Olvidar las voces ancestrales
![[Img #25229]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/12_2023/1767_unnamed.jpg)
Independientemente de que nos guste o no, el nacionalismo, como decía Gellner, no es una teoría arcaica, sino una parte ineludible del mundo moderno, que aparece en la transición de la sociedad agraria a la industrial, como consecuencia de determinadas condiciones sociales.
El mundo agrario es sensible al rango social y no a la similitud cultural. En cambio, el industrial, con una población móvil, anónima y con mayor nivel de educación, es en el que arraiga, en algunos lugares, la tesis nacionalista de que la semejanza cultural es el vínculo social básico.
El nacionalismo no es un fenómeno político natural, sino histórico, que no se da hoy en día en todas las sociedades porque el sentido de la etnicidad, la identificación con una nación y la expresión política de esta identificación no constituyen algo inmemorial, que existe desde siempre y hoy está dormido, pero que en algún momento resurgirá pues puede “despertar”, sino un fenómeno moderno, que suele aparecer cuando algunos creen escuchar las “voces ancestrales” y las condiciones sociales son propicias para la receptividad de parte de la población de sus mensajes.
Jon Juaristi explicaba en El bucle melancólico que la clave de la difusión de cualquier nacionalismo son los relatos que “transmiten, y renuevan, las demandas de las “voces ancestrales”. Por eso, conocer dichas historias, creadas mezclando algunos hechos con falsedades, saber su origen, quién las generó, por qué y en qué circunstancias, además de cuales son sus adaptaciones posteriores, es muy importante para comprenderlos y enfrentarse al desafío político que suponen, dado su éxito, en el mundo actual las falacias y fantasmas que contienen.
Según Mari Cruz Romero “«Hay sólo una forma de aplacar a un fantasma. Debes hacer lo que te pida; los fantasmas de una nación piden grandes cosas, y deben ser aplacados cualquiera que sea el precio». Los elegidos por ellos oyen sus voces ancestrales clamando venganza y promueven pagar con su sangre (y la ajena) la redención de la tierra patria. “El dios patria exige, puede exigir, el sacrificio de los héroes/mártires” (y sus adversarios). “Sólo así los espíritus de los muertos podrán ser aplacados.” Por ello, “Sacrificios, venganzas, traiciones, derrotas, héroes y mártires se disponen con intensidad variable en la retórica nacionalista más exaltada”.
¿Cual fue el primer aldabonazo moderno de las “voces ancestrales” en el País Vasco, que ha prefigurado el imaginario político del llamado mundo abertzale?
Es poco conocido que en la Revista Euzkadi, Año II, número I, 2ª época, de marzo de 1905, el primer número publicado tras el fallecimiento de su fundador e ideólogo del primer nacionalismo vasco, Sabino Arana Goiri el 25 de noviembre de 1903, aparece , tras su foto y una corta dedicatoria de la revista, un artículo incendiario titulado en inglés “Remember” (recuerda) por la mezcolanza que realiza de fabulaciones míticas y planteamientos belicistas ante la llegada de la emigración “manada erdaldún” que en aquellos días acudía a trabajar a las fábricas y minas del País Vasco.
Firmado escuetamente por ”T.”, cuya identidad real se ignora, incluye un dibujo que es todo un reflejo de los mitos del pasado vasco que sirve para ilustrar el texto. Un auténtico “huevo de serpiente” lleno de ira y resentimiento, semilla de una amargura, que permaneció latente y de la que años después, incubada con el marxismo leninismo surgieron, como de la Caja de Pandora, todo tipo de males, que llegan hasta hoy amparados en el olvido y la ignorancia.
Creo que para comprender las crueles voces ancestrales que contiene conviene releerlo:
“REMEMBER”
25 de Noviembre de 1903
En el primer albor de nuestra historia, levántase el Etxe-jaun, centinela de colosal grandor, que desde el rústico trono de sus montañas libres, escucha atento sordo rumor que avanza.... ¿No se oye allá en el valle, entre el áspero boscaje, el latido de su fiel perro?....
Los ecos, nuncios familiares, no engañan al anciano. Es la manada erdeldun que, insensata, corre, corre hacia la muerte, profiriendo en su desatino amenazas como aullidos que el vasco no acierta á comprender.
¡A y del intruso! Tentó un primer avance, y aún negrean sus huesos en la encañada. ¿Por qué de nuevo surge amenazador? ¿Qué busca, obstinado, tras las montañas? En su ambición insana, ¿qué pretende?
Plácele al Etxe-jaun, con el trato apacible de sus hermanos, el lenguaje inarticulado de los robles y los peñascos, el gemido del viento y el agua y la canción misteriosa de la noche y de la mañana; y apoyado en el umbral hospitalario de su vivienda, su corazón sonríe mientras su mano posa en la cándida frente de sus hijos. Empero, ¿acaso es dado al extranjero sorprender su felicidad? ¿O pretende, gran Dios, sujetarle á humillante esclavitud?
¡Huya el intruso! es la voz que en torno clama la naturaleza; ¡huya el intruso! repiten en himnos de eternos rumores las selvas y los barrancos. ¡Huya ó muera! Y al punto el Etxe-jaun, embravecido y semidivino, toma su fuerte azkona y su fiel perro; el trueno retumba, congrégase el batzar sagrado de los patriotas, y el intruso... huye ó muere.
Después, los lamentos de las víctimas no apagan el irrintzi estridente y repetidor que lleva hasta el último vivac de la llanura, el acerado escalofrío de la derrota.
Tal es la leyenda en el primer albor de nuestra historia.
En el crepúsculo de la misma, negras nubes pasean airadas la tempestad, mientras cárdenos relámpagos denuncian un cuadro de ignominia. A su siniestra luz, el Etxe-jaun aparece derribado entre los despojos de un campo yermo. La madre Euzkadi, contemplando llorosa al anciano secular. Sus hijos riendo en el festín de los extranjeros.
¡Todos la desconocen!....
De pronto, el vasco más vasco, su primogénito, con un grito que parte el corazón, la llama: ¡madre, mi olvidada madre!, y al punto, recluido tras fuertes rejas, no es ni la sombra de su sombra.
Dos veces sube á la prisión, dos veces entra en la mazmorra; y aunque, seducido por su noble valor, un fiel jurado rompe sus cadenas, he aquí que al rechinar de los goznes, aparece envejecido, nuncio de su propia muerte. ¿Quién reconoce ahora al generoso joven, el de la umbrosa barba y la inspirada frente?
¡Venció el erdeldún, y en las taladas selvas restalla su carcajada impía! Tras pérfida lucha de cuarenta siglos, al fin se goza en sus obras. Ha hollado con planta impura un ara inmaculada; ha hendido aquel árbol santo que juzgara invulnerable, y ha aplastado bajo sus ruinas al primer hijo de nuestra raza.
Sí; Sabín ha muerto, y con él nuestro escudo y nuestra gloria. No bien cerrada su alma á la visión terrena, abrióse— ¿quién lo duda?— á la del cielo, radiante de alegría; mas ¡ay! acá en la tierra desatose un aire de abatimiento que sólo él, cual moderno Eolo, contenía en sus cavernosas moradas. ¿Quién, de hoy más, disipará la tristeza de los patriotas? Sólo su previsión, que vela aún más allá de la tumba.
Y muerto nuestro guía, ¿qué queda ya de grande en esta Patria sin ventura? ¡Ah! Sólo su recuerdo revividor, ojalá para siempre, encarnado en su obra inmortal.
¡Lloremos, sí, lloremos el epílogo de nuestra historia!
T”
Pero en aquellos mismos días, otros vascos veían el pasado y el futuro de las tierras vascas con otros ojos mucho mas racionales.
Por ejemplo, Don Miguel de Unamuno, el pensador y escritor vasco más universal, que tuvo en su juventud bilbaína su tiempo de escucha de las voces ancestrales y quedó gracias a ello inmunizado frente a sus cantos falaces y exigencias.
Así, en su artículo de 1904 titulado “Alma Vasca” cuenta Unamuno su punto de vista sobre las ideas que circulaban en su época respecto a la antigüedad de los vascos y su cultura: “Es antigua en el pueblo vasco la pretensión de nobleza, originada del aislamiento en que vivió.” Y continúa Unamuno con una curiosa anécdota: “Cuentan también qué diciendo un Montmorency, creo, delante de un vasco, que ellos, los Montmorency databan no sé si del siglo VIII o IX, contestó el otro: “pues nosotros, los vascos, no datamos.”
Comparar a los vascos con los Montmorency, y poniendo a los vascos como muy superiores, era entonces algo serio. Incluso Tirso de Molina en su obra “la prudencia en la mujer” hizo decir a don Diego de Haro respecto a los vascos que “Un nieto de Noé les dio nobleza, que su hidalguía no es de ejecutoria.”
Unamuno desde luego no asumió la frase y le dio la vuelta, pues en el mismo artículo critica acto seguido las consecuencias de las obsesiones con el pasado: “Estos humos han producido ahora, a favor de la riqueza, una atmósfera irrespirable, pero es de esperar que digieran mis paisanos su riqueza y surja allí la cultura que canta sobre las chimeneas de las fábricas, como diría otro vasco, Maeztu, la que brota de expansión de vida.”
Aún hoy en día muchos vascos dan trascendencia a este tipo de fábulas de excepcionalidad originaria sin advertir no solo su carácter ficticio sino que no tienen ninguna utilidad, porque cuando el centro de la vida de un pueblo es el culto al pasado, se desvía su mirada de lo que de verdad debe importarle, el futuro.
Jon Juaristi escribía que la única manera de emanciparse de las voces ancestrales es reconociéndolas y sometiéndolas. “Quién las ignore verá su mundo destruido por los muertos”.
Llegará en pocas semanas 2024, un año electoral muy complejo en nuestra tierra, con elecciones al Parlamento Vasco. Para combatir los fantasmas de las voces ancestrales que pululan por nuestra sociedad y clase política, además de desmontar sus mensajes falaces, los vascos deberíamos seguir por fin la conocida recomendación de Unamuno: “tratar de ser los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado.”
Lo contrario de lo que claman las voces ancestrales, que son siempre mentirosas.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019
Independientemente de que nos guste o no, el nacionalismo, como decía Gellner, no es una teoría arcaica, sino una parte ineludible del mundo moderno, que aparece en la transición de la sociedad agraria a la industrial, como consecuencia de determinadas condiciones sociales.
El mundo agrario es sensible al rango social y no a la similitud cultural. En cambio, el industrial, con una población móvil, anónima y con mayor nivel de educación, es en el que arraiga, en algunos lugares, la tesis nacionalista de que la semejanza cultural es el vínculo social básico.
El nacionalismo no es un fenómeno político natural, sino histórico, que no se da hoy en día en todas las sociedades porque el sentido de la etnicidad, la identificación con una nación y la expresión política de esta identificación no constituyen algo inmemorial, que existe desde siempre y hoy está dormido, pero que en algún momento resurgirá pues puede “despertar”, sino un fenómeno moderno, que suele aparecer cuando algunos creen escuchar las “voces ancestrales” y las condiciones sociales son propicias para la receptividad de parte de la población de sus mensajes.
Jon Juaristi explicaba en El bucle melancólico que la clave de la difusión de cualquier nacionalismo son los relatos que “transmiten, y renuevan, las demandas de las “voces ancestrales”. Por eso, conocer dichas historias, creadas mezclando algunos hechos con falsedades, saber su origen, quién las generó, por qué y en qué circunstancias, además de cuales son sus adaptaciones posteriores, es muy importante para comprenderlos y enfrentarse al desafío político que suponen, dado su éxito, en el mundo actual las falacias y fantasmas que contienen.
Según Mari Cruz Romero “«Hay sólo una forma de aplacar a un fantasma. Debes hacer lo que te pida; los fantasmas de una nación piden grandes cosas, y deben ser aplacados cualquiera que sea el precio». Los elegidos por ellos oyen sus voces ancestrales clamando venganza y promueven pagar con su sangre (y la ajena) la redención de la tierra patria. “El dios patria exige, puede exigir, el sacrificio de los héroes/mártires” (y sus adversarios). “Sólo así los espíritus de los muertos podrán ser aplacados.” Por ello, “Sacrificios, venganzas, traiciones, derrotas, héroes y mártires se disponen con intensidad variable en la retórica nacionalista más exaltada”.
¿Cual fue el primer aldabonazo moderno de las “voces ancestrales” en el País Vasco, que ha prefigurado el imaginario político del llamado mundo abertzale?
Es poco conocido que en la Revista Euzkadi, Año II, número I, 2ª época, de marzo de 1905, el primer número publicado tras el fallecimiento de su fundador e ideólogo del primer nacionalismo vasco, Sabino Arana Goiri el 25 de noviembre de 1903, aparece , tras su foto y una corta dedicatoria de la revista, un artículo incendiario titulado en inglés “Remember” (recuerda) por la mezcolanza que realiza de fabulaciones míticas y planteamientos belicistas ante la llegada de la emigración “manada erdaldún” que en aquellos días acudía a trabajar a las fábricas y minas del País Vasco.
Firmado escuetamente por ”T.”, cuya identidad real se ignora, incluye un dibujo que es todo un reflejo de los mitos del pasado vasco que sirve para ilustrar el texto. Un auténtico “huevo de serpiente” lleno de ira y resentimiento, semilla de una amargura, que permaneció latente y de la que años después, incubada con el marxismo leninismo surgieron, como de la Caja de Pandora, todo tipo de males, que llegan hasta hoy amparados en el olvido y la ignorancia.
Creo que para comprender las crueles voces ancestrales que contiene conviene releerlo:
“REMEMBER”
25 de Noviembre de 1903
En el primer albor de nuestra historia, levántase el Etxe-jaun, centinela de colosal grandor, que desde el rústico trono de sus montañas libres, escucha atento sordo rumor que avanza.... ¿No se oye allá en el valle, entre el áspero boscaje, el latido de su fiel perro?....
Los ecos, nuncios familiares, no engañan al anciano. Es la manada erdeldun que, insensata, corre, corre hacia la muerte, profiriendo en su desatino amenazas como aullidos que el vasco no acierta á comprender.
¡A y del intruso! Tentó un primer avance, y aún negrean sus huesos en la encañada. ¿Por qué de nuevo surge amenazador? ¿Qué busca, obstinado, tras las montañas? En su ambición insana, ¿qué pretende?
Plácele al Etxe-jaun, con el trato apacible de sus hermanos, el lenguaje inarticulado de los robles y los peñascos, el gemido del viento y el agua y la canción misteriosa de la noche y de la mañana; y apoyado en el umbral hospitalario de su vivienda, su corazón sonríe mientras su mano posa en la cándida frente de sus hijos. Empero, ¿acaso es dado al extranjero sorprender su felicidad? ¿O pretende, gran Dios, sujetarle á humillante esclavitud?
¡Huya el intruso! es la voz que en torno clama la naturaleza; ¡huya el intruso! repiten en himnos de eternos rumores las selvas y los barrancos. ¡Huya ó muera! Y al punto el Etxe-jaun, embravecido y semidivino, toma su fuerte azkona y su fiel perro; el trueno retumba, congrégase el batzar sagrado de los patriotas, y el intruso... huye ó muere.
Después, los lamentos de las víctimas no apagan el irrintzi estridente y repetidor que lleva hasta el último vivac de la llanura, el acerado escalofrío de la derrota.
Tal es la leyenda en el primer albor de nuestra historia.
En el crepúsculo de la misma, negras nubes pasean airadas la tempestad, mientras cárdenos relámpagos denuncian un cuadro de ignominia. A su siniestra luz, el Etxe-jaun aparece derribado entre los despojos de un campo yermo. La madre Euzkadi, contemplando llorosa al anciano secular. Sus hijos riendo en el festín de los extranjeros.
¡Todos la desconocen!....
De pronto, el vasco más vasco, su primogénito, con un grito que parte el corazón, la llama: ¡madre, mi olvidada madre!, y al punto, recluido tras fuertes rejas, no es ni la sombra de su sombra.
Dos veces sube á la prisión, dos veces entra en la mazmorra; y aunque, seducido por su noble valor, un fiel jurado rompe sus cadenas, he aquí que al rechinar de los goznes, aparece envejecido, nuncio de su propia muerte. ¿Quién reconoce ahora al generoso joven, el de la umbrosa barba y la inspirada frente?
¡Venció el erdeldún, y en las taladas selvas restalla su carcajada impía! Tras pérfida lucha de cuarenta siglos, al fin se goza en sus obras. Ha hollado con planta impura un ara inmaculada; ha hendido aquel árbol santo que juzgara invulnerable, y ha aplastado bajo sus ruinas al primer hijo de nuestra raza.
Sí; Sabín ha muerto, y con él nuestro escudo y nuestra gloria. No bien cerrada su alma á la visión terrena, abrióse— ¿quién lo duda?— á la del cielo, radiante de alegría; mas ¡ay! acá en la tierra desatose un aire de abatimiento que sólo él, cual moderno Eolo, contenía en sus cavernosas moradas. ¿Quién, de hoy más, disipará la tristeza de los patriotas? Sólo su previsión, que vela aún más allá de la tumba.
Y muerto nuestro guía, ¿qué queda ya de grande en esta Patria sin ventura? ¡Ah! Sólo su recuerdo revividor, ojalá para siempre, encarnado en su obra inmortal.
¡Lloremos, sí, lloremos el epílogo de nuestra historia!
T”
Pero en aquellos mismos días, otros vascos veían el pasado y el futuro de las tierras vascas con otros ojos mucho mas racionales.
Por ejemplo, Don Miguel de Unamuno, el pensador y escritor vasco más universal, que tuvo en su juventud bilbaína su tiempo de escucha de las voces ancestrales y quedó gracias a ello inmunizado frente a sus cantos falaces y exigencias.
Así, en su artículo de 1904 titulado “Alma Vasca” cuenta Unamuno su punto de vista sobre las ideas que circulaban en su época respecto a la antigüedad de los vascos y su cultura: “Es antigua en el pueblo vasco la pretensión de nobleza, originada del aislamiento en que vivió.” Y continúa Unamuno con una curiosa anécdota: “Cuentan también qué diciendo un Montmorency, creo, delante de un vasco, que ellos, los Montmorency databan no sé si del siglo VIII o IX, contestó el otro: “pues nosotros, los vascos, no datamos.”
Comparar a los vascos con los Montmorency, y poniendo a los vascos como muy superiores, era entonces algo serio. Incluso Tirso de Molina en su obra “la prudencia en la mujer” hizo decir a don Diego de Haro respecto a los vascos que “Un nieto de Noé les dio nobleza, que su hidalguía no es de ejecutoria.”
Unamuno desde luego no asumió la frase y le dio la vuelta, pues en el mismo artículo critica acto seguido las consecuencias de las obsesiones con el pasado: “Estos humos han producido ahora, a favor de la riqueza, una atmósfera irrespirable, pero es de esperar que digieran mis paisanos su riqueza y surja allí la cultura que canta sobre las chimeneas de las fábricas, como diría otro vasco, Maeztu, la que brota de expansión de vida.”
Aún hoy en día muchos vascos dan trascendencia a este tipo de fábulas de excepcionalidad originaria sin advertir no solo su carácter ficticio sino que no tienen ninguna utilidad, porque cuando el centro de la vida de un pueblo es el culto al pasado, se desvía su mirada de lo que de verdad debe importarle, el futuro.
Jon Juaristi escribía que la única manera de emanciparse de las voces ancestrales es reconociéndolas y sometiéndolas. “Quién las ignore verá su mundo destruido por los muertos”.
Llegará en pocas semanas 2024, un año electoral muy complejo en nuestra tierra, con elecciones al Parlamento Vasco. Para combatir los fantasmas de las voces ancestrales que pululan por nuestra sociedad y clase política, además de desmontar sus mensajes falaces, los vascos deberíamos seguir por fin la conocida recomendación de Unamuno: “tratar de ser los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado.”
Lo contrario de lo que claman las voces ancestrales, que son siempre mentirosas.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019