Jueves, 06 de Noviembre de 2025

Actualizada Miércoles, 05 de Noviembre de 2025 a las 17:30:13 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Arturo Aldecoa Ruiz
Lunes, 13 de Noviembre de 2023 Tiempo de lectura:

Darwinismo político negativo

Estamos viendo estos días que representantes de nuestra clase política “progresista” son capaces de negar su propio programa, olvidar sus compromisos y actuar con absoluto desprecio al ciudadano y al interés general, y todo porque les conviene para mantener su parcela de poder.

 

Es obvio que su presencia en los puestos relevantes de gobierno y las direcciones de los partidos proviene de una profunda vocación, pero no de “servicio público” como nos suelen decir, sino por desgracia de servirse a ellos mismos y de gozar de las prebendas y ventajas de sus cargos, a los que en ningún caso piensan renunciar y por los que la mayoría estarían dispuestos si es necesario a vender a su madre, sea la física o sea la “patria”, como vemos estos días.

 

Pero, ¿cómo han llegado estas gentes “progresistas” tan peculiares a los puestos donde hoy están en ayuntamientos, diputaciones, parlamentos, gobiernos y partidos?

 

Lo primero que hay que advertir es que el mal no solo está en el Palacio de la Moncloa o en las Cortes, sino que nace desde muy abajo, y poco a poco ha ido permeándolo todo.

 

Y lo segundo es que esté mal no solo afecta al “progresismo” de izquierdas, sino que también puede afectar al resto de partidos democráticos del centro y la derecha, si se le deja crecer sin control, como hemos visto con los casos de Pablo Casado y Albert Rivera y los desaguisados perpetrados por ellos en sus organizaciones.

 

Más de un lector se habrá planteado muchas veces la pregunta siguiente: ¿cómo es posible que “fulanito o fulanita de tal”,  persona a la que conoce bien desde niño y sabe que carece del carácter, la laboriosidad o la preparación necesaria, y que en el fondo es una nulidad, cuya única virtud es que quizás (y no siempre) es simpática o “televisiva”, ocupe un puesto relevante en un partido, un ayuntamiento, una Diputación o un gobierno?

 

Parece obvio que quienes le han nombrado podían tener a su disposición candidatos mejor preparados, pero han elegido incomprensiblemente a una persona que no reúne las capacidades y conocimientos necesarios para el cargo que ostenta. ¿Cuál es la causa de que muchos puestos importantes se cubran con personas inadecuadas y de que esto suceda repetidamente en muchos lugares y en diferentes tipos de organizaciones?

 

Mantengo hace tiempo, y he escrito sobre ello, que la causa es el “darwinismo político negativo”, un proceso de selección negativa que impera en nuestra sociedad. Para entender dónde se origina hay que reflexionar sobre las causas del éxito humano como especie social organizada.

 

Hace muchas décadas se pensaba, siguiendo a Darwin, que uno de los principios que había permitido el éxito de la humanidad era la lucha sin cuartel de los individuos por su supervivencia y por lograr el liderazgo de los grupos en los que vivían. Se creía que la imposición y mando de los más fuertes sobre los más débiles en las estructuras asociativas humanas garantizaban mejor su continuidad y pervivencia.

 

Sin embargo, el éxito de la supervivencia humana en un ambiente hostil parece haber surgido no tanto de tener líderes fuertes, sino de la capacidad de cooperar. La capacidad de cooperación es una de las fuerzas motrices que nos permite perdurar, no estancarnos e ir mejorando poco a poco la situación de los grupos humanos y la calidad de vida de los individuos.

 

A nivel individual, los miembros de cualquier grupo pueden dividirse, grosso modo, en tres tipos: altruistas (o cooperadores dispuestos), “buenistas” (conformistas acostumbrados a obedecer) y egoístas (o que solo cooperan cuando les conviene). Por ello existirán diferentes tipos de cooperación y sus consecuencias serán diferentes.

 

Volvamos al presente. Imaginemos una estructura actual de cooperación simple, como la organización local de un partido político, donde los participantes, movidos por una inquietud común, se organizan como asamblea, debaten ideas, aprueban normas y eligen a la dirección. Son estructuras generalmente conectadas con otras similares de ámbito superior en una especie de pirámide.

 

Suponga el lector que es uno de los participantes altruistas en una asamblea, que además de escuchar los debates y votar, tiene la costumbre de opinar y, cuando la dirección propone algo, dar su criterio, a veces discrepar abiertamente, e incluso presentar propuestas alternativas.

 

Su carrera en la organización está en serio riesgo, pues no hay nada que guste menos a todas las direcciones que un discrepante. No importa que usted conozca el tema mejor que ellos, que tenga sólidos argumentos, o incluso que sea brillante. Acaba de entrar usted en la “lista negra” de los que no acatan disciplinadamente las propuestas. Nunca será usted “de confianza”. Las direcciones de las Asambleas buscan que se aprueben sus propuestas o las que los líderes superiores les hacen llegar, desde la época de los sumerios.

 

El lector podrá argumentar que otros participantes de la asamblea compartirán quizás su opinión. Cierto, pero serán muy pocos. Recordemos que en las estructuras de cooperación hay individuos altruistas, individuos “buenistas” e individuos egoístas. Éstos últimos saben por instinto que toda discrepancia frente a los dirigentes merma sus posibilidades de promoción, así que generalmente permanecerán callados o incluso se opondrán a lo que usted diga para ganar puntos y priorizar su futura promoción.

 

Además muchos miembros de las asambleas políticas son “buenistas” que pecan de una concepción infantil sobre lo que deben ser éstas, y confunden la defensa de la organización con la aceptación acrítica de las propuestas de la dirección, siempre con la cantinela de mantener la “unidad”, de evitar “divisiones” y de actuar “con responsabilidad”.

 

Cómo si el mero hecho de debatir y disentir fuera un “riesgo” y no la propia razón de ser de las asambleas. Priorizan la necesidad de aceptar las decisiones de quienes han sido elegidos para la dirección porque son “líderes”, y las anteponen a cualquier razón y opinión.

 

Si usted Insiste en debatir o criticar las propuestas de la dirección, sólo unos pocos altruistas le apoyarán abiertamente si coinciden con su opinión. Pero “por el bien del partido” la mayoría de los presentes no le secundará. Cuando alguien dijo que el infierno estaba empedrado de buenas intenciones seguramente estaba pensando en ellos.

 

Ahora imagine el lector el proceso de selección actuando repetidamente a lo largo de los años para los puestos de responsabilidad interna y de representación pública en los partidos “progresistas”.

 

Un auténtico cribado de discrepantes y una inexorable selección de gentes dóciles y ambiciosas, que al final estarán encantadas de los cargos y poder conseguidos y , si pueden evitarlo, no renunciarán a ellos y tragarán con lo que sea para preservar su estatus.

 

¿Qué representantes encontramos hoy en España en los llamados partidos “progresistas” tras haber dejado actuar en ellos el darwinismo político negativo de sometimiento al líder todopoderoso de la organización  y a sus secuaces?

 

Pues un panorama desolador: sobre todo hallaremos gentes egoístas y “buenistas”, que se pliegan a todo lo que se les mande. Gentes capaces de aprobar hace apenas un año la llamada ley del “sólo sí es sí’ sin pestañear, con las terribles consecuencias que hemos visto, y que ahora pueden ser capaces de tragar con las propuestas de Pedro Sánchez, pues su contenido les da igual, solo importa mantener el poder a cualquier precio.

 

Y así nos luce estos días  el pelo en España con una llamada clase política “progresista”, capaz de sacrificar la igualdad ante la ley de los ciudadanos por mantener su poltrona.

 

Pero no nos debe extrañar, sus organizaciones llevan tiempo seleccionando no a los mejores, sino a los más dóciles, que, salvo milagro, votarán ciegamente lo que su líder les mande, aunque sea volver al “Antiguo Régimen”, a una sociedad con privilegios territoriales y con ciudadanos de segunda.

 

 

Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 – 2019

 

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.