De qué hablamos cuando hablamos de un Estado federal
Durante los últimos meses pensé que existía la posibilidad de que las ideas federalistas de las que hablan algunos políticos pasasen a mejor vida y fuesen sustituidas por otras más realistas, pero la verdad es que poco a poco se han convertido en elemento nuclear del discurso de algunos partidos políticos, y principalmente de la segunda fuerza (por el momento, lo de segunda). Inevitablemente, estos discursos solo pueden existir si a la par se habla de la modificación del modelo territorial, y por lo tanto, dicen ellos, de una reforma de la Constitución de 1978. Esto es mentira.
La reforma de la Constitución que permita un hipotético cambio del modelo territorial es de tal complejidad que no es un cambio, ni una modificación, ni una reforma de la misma; requiere de un proceso constituyente: es necesaria una nueva Constitución.
Hay que suprimir en su totalidad el Título VIII con sus tres Capítulos, porque no tendrían sentido ni sus Principios Generales, ni la organización de la Administración Local, ni mucho menos la de las Comunidades Autónomas que se pretenden eliminar. Pero también habría que cambiar el Preámbulo y el Título Preliminar, porque cualquier cambio en el modelo territorial afecta al concepto de soberanía que en ellos se expresa; en el Título I habría que modificar derechos, deberes y los Principio Rectores de la política social y económica; el Título III tampoco sería válido, porque lógicamente habría que cambiar las Cortes Generales (y sus dos cámaras), pero por las mismas razones no valen ni el IV, ni el V, ni el VI. Del IX, Tribunal Contistucional, mejor ni hablar y por supuesto lo mismo ocurre con el X: De la reforma constitucional. Las Disposiciones Adicionales también dejan de ser válidas.
Y, por supuesto, si se cambia la Constitución se pondrá encima de la mesa, entre otras cuestiones, un debate no ya solo sobre el modelo territorial, sino sobre el modelo de Estado, con lo que el debate también surgirá en torno al Título II (Monarquía-República).
Esto es así por una sencilla razón que se explica desde el conocimiento de cualquier modelo territorial existente en el mundo o, incluso, si alguien es capaz de inventar uno nuevo, y es que la Constitución de 1978, con excepción de cuestiones relativas a algunos Derechos Fundamentales y del Título II (Monarquía-República) se basa, en su totalidad, en un modelo territorial que se llama Estado de las Autonomías, único en el mundo democrático.
Los defensores de un modelo federal deberían explicar a los ciudadanos esta realidad básica de Derecho Constitucional y explicar con detalle a que modelo se refieren, porque esa explicación no se está dando y por lo tanto se lanza un discurso vacío de contenido que causa perplejidad habida cuenta de las tremendas consecuencias que tendría su implementación, sea cual fuese ese misterioso modelo, que se presenta como un "bálsamo de fierabrás" que solucionaría los problemas territoriales. De hecho, algunos, con nombre y apellidos, están presentando ese supuesto modelo federal como la única solución para encajar los nacionalismo periféricos.
Los que dicen esta barbaridad no sé en qué sociedad viven o qué medios utilizan para informarse; pero es evidente que el nacionalismo catalán no está pidiendo un modelo federal; ERC, futura ganadora de las sucesivas y próximas elecciones catalanas, y la ANC y otras plataformas, lo que piden es la independencia (mensaje claro y nítido), y en el caso vasco, en el fallido Plan Ibarretxe, no se hablaba de un modelo federal (la palabra ni se mencionaba), y las actuales ideas de un creciente Bildu también son meridianamente claras: señoras y señores, no quieren el federalismo, es que ni si quiera lo mencionan como posibilidad, quieren la independencia.
Por cierto, a la Comunidad Autónoma Vasca y a la Foral de Navarra vayan explicándoles que el histórico Derecho Foral del que surgen especiales sistemas fiscales no tiene cabida en ningún modelo federal existente en el siglo XXI.
Como vemos, los partidos nacen, pero como nos enseña la historia también desaparecen, aunque sean centenarios. No lancen a la población propuestas utópicas, que para eso ya han surgido grupos muy organizados.
Durante los últimos meses pensé que existía la posibilidad de que las ideas federalistas de las que hablan algunos políticos pasasen a mejor vida y fuesen sustituidas por otras más realistas, pero la verdad es que poco a poco se han convertido en elemento nuclear del discurso de algunos partidos políticos, y principalmente de la segunda fuerza (por el momento, lo de segunda). Inevitablemente, estos discursos solo pueden existir si a la par se habla de la modificación del modelo territorial, y por lo tanto, dicen ellos, de una reforma de la Constitución de 1978. Esto es mentira.
La reforma de la Constitución que permita un hipotético cambio del modelo territorial es de tal complejidad que no es un cambio, ni una modificación, ni una reforma de la misma; requiere de un proceso constituyente: es necesaria una nueva Constitución.
Hay que suprimir en su totalidad el Título VIII con sus tres Capítulos, porque no tendrían sentido ni sus Principios Generales, ni la organización de la Administración Local, ni mucho menos la de las Comunidades Autónomas que se pretenden eliminar. Pero también habría que cambiar el Preámbulo y el Título Preliminar, porque cualquier cambio en el modelo territorial afecta al concepto de soberanía que en ellos se expresa; en el Título I habría que modificar derechos, deberes y los Principio Rectores de la política social y económica; el Título III tampoco sería válido, porque lógicamente habría que cambiar las Cortes Generales (y sus dos cámaras), pero por las mismas razones no valen ni el IV, ni el V, ni el VI. Del IX, Tribunal Contistucional, mejor ni hablar y por supuesto lo mismo ocurre con el X: De la reforma constitucional. Las Disposiciones Adicionales también dejan de ser válidas.
Y, por supuesto, si se cambia la Constitución se pondrá encima de la mesa, entre otras cuestiones, un debate no ya solo sobre el modelo territorial, sino sobre el modelo de Estado, con lo que el debate también surgirá en torno al Título II (Monarquía-República).
Esto es así por una sencilla razón que se explica desde el conocimiento de cualquier modelo territorial existente en el mundo o, incluso, si alguien es capaz de inventar uno nuevo, y es que la Constitución de 1978, con excepción de cuestiones relativas a algunos Derechos Fundamentales y del Título II (Monarquía-República) se basa, en su totalidad, en un modelo territorial que se llama Estado de las Autonomías, único en el mundo democrático.
Los defensores de un modelo federal deberían explicar a los ciudadanos esta realidad básica de Derecho Constitucional y explicar con detalle a que modelo se refieren, porque esa explicación no se está dando y por lo tanto se lanza un discurso vacío de contenido que causa perplejidad habida cuenta de las tremendas consecuencias que tendría su implementación, sea cual fuese ese misterioso modelo, que se presenta como un "bálsamo de fierabrás" que solucionaría los problemas territoriales. De hecho, algunos, con nombre y apellidos, están presentando ese supuesto modelo federal como la única solución para encajar los nacionalismo periféricos.
Los que dicen esta barbaridad no sé en qué sociedad viven o qué medios utilizan para informarse; pero es evidente que el nacionalismo catalán no está pidiendo un modelo federal; ERC, futura ganadora de las sucesivas y próximas elecciones catalanas, y la ANC y otras plataformas, lo que piden es la independencia (mensaje claro y nítido), y en el caso vasco, en el fallido Plan Ibarretxe, no se hablaba de un modelo federal (la palabra ni se mencionaba), y las actuales ideas de un creciente Bildu también son meridianamente claras: señoras y señores, no quieren el federalismo, es que ni si quiera lo mencionan como posibilidad, quieren la independencia.
Por cierto, a la Comunidad Autónoma Vasca y a la Foral de Navarra vayan explicándoles que el histórico Derecho Foral del que surgen especiales sistemas fiscales no tiene cabida en ningún modelo federal existente en el siglo XXI.
Como vemos, los partidos nacen, pero como nos enseña la historia también desaparecen, aunque sean centenarios. No lancen a la población propuestas utópicas, que para eso ya han surgido grupos muy organizados.