El foro de los locos
Hace unas semanas se celebró una vez más en Davos la reunión anual del Foro Económico Mundial, ese aquelarre onanista de estatistas, colectivistas y élites autodesignadas que pretenden ordenarnos cómo pensar, cómo vivir (y cómo morir), y que desean establecer el Gran Reinicio, que no es otra cosa que hacernos pobres, sometidos y obedientes. Nada nuevo bajo el sol. Éste ha sido el propósito de casi todas las variantes de esa ideología perniciosa que es el socialismo: comunismo, fascismo, nazismo, progresismo, populismo, socialdemocracia.
Ya se ha contado la hipocresía de que hacen gala a ojos de todo el mundo los participantes en dicho foro: viajes en carísimos y muy contaminantes aviones privados, estancias propias de marajás, prostitutas de lujo, compadreo con los grandes empresarios, mercantilización de los intereses privados, etc. Sus proyectos: empobrecimiento colectivo, planes explícitos de control de población, control de la información, creación de la "verdad" y de la "realidad"... Para justificar sus intenciones, ya saben: nuevo maltusianismo, religión de emergencia climática, anuncio del Apocalipsis si no nos sometemos a sus designios...
Si uno se fija en sus promotores y colaboradores puede llegar a la conclusión evidente de que son los más acendrados estatistas: desde su presidente, Klaus Schwad, al ahora supuestamente filántropo Bill Gates, pasando por financiadores de todo lo que suponga alguna clase de totalitarismo, como la familia Soros, hasta delincuentes de variado pelaje como Hugo Sánchez, Gustavo Petro o los representantes del eximio Estado Chino. ¿Quién puede negar que todos se desvelan por nuestro bienestar y nuestra libertad?
El denominador común que los define es que todos viven de los Estados, de las organizaciones extractivas y criminales en que los han convertido, o bien colaboran con ellos estrechamente a fuerza de haber construido monopolios con su complicidad. Alegan que sus propuestas son imprescindibles para corregir los fallos del capitalismo y los mercados, pero ocultan que esos fallos no son del capitalismo ni de los mercados, pues no existen realmente el capitalismo ni los mercados libres en un Occidente en el cual los Estados planifican la economía, intervienen en sus procesos y regulan sus mecanismos hasta la exasperación. Por tanto, los fallos que achacan al enemigo capitalismo y a los mercados no son fallos propios sino derivados de las intervenciones estatales, como puede comprobar cualquiera que observe con un poco de atención las directrices y políticas marcadas por los bancos centrales, quienes cumplen órdenes del poder político. Bill Gates no representa al capitalismo por mucho que haya creado en un país supuestamente libre (entonces lo era más que ahora) una de las mayores empresas del mundo. Sin la colaboración con los Estados su empresa no ostentaría casi un monopolio de facto del mercado. Participa de lo que alguien ha llamado la cartelización mercantil de Occidente, esa colaboración infecciosa de poder político y élites económicas que ahoga nuestra economía y torpedea nuestro futuro a base de controlar la información que recibimos, adoctrinarnos en sus políticas ambientales y sociales y educarnos en la culpa de ser libres.
A esas élites políticas y financieras se añaden el ejército de sacerdotes "intelectuales" que siempre han abrevado en los pesebres públicos y los ejércitos de milenaristas de todo pelaje que les hacen el caldo gordo: izquierdistas, activistas de la inmigración masiva y del ecologismo, y que nos alertan sobre el final del planeta como hace mil años algunos anunciaban el apocalipsis. Los mismos foros, como el de Roma, que hace cuarenta años nos anunciaban el fin del planeta por un enfriamiento global insoportable ahora nos alertan del calentamiento. Sus "científicos" a sueldo son los mismos y ahora añaden que han copado todas las organizaciones internacionales, especialmente la ONU y sus organismos adláteres.
Estos redentores de pacotilla antes eran más discretos y procuraban ejercer su influencia con cierta discreción. Hoy no disimulan. La pandemia de Covid y los exitosos confinamientos ilegales masivos les han convencido de que podrán imponer sus dictados en un futuro próximo. Klaus Schwad, presidente ejecutivo y fundador del FEM, ya argumenta que pronto no serán necesarias elecciones porque los algoritmos nos dirán con antelación quiénes van a gobernarnos, y Gates ya está preparando sin disimulo a sus algoritmos para que nos digan qué información es la adecuada para nosotros. Cuando desde el foro de Davos nos dicen que están preocupados por la desinformación en realidad nos están diciendo que están preocupados de que conozcamos la verdad. Y cuando nos dicen que están preocupados por los resultados electorales no es porque empaticen con los venezolanos, los colombianos que eligieron a un ex-terrorista o los españoles que sufrimos a un autócrata. Están preocupados por los argentinos que eligieron a Milei o los holandeses que les acaban de dar una patada en el trasero a sus acólitos. Y cuando nos dicen que están muy preocupados por las futuras enfermedades nos están diciendo que nos preparemos para otras pandemias con virus creados en sus laboratorios. Cuando nos dicen que la pesca y la agricultura son ecocidios no están diciendo que nos preparemos para malcomer lo que ellos nos digan, y que nos vayamos olvidando de la carne y de lo que ha sido nuestro modo tradicional de alimentación.
En realidad, no hacen sino llevar a la práctica aquéllo que ya comentamos en alguna ocasión, lo que Von Gentz decía hace cien años: No queremos que las masas se vuelvan ricas e independientes. ¿Cómo podríamos gobernarlas entonces? Domados y obedientes nos quieren y trabajan para ello con la más terrible y mortífera maquinaria que ha inventado el hombre para aniquilarse: el Estado.
Quieren transformar nuestras sociedades desde el poder político. Y ya sabemos cómo acaban estos experimentos de los malditos ingenieros sociales. Están construyendo nuestro futuro sin contar con nosotros. Las políticas de la Agenda 2030 son un ejemplo perfecto. Bajo una máscara de objetivos difícilmente objetables se ocultan propósitos menos altruistas y medios de llevarlos a cabo que se parecen demasiado a políticas genocidas.
Todas estas políticas vienen de lejos, no son nada nuevo. La renuncia a la soberanía energética y al uso de energías baratas y eficientes viene de los años setenta, cuando la URSS dirigió a los grupos de izquierda y a los ecologistas en su lucha contra la mejor energía posible, la nuclear. Para la URSS era una cuestión de guerra y para la izquierda y el ecologismo una cuestión ideológica que no desdeña que la renuncia a esa energía suponga un empobrecimiento masivo y cause un daño irreparable a las economías y a las sociedades occidentales. De hecho, si antes pudiera ser un efecto colateral de su fanatismo, ahora es una intención deliberada y manifiesta. La URSS consiguió debilitar a Europa occidental y ahora estamos pagando las consecuencias con la dependencia del gas ruso cuando no hubiera sido necesario. Todo es válido para descalificar y luchar contra Occidente. Del mismo modo, las políticas de bienestar y monetariamente expansivas desde hace décadas han contribuido al mismo efecto: el derrocamiento deliberado de las democracias liberales y un incremento incesante de la influencia y del control y planificación estatales. El mantenimiento de tipos de interés artificialmente negativos creó durante años una ilusión de riqueza y progreso que la actualidad desmiente. Los bancos centrales y el BCE han contribuido a ese espejismo que ahora pagamos con inflación y empobrecimiento generalizados.
Negar la realidad del intento del Gran Reinicio es vivir en las nubes y ser fiel a una ingenuidad suicida. Lo están comprobando en carne propia los agricultores europeos. En Holanda fueron terribles las protestas que los medios acallaron; en Alemania lo están siendo; en Francia, los políticos intentan desviar la atención de los agricultores culpando falsamente a España cuando son las políticas europeas desde hace décadas y las intenciones ahora manifiestas de arruinar la agricultura y la ganadería y la pesca por ser consideradas ecocidios. La demencia de estas políticas no hace recapacitar a las élites ni corregir su rumbo a los políticos progresistas europeos. Difícil es cuando incluso el Partido Popular europeo comparte esas políticas. En España, también el PP se ha manifestado abiertamente a favor de la dichosa agenda.
Quienes se manifiestan tibiamente contra todo esto no se percatan de que o Europa se planta o muy pronto todo el proceso será inevitable. Unido todo ello a la inmigración ilegal masiva, el destino de Europa está a pocos años de la ruina y a unas pocas décadas de la destrucción. No es alarmismo, es observar los ejemplos de la historia. Los mayores cambios en la Historia se han dado de la mano de las migraciones masivas, mucho más que de las invasiones violentas; éstas, tarde o temprano, han concluido. Sin embargo, el reemplazo poblacional no tiene vuelta atrás.
La nota discordante en el foro de los locos fue la intervención de Javier Milei. No entendí por qué lo habían invitado cuando el individuo antes mencionado, el tal Klaus Schwab, ya había advertido que el peor enemigo de sus propósitos es el libertarismo, pues "pretende destruir toda influencia del gobierno en las vidas privadas" (no se puede decir más claro). Milei, en contra de lo que muchos temieron, que acudiera a contemporizar, les dio una lección de economía y libertad. Su intervención ha sido seguida por decenas de miles de personas (la de nuestro prestigioso presidente apenas por unos cuantos miles de sus fanáticos adeptos- 140.000 frente a 4.000 visionados la última vez que lo consulté), pero ello no debe provocarnos ningún optimismo: clama en el desierto pues las élites que estaban presentes no van a cambiar ni un ápice sus propósitos y sus políticas. Ellos creen que su deber es dirigir el mundo y hacernos partícipes de sus designios y que lo que ellos deciden que nos conviene es mucho mejor para nosotros que lo que nosotros mismos decidamos. Pero, ¿quién les ha dado este poder? ¿Quiénes demonios se creen que son?
El complejo de mesías está estudiado en psicología. Los expertos advierten que responde a trastornos mentales, entre los que se cuentan el trastorno narcisista y el trastorno bipolar. Se caracteriza por "la creencia de que nadie más es capaz de realizar esa tarea de salvación".
Se recomiendan diversas terapias cognitivo conductuales y de grupo para "ayudar a las personas con complejo de mesías a cuestionarse sus creencias exageradas y aprender habilidades más efectivas para relacionarse con los demás". Como no soy experto, creo que esas terapias podrían ser mucho menos sofisticadas que las que aconsejan los expertos y tal vez fueran muy efectivas: una larga temporada con sueldo mileurista para pagar sus preciosas energías verdes para el señor Schwad y la Sra. Van der Leyen, o una temporada viviendo en el barrio belga de Molenbeek, por ejemplo.
Quienes intentan imponernos esas políticas e ideologías inhumanas no necesitan discursos como el de Milei, por acertado y oportuno que sea, sino una terapia de choque que pasa por ser conscientes de que no estamos ante una simple elección de políticas más o menos acertadas sino ante una imposición violenta y coactiva que exige una respuesta contundente e inmisericorde. El actor Ron Perlman ha lanzado el primer mensaje de advertencia. No deberíamos dejar que se quedase en meras palabras. Los ingenieros sociales que nos desprecian requieren claramente una auténtica declaración de guerra.
Hace unas semanas se celebró una vez más en Davos la reunión anual del Foro Económico Mundial, ese aquelarre onanista de estatistas, colectivistas y élites autodesignadas que pretenden ordenarnos cómo pensar, cómo vivir (y cómo morir), y que desean establecer el Gran Reinicio, que no es otra cosa que hacernos pobres, sometidos y obedientes. Nada nuevo bajo el sol. Éste ha sido el propósito de casi todas las variantes de esa ideología perniciosa que es el socialismo: comunismo, fascismo, nazismo, progresismo, populismo, socialdemocracia.
Ya se ha contado la hipocresía de que hacen gala a ojos de todo el mundo los participantes en dicho foro: viajes en carísimos y muy contaminantes aviones privados, estancias propias de marajás, prostitutas de lujo, compadreo con los grandes empresarios, mercantilización de los intereses privados, etc. Sus proyectos: empobrecimiento colectivo, planes explícitos de control de población, control de la información, creación de la "verdad" y de la "realidad"... Para justificar sus intenciones, ya saben: nuevo maltusianismo, religión de emergencia climática, anuncio del Apocalipsis si no nos sometemos a sus designios...
Si uno se fija en sus promotores y colaboradores puede llegar a la conclusión evidente de que son los más acendrados estatistas: desde su presidente, Klaus Schwad, al ahora supuestamente filántropo Bill Gates, pasando por financiadores de todo lo que suponga alguna clase de totalitarismo, como la familia Soros, hasta delincuentes de variado pelaje como Hugo Sánchez, Gustavo Petro o los representantes del eximio Estado Chino. ¿Quién puede negar que todos se desvelan por nuestro bienestar y nuestra libertad?
El denominador común que los define es que todos viven de los Estados, de las organizaciones extractivas y criminales en que los han convertido, o bien colaboran con ellos estrechamente a fuerza de haber construido monopolios con su complicidad. Alegan que sus propuestas son imprescindibles para corregir los fallos del capitalismo y los mercados, pero ocultan que esos fallos no son del capitalismo ni de los mercados, pues no existen realmente el capitalismo ni los mercados libres en un Occidente en el cual los Estados planifican la economía, intervienen en sus procesos y regulan sus mecanismos hasta la exasperación. Por tanto, los fallos que achacan al enemigo capitalismo y a los mercados no son fallos propios sino derivados de las intervenciones estatales, como puede comprobar cualquiera que observe con un poco de atención las directrices y políticas marcadas por los bancos centrales, quienes cumplen órdenes del poder político. Bill Gates no representa al capitalismo por mucho que haya creado en un país supuestamente libre (entonces lo era más que ahora) una de las mayores empresas del mundo. Sin la colaboración con los Estados su empresa no ostentaría casi un monopolio de facto del mercado. Participa de lo que alguien ha llamado la cartelización mercantil de Occidente, esa colaboración infecciosa de poder político y élites económicas que ahoga nuestra economía y torpedea nuestro futuro a base de controlar la información que recibimos, adoctrinarnos en sus políticas ambientales y sociales y educarnos en la culpa de ser libres.
A esas élites políticas y financieras se añaden el ejército de sacerdotes "intelectuales" que siempre han abrevado en los pesebres públicos y los ejércitos de milenaristas de todo pelaje que les hacen el caldo gordo: izquierdistas, activistas de la inmigración masiva y del ecologismo, y que nos alertan sobre el final del planeta como hace mil años algunos anunciaban el apocalipsis. Los mismos foros, como el de Roma, que hace cuarenta años nos anunciaban el fin del planeta por un enfriamiento global insoportable ahora nos alertan del calentamiento. Sus "científicos" a sueldo son los mismos y ahora añaden que han copado todas las organizaciones internacionales, especialmente la ONU y sus organismos adláteres.
Estos redentores de pacotilla antes eran más discretos y procuraban ejercer su influencia con cierta discreción. Hoy no disimulan. La pandemia de Covid y los exitosos confinamientos ilegales masivos les han convencido de que podrán imponer sus dictados en un futuro próximo. Klaus Schwad, presidente ejecutivo y fundador del FEM, ya argumenta que pronto no serán necesarias elecciones porque los algoritmos nos dirán con antelación quiénes van a gobernarnos, y Gates ya está preparando sin disimulo a sus algoritmos para que nos digan qué información es la adecuada para nosotros. Cuando desde el foro de Davos nos dicen que están preocupados por la desinformación en realidad nos están diciendo que están preocupados de que conozcamos la verdad. Y cuando nos dicen que están preocupados por los resultados electorales no es porque empaticen con los venezolanos, los colombianos que eligieron a un ex-terrorista o los españoles que sufrimos a un autócrata. Están preocupados por los argentinos que eligieron a Milei o los holandeses que les acaban de dar una patada en el trasero a sus acólitos. Y cuando nos dicen que están muy preocupados por las futuras enfermedades nos están diciendo que nos preparemos para otras pandemias con virus creados en sus laboratorios. Cuando nos dicen que la pesca y la agricultura son ecocidios no están diciendo que nos preparemos para malcomer lo que ellos nos digan, y que nos vayamos olvidando de la carne y de lo que ha sido nuestro modo tradicional de alimentación.
En realidad, no hacen sino llevar a la práctica aquéllo que ya comentamos en alguna ocasión, lo que Von Gentz decía hace cien años: No queremos que las masas se vuelvan ricas e independientes. ¿Cómo podríamos gobernarlas entonces? Domados y obedientes nos quieren y trabajan para ello con la más terrible y mortífera maquinaria que ha inventado el hombre para aniquilarse: el Estado.
Quieren transformar nuestras sociedades desde el poder político. Y ya sabemos cómo acaban estos experimentos de los malditos ingenieros sociales. Están construyendo nuestro futuro sin contar con nosotros. Las políticas de la Agenda 2030 son un ejemplo perfecto. Bajo una máscara de objetivos difícilmente objetables se ocultan propósitos menos altruistas y medios de llevarlos a cabo que se parecen demasiado a políticas genocidas.
Todas estas políticas vienen de lejos, no son nada nuevo. La renuncia a la soberanía energética y al uso de energías baratas y eficientes viene de los años setenta, cuando la URSS dirigió a los grupos de izquierda y a los ecologistas en su lucha contra la mejor energía posible, la nuclear. Para la URSS era una cuestión de guerra y para la izquierda y el ecologismo una cuestión ideológica que no desdeña que la renuncia a esa energía suponga un empobrecimiento masivo y cause un daño irreparable a las economías y a las sociedades occidentales. De hecho, si antes pudiera ser un efecto colateral de su fanatismo, ahora es una intención deliberada y manifiesta. La URSS consiguió debilitar a Europa occidental y ahora estamos pagando las consecuencias con la dependencia del gas ruso cuando no hubiera sido necesario. Todo es válido para descalificar y luchar contra Occidente. Del mismo modo, las políticas de bienestar y monetariamente expansivas desde hace décadas han contribuido al mismo efecto: el derrocamiento deliberado de las democracias liberales y un incremento incesante de la influencia y del control y planificación estatales. El mantenimiento de tipos de interés artificialmente negativos creó durante años una ilusión de riqueza y progreso que la actualidad desmiente. Los bancos centrales y el BCE han contribuido a ese espejismo que ahora pagamos con inflación y empobrecimiento generalizados.
Negar la realidad del intento del Gran Reinicio es vivir en las nubes y ser fiel a una ingenuidad suicida. Lo están comprobando en carne propia los agricultores europeos. En Holanda fueron terribles las protestas que los medios acallaron; en Alemania lo están siendo; en Francia, los políticos intentan desviar la atención de los agricultores culpando falsamente a España cuando son las políticas europeas desde hace décadas y las intenciones ahora manifiestas de arruinar la agricultura y la ganadería y la pesca por ser consideradas ecocidios. La demencia de estas políticas no hace recapacitar a las élites ni corregir su rumbo a los políticos progresistas europeos. Difícil es cuando incluso el Partido Popular europeo comparte esas políticas. En España, también el PP se ha manifestado abiertamente a favor de la dichosa agenda.
Quienes se manifiestan tibiamente contra todo esto no se percatan de que o Europa se planta o muy pronto todo el proceso será inevitable. Unido todo ello a la inmigración ilegal masiva, el destino de Europa está a pocos años de la ruina y a unas pocas décadas de la destrucción. No es alarmismo, es observar los ejemplos de la historia. Los mayores cambios en la Historia se han dado de la mano de las migraciones masivas, mucho más que de las invasiones violentas; éstas, tarde o temprano, han concluido. Sin embargo, el reemplazo poblacional no tiene vuelta atrás.
La nota discordante en el foro de los locos fue la intervención de Javier Milei. No entendí por qué lo habían invitado cuando el individuo antes mencionado, el tal Klaus Schwab, ya había advertido que el peor enemigo de sus propósitos es el libertarismo, pues "pretende destruir toda influencia del gobierno en las vidas privadas" (no se puede decir más claro). Milei, en contra de lo que muchos temieron, que acudiera a contemporizar, les dio una lección de economía y libertad. Su intervención ha sido seguida por decenas de miles de personas (la de nuestro prestigioso presidente apenas por unos cuantos miles de sus fanáticos adeptos- 140.000 frente a 4.000 visionados la última vez que lo consulté), pero ello no debe provocarnos ningún optimismo: clama en el desierto pues las élites que estaban presentes no van a cambiar ni un ápice sus propósitos y sus políticas. Ellos creen que su deber es dirigir el mundo y hacernos partícipes de sus designios y que lo que ellos deciden que nos conviene es mucho mejor para nosotros que lo que nosotros mismos decidamos. Pero, ¿quién les ha dado este poder? ¿Quiénes demonios se creen que son?
El complejo de mesías está estudiado en psicología. Los expertos advierten que responde a trastornos mentales, entre los que se cuentan el trastorno narcisista y el trastorno bipolar. Se caracteriza por "la creencia de que nadie más es capaz de realizar esa tarea de salvación".
Se recomiendan diversas terapias cognitivo conductuales y de grupo para "ayudar a las personas con complejo de mesías a cuestionarse sus creencias exageradas y aprender habilidades más efectivas para relacionarse con los demás". Como no soy experto, creo que esas terapias podrían ser mucho menos sofisticadas que las que aconsejan los expertos y tal vez fueran muy efectivas: una larga temporada con sueldo mileurista para pagar sus preciosas energías verdes para el señor Schwad y la Sra. Van der Leyen, o una temporada viviendo en el barrio belga de Molenbeek, por ejemplo.
Quienes intentan imponernos esas políticas e ideologías inhumanas no necesitan discursos como el de Milei, por acertado y oportuno que sea, sino una terapia de choque que pasa por ser conscientes de que no estamos ante una simple elección de políticas más o menos acertadas sino ante una imposición violenta y coactiva que exige una respuesta contundente e inmisericorde. El actor Ron Perlman ha lanzado el primer mensaje de advertencia. No deberíamos dejar que se quedase en meras palabras. Los ingenieros sociales que nos desprecian requieren claramente una auténtica declaración de guerra.