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Ernesto Ladrón de Guevara
Jueves, 07 de Marzo de 2024 Tiempo de lectura:

Mascarillas o las más carillas

Los signos más evidentes de la descomposición social, política, económica, cultural y antropológica suelen venir. como elemento indefectible. del derrumbe de las bases axiológicas. morales y religiosas.

 

Es un factor inequívoco de la ruptura de los lazos con un pasado que tiene sus orígenes en el ethos social y antropológico.

 

Se vio claramente en la descomposición de la Hispanidad, en los procesos de la mal llamada emancipación de los virreinatos, que en realidad fue sumisión al mundo anglo.  En cuanto se derrumbó el sustrato humanístico y escolástico que conformó el Nuevo Mundo a causa de las ideas de Rousseau que abogaban por el “punto y aparte” en lugar del “punto y seguido”, se disolvió el legado transmitido y se sustituyó por el constructo mental del “todo vale” si es por contrato social. Y todo se vino abajo; y se rompieron las presas que contenían las energías de lo disolvente, de lo “qué más da si da lo mismo”; o de aquello que masónicamente afirmaba Zapatero de que a la verdad se llega por deliberación; es decir, que no hay verdades que precedan a la razón y que, por tanto, todo es posible. 

 

Pues eso es lo que tenemos, y no nos quejemos. Las llamadas sociedades civilizadas, desde la desaparición del religare que supone la religión como factor de cohesión, — de prevalencia de los valores sobre el interés lucrativo personal, como componente esencial del respeto al ser humano y como marco de conducta— todo ha ido a peor; y no hay más que comparar el devenir de nuestras sociedades desde hace unas cuantas décadas.

 

La degradación camina en progresión geométrica inversa a la decadencia de los valores antaño sagrados en nuestras sociedades. Eso lo comprobamos quienes hemos pasado la barrera de la setentena vital porque tenemos el privilegio de poder comparar procesos históricos en el cambio de milenio y sacar conclusiones; eso si mantenemos las mentes al margen de paradigmas preestablecidos y moldes cognitivos creados al efecto de someter a los individuos a un determinado control social.

 

En este sentido, el elemento coadyuvante de la relación entre las personas viene determinado por la idea de lo que significa el sentido del  servicio público en contraposición al aprovechamiento de la política por parte de los individuos ejercientes del poder y tendentes a tics autoritarios.  Ello marca la diferencia entre la visión del concepto cristiano del amor al prójimo como factor de conformación de sociedades justas, estables y desarrolladas en paz y concordia y aquellas donde prima el “sálvese quien pueda y aprovechemos lo que podamos que son dos días”.

 

Por eso nos vamos al garete y en cascada en todas las vertientes de nuestras realidades sociales e institucionales.  O dicho de otra forma, en abanico en todas las realidades de nuestras comunidades políticas se está yendo directamente al guano todo el sistema económico, los elementos referenciales de la decencia, de la honestidad, del sentido de la honradez y lo que llamábamos y ya hemos dejado de llamar “Estado de Derecho” o seguridad jurídica.

 

Lo que estamos viendo en todas estas semanas últimas, de lo que ocurre con el “affaire” de las mascarillas y la corrupción es la punta del iceberg.

 

Es detestable ver lo cutre de los comportamientos políticos y lo alejada de la utopía del bien común que está la clase política en general y en especial estos mentecatos, pícaros y filibusteros que secuestran nuestra soberanía para provecho personal. Es de una bajeza propia de suburbio de gente rastrera.

 

Se aprovechó el miedo y la restricción de libertades fundamentales con la excusa de una pandemia cuestionable en sus elementos justificatorios para que unos bandoleros hicieran el negocio del siglo a costa del miedo colectivo. En otros tiempos esto se resolvería expeditivamente, pero como estamos en un sistema anómico, nutrido de leyes ineficientes, mucho me temo que se hará tabla rasa como se está procurando con los fantoches del golpe catalán con fuga en do mayor.

 

Todo se viene abajo porque todo ha caído y cuando elementos de peso te arrastran como si fuera con una soga atada al cuello, tú te vas con el peso hacia abajo, arrastrado.  Sirva como elemento simbólico el de la cuerda que te ata a la decencia o te ata a la villanía. O te ata a las causas nobles o te arrastra hacia la cloaca de la corrupción sistémica.

 

Decía Gonzalo Fernández de la Mora, uno de los mejores intelectuales desde el arrumbamiento del Régimen pasado que… “La máxima preocupación de la oligarquía de un partido es asegurarse la fidelidad de aquellas personas a las que recluta para insertarlas en el aparato. Este objeto se asegura, o bien implicándolas en el peculado y la corrupción, o seleccionándolas entre personas que solo pueden sobrevivir como instrumentos a la sombra del líder.  La consecuencia es que el nivel medio del aparato partitocrático va descendiendo ya moral, ya intelectualmente, ya ambas cosas a la vez. “En sus orígenes los partidos se constituyen con gentes notables; Pero van progresivamente degradándose hasta que coma en el límite coma se reducen a unos cuántos demagogos o astutos, y a un séquito de adocenados o conformistas punto los talentos excepcionalmente alguno alcanza la cúpula o renuncian o sea un marginados punto en las partidocracias, los individuos superiores no suelen estar en política, sino al margen de ella. Acontece pues lo contrario de lo que se supone: los partidos no son organizaciones para promover a los mejores, sino que tienden a una selección a la inversa en la línea de la mediocridad o la de la corrupción.”  Desgraciadamente, Fernández de la Mora era un clarividente, porque la realidad así nos lo muestra con toda su crudeza.

 

La respuesta a la pregunta. ¿y qué receta nos prescribe usted para esta enfermedad? Yo diría que reducir el peso de la partitocracia para dársela a los representantes electos sin cortapisas de corrección de la representación ni vinculaciones a votos imperativos de partidos, de tal manera que cada individuo representante de la voluntad general se someta al dictamen del pueblo con su gestión, y que no se escondan en estructuras permisivas con el pecado mortal del latrocinio o la cleptocracia. Cada cual con su mérito y capacidad.

 

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