Algien bolo sobre el nido del kuko
El otro día un amigo me recordó que hay un libro ahora expuesto en las librerías de la cadena Elkar cuyo autor firma como Kepa Diegez, o sea el Diéguez de toda la vida, pero euscaldunizado como se debe. La gente que lo ve sabe que eso se pronuncia Diéguez, pero la ortodoxia enfermiza reinante obliga a escribirlo Diegez. Yo sé que el título de este artículo, si alguien lo lee desde el País Vasco y a nada que esté familiarizado con la euscalguincha (desviación morbosa a la que la mayoría de la población ya está acostumbrada), lo va a pronunciar como siempre se ha pronunciado: “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Créanme que escribirlo en español me produce una sensación de liberación difícilmente comprensible para quien no haya vivido lo que vivimos aquí. En cambio, escribirlo al modo eusquérico dominante me produce angustia, desazón, me da como urticaria, me aniquila por dentro. No querría por eso someterles a quienes lo lean a semejante tortura mental. Simplemente véanlo así escrito, ni intenten memorizarlo siquiera, y luego olvídenlo, por favor.
Con la aprobación esta semana del decreto sobre la aplicación del eusquera en la administración vasca, llevado al Parlamento de Vitoria por los dos partidos en el gobierno, el PNV y el PSE, justo antes de que termine la última legislatura del ínclito Íñigo Urcuyu, las diferentes entidades públicas vascas podrán examinar a sus candidatos en eusquera, podrán convertir el eusquera en la lengua de uso y trabajo, podrán adaptar el uso oral y el uso escrito de manera asimétrica, o sea, que se puede no hablar muy bien y en cambio escribirlo todo en eusquera y cosas así. Vamos a ir llegando, poco a poco, bueno, estamos llegando ya a una situación muy similar a la de una pesadilla, a la de una película de terror, como la del título de este artículo, donde los funcionarios serán reos de los políticos, que les obligarán a hablar todo el rato en eusquera en su trabajo a cambio del sueldo que reciben. Unos políticos que podrán ser descubiertos, a nada que el funcionario de turno y un poco harto de sus jefes aguce el oído (bueno, en realidad, ni aguzándolo siquiera, será público y notorio a nada que se fijen), hablando entre ellos en la lengua de Cervantes. Lo cual redoblará la sensación de pesadilla, de vivir en una realidad paralela y angustiosa de la que no puedes salir, mientras ves por la ventana a la gente viviendo la vida normal y libre, feliz y despreocupada, hablando en español sin pensar que lo hablan, hablando en la lengua que han hablado siempre y que nadie viene a cuestionar porque no se debe hablar así, porque hay que olvidarla para hablar otra distinta. Porque los políticos que tanto quieren aplicar esas medidas que siempre han llamado de “normalización” del eusquera en la administración, son los primeros que no se las aplican a sí mismos. Ni se las aplican a ellos mismos ni se las aplican a esa tropa de asesores que les rodean y a los que contratan siempre que pueden y a los que no les exigen nunca nada en relación con el eusquera: y si se lo exigen a unos sí y a otros no es para castigarles, para clasificarles, para jerarquizarles.
La incoherencia es de tal grado, es tan insultante, es tan supremacista, es tan falaz, es tan lacerante, es tan aprovechada, es tan humillante, es tan hipócrita, que si por mi fuera yo daba ya la independencia total al País Vasco. Y se la daba con pensiones incluidas para los mayores pagadas por el Estado opresor español y con el tren de alta velocidad sin conexión con el exterior y con un parque de atracciones tipo vaserri gigante lleno de aizcolaris y harrijasolchailes y dancharis bailando el aurrescu y tirándonos luego la boina a la cara todo el día. Desde hoy mismo se la daba, con tal de acabar con esta pesadilla. Pasaría como en Irlanda, que una vez conseguida la independencia le dejaron al gaélico en paz, que siguiera su curso natural hasta su conversión en lengua de museo, que es a lo que le ha destinado la deriva natural de las lenguas y de los usos lingüísticos. Del gaélico, una vez Irlanda independiente, nadie se acuerda, nadie reclama su uso. Todos hablan allí en inglés. Algo así pasaría con el eusquera aquí una vez conseguida la independencia. Pero como aquí estamos con esa ensoñación a la que nos sometió ese personaje singular, atrabiliario y tóxico a más no poder, verdaderamente enfermo y engañado por su propio hermano, que fue Sabino Arana, pues seguiremos en ella hasta que la burbuja explote. Y estamos con una ensoñación que requiere que la independencia siempre quede un poco más allá, siempre quede un poco más lejos, porque a los mismos nacionalistas es a los últimos a quienes les interesa conseguirla. Y así seguir apretando las gomas al personal. Y mientras no la conseguimos pues estaremos igual, presionando a la gente, obligándola a retorcer su querencia natural, amargándoles la vida, en una palabra. Nada habrá que pueda detener esta deriva onírica con el eusquera, este pulso con la salud mental, esta frenética y despiadada carrera por convertir una lengua perfectamente descolgada de la modernidad en una lengua de uso corriente y despreocupado.
Llevamos ya va para cincuenta años sin represión de ningún tipo contra el eusquera. Todo lo contrario, empleando cantidades ingentes de dinero para que la gente lo aprenda. A mí, cuando estudiaba eusquera me lo pagaba la administración y me libraba de mi trabajo. Yo pensaba que me encontraría muchedumbres de funcionarios liberados de su trabajo y con el curso de eusquera pagado abarrotando los euscalteguis. Pero nada, estábamos cuatro allí, esforzándonos con la lengua de Chillardegui. Cuándo se darán cuenta de que la cosa no va, de que el tema es como es y que no hay que darle más vueltas. Consejos vendo y para mí no tengo. Que aprendan otros que yo ya soy viejo. Que den ejemplo. Yo ya hice lo que tenía que hacer. Yo me apunto a todas las manifas, a todas las corricas, a todas las pancartas donde se exija hablar eusquera a todo quisque, pero que conmigo no cuenten. En fin, el despropósito de los despropósitos, la pachanga bananera, el despiporre.
Yo, si pudiera, obligaría a todo el que sea y se declare nacionalista a que tuviera que hablar solamente en eusquera, todo el rato, no solo para saludar a sus amigos en el mitin, no solo para oír a sus políticos la primera frase en el mitin, no solo para ver todos los eslóganes del partido solo en eusquera, sino a hablarlo todo el rato, a todas horas, sin posibilidad de hablar en castellano ni para ir al baño. Yo les obligaría, como ellos obligan al resto de la gente, como ellos están todo el día reclamando para los demás sin aplicárselo a ellos mismos.
Al eusquera lo están convirtiendo así en una lengua de cobro: cobras en tanto que la hablas. Pero solo se aplica a quien no tiene otro recurso que su sueldo público. Si, en cambio, hemos sabido pelotear lo suficiente a nuestros jefes, que nos han convertido así en sus asesores, entonces ni nuestros jefes ni nosotros, que somos unos pelotas redomados, pero listos, tendremos la obligación de pasar por las horcas caudinas del resto del funcionariado, al que se le obligará a hablar en eusquera a cambio de su sueldo, para dar ejemplo.
El otro día un amigo me recordó que hay un libro ahora expuesto en las librerías de la cadena Elkar cuyo autor firma como Kepa Diegez, o sea el Diéguez de toda la vida, pero euscaldunizado como se debe. La gente que lo ve sabe que eso se pronuncia Diéguez, pero la ortodoxia enfermiza reinante obliga a escribirlo Diegez. Yo sé que el título de este artículo, si alguien lo lee desde el País Vasco y a nada que esté familiarizado con la euscalguincha (desviación morbosa a la que la mayoría de la población ya está acostumbrada), lo va a pronunciar como siempre se ha pronunciado: “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Créanme que escribirlo en español me produce una sensación de liberación difícilmente comprensible para quien no haya vivido lo que vivimos aquí. En cambio, escribirlo al modo eusquérico dominante me produce angustia, desazón, me da como urticaria, me aniquila por dentro. No querría por eso someterles a quienes lo lean a semejante tortura mental. Simplemente véanlo así escrito, ni intenten memorizarlo siquiera, y luego olvídenlo, por favor.
Con la aprobación esta semana del decreto sobre la aplicación del eusquera en la administración vasca, llevado al Parlamento de Vitoria por los dos partidos en el gobierno, el PNV y el PSE, justo antes de que termine la última legislatura del ínclito Íñigo Urcuyu, las diferentes entidades públicas vascas podrán examinar a sus candidatos en eusquera, podrán convertir el eusquera en la lengua de uso y trabajo, podrán adaptar el uso oral y el uso escrito de manera asimétrica, o sea, que se puede no hablar muy bien y en cambio escribirlo todo en eusquera y cosas así. Vamos a ir llegando, poco a poco, bueno, estamos llegando ya a una situación muy similar a la de una pesadilla, a la de una película de terror, como la del título de este artículo, donde los funcionarios serán reos de los políticos, que les obligarán a hablar todo el rato en eusquera en su trabajo a cambio del sueldo que reciben. Unos políticos que podrán ser descubiertos, a nada que el funcionario de turno y un poco harto de sus jefes aguce el oído (bueno, en realidad, ni aguzándolo siquiera, será público y notorio a nada que se fijen), hablando entre ellos en la lengua de Cervantes. Lo cual redoblará la sensación de pesadilla, de vivir en una realidad paralela y angustiosa de la que no puedes salir, mientras ves por la ventana a la gente viviendo la vida normal y libre, feliz y despreocupada, hablando en español sin pensar que lo hablan, hablando en la lengua que han hablado siempre y que nadie viene a cuestionar porque no se debe hablar así, porque hay que olvidarla para hablar otra distinta. Porque los políticos que tanto quieren aplicar esas medidas que siempre han llamado de “normalización” del eusquera en la administración, son los primeros que no se las aplican a sí mismos. Ni se las aplican a ellos mismos ni se las aplican a esa tropa de asesores que les rodean y a los que contratan siempre que pueden y a los que no les exigen nunca nada en relación con el eusquera: y si se lo exigen a unos sí y a otros no es para castigarles, para clasificarles, para jerarquizarles.
La incoherencia es de tal grado, es tan insultante, es tan supremacista, es tan falaz, es tan lacerante, es tan aprovechada, es tan humillante, es tan hipócrita, que si por mi fuera yo daba ya la independencia total al País Vasco. Y se la daba con pensiones incluidas para los mayores pagadas por el Estado opresor español y con el tren de alta velocidad sin conexión con el exterior y con un parque de atracciones tipo vaserri gigante lleno de aizcolaris y harrijasolchailes y dancharis bailando el aurrescu y tirándonos luego la boina a la cara todo el día. Desde hoy mismo se la daba, con tal de acabar con esta pesadilla. Pasaría como en Irlanda, que una vez conseguida la independencia le dejaron al gaélico en paz, que siguiera su curso natural hasta su conversión en lengua de museo, que es a lo que le ha destinado la deriva natural de las lenguas y de los usos lingüísticos. Del gaélico, una vez Irlanda independiente, nadie se acuerda, nadie reclama su uso. Todos hablan allí en inglés. Algo así pasaría con el eusquera aquí una vez conseguida la independencia. Pero como aquí estamos con esa ensoñación a la que nos sometió ese personaje singular, atrabiliario y tóxico a más no poder, verdaderamente enfermo y engañado por su propio hermano, que fue Sabino Arana, pues seguiremos en ella hasta que la burbuja explote. Y estamos con una ensoñación que requiere que la independencia siempre quede un poco más allá, siempre quede un poco más lejos, porque a los mismos nacionalistas es a los últimos a quienes les interesa conseguirla. Y así seguir apretando las gomas al personal. Y mientras no la conseguimos pues estaremos igual, presionando a la gente, obligándola a retorcer su querencia natural, amargándoles la vida, en una palabra. Nada habrá que pueda detener esta deriva onírica con el eusquera, este pulso con la salud mental, esta frenética y despiadada carrera por convertir una lengua perfectamente descolgada de la modernidad en una lengua de uso corriente y despreocupado.
Llevamos ya va para cincuenta años sin represión de ningún tipo contra el eusquera. Todo lo contrario, empleando cantidades ingentes de dinero para que la gente lo aprenda. A mí, cuando estudiaba eusquera me lo pagaba la administración y me libraba de mi trabajo. Yo pensaba que me encontraría muchedumbres de funcionarios liberados de su trabajo y con el curso de eusquera pagado abarrotando los euscalteguis. Pero nada, estábamos cuatro allí, esforzándonos con la lengua de Chillardegui. Cuándo se darán cuenta de que la cosa no va, de que el tema es como es y que no hay que darle más vueltas. Consejos vendo y para mí no tengo. Que aprendan otros que yo ya soy viejo. Que den ejemplo. Yo ya hice lo que tenía que hacer. Yo me apunto a todas las manifas, a todas las corricas, a todas las pancartas donde se exija hablar eusquera a todo quisque, pero que conmigo no cuenten. En fin, el despropósito de los despropósitos, la pachanga bananera, el despiporre.
Yo, si pudiera, obligaría a todo el que sea y se declare nacionalista a que tuviera que hablar solamente en eusquera, todo el rato, no solo para saludar a sus amigos en el mitin, no solo para oír a sus políticos la primera frase en el mitin, no solo para ver todos los eslóganes del partido solo en eusquera, sino a hablarlo todo el rato, a todas horas, sin posibilidad de hablar en castellano ni para ir al baño. Yo les obligaría, como ellos obligan al resto de la gente, como ellos están todo el día reclamando para los demás sin aplicárselo a ellos mismos.
Al eusquera lo están convirtiendo así en una lengua de cobro: cobras en tanto que la hablas. Pero solo se aplica a quien no tiene otro recurso que su sueldo público. Si, en cambio, hemos sabido pelotear lo suficiente a nuestros jefes, que nos han convertido así en sus asesores, entonces ni nuestros jefes ni nosotros, que somos unos pelotas redomados, pero listos, tendremos la obligación de pasar por las horcas caudinas del resto del funcionariado, al que se le obligará a hablar en eusquera a cambio de su sueldo, para dar ejemplo.