En la cotidianidad del nuevo año
Al momento de publicar este texto, el año ha proseguido como de costumbre, sin manifestar ningún cambio. El primer mes ha finalizado con una sensación propia del inicio segundo: cuando todo se ha calmado y la realidad se ha despojado de la explosión neuroquímica de la novedad. Cada pensamiento y anhelo en su espacio natural se ha colocado; una cotidianidad que nos permite transitar sin un desgaste excesivo de energías, espejo que simulando lo real acostumbra nuestra mirada… aunque, al acercarnos, encontramos un entorno tan extraño como el primer día, improvisamos creyendo saber a dónde vamos, esperando no haber cometido un error irreparable. Al acercarnos nos encontramos con la extrañeza del vivir.
Acabo de leer El gordo de Raymond Carver, un cuento sobre una camarera que se encuentra extrañada por un hombre gordo que no deja de comer, no puede dejar de hacerlo, lo ha hecho durante largo tiempo que hasta sus manos han cambiado, sus dedos «largos, gruesos y cremosos», en palabras de la protagonista. Hay que procurar con cuidado y aceptar el hecho de que la ingesta nos cambia. Igual que la lágrima adquiere el contorno de la copa, el vino se ve seducido por el incesante cambio que Heráclito lo entrevió. En el letargo maravilloso de lo cotidiano nace el asombro de los filósofos presocráticos. Con las palabras del filósofo Rafael Gambra: «Para comprender la inspiración filosófica es preciso sentir… la extrañeza por las cosas que son o existen, librarse de la habituación al medio y a lo cotidiano».
El sentido de la visión del filósofo surge después de que se ha contemplado, en un intento por responder a todas esas cuestiones, los problemas que en el arbusto se inclina junto al ciruelo de piedra. Una pregunta utilitaria la podemos entender como aquella que se desvanece al encontrar una respuesta, ligada a una necesidad que solo busca ser satisfecha. La pregunta filosófica, en cambio, busca entender la existencia y su experiencia, avivándose con cada intento; sin otorgar la antorcha de la verdad a ninguno, la realidad se manifiesta en el fervor de los que, más allá de la novedad y el efímero nuevo año, afrontan el reto de entenderla.
El camino continúa después de que la semilla a la luz bombeara la primera gota de curiosidad, nos adentramos en una búsqueda por comprender lo universal y llevarlo a un efecto práctico, cotidiano, haciendo uso del discurso de la razón. Un sondeo por los fundamentos de nuestras propias creencias y un viaje cuyos efectos se observen en la vida y en nuestra forma de experimentar la existencia. Despojado de cualquier intento de enmarcar a la experiencia en un marco utilitario o de incesante novedad, nos sumimos en el terreno de lo inabarcable, de lo infinito… de un hálito de lluvia que se ramifica, hundiéndose en la luz, en la semilla que sustenta la vida; y, entre preguntas filosóficas no vamos asomando a la propia experiencia de vivir.
Al momento de publicar este texto, el año ha proseguido como de costumbre, sin manifestar ningún cambio. El primer mes ha finalizado con una sensación propia del inicio segundo: cuando todo se ha calmado y la realidad se ha despojado de la explosión neuroquímica de la novedad. Cada pensamiento y anhelo en su espacio natural se ha colocado; una cotidianidad que nos permite transitar sin un desgaste excesivo de energías, espejo que simulando lo real acostumbra nuestra mirada… aunque, al acercarnos, encontramos un entorno tan extraño como el primer día, improvisamos creyendo saber a dónde vamos, esperando no haber cometido un error irreparable. Al acercarnos nos encontramos con la extrañeza del vivir.
Acabo de leer El gordo de Raymond Carver, un cuento sobre una camarera que se encuentra extrañada por un hombre gordo que no deja de comer, no puede dejar de hacerlo, lo ha hecho durante largo tiempo que hasta sus manos han cambiado, sus dedos «largos, gruesos y cremosos», en palabras de la protagonista. Hay que procurar con cuidado y aceptar el hecho de que la ingesta nos cambia. Igual que la lágrima adquiere el contorno de la copa, el vino se ve seducido por el incesante cambio que Heráclito lo entrevió. En el letargo maravilloso de lo cotidiano nace el asombro de los filósofos presocráticos. Con las palabras del filósofo Rafael Gambra: «Para comprender la inspiración filosófica es preciso sentir… la extrañeza por las cosas que son o existen, librarse de la habituación al medio y a lo cotidiano».
El sentido de la visión del filósofo surge después de que se ha contemplado, en un intento por responder a todas esas cuestiones, los problemas que en el arbusto se inclina junto al ciruelo de piedra. Una pregunta utilitaria la podemos entender como aquella que se desvanece al encontrar una respuesta, ligada a una necesidad que solo busca ser satisfecha. La pregunta filosófica, en cambio, busca entender la existencia y su experiencia, avivándose con cada intento; sin otorgar la antorcha de la verdad a ninguno, la realidad se manifiesta en el fervor de los que, más allá de la novedad y el efímero nuevo año, afrontan el reto de entenderla.
El camino continúa después de que la semilla a la luz bombeara la primera gota de curiosidad, nos adentramos en una búsqueda por comprender lo universal y llevarlo a un efecto práctico, cotidiano, haciendo uso del discurso de la razón. Un sondeo por los fundamentos de nuestras propias creencias y un viaje cuyos efectos se observen en la vida y en nuestra forma de experimentar la existencia. Despojado de cualquier intento de enmarcar a la experiencia en un marco utilitario o de incesante novedad, nos sumimos en el terreno de lo inabarcable, de lo infinito… de un hálito de lluvia que se ramifica, hundiéndose en la luz, en la semilla que sustenta la vida; y, entre preguntas filosóficas no vamos asomando a la propia experiencia de vivir.