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Arturo Aldecoa Ruiz
Miércoles, 08 de Noviembre de 2023 Tiempo de lectura:

Cicerón y el gobierno del Estado

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Dada la convulsa coyuntura política de estos días en España, en la que estamos a punto de ver cómo se elige a un émulo de Catilina con sus secuaces para dirigir el país, viene a cuento plantear un contrapunto civilizado de semejante disparate.

 

Siempre existen opciones al caos y al desgobierno, y formas positivas de regir la cosa pública, aunque algunos políticos y tertulianos, más pendientes de conservar sus pequeñas canonjías y chiringuitos de poder que de promover un gobierno racional y estable para España, parece que no quieren ni mentarlas.

 

Para conocer las formas racionales de plantear el gobierno , nada mejor que revisar la historia de las ideas políticas. Así, por ejemplo, podemos conocer cómo planteaba Cicerón el mejor gobierno para cualquier República o Estado en el estudio de Philip Freeman, “How to run a Country. An ancient guide for modern leaders.

 

Han pasado más de veinte siglos y medio desde los días de Marco Tulio. La República Romana tenía un tipo de sociedad, ideas políticas y economía muy diferentes de las nuestras, pero las ideas de Cicerón son perennes y siguen siendo de valor universal porque hablan del gobierno, del poder, de sus límites y de la forma en la que debe de ejercerse este, y eso no ha cambiado nada.

 

Basta dar un vistazo a nuestro presente para comprobar que el mal uso y el intento de abuso del poder apenas ha variado.

 

Hoy, igual que en los días de Cicerón, los candidatos a ser Catilinas revolucionarios, dispuestos a destruirlo todo para intentar mantener su poder, Marco Antonios inmorales, dispuestos a saltarse todas las leyes, y Verres rapaces, dispuestos a saquear el Estado, florecen por doquier y pactan entre ellos. Para mayor riesgo para nuestra sociedad, además  tenemos el doble de problemas que en los días de Cicerón, pues a los Catilinas, Marco Antonios y Verres de turno y sus secuaces, ahora se les suman las “lideresas”, algunas sin la más mínima formación. Seguro que saben a quienes me refiero.

 

Que no haya cambiado la ambición de poder y de riquezas es lógico, porque la naturaleza humana es hoy la misma para lo bueno y para lo malo que en los tiempos de la República Romana. Como proclama el Eclesiastés, “Nihil novum sub sole”.

 

Para quienes quieran conocer cómo se debe gobernar un país, Cicerón tiene consejos y lecciones importantes que enseñar. Entre estos están los nueve siguientes:

 

1. Existen leyes universales que gobiernan la conducta de los asuntos humanos.

 

Cicerón no planteaba este concepto de ley natural en los términos utilizados más tarde por el cristianismo “eurocentrista”, pues era pagano, pero creía firmemente que existen reglas divinas, independientes del tiempo y el lugar (y por tanto válidas en cualquier época, país y cultura), que garantizan libertades fundamentales para todos y limitan las forma en que deben comportarse los gobiernos.

 

Una idea que odian todos los autócratas y demagogos políticos o religiosos y sus epígonos a sueldo, pues es más fácil someter a un país con las excusas del etnicismo y el nacionalismo cultural exacerbado y el “camino propio”, vías muertas en la historia que, casualmente, exigen que gobiernen precisamente ellos, pues son los únicos intérpretes posibles de las esencias patrias.

 

Estas leyes universales humanas son  la idea que recogieron a finales del siglo XVIII los redactores de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, que eran profundos conocedores de las obras de Cicerón y de la cultura clásica en general cuando escribieron:

 

"Consideramos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales, que su Creador los dota de ciertos derechos inalienables, que entre ellos éstos son la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

 

Ni el menor parecido con la mayor parte de nuestra cerril clase política, que destaca por su falta de conocimientos (tanto humanísticos como técnicos) y por su clamorosa escasez de lecturas.

 

2. La mejor forma de gobierno se basa en el equilibrio de poderes.

 

Un gobierno justo debe basarse en un sistema de controles y equilibrios, y nadie debe saltárselos.

 

Cicerón tenía claro que incluso los reyes más nobles se convierten con el tiempo en tiranos si su reinado no está controlado por otros poderes. La tendencia humana al cesarismo en cuanto se disfruta de poder es universal en oriente y occidente.

 

Del mismo modo para Marco Tulio la propia democracia se degradará en un tiránico y manipulable gobierno de masas si no existen limitaciones, controles y contrapesos legales al ejercicio del poder popular. Era perfectamente consciente de lo fácil que es transformar una Asamblea en una jauría que trate a dentelladas a las minorías y discrepantes, alegando que las fieras son mayoría.

 

Para Cicerón se debe tener cuidado con cualquier líder que pretenda dejar de lado las reglas constitucionales alegando la necesidad, conveniencia o seguridad. De personajes de este tipo tenemos estos días un ejemplo singular y deberíamos preguntarnos, al estilo de Cicerón en la primera Catilinaria, “Quosque tándem abutere, Petrus, patientia nostra?”.

 

3. Los líderes deben tener un carácter e integridad excepcionales.

 

Quienes quieran gobernar un país deben poseer gran coraje, capacidad y determinación. Los verdaderos líderes siempre anteponen el interés de su nación al suyo propio.

 

Para Cicerón, gobernar un país es como dirigir un barco, especialmente cuando empiezan a soplar vientos tormentosos. Si el capitán no es capaz de mantener un rumbo estable, el viaje terminará en un desastre para todos.

 

Si les digo que en los últimos años nuestra clase política dirigente, desde la izquierda radical a la derecha pasando por el centro, parece haberse especializado en naufragios y que más de un presunto capitán o capitana ha demostrado ser solo un grumete ambucioso, no creo que se extrañen.

 

4. El líder debe mantener a sus amigos cerca y a sus adversarios más cerca aún.

 

Los líderes fracasan cuando se rodean solo de sus amigos y aliados. Ciertamente, nunca deben descuidar  a sus seguidores, pero es aún más importante, asegurarse siempre de saber lo que están haciendo los adversarios y mantener puentes con ellos.

 

Los líderes no deben tener miedo de acercarse  a quienes se les oponen. El orgullo y la terquedad son lujos que no pueden permitirse.

 

Los líderes que por sistema expulsan y excluyen a todos los que desde su entorno, o desde otros planteamientos, les discuten sus decisiones solo demuestran su soberbia y debilidad y al final aumentan la fuerza y razones de sus adversarios y perjudican al Estado.

 

5. Quienes gobiernan un Estado deben ser los mejores y más brillantes del país.

 

Para Cicerón, si los líderes no tienen un conocimiento profundo de lo que están hablando, sus discursos serán un tonto parloteo de palabras vacías y sus acciones estarán peligrosamente equivocadas.

 

Dado el nivel de incultura y de mediocridad profesional (si es que tienen profesión conocida) de muchos miembros de nuestra clase política, capaz por cerrilismo de aprobar leyes mal redactadas pese a las advertencias de los expertos, con las terribles consecuencias legales que hemos visto, a veces parece que se elige memos para los cargos públicos solo por su afinidad al líder del partido y su permanente disposición a votar cualquier cosa que se les mande. Lo curioso es que si les surge la oportunidad todos ellos (y ellas) pretenden ser lideres en su nivel respectivo y algunos hasta ser ministros o presidir el gobierno.

 

6. El compromiso es la clave para hacer las cosas.

 

Para Cicerón, en política es irresponsable adoptar una postura inquebrantable cuando las circunstancias siempre están evolucionando.

 

Hay momentos en los que uno debe saber mantenerse firme, pero negarse constantemente a ceder por sistema es un signo de debilidad, no de fuerza.

 

Cicerón siempre prefirió buscar acuerdos con adversarios razonables, pero se opuso a César y se mantuvo firme en la defensa de las leyes y la República contra Verres, Catilina y Marco Antonio (lo que le costó la vida).

 

7. El gobierno de un Estado no debe aumentar los impuestos, a menos que sea absolutamente necesario.

 

Todo país necesita ingresos para funcionar. Prioritariamente han de gestionarse bien, con transparencia.

 

Pero para Cicerón, el propósito principal de un gobierno es asegurar que los ciudadanos conserven lo que les pertenece, pues son los que mejor lo administran, no es su función redistribuir la riqueza.

 

Por otro lado, Cicerón condena la concentración de la riqueza en manos de unos pocos y afirma que es deber de un Estado proporcionar servicios fundamentales y seguridad a sus ciudadanos.

 

8. La inmigración fortalece a un país.

 

Para Cicerón los nuevos ciudadanos aportan nueva energía e ideas a un país.

 

Recordaba que Roma pasó de ser una pequeña aldea a convertirse en una poderosa República al dar la bienvenida a nuevos ciudadanos a sus filas a medida que se extendía por el Mediterráneo. Incluso los antiguos esclavos podían convertirse en miembros de pleno derecho de la sociedad con derecho a voto.

 

9. Nunca inicies una guerra injusta.

 

Por supuesto, los romanos, al igual que las naciones modernas, creían que podían justificar cualquier guerra o conflicto que quisieran librar, pero Cicerón sostiene el ideal de que las guerras que comienzan por codicia y no por defensa o para proteger el honor de un país, son imperdonables.

 

10. La corrupción destruye una nación.

 

La codicia, el soborno y el fraude devoran a un país desde dentro, dejándolo débil y vulnerable.

 

La corrupción económica y política  no es simplemente un mal moral, sino una amenaza práctica que deja a los ciudadanos, en el mejor de los casos, desanimados y, en el peor, hirviendo de ira y listos para la revolución, momento que aprovechan los Verres, Catilina, Marco Antonio y sus secuaces del momento para intentar controlar el Estado.

 

Esto lo hemos vivido muy intensamente a todos los niveles en España en los últimos lustros, y vemos hoy en día sus consecuencias.

 

Incluso aquellos que no están de acuerdo con algunas de las ideas de Cicerón, pues son hijas de un tiempo distinto de la historia, no pudieron evitar admirar al hombre y su sensatez y clarividencia.

 

Cuentan que en sus últimos años el emperador Augusto, se encontró con su propio nieto leyendo a escondidas una de las obras de Cicerón.

 

El niño tuvo miedo al ser sorprendido con un libro escrito por un hombre que su abuelo  había permitido condenar a muerte y trató de esconderlo debajo de su toga.

 

Pero Augusto tomó el libro y leyó una gran parte mientras su asustado nieto le observaba.

 

Luego, el anciano emperador se lo devolvió al joven diciendo:

 

“Un hombre sabio, hijo mío, un hombre sabio y amante de su país”.

 

También nosotros necesitamos al frente del Gobierno de España un hombre sabio y amante de su país, y no un ambicioso Catilina sin escrúpulos.

 

(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019

 

 

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