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Pedro Chacón
Sábado, 18 de Noviembre de 2023 Tiempo de lectura:

Sánchez nos arrastra hacia otra Segunda República

Somos muchos los que estamos sintiendo en estos momentos una vuelta a épocas aciagas de nuestro pasado en las que unos desaprensivos intentaron y consiguieron cavar una fosa entre dos Españas como forma de que una de ellas se superpusiera y anulara a la otra.

 

En octubre de 1934 se intentó de modo evidente asaltar la realidad política de entonces, sobrepasarla mediante la violencia y la coacción y utilizando para ello los métodos de la revolución soviética, apoyándose en la preeminencia de un partido mayoritario como era el PSOE de entonces y por la mano de personajes como Indalecio Prieto (que intervino directamente en la traída de armas para los revolucionarios) o Francisco Largo Caballero. La idea era rechazar por todos los medios que un partido como la CEDA, de derechas, pudiera consolidarse en el poder dentro de un régimen republicano que el PSOE creía y quería de su exclusiva pertenencia.

 

Desde entonces, la Segunda República estaba sentenciada, si no lo estaba ya desde el principio, al ser un régimen de parte y no inclusivo. Hoy asistimos, con un recién nombrado gobierno de Pedro Sánchez apoyado por todos los rompespañas del panorama político español, a un intento similar, de cavar la trinchera entre dos Españas y de enfrentar a unos españoles con otros recurriendo a darle voz y poder a todos los que quieren acabar con España como Estado y con la convivencia como norma. No es verdad que las cosas tuvieran que ser así necesariamente y tampoco es verdad que de este modo los nacionalismos separatistas se vayan a aplacar o reconvenir a seguir viviendo tranquilamente dentro de España. Esos nacionalismos se crearon precisamente para romper España, no para otra cosa, porque ellos son los que no quieren saber nada del resto de los españoles. El odio es el suyo, no es el de los demás, por mucho que quieran proyectar en los demás lo que ellos y solamente ellos sienten en sus adentros. Nadie en España siente odio por Cataluña o el País Vasco, son ellos, los nacionalistas de esas dos regiones, los que lo sienten por el resto de España. Y el gobierno de Pedro Sánchez, apoyándose en ellos, quiere que el resto de los españoles vea ese experimento como lo más normal del mundo, cuando evidentemente no lo es.

 

No era necesario en absoluto haber llegado a este punto. Feijóo lo intentó, pero no fue lo suficientemente persuasivo. Con Pedro Sánchez no vale la persuasión, solo valen los datos objetivos: si le dan los números irá a por lo que él quiere sin importarle los medios para conseguirlo. Se trata de un político tóxico, inmune a los razonamientos lógicos, inmune a las evidencias, inmune a las contradicciones más escandalosas. Contra él, lo único que vale es el número de escaños y aguantaremos a partir de ahora una legislatura coaccionada por quienes quieren acabar con España y que son los que sostienen el gobierno de Pedro Sánchez.

 

El momento es extremadamente grave y tendremos que estar preparados para ver muchas humillaciones por parte de los separatistas que sostienen este gobierno. Pedro Sánchez las aguantará todas mientras eso le permita seguir en el gobierno. Y lo peor de todo es que el experimento no servirá para que dichos nacionalistas aprendan a vivir dentro de España, como intenta hacernos creer Pedro Sánchez, sino que la fuerza que se les ha dado permitiéndoles condicionar el gobierno de España va a servir para todo lo contrario. Los nacionalistas se han venido arriba. Se creen ahora imprescindibles, se creen importantes. Vamos a tener que aguantarles muchas más baladronadas y desafíos de los que hemos tenido que aguantar hasta ahora. Son insaciables. Lo quieren todo. No se van a conformar con tener unos niveles de descentralización nunca vistos. Van a ir a la destrucción de la España que conocíamos porque están programados desde el inicio para conseguir eso, exclusivamente eso. Son como robots puestos en marcha y la única forma de pararlos sería desactivarlos. Mientras estén en funcionamiento no sabrán hacer otra cosa. Si esta legislatura sirviera para que los españoles que votan a Pedro Sánchez se dieran cuenta del peligro en el que estamos dejándole el gobierno a un desaprensivo e inmoral, no sería mala cosa y se cumpliría el refrán español de que no hay mal que por bien no venga.

 

Mientras tanto les traigo aquí el ejemplo de un patriota español que también pensó que la Segunda República podría ser un régimen que favoreciera la convivencia entre españoles. Cuando resultaba que el principal partido de entonces, el PSOE, solo estaba programado para acabar con la convivencia y llevarnos a un régimen comunista.

 

[Img #25120]Tengo en mis manos un libro titulado Memorias de un soldado (Barcelona, Belacqua, 2007) donde se cuenta la historia del General de división Eduardo López de Ochoa y Portuondo (Barcelona, 31 de enero de 1877 – Madrid, 17 de agosto de 1936). El libro lo componen las “memorias íntimas” del propio interesado, completadas, para los últimos años de su vida, por la “memoria familiar” de su viuda y su hija. También tiene un prólogo a cargo de Horacio Vázquez Rial, así como una introducción de Michael Alpert. A continuación entresaco del libro algunos de sus párrafos más significativos.

 

La presentación que hace de sí mismo y de sus orígenes el propio General:

 

“Nació mi padre en Toledo, España, en el año 1849, siendo mi abuelo don Antonio López de Ochoa Venegas, capitán de ingenieros y hallándose en aquella época ejerciendo de profesor en el Colegio Militar General. Él estaba casado con doña Carmen de Aldana Rodríguez. Mi bisabuelo, don Juan López de Ochoa, era sevillano y fue comendador de Isabel la Católica. En el año 1818, el mismo año que nació mi abuelo, Antonio López de Ochoa, desempeñaba el cargo de jefe político de Jaén o de gobernador civil de aquella provincia andaluza. Él era natural de Cádiz y estaba casado con doña Carmen Venegas, cordobesa de nacimiento.

 

Los padres de mi abuela, doña Carmen de Aldana Rodríguez, natural de Madrid, fueron don Mario de Aldana, coronel de Caballería e hijo de Calahorra y que pasó más tarde al cuerpo de Alabarderos, siendo su tío el famoso mariscal de campo don Juan Aldana, que se distinguió en la guerra civil de los siete años, mandando una de las divisiones del ejército liberal que mucho dieron que hacer a los carlistas y que más tarde los batieron en distintas ocasiones.

 

Era mi madre doña Nicolasa Portuondo, nacida en Santiago de Cuba, donde casó con mi padre durante la guerra de 1874. Mi madre pertenecía a una familia muy distinguida de Cuba, siendo su padre don Vicente Portuondo Musteller, rico banquero de aquella población cubana. Don Vicente tenía un hermano, Bernardo Portuondo, que era coronel de ingenieros y figuró mucho en política, llegando a desempeñar el cargo de senador vitalicio por Cuba en las Cortes españolas durante la Regencia de doña María Cristina.

 

Como acaba de verse por lo narrado, mi abolengo, especialmente por lo paterno, es francamente militar” (pp. 41-42).

 

Entre los apellidos que relata el General, hay dos eusquéricos, Portuondo y Aldana, y uno mixto vasco-castellano, López de Ochoa.

 

El apellido Portuondo lo llevan 196 personas como primer apellido y 154 de segundo, en Madrid y Vizcaya, por este orden, donde más, seguidas de Barcelona, Alicante y Las Palmas. En cuanto a Aldana, tiene 2622 portadores de primer apellido y 2633 de segundo, presente en 45 provincias españolas, donde más en Barcelona y Madrid, seguidas de Zaragoza, Vizcaya, Málaga, Cádiz, Valencia y Badajoz. López de Ochoa quedan 46 personas apellidadas así de primero y 39 de segundo, casi todas repartidas entre Madrid y Murcia.

 

Y aun teniendo los antepasados del General esos apellidos, ninguno de ellos nace en ninguna provincia vasca ni él, que nos lo cuenta, hace referencia ninguna a su origen eusquérico. No parecía tener ningún significado para él. Era español y punto.

 

El prologuista del libro, el historiador Horacio Vázquez Rial, hace un buen resumen del papel del General en la sublevación de Asturias de 1934, hecho histórico que acabaría acarreándole la muerte, como veremos:

 

“Lo más importante de la campaña de Asturias, que distó mucho de ser una carnicería o una lucha desigual, es que culminó en una rendición de los mineros, y que ello se debió en gran medida a las capacidades negociadoras del General, demostradas en la ya mítica entrevista del 18 de octubre de 1934 con el líder minero y presidente del comité revolucionario, Belarmino Tomás. (…)

 

En Campaña militar de Asturias de 1934, publicado en Madrid en 1936, López de Ochoa dejó consignada su versión de los acontecimientos.

 

Uno de los puntos clave de la negociación estaba relacionado con la presencia en Asturias de tropas moras, al mando del entonces teniente coronel Yagüe. Tomás le dijo a López de Ochoa que «estaban dispuestos a sufrir las consecuencias de los actos que habían realizado y, por lo tanto, el castigo que los tribunales le impusieran a cada cual, pero que pedían que el general les garantizase con su palabra que las tropas no tomarían ninguna represalia, ni se ejecutaría acto de fuerza alguno y que lo único que solicitaban como súplica era que de ningún modo se permitiera a las tropas indígenas moras entrar en las poblaciones, pues le tenían verdadero temor por sus costumbres y por lo que de ellos se decía». López de Ochoa se vio en la obligación de enfrentarse a Yagüe, ansioso por lanzar a sus moros sobre la población y crispado por la frustración hasta el punto de sacar la pistola y amenazar al General, sin éxito. Como consecuencia, pocos días después de sofocada la rebelión, el 24 de octubre, cuando Franco llegó a Oviedo en el séquito de ministros Hidalgo, Guerra del Río y Aizpún, en visita de inspección, abrazó a López de Ochoa y no a Yagüe.

 

Yagüe, hombre nacido para el infundio, sostenía que el General debía el pacto con los insurrectos a su condición de masón. En realidad, López de Ochoa era capaz de pactar con los revolucionarios asturianos y con quien se cuadrara, porque era una persona dispuesta a escuchar a los demás, cosa que no se le podía alcanzar a Yagüe en modo alguno.

 

Ha sido error repetido el atribuir a Franco un papel más destacado del que tuvo realmente en la campaña. Ni Franco estuvo allí, ni López de Ochoa fue un verdugo” (pp. 9-10).

 

Y aquí el final del militar, del que se dan varios relatos a lo largo del libro, pero en el que todos confluyen, salvo detalles menores, en lo principal, que viene a ser esto:

 

“Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, y el subsiguiente Alzamiento del 18 de julio, milicianos anarquistas, socialistas y comunistas se concentraron en Madrid, con la idea de que todo se iba a resolver en la capital. Muchos fueron desde Asturias, convencidos por el agit prop de que su enemigo natural y mortal era López de Ochoa. El general Sebastián Pozas Perea, efímero ministro de la Guerra en el gobierno de concertación de Martínez Barrio, preocupado por el destino de su amigo Ochoa, lo hizo ingresar en el Hospital Militar, imaginando que allí estaría a salvo de la acción de la turba. Se equivocó: allí fueron a buscarlo. Según el testimonio de un médico que habló con su hija años después, lo fusilaron en el patio del establecimiento. Otras versiones dicen que lo subieron a un camión, que se alejó de Carabanchel hacia el centro y en cuyo interior lo decapitaron, al parecer, en la calle General Ricardos. En cualquiera de los dos casos, el resultado sería el mismo: la cabeza de López de Ochoa fue clavada en una bayoneta y, para escarnio de la víctima, paseada por la ciudad entre insultos y escupitajos. Su cuerpo, sin cabeza, pese a la piadosa versión familiar apuntada al final de este libro, fue enterrado en el Cementerio del Este al día siguiente” (p. 14).

 

El General López de Ochoa se mantuvo leal al bando republicano, una vez iniciada la Guerra Civil, y así se lo recompensaron.

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