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Pedro Chacón
Sábado, 16 de Diciembre de 2023 Tiempo de lectura:

Pedro Sánchez en Bilbao, 1942

No es la primera vez que Pedro Sánchez equipara a Franco con Hitler. Lo ha hecho esta semana pasada en el Parlamento europeo ante el líder del Partido Popular Europeo, el alemán Manfred Weber, diciéndole: “¿Usted devolvería los nombres de los líderes del III Reich a las calles de Berlín? ¿Eso quiere usted en Alemania? Pues eso es lo que están haciendo sus aliados del PP español con la ultraderecha de Vox y los insignes franquistas donde gobiernan”.

 

Se trata de un tema muy traído en esta serie, el de los nombres de las calles, el de la toponimia en general sometida a las ideologías políticas. Es el valor simbólico de los nombres, que de la toponimia nosotros trasladamos también a la onomástica. Y en este caso, además, equiparando a Franco con Hitler, y a la derecha española con el franquismo. No es la primera vez, como decíamos al principio, que Sánchez recurre a este tópico de la izquierda española actual, que se sustancia en toda la ideología de la memoria histórica, verdadero cuerpo doctrinal del socialismo español y de las izquierdas en general, a las que se unen de manera entusiasta todos los nacionalistas. La anterior vez fue en el Parlamento español, en un debate con el entonces líder de Ciudadanos, Albert Rivera, allá por 2019. Lo cual demuestra que Pedro Sánchez, como la mayor parte de nuestra izquierda, no sabe, ni le interesa, distinguir el autoritarismo de Franco y el totalitarismo de Hitler, tal como ha recordado también Iñaki Ezkerra en su columna de El Correo de esta semana, haciendo mención a la filósofa Hannah Arendt, que en su libro clásico Los orígenes del totalitarismo diferencia el autoritarismo del régimen franquista del totalitarismo de los regímenes nazi y estalinista. Pedro Sánchez y nuestra izquierda en general, tampoco sabe, ni le interesa, distinguir las diferentes etapas de la dictadura franquista, que un socialista como Antonio García Santesmases, ejerciendo de historiador (en su trabajo “Los tres abandonos. El republicanismo español ante el totalitarismo, el autoritarismo y la monarquía parlamentaria”, de 2017) distinguía perfectamente. De entre dichas etapas, Santesmases considera que solo sería en la primera, que abarcaría seis años, entre 1939 y 1945, cuando el régimen franquista se identifica con la Alemania nazi y la Italia fascista. El resto de periodos estarían marcados por el predominio de otras corrientes de la derecha franquista, como fueron el nacional-catolicismo, el monarquismo, la democracia cristiana y la tecnocracia, pero en las que ya no dominaría la vertiente propiamente fascista. Teniendo en cuenta además que una cosa es identificarse y otra muy distinta practicar el mismo sistema. En España el totalitarismo no tuvo lugar, por mucho que algunos, desde dentro del régimen franquista lo intentaran, básicamente por la presencia de la Iglesia católica, que desactivaba todo intento de convertir el Estado en un tótem de obediencia y de sumisión, como ocurría en los totalitarismos. Frente a dicho Estado omnipresente y todopoderoso, la Iglesia católica contraponía los valores de la trascendencia y del humanismo cristiano, que nunca dejaban al individuo desasistido e inerme frente al poder del Estado. Pero a nuestra izquierda todo esto le da igual, para ella toda la dictadura fue fascista desde el principio hasta el final.

 

Pero es que incluso ese primer periodo de mayor predominio del fascismo en la dictadura franquista, coincidente con la Segunda Guerra Mundial, tampoco puede considerarse marcado en toda su extensión por dicha impronta. La prueba está en un episodio ocurrido en Bilbao el 16 de agosto de 1942, el conocido como “atentado de Begoña” cuando el requeté, brazo armado del carlismo, se dispuso a homenajear a los miembros del Tercio de Begoña caídos en la Guerra Civil. Fue en la basílica del mismo nombre en Bilbao. Unas semanas antes, el 25 de julio, también en Bilbao, los carlistas se dispusieron a realizar un acto de homenaje a los suyos en la parroquia de San Vicente (otras versiones hablan de que fue el 18 de julio, tras conmemorar la victoria y a la salida de misa en dicha parroquia de San Vicente de Abando), pero, ante la prohibición por las autoridades, decidieron desfilar por la Gran Vía. Cuando el jefe de policía de Bilbao se les enfrentó para prohibirles el acto, un requeté le cogió por las solapas y le abofeteó delante de todo el mundo. Ante la previsión de que algo similar volviera a ocurrir, un grupo de falangistas desplazados desde Madrid y desde Valladolid se dispusieron a acercarse al acto carlista de Begoña programado para el 16 de agosto. Cuentan las crónicas que al iniciarse el acto los carlistas empezaron a gritar contra Franco y se originó una pelea entre falangistas y carlistas en la explanada de la Basílica de Begoña. De entre los falangistas, uno de los del primer grupo, que había partido desde Madrid, Juan José Domínguez Muñoz, natural de Sevilla, tiró una granada de mano hacia donde se encontraba el general carlista José Enrique Varela, condecorado varias veces durante la Guerra Civil y a la sazón ministro del Ejército del gobierno de Franco. Los escoltas del general acertaron a desviar la granada, que al final explotó hiriendo gravemente a decenas de personas. Los falangistas salieron corriendo, pero el chófer del general Varela encañonó y detuvo a Domínguez.

 

De Juan José Domínguez, el autor material del atentado, se sabe que era un falangista que ya había tomado parte en otros incidentes violentos, de los que el propio José Antonio Primo de Rivera le había tenido que defender. Había sido también quintacolumnista en la retaguardia republicana y pese a que tenía algún historial de desequilibrio mental, los nazis le habían contratado como espía.

 

El balance del atentado de Begoña fue una crisis ministerial, probablemente la más grave del régimen, por el contexto de tensión bélica en el que se vivió, que supuso la pérdida de peso del falangismo en el gobierno de Franco y, consustancial a ella, un comienzo del giro estratégico del régimen en plena Segunda Guerra Mundial, en previsión de acontecimientos inminentes en el curso de la guerra. El ejército alemán había invadido Rusia y estaba en puertas de comenzar la batalla de Stalingrado, que se extendió entre agosto de aquel año 1942 y febrero de 1943 y que supondría, con la victoria del ejército soviético, el comienzo del fin del régimen nazi.

 

Tras los sucesos de Bilbao de 16 de agosto de 1942, Franco destituyó a Ramón Serrano Súñer al frente del ministerio de Asuntos Exteriores y nombró en su lugar al general monárquico Francisco Gómez-Jordana. También destituyó al ministro de Gobernación, Valentín Galarza, también presente en Begoña, por Blas Pérez González, mientras que, para compensar, como hacía el general Franco cada vez que había una crisis de gobierno, también sustituyó al general Varela, al frente del ministerio del Ejército, nombrando en su lugar al general Carlos Asensio Cabanillas.

 

El falangista y espía de la Alemania nazi (de hecho, la embajada alemana intentó interceder por él) Juan José Domínguez Muñoz, autor del atentado de Begoña, fue fusilado en Bilbao el 1 de septiembre de 1942. Su nombre consta en la lista de ejecutados por consejo de guerra que ha sacado a la luz el Instituto Gogora (de la memoria, la convivencia y los derechos humanos del Gobierno vasco) y que fueron homenajeados en un acto en el cementerio de Derio de Bilbao de 26 de marzo de este año 2023, por defender la libertad y la democracia. El jefe del ejecutivo vasco reafirmó en dicho acto el compromiso de las instituciones vascas con “los principios y valores democráticos frente al totalitarismo y la intolerancia” y dejó claro que, aunque la guerra siempre es “una tragedia” la responsabilidad del fuego cruzado no siempre es igualmente atribuible a los dos bandos. “La legítima defensa no tiene nada que ver con un ataque militar. Todas las causas no son justas”. Y también dijo entonces: “Hoy lo volvemos a decir alto y claro. Fueron personas impunemente fusiladas y ejecutadas. Pagaron su ideal con el más alto precio: la vida”, y a las que el régimen franquista “trató de humillarles y borrar su nombre y su memoria de la faz de la tierra”.

 

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