Generación inesperada
14 días consecutivos ante las puertas de Ferraz, se concentran miles de personas hartas de ser víctimas de los atropellos de un partido putero.
Ancianos cansados de sufrir viendo la destrucción de España frente a una pantalla se quitan la bata y las zapatillas de paño y se plantan con las piernas temblorosas y el ánimo fuerte como una roca reclamando dignidad para los suyos; madres de familia acuden tras organizar su pequeña "empresa" para reclamar lo mismo que sus mayores; trabajadores cansados de agotar sus fuerzas para no poder cubrir los gastos mínimos de sus familias salen a la calle gritando ¡basta ya!; jóvenes, universitarios en su mayoría, dejan los libros y se sientan ante los hombres armados con porras. Estos jóvenes sorprenden por su determinación: "No nos moveréis".
Las calles ya no pertenecen a los universitarios que no pisan las aulas, ya no se oyen consignas de odio ni huele a marihuana. No, la calle huele a limpio, a ganas de cambiar el mundo con trabajo y disciplina, sin ahogar por ello la alegría de la juventud. Son jóvenes que rezan y que aman, que estudian y se divierten y que tienen la certeza de que el futuro que les espera es oscuro como el alma de Pedro Sánchez y sus secuaces.
A medida que avanzan las jornadas van apareciendo otros grupos menos disciplinados y más cargados de odio, cubren sus rostros como si de superhéroes solitarios se tratase, como si de ocultar su identidad dependiese el futuro de la nación, cuando lo único que han conseguido es facilitar la labor de los policias infiltrados que se encargan de provocar disturbios y atraer a la prensa carroñera en busca de la imagen que justifique los ataques de la policía política.
Ellos, los de la cara tapada, atraen la oscuridad y el desengaño. Sin embargo, la luz se encuentra entre los jóvenes que rezan sin pudor y cantan a pleno pulmón que España, esta España antaño inmensa y generosa, merece su tiempo y sacrificio. Por eso, de repente los políticos de todos los partidos del ala derecha, como son denominados por la prensa casposa, se acercan a ellos intentando captarlos para que pasen a formar parte de sus filas. Unos se presentan a vigilar el buen hacer de la policía, otros a capitalizar el malestar de los españoles regalando banderitas azules y poniendo música ñoña, porque saben que sus propuestas son más obsoletas que el gramófono (éste al menos resulta entrañable); y los del extremo siguen coreando las mismas consignas que hace 70 años, sin vivir como lo hacían los protagonistas de aquellos tiempos.
Salvando las distancias, al observarlo me acuerdo de los mercaderes que realizaban sus transacciones en el templo del que fueron expulsados por Jesús.
Y pienso: ¿Acaso no pueden ser nada más que españoles de bien? Nada más y nada menos, porque ser un español de bien engloba mucho más de lo que ningún partido puede ofrecer: ser español de bien es recoger la herencia de miles de santos y aventureros cuya huella perdura en el tiempo.
Esta es la generación inesperada, la generación que tiene que especializarse más que los otros para poder acceder a puestos mejores, la generación de la tecnología y el individualismo y que a pesar de ello, de repente, como por impulso, mira en derredor y camina codo con codo junto a su compatriota. Ni los palos de los polis, ni la rabia de los mediocres, ni la maldad del traidor podrán parar a esta inesperada generación que parecía dormida y ha despertado para rejuvenecer nuestros espíritus y dar una lección a los políticos.
Tal vez la visión de sus abuelos siendo atacados con gases lacrimógenos les hiciera despertar, sólo Dios lo sabe.
Pero, por favor, partidos políticos, no les arrastréis a vuestras filas para quemar su ingenio y aprovecharos de su trabajo. Dejadles respirar, dejadles ser nada más y nada menos que españoles de bien, hijos de una bandera concreta y de una fe común. Aconsejadlos y acompañadlos, pero no los abduzcáis.
![[Img #25129]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/11_2023/8443_screenshot-2023-11-20-at-08-27-18-ferraz-busqueda-de-google.png)
14 días consecutivos ante las puertas de Ferraz, se concentran miles de personas hartas de ser víctimas de los atropellos de un partido putero.
Ancianos cansados de sufrir viendo la destrucción de España frente a una pantalla se quitan la bata y las zapatillas de paño y se plantan con las piernas temblorosas y el ánimo fuerte como una roca reclamando dignidad para los suyos; madres de familia acuden tras organizar su pequeña "empresa" para reclamar lo mismo que sus mayores; trabajadores cansados de agotar sus fuerzas para no poder cubrir los gastos mínimos de sus familias salen a la calle gritando ¡basta ya!; jóvenes, universitarios en su mayoría, dejan los libros y se sientan ante los hombres armados con porras. Estos jóvenes sorprenden por su determinación: "No nos moveréis".
Las calles ya no pertenecen a los universitarios que no pisan las aulas, ya no se oyen consignas de odio ni huele a marihuana. No, la calle huele a limpio, a ganas de cambiar el mundo con trabajo y disciplina, sin ahogar por ello la alegría de la juventud. Son jóvenes que rezan y que aman, que estudian y se divierten y que tienen la certeza de que el futuro que les espera es oscuro como el alma de Pedro Sánchez y sus secuaces.
A medida que avanzan las jornadas van apareciendo otros grupos menos disciplinados y más cargados de odio, cubren sus rostros como si de superhéroes solitarios se tratase, como si de ocultar su identidad dependiese el futuro de la nación, cuando lo único que han conseguido es facilitar la labor de los policias infiltrados que se encargan de provocar disturbios y atraer a la prensa carroñera en busca de la imagen que justifique los ataques de la policía política.
Ellos, los de la cara tapada, atraen la oscuridad y el desengaño. Sin embargo, la luz se encuentra entre los jóvenes que rezan sin pudor y cantan a pleno pulmón que España, esta España antaño inmensa y generosa, merece su tiempo y sacrificio. Por eso, de repente los políticos de todos los partidos del ala derecha, como son denominados por la prensa casposa, se acercan a ellos intentando captarlos para que pasen a formar parte de sus filas. Unos se presentan a vigilar el buen hacer de la policía, otros a capitalizar el malestar de los españoles regalando banderitas azules y poniendo música ñoña, porque saben que sus propuestas son más obsoletas que el gramófono (éste al menos resulta entrañable); y los del extremo siguen coreando las mismas consignas que hace 70 años, sin vivir como lo hacían los protagonistas de aquellos tiempos.
Salvando las distancias, al observarlo me acuerdo de los mercaderes que realizaban sus transacciones en el templo del que fueron expulsados por Jesús.
Y pienso: ¿Acaso no pueden ser nada más que españoles de bien? Nada más y nada menos, porque ser un español de bien engloba mucho más de lo que ningún partido puede ofrecer: ser español de bien es recoger la herencia de miles de santos y aventureros cuya huella perdura en el tiempo.
Esta es la generación inesperada, la generación que tiene que especializarse más que los otros para poder acceder a puestos mejores, la generación de la tecnología y el individualismo y que a pesar de ello, de repente, como por impulso, mira en derredor y camina codo con codo junto a su compatriota. Ni los palos de los polis, ni la rabia de los mediocres, ni la maldad del traidor podrán parar a esta inesperada generación que parecía dormida y ha despertado para rejuvenecer nuestros espíritus y dar una lección a los políticos.
Tal vez la visión de sus abuelos siendo atacados con gases lacrimógenos les hiciera despertar, sólo Dios lo sabe.
Pero, por favor, partidos políticos, no les arrastréis a vuestras filas para quemar su ingenio y aprovecharos de su trabajo. Dejadles respirar, dejadles ser nada más y nada menos que españoles de bien, hijos de una bandera concreta y de una fe común. Aconsejadlos y acompañadlos, pero no los abduzcáis.