierto: esta idea encomiable es hija del propio neoliberalismo depredador dirigido contra las naciones pobres (en efecto, ¡hay un ente generador de hambrunas entre los olvidados del globo!, el cual mueve a su vez las grandes economías mundiales), al tiempo que promueve la alimentación procesada para la gran masa del Primer y Segundo Mundo (la “comida basura” que inunda nuestros supermercados no es más que el pináculo visible de una gran estructura de intereses partidistas).

 

La alimentación a base de insectos, realidad hoy presente y cuya legislación avanza imparable, ya supone un nicho de comercio poderoso, aunque por ahora prefieran ocultarla al abrigo de los eufemismos de rigor: por ejemplo, el escarabajo del estiércol, entre otros invertebrados, adquiere así un potencial bien tasable, de cotización en bolsa. En España, sin ir más lejos, se están llevando a cabo las primeras granjas en cultivos de insectos para alimentación humana. ¿Mera iniciativa de emprendedores desalmados? Miren bien la letra pequeña: el paraguas de las subvenciones es buen indicador… Nada que objetar… si no fuera por la perversidad que implica generar una competencia desleal afianzada sobre el devaluado sector primario, progresivamente desprotegido y malbaratado… rumbo a un trasvase geográfico con destino al norte de África.    

 

El resto de la jerga buenista vertida en este ODS nº 2 –“Lograr la seguridad alimentaria” / “Lograr la mejora de la nutrición” / “Promover la agricultura sostenible”– adolece de la misma indefinición de conceptos, sustentada en la dudosa dialéctica de logros y promociones, desembocando todo ello en la aspiración recurrente de la sostenibilidad. Pero, ¿qué quieren decirnos los voceros de la Agenda con “agricultura sostenible”?

 

Como ya analizamos en nuestro libro Agenda 2030: Las trampas de la Nueva Normalidad publicado por la editorial Letras Inquietas, la agricultura sostenible no debe confundirse con la agricultura ecológica (en ciertos ámbitos, hoy llamada “tradicional”). Tampoco estaríamos hablando de las maneras de practicar dicha agricultura, más o menos económicas según las tecnologías disponibles (p. ej., riego por inundación versus riego por goteo); nos referimos a los procesos generadores de la misma, como el control de nuevas plagas (en aumento), la gestión de productos fitosanitarios (progresivamente intensificada a través de algunos productos estrella, como el polémico glifosato) o el empleo de semillas genéticamente modificadas (+85% del mercado mundial), asuntos de extrema gravedad ya tratados en su día por Marie-Monique Robin (Cfr. El mundo según Monsanto: De la dioxina a los OGM. Una multinacional que les desea lo mejor).

 

Expuesta a estos estándares normativos, la salud humana pasa a ser también campo de pruebas, de ahí que podamos hablar con propiedad de un “nuevo paradigma alimentario” que, a su vez, habrá de condicionar la propia salud humana.

 

La alimentación, en consecuencia, podrá ser utilizada como “arma de guerra”, o herramienta de control demográfico para ser más precisos.

 

De nada servirá engañarse: todo apunta a que la humanidad está siendo llevada hacia su propia esterilización/extinción, y la llave para alcanzar dicha meta “sostenible” pasa necesariamente por la propia alimentación humana y, en consecuencia, lleva aparejada la destrucción (o, en el mejor de los casos, el secuestro) de los ecosistemas naturales.

 

De esto, guste o no, habla realmente en su subtexto el objetivo número 2. Es el sueño distópico de unas élites liberticidas y sociópatas, la cuales laboran más allá del bien y del mal en su proyecto de granja tecnotrónica monitoreada, cuestión a la que también he dedicado un libro Avatar 2045: Atrapados en la granja tecnotrónica. Por eso es importante tomar conciencia y pasar a la acción; he aquí mis tres prescripciones de urgencia, en absoluto brillantes, pero al menos definitorias de un nuevo modelo de autosuficiencia:

 

1º: Adquirir únicamente productos reconocibles e identificables (no procesados ni disociados), preferiblemente producidos en suelo patrio, es decir, “hecho en España”.

 

2º: Apoyar incondicionalmente al pequeño comercio, bastión de resistencia frente a la tiranía invasiva de las grandes corporaciones alimentarias, las cuales se insertan en las correas trasmisoras del NOM a través de sus grandes cadenas de supermercados e hipermercados.

 

3º: Afianzar la autarquía real y, con ella la autosuficiencia alimentaria, por medio del fomento y promoción de los huertos particulares (¡y la perpetuación y empleo de semillas no modificadas!; ¿hace cuánto tiempo que no logran encontrar una pepita como Dios manda en una sandía?).

 

Estas medidas, aunque insuficientes, pueden ser valiosas y de gran ayuda a la hora de retrasar el impulso aplanador de la Sinarquía en su plan de dominación mundial... Ciudadanos: ¡a los huertos!

 

(*) José Antonio Bielsa Arbiol es historiador y ensayista, autor de, entre otros libros Agenda 2030: Las trampas de la Nueva Normalidad o Geoingeniería 2: Un infame pacto de silencio

 

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