El milagro secreto de Santimamiñe
![[Img #25260]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/12_2023/5871_santimamine.jpg)
El conjunto de la cueva de Basondo o Santimamiñe fue descubierto por un grupo de jóvenes de Cortezubi el 2 de enero de 1916. En agosto de ese año, el músico Jesús Guridi visitó el balneario que regentaba el padre de uno de los descubridores. Al escuchar referencias a la historia de la cueva, visitó la misma y alertó a las autoridades sobre su existencia y valor. En aquella época solamente se conocían en el País Vasco los grabados de Ventalaperra y la ciencia acababa de reconocer como auténticas las pinturas polícromas de Altamira. Santimamiñe contenía 51 figuras pintadas, la mayoría bisontes, además de bastantes motivos abstractos. Era el más importante santuario rupestre de las tres provincias vascas.
Tras crecer su fama la cueva empezó a sufrir en su conservación debido al efecto combinado del turismo y vandalismo: actualmente parte de las pinturas documentadas desde 1917 han desaparecido o resultan ilegibles debido a la afluencia masiva de personas durante el pasado siglo, los destrozos de las obras y pasarelas para el acondicionamiento turístico, el simple vandalismo y los procesos naturales de la roca. Pero a mediados del siglo XX surgió una nueva amenaza: los falsarios.
En algún momento indeterminado anterior a 1956, en pleno franquismo, alguien entró secretamente en la cueva de Santimamiñe, dependiente de la entonces Diputación Provincial de Vizcaya y, en la base del panel principal de figuras de animales, pintó con un carbón un rectángulo negro, quizás como broma.
Seguramente, para su sorpresa no sucedió nada y su “aportación” pasó a ser considerada parte del conjunto de signos paleolíticos, hasta que, a comienzos de los años 70 se advirtió el carácter de añadido del rectángulo, y se trató de eliminar malamente dejando un borrón.
Al desconocido pintor cavernario le debió parecer poca cosa su “hazaña” y en posteriores visitas nocturnas a la cueva decidió enriquecer los dibujos prehistóricos añadiendo un segundo cuerno a uno de los bisontes del paleolítico superior, que sólo tenía uno representado. Para completarlo más decoró con algo de pelo a la giba del animal, sombreó su panza y pintó su ojo, como si tratara de “arreglar” la obra del artista prehistórico, que quizás consideraba incompleta.
Más aún, cogiendo carrerilla creativa, este “manitas” no se conformó con “mejorar” al bisonte. También añadió al panel, en fechas de realización indeterminadas, una torpe cabeza de caballo, un ojo circular a un oso cavernario que no lo tenía así dibujado y una parte de la cornamenta a un ciervo.
Teniendo en cuenta que las figuras auténticas tenían una antigüedad aproximada de más de 120 siglos y que formaban parte de un valioso conjunto rupestre declarado posteriormente Patrimonio de la Humanidad, su labor fue un acto de auténtico vandalismo cultural, realizado con intenciones desconocidas.
El lector pensará que descubiertos los “añadidos” habrían sido rápidamente retirados y limpiadas con extremo cuidado las figuras. Pues no, los expertos no advirtieron las modificaciones, salvo el padre José Manuel de Barandiarán, que en el tomo XI (1975) de sus obras completas señala las anomalías en las figuras alteradas.
Pero la indicación de Barandiaran cayó en saco roto, a pesar de la autoridad intelectual y moral que con justicia se le reconoce. En la revisión del arte rupestre existente en la cueva realizada hace unos años (Revista Kobie, 2010, anejo 11, estudio de César González Saínz, Bilbao) se indica con sorpresa que no se encontraron alusiones a lo denunciado por Aita Barandiaran en los estudios posteriores a 1975 sobre el arte parietal de Santimamiñe, lo que es notable por la ceguera que demuestra a las evidencias de una falsificación clamorosa de nuestro pasado.
Así, un trabajo de un famoso prócer de la prehistoria vasca de 1982 no alude ni considera los añadidos, que es imposible que no viera.
Es aún más difícil de entender la posición de otro experto, que percibe y reconoce en un estudio del año 2000 que hay diferencias entre, por un lado, el calco de las figuras de la cueva recién descubierta de 1925 y las fotografías de 1956 y 1965, y por otro, el bisonte que él observa a simple vista en la cueva. Ello le resulta sorprendente, e intenta explicarlo aduciendo problemas de forma en el calco de 1925 –que estaría inacabado- o de posible “retoque” en las fotografías modernas. Todo antes de reconocer la presencia de falseamientos contemporáneos de las figuras, como indicaba Aita Barandiaran (fallecido en 1991 y cuyo busto preside los jardines de la entrada de Santimamiñe).
Se preguntará el lector por la causa de tanta ceguera ante lo evidente y por qué no se reconocía lo obvio. Lo cierto es que, por lo que sea, una especie de “ley del silencio”, tácitamente aceptada, existe de alguna manera en los casos de fraudes en la prehistoria y arqueología vascas, y aparece de una u otra forma en ellos (casos Zubialde, Iruña–Veleia, Santimamiñe y otros), de manera que muy pocos se atreven a alzar la voz y decir lo que ven, y la mayoría opta por mirar hacia otro lado para no incomodar a las todopoderosas instituciones, que suelen ser las titulares de los yacimientos, las que dan los permisos de excavación y las que reparten las necesarias subvenciones para realizar las investigaciones, unas instituciones a las que no gusta nada que se divulguen estos temas que las dejan en mal lugar. Y así, en Santimamiñe las falsificaciones siguen presentes a la vista de todos más de medio siglo después de hechas.
En Santimamiñe, sólo en un caso se reconoció la falsedad de una figura: el rectángulo, cuyo carácter de añadido tardó un tiempo en reconocerse. Luego se intentó eliminar dejando un borrón en la pared. El resto de añadidos siguen en esta fecha, que yo sepa, donde se pintaron hace unos decenios.
Lo cual, de ser así, es grave porque hay que recordar que estas figuras con sus “arreglos” y “añadidos” aparecen desde entonces en portadas de libros, sirven de ilustraciones en revistas especializadas y son motivos fácilmente reconocibles por el público allí donde se las ha usado como decoración o reclamo, sin que se explique que han sido parcialmente falsificadas. Aún recuerdo un noticiario de ETB2 con el locutor explicando las ventajas de la visita virtual a la cueva sobre la imagen del bisonte con un cuerno falso y el cuerpo retocado.
El caso de Santimamiñe no es único: en la cornisa cantábrica se conocen figuras falsas o modificadas de diversas formas en las cuevas de Zubialde, San Martín, El Rincón, El Polvorín, Balzola, Sagastigorri, la Cueva de las Brujas, la Pasiega, Boscados, Becerral, Lledías y otras. Las falsificaciones y añadidos siempre se han reconocido y nadie ha intentado hacerlas pasar por originales. Pero el caso de Santimamiñe es especial por el pertinaz mantenimiento de los falsamientos como si fueran parte de las pinturas antiguas pese a las denuncias del padre Barandiaran en 1975 y de César González Saínz en 2010.
Es como si se considerase por nuestros responsables culturales que es mejor dar por buenas las chapuzas nocturnas de un vándalo irresponsable dañando un santuario del arte rupestre que reconocer que “nos la metió doblada” a las instituciones y (aparentemente) a los expertos, y que no nos enteramos (o no nos quisimos enterar) del fraude (salvo Aita Barandiaran).
Lo cierto es que las instituciones renunciaron a actuar con decisión y ordenar la limpieza de las pinturas falsas, al menos hasta hoy.
En Santimamiñe el asunto de fondo es el mismo que en otros escándalos: la "ley del silencio" que atenaza el mundo cultural vasco cuando algo puede poner en evidencia la labor de nuestras instituciones y sus responsables, un miedo a las consecuencias que vuelve sordos, ciegos y mudos a todos, por el riesgo de perder permisos, apoyos y subvenciones. Y se prefiere muchas veces callar, mirar hacia otro lado y no crear problemas. Así nos colaron Zubialde y casi nos cuelan los grafitis falsos de Iruña-Veleia.
¿O cree el lector que los expertos que han visitado Santimamiñe desde 1970 hasta hoy y no han percibido nada raro, no saben que a los bisontes paleolíticos no les crecen cuernos nuevos?
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019
El conjunto de la cueva de Basondo o Santimamiñe fue descubierto por un grupo de jóvenes de Cortezubi el 2 de enero de 1916. En agosto de ese año, el músico Jesús Guridi visitó el balneario que regentaba el padre de uno de los descubridores. Al escuchar referencias a la historia de la cueva, visitó la misma y alertó a las autoridades sobre su existencia y valor. En aquella época solamente se conocían en el País Vasco los grabados de Ventalaperra y la ciencia acababa de reconocer como auténticas las pinturas polícromas de Altamira. Santimamiñe contenía 51 figuras pintadas, la mayoría bisontes, además de bastantes motivos abstractos. Era el más importante santuario rupestre de las tres provincias vascas.
Tras crecer su fama la cueva empezó a sufrir en su conservación debido al efecto combinado del turismo y vandalismo: actualmente parte de las pinturas documentadas desde 1917 han desaparecido o resultan ilegibles debido a la afluencia masiva de personas durante el pasado siglo, los destrozos de las obras y pasarelas para el acondicionamiento turístico, el simple vandalismo y los procesos naturales de la roca. Pero a mediados del siglo XX surgió una nueva amenaza: los falsarios.
En algún momento indeterminado anterior a 1956, en pleno franquismo, alguien entró secretamente en la cueva de Santimamiñe, dependiente de la entonces Diputación Provincial de Vizcaya y, en la base del panel principal de figuras de animales, pintó con un carbón un rectángulo negro, quizás como broma.
Seguramente, para su sorpresa no sucedió nada y su “aportación” pasó a ser considerada parte del conjunto de signos paleolíticos, hasta que, a comienzos de los años 70 se advirtió el carácter de añadido del rectángulo, y se trató de eliminar malamente dejando un borrón.
Al desconocido pintor cavernario le debió parecer poca cosa su “hazaña” y en posteriores visitas nocturnas a la cueva decidió enriquecer los dibujos prehistóricos añadiendo un segundo cuerno a uno de los bisontes del paleolítico superior, que sólo tenía uno representado. Para completarlo más decoró con algo de pelo a la giba del animal, sombreó su panza y pintó su ojo, como si tratara de “arreglar” la obra del artista prehistórico, que quizás consideraba incompleta.
Más aún, cogiendo carrerilla creativa, este “manitas” no se conformó con “mejorar” al bisonte. También añadió al panel, en fechas de realización indeterminadas, una torpe cabeza de caballo, un ojo circular a un oso cavernario que no lo tenía así dibujado y una parte de la cornamenta a un ciervo.
Teniendo en cuenta que las figuras auténticas tenían una antigüedad aproximada de más de 120 siglos y que formaban parte de un valioso conjunto rupestre declarado posteriormente Patrimonio de la Humanidad, su labor fue un acto de auténtico vandalismo cultural, realizado con intenciones desconocidas.
El lector pensará que descubiertos los “añadidos” habrían sido rápidamente retirados y limpiadas con extremo cuidado las figuras. Pues no, los expertos no advirtieron las modificaciones, salvo el padre José Manuel de Barandiarán, que en el tomo XI (1975) de sus obras completas señala las anomalías en las figuras alteradas.
Pero la indicación de Barandiaran cayó en saco roto, a pesar de la autoridad intelectual y moral que con justicia se le reconoce. En la revisión del arte rupestre existente en la cueva realizada hace unos años (Revista Kobie, 2010, anejo 11, estudio de César González Saínz, Bilbao) se indica con sorpresa que no se encontraron alusiones a lo denunciado por Aita Barandiaran en los estudios posteriores a 1975 sobre el arte parietal de Santimamiñe, lo que es notable por la ceguera que demuestra a las evidencias de una falsificación clamorosa de nuestro pasado.
Así, un trabajo de un famoso prócer de la prehistoria vasca de 1982 no alude ni considera los añadidos, que es imposible que no viera.
Es aún más difícil de entender la posición de otro experto, que percibe y reconoce en un estudio del año 2000 que hay diferencias entre, por un lado, el calco de las figuras de la cueva recién descubierta de 1925 y las fotografías de 1956 y 1965, y por otro, el bisonte que él observa a simple vista en la cueva. Ello le resulta sorprendente, e intenta explicarlo aduciendo problemas de forma en el calco de 1925 –que estaría inacabado- o de posible “retoque” en las fotografías modernas. Todo antes de reconocer la presencia de falseamientos contemporáneos de las figuras, como indicaba Aita Barandiaran (fallecido en 1991 y cuyo busto preside los jardines de la entrada de Santimamiñe).
Se preguntará el lector por la causa de tanta ceguera ante lo evidente y por qué no se reconocía lo obvio. Lo cierto es que, por lo que sea, una especie de “ley del silencio”, tácitamente aceptada, existe de alguna manera en los casos de fraudes en la prehistoria y arqueología vascas, y aparece de una u otra forma en ellos (casos Zubialde, Iruña–Veleia, Santimamiñe y otros), de manera que muy pocos se atreven a alzar la voz y decir lo que ven, y la mayoría opta por mirar hacia otro lado para no incomodar a las todopoderosas instituciones, que suelen ser las titulares de los yacimientos, las que dan los permisos de excavación y las que reparten las necesarias subvenciones para realizar las investigaciones, unas instituciones a las que no gusta nada que se divulguen estos temas que las dejan en mal lugar. Y así, en Santimamiñe las falsificaciones siguen presentes a la vista de todos más de medio siglo después de hechas.
En Santimamiñe, sólo en un caso se reconoció la falsedad de una figura: el rectángulo, cuyo carácter de añadido tardó un tiempo en reconocerse. Luego se intentó eliminar dejando un borrón en la pared. El resto de añadidos siguen en esta fecha, que yo sepa, donde se pintaron hace unos decenios.
Lo cual, de ser así, es grave porque hay que recordar que estas figuras con sus “arreglos” y “añadidos” aparecen desde entonces en portadas de libros, sirven de ilustraciones en revistas especializadas y son motivos fácilmente reconocibles por el público allí donde se las ha usado como decoración o reclamo, sin que se explique que han sido parcialmente falsificadas. Aún recuerdo un noticiario de ETB2 con el locutor explicando las ventajas de la visita virtual a la cueva sobre la imagen del bisonte con un cuerno falso y el cuerpo retocado.
El caso de Santimamiñe no es único: en la cornisa cantábrica se conocen figuras falsas o modificadas de diversas formas en las cuevas de Zubialde, San Martín, El Rincón, El Polvorín, Balzola, Sagastigorri, la Cueva de las Brujas, la Pasiega, Boscados, Becerral, Lledías y otras. Las falsificaciones y añadidos siempre se han reconocido y nadie ha intentado hacerlas pasar por originales. Pero el caso de Santimamiñe es especial por el pertinaz mantenimiento de los falsamientos como si fueran parte de las pinturas antiguas pese a las denuncias del padre Barandiaran en 1975 y de César González Saínz en 2010.
Es como si se considerase por nuestros responsables culturales que es mejor dar por buenas las chapuzas nocturnas de un vándalo irresponsable dañando un santuario del arte rupestre que reconocer que “nos la metió doblada” a las instituciones y (aparentemente) a los expertos, y que no nos enteramos (o no nos quisimos enterar) del fraude (salvo Aita Barandiaran).
Lo cierto es que las instituciones renunciaron a actuar con decisión y ordenar la limpieza de las pinturas falsas, al menos hasta hoy.
En Santimamiñe el asunto de fondo es el mismo que en otros escándalos: la "ley del silencio" que atenaza el mundo cultural vasco cuando algo puede poner en evidencia la labor de nuestras instituciones y sus responsables, un miedo a las consecuencias que vuelve sordos, ciegos y mudos a todos, por el riesgo de perder permisos, apoyos y subvenciones. Y se prefiere muchas veces callar, mirar hacia otro lado y no crear problemas. Así nos colaron Zubialde y casi nos cuelan los grafitis falsos de Iruña-Veleia.
¿O cree el lector que los expertos que han visitado Santimamiñe desde 1970 hasta hoy y no han percibido nada raro, no saben que a los bisontes paleolíticos no les crecen cuernos nuevos?
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019