Maqueto de capirote (y no es Pradales)
Dice el DRAE que el término “capirote” se puede utilizar, aparte de su uso semanasantero, “para intensificar la expresividad de ciertas voces despectivas a las que sigue”, con lo cual, teniendo en cuenta que el término “maqueto” es despectivo, con el “de capirote” iría en perfecta sintonía de significado.
Al jurista Fermín Moscoso del Prado, natural de Briones, provincia de Logroño, hoy comunidad autónoma de La Rioja, que intervino de modo muy destacado en los dos juicios con jurado por los que pasó Sabino Arana las dos veces que estuvo en la cárcel, los nacionalistas vascos le endosaron desde el principio un capirote y ya no ha habido forma de quitárselo hasta hoy. Y eso le pasó por dos circunstancias, como veremos en este artículo de El balle del ziruelo, una buscada por él mismo y otra asignada por los nacionalistas. La primera, por pensar el cándido de don Fermín que Sabino Arana era inocente en ambos juicios e influir así de modo decisivo en el jurado. Y la segunda, porque los nacionalistas no solo no le agradecieron ese gesto, sino que lo ignoraron supinamente y le endosaron, en su lugar, el papel que, como juez maqueto, le estaba predestinado, a saber, el de opresor y vasquicida. En aquellos juicios toda la gloria, a efectos nacionalistas, se la llevó el defensor, Daniel Irujo Urra –que entonces ni era nacionalista siquiera, sino carlista– y los jurados que declararon –más bien por quitarse de encima el paquete que por otra cosa– no culpable a Sabino Arana, convertidos luego por la leyenda nacionalista en expresión de la conciencia nacional vasca.
La historia que vamos a contar es, cuando menos, reveladora de lo que supone para un maqueto, en este caso además alto representante, como fiscal primero y como juez después, del Estado español, ir de buenas con los nacionalistas. Lo cual demuestra que con esta gente no hay nada que hacer, porque hagas lo que hagas, si los nacionalistas ya te han clasificado de antemano, date por crucificado.
Los maquetos han sido enormemente vilipendiados por el nacionalismo vasco desde su mismo origen, como queda suficientemente acreditado en mi libro Sabino Arana: padre del supremacismo vasco. Pero también muchos de ellos le han bailado el agua al nacionalismo de una manera absolutamente incomprensible e injustificable. Han ejercido, así, como maquetos de capirote. Y en su pecado llevan su penitencia.
De los dos juicios con jurado en los que fue procesado Sabino Arana, en el primero de ellos, que tuvo lugar el 18 de noviembre de 1896, Fermín Moscoso del Prado actuó como fiscal por causa de dos artículos aparecidos en Bizkaitarra, en su suplemento IV de 21 de julio de 1895 y titulados “Abolición y Reconquista”, escrito por Neu (seudónimo de Ángel Jausoro), y “Vengan escobas”, firmado por Baso Jaun (seudónimo de Engracio de Aranzadi). Para que nos hagamos una idea del contenido de dichos artículos, en el primero se dice que España es “una nación la más inútil y cobarde que registra la Historia”, “una nación que se postra bajo el peso de su debilidad y que apenas puede arrastrar su mísera existencia”. Y en el segundo se dice que España es el “pueblo que es objeto de la mofa universal”, que la “encarnación exacta del pueblo español” es el chulo madrileño, o bien dice: “¿contempláis un pueblo irreligioso, blasfemo, sensual, idiota y afeminado? Pues, notadlo bien: en aquel lugar ha establecido sus reales un maketo”.
En este primer juicio se le acusaba a Sabino Arana por excitación a la rebelión en su condición de director del periódico donde salieron ambas piezas publicadas. Pero la estrategia de la defensa estaba clara: el director no era autor de dichos artículos y a los autores no se les encontraría para la ocasión, porque se encargaron muy bien los nacionalistas de quitarles de en medio. El foco debía de proyectarse en exclusiva sobre Sabino Arana, llevándose así toda la propaganda producida por el caso, que era lo que se buscaba, del mismo modo que se sabía que al no ser él el autor de los artículos, ello no le acarrearía consecuencias penales. Salvo el tiempo que se tiró en la cárcel de manera preventiva, claro es, en el primer caso cuatro meses y medio y en el segundo cinco meses y medio. En el primer caso, no obstante, el primer mes y medio se lo pasó entre rejas porque le dio la real gana, ya que no quiso recurrir por el caso Filomeno Soltura, cuando habría tenido todas las de ganar.
Fermín Moscoso del Prado, ejerciendo en ese primer juicio como fiscal, actuó, según todas las fuentes del caso, de manera marcadamente benévola hacia el acusado. Dando por hecho que él no había sido el autor de los artículos, sino que los habían escrito dos de sus secuaces e infiriendo de ello que Sabino Arana nunca habría podido decir lo que allí se decía. El señor Moscoso tenía su teoría al respecto y era que los que le rodeaban a Sabino Arana eran peores que él: eran más papistas que el Papa, decía. Lo cual era verdad en cuanto a que eran más básicos y previsibles, pero eso no podía ocultar que el fundador del nacionalismo vasco fuera el inventor de todo, hecho que para el señor Moscoso, al parecer, no contaba.
Las fuentes hablaban del señor fiscal del caso, el señor Moscoso, de la siguiente manera. Por ejemplo, el periódico oficial de los euskalerriacos y por tanto pronacionalista, Euskalduna, en su número 11, de 22 de noviembre de 1896, decía: “Después de las preguntas de rúbrica, hechas por el señor Presidente al señor Arana, usó de la palabra el Ministerio Fiscal; no sabemos si para defender o para acusar al procesado. Tales fueron las alabanzas que le prodigó y tal fue, si se quiere, la blandura con que presentó sus pruebas en pro de la existencia del supuesto delito.” Cuál no sería el grado de benevolencia del fiscal hacia el acusado, que cuando empezó a hablar el defensor de este, el señor Irujo Urra, no tuvo por menos que referirse a ello en estos términos: “Devuelvo respetuosamente al Fiscal de S.M. su saludo cariñoso y acepto, considerándome por ello muy honrado, la amistad sincera con que me brinda tan digno cuan ilustrado funcionario. Y porque desde hoy le cuento entre mis amigos es para mí doblemente sensible verle oficiar en este juicio de nuevo Pilatos, pues convencido como está de la inocencia del reo de quien nos ha dicho con frase elocuente que no es el autor de los artículos perseguidos, ni capaz por su nobleza de escribirlos, lo entrega sin embargo a vosotros, señores Jurados…”
Por supuesto que Sabino Arana salió indemne de este juicio.
Lo mismo le ocurrió en el otro juicio que se practicó contra él, que tuvo lugar los días 7 y 8 de noviembre de 1902, con motivo del telegrama que Sabino Arana quiso enviar al presidente de los Estados Unidos, Roosevelt, y del mensaje que a continuación también le hizo llegar al cónsul norteamericano en Bilbao, Carlos Yansen, en ambos casos felicitándose de la concesión de la independencia a Cuba por parte de Estados Unidos y lamentándose de que España no hiciera lo mismo en circunstancias similares (obviamente equiparando a Cuba con el País Vasco).
El ahora ya juez Moscoso del Prado dijo, para empezar, que Arana no odia a los maquetos, sino que son sus seguidores los que los odian, aplicando de nuevo sobre Sabino Arana su principio de que aquí hay gente más papista que el Papa. Cuando, como sabemos, el fundador del nacionalismo vasco empleó él solo, en sus dos primeros periódicos, Bizkaitarra y Baserritarra, además de en las otras publicaciones que dio a la imprenta entre los años 1893 y 1898, y sin contar con lo que hicieron sus secuaces al respecto, no menos de 600 veces el término “maketo” y derivados y siempre en un sentido denigratorio y humillante. En cambio, el juez Moscoso en este segundo juicio repetiría el mismo principio que en el primero: “Yo no diré que el Sr. Arana odie a los maketos, porque aquí sucede una cosa muy rara, aquí son todos más papistas que el Papa. Creo que el Sr. Arana no es capaz de odiar a nadie, pero las gentes que le rodean odian a los maketos. No cabe duda.” (todas las citas que vamos a utilizar aquí, cuando no se especifique otra cosa, proceden del volumen 3 de Historia del Nacionalismo Vasco en sus Documentos, páginas 451-453). Estaba claro que el señor Moscoso no había leído a Sabino Arana. Bastaría con una sola mención a los maquetos en los panfletos del primer nacionalismo para desbaratar esta impostura. Por ejemplo, en el número 4 de Bizkaitarra, en el artículo “Nuestros moros”, cuyo autor es el propio Sabino Arana, no ninguno de sus seguidores, donde les dice a estos cómo tienen que actuar “aislando por completo a los maketos en todos los órdenes de las relaciones sociales”, o en el número 5 de Baserritarra, donde habla de “La hez del pueblo maketo, si corrompido en sus ciudades, más degradado en sus campos”.
Pero el señor Moscoso consideraba que eran los seguidores de Sabino Arana los que se cebaban con los maquetos, no el jefe de todos ellos. Y lo ratifica más adelante: “Yo os aseguro bajo mi palabra honrada, que he visto ejemplos que no los aprobaría el Sr. Arana, con seguridad”.
El ahora juez Moscoso recordaba, de cuando era fiscal, el caso en el que también estuvo Sabino Arana como acusado: “Recuerdo muy bien mi acusación. Entonces se agraviaba a España groseramente, y era procesado el Sr. Arana, y digo groseramente, aunque esté ahí el reo Arana, pues no me gusta molestar a los que en ese banquillo se sientan, porque no era el autor el Sr. Arana. Nos lo dijo noblemente y el señor Arana no miente. El mentir es faltar a la verdad inconscientemente. Aquí nos dijo: Yo no soy el autor, yo no escribí eso, yo soy solo el director del periódico y me hago responsable”.
O sea, que para el señor Moscoso Sabino Arana no mentía. ¿Será posible? Sin tener que hacerles que consulten mi libro, donde doy abundantes pruebas de lo contrario, simplemente les diré que este hombre vivió en una mentira, toda su vida fue una mentira. Dijo en su última carta a su hermano Luis que había estado tres días haciendo confesión general, pero dudo que fuera suficiente con eso para contar todas sus trolas. Hubiera podido resumirlas con la mentira más gorda de todas, la de que su hermano le inculcó el nacionalismo, porque Luis ya era nacionalista en 1882, nada menos. Si Luis hubiera sido nacionalista ya entonces, o sea racista antiespañol y apostólico romano, ¿cómo se entiende que en 1893 no se lo pensara un poco siquiera a la hora de tener un hijo fuera del matrimonio con una maqueta aragonesa?
De modo que el propio juez Moscoso cayó como un maqueto de capirote en el juego de la estrategia de la defensa de Arana, como explicábamos en el caso del juicio anterior, según la cual el acusado se erigía en responsable de los artículos, en su calidad de director, consiguiendo así el protagonismo de ser acusado y al mismo tiempo bloquear la acusación contra los verdaderos autores de los mismos.
Además de considerar a Sabino Arana un tipo honrado, honesto, veraz y, como veremos, también todo un caballero, el juez Moscoso reconoce que él mismo se había preocupado de que la estancia en la cárcel de Sabino Arana fuera lo más cómoda posible: “Al Sr. Arana se le han guardado todo género de consideraciones mientras ha estado en la prisión, según órdenes que tengo yo dadas, y esas órdenes creo que se han cumplido. No ha estado el Sr. Arana mezclado entre criminales, ha estado solo en su pabellón, paseando por los jardines o por donde le ha parecido, dentro del establecimiento, con lo cual no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber; porque ya he aprendido lo bastante para saber que entre los presos hay dos calificaciones: que no es lo mismo ser criminal que delincuente. El hombre más honrado puede faltar. No ha estado, pues, el Sr. Arana mezclado entre criminales; ha estado solo, gracias a ese acuerdo de la Diputación que él votó; pero aún sin eso le hubiéramos tenido distinciones, se le hubiese tratado con la consideración que merece, no solamente el caballero, sino el Diputado provincial.”
Imaginemos el efecto que estas palabras del Juez Moscoso tuvieron que tener en el jurado que iba a decidir sobre la culpabilidad de Arana. ¡Si el propio juez lo trataba con semejantes deferencias!
Pues bien, este señor Moscoso del Prado podemos decir que cumplió a la perfección el rol de primer maqueto de capirote respecto del nacionalismo vasco: luego vinieron muchos más como él, hasta hoy mismo (baste fijarse para ello en el candidato del PNV a lendacari para las próximas elecciones autonómicas). Pero, para más inri, su condición de maqueto de capirote no le viene solo por la actitud condescendiente respecto de Sabino Arana sino por lo que le deparará la posteridad y la consideración que de él tuvieron los propios nacionalistas cuando recuerdan los juicios contra Sabino Arana.
Porque, claro, el nacionalismo vasco interpreta los dos juicios a su fundador como una prueba del acoso inmisericorde que infligieron sobre su “maestro” las fuerzas opresoras del Estado enemigo español, de las que el señor Moscoso del Prado sería un elemento destacado. Y se da por descontado que el hecho de que Sabino Arana saliera libre en ambos casos solo se debió a la meritísima defensa que realizó Daniel Irujo Urra (padre de quien luego fuera importante nacionalista, Manuel de Irujo) y a la nobleza y patriotismo vasco de los miembros del jurado, todos nacionalistas en potencia.
Pobre señor Moscoso del Prado, él, que con su actitud en ambos juicios posibilitó de manera decisiva la liberación del reo Sabino Arana, y miren cómo le consideraron luego los nacionalistas. La prueba la tenemos en un artículo del periódico Deia, de estricta obediencia nacionalista, de fecha 24 de noviembre de 2012, donde el señor Txema Montero, otro medio maqueto (de segundo es Zabala), que antes había sido abogado de la izquierda abertzale y ahora está incrustado como refugiado a buen recaudo en el patronato de la Fundación Sabino Arana, arremete sin conocimiento de causa contra el señor Moscoso del Prado, con el argumento ad hominem, tan típico de los nacionalistas cuando no saben argumentar de otro modo (que es la inmensa mayoría de las ocasiones) de que su hijo –Carlos Moscoso del Prado– fue capitán del ejército sublevado con Mola en Pamplona y su nieto –Javier Moscoso– fue ministro con Felipe González y luego Fiscal General del Estado. Parece ser que esa trayectoria familiar sería suficiente, a juicio de Montero, para cubrir de oprobio a los tres: “La genealogía familiar de los Moscoso resulta ser un paseo circular que se inicia con un fiscal del rey y culmina con un fiscal del reino, espadón sublevado mediante.”
Y así es como el fiscal y juez Fermín Moscoso del Prado ha sido recompensado por el nacionalismo por actuar claramente en favor del reo Sabino Arana, siendo, en realidad, el principal artífice del veredicto de no culpabilidad en los dos juicios que tuvo. Por no hablar de que gracias al señor Moscoso Sabino Arana disfrutó de una estancia en la cárcel rodeado de consideraciones inalcanzables para ningún otro preso.
Dice el DRAE que el término “capirote” se puede utilizar, aparte de su uso semanasantero, “para intensificar la expresividad de ciertas voces despectivas a las que sigue”, con lo cual, teniendo en cuenta que el término “maqueto” es despectivo, con el “de capirote” iría en perfecta sintonía de significado.
Al jurista Fermín Moscoso del Prado, natural de Briones, provincia de Logroño, hoy comunidad autónoma de La Rioja, que intervino de modo muy destacado en los dos juicios con jurado por los que pasó Sabino Arana las dos veces que estuvo en la cárcel, los nacionalistas vascos le endosaron desde el principio un capirote y ya no ha habido forma de quitárselo hasta hoy. Y eso le pasó por dos circunstancias, como veremos en este artículo de El balle del ziruelo, una buscada por él mismo y otra asignada por los nacionalistas. La primera, por pensar el cándido de don Fermín que Sabino Arana era inocente en ambos juicios e influir así de modo decisivo en el jurado. Y la segunda, porque los nacionalistas no solo no le agradecieron ese gesto, sino que lo ignoraron supinamente y le endosaron, en su lugar, el papel que, como juez maqueto, le estaba predestinado, a saber, el de opresor y vasquicida. En aquellos juicios toda la gloria, a efectos nacionalistas, se la llevó el defensor, Daniel Irujo Urra –que entonces ni era nacionalista siquiera, sino carlista– y los jurados que declararon –más bien por quitarse de encima el paquete que por otra cosa– no culpable a Sabino Arana, convertidos luego por la leyenda nacionalista en expresión de la conciencia nacional vasca.
La historia que vamos a contar es, cuando menos, reveladora de lo que supone para un maqueto, en este caso además alto representante, como fiscal primero y como juez después, del Estado español, ir de buenas con los nacionalistas. Lo cual demuestra que con esta gente no hay nada que hacer, porque hagas lo que hagas, si los nacionalistas ya te han clasificado de antemano, date por crucificado.
Los maquetos han sido enormemente vilipendiados por el nacionalismo vasco desde su mismo origen, como queda suficientemente acreditado en mi libro Sabino Arana: padre del supremacismo vasco. Pero también muchos de ellos le han bailado el agua al nacionalismo de una manera absolutamente incomprensible e injustificable. Han ejercido, así, como maquetos de capirote. Y en su pecado llevan su penitencia.
De los dos juicios con jurado en los que fue procesado Sabino Arana, en el primero de ellos, que tuvo lugar el 18 de noviembre de 1896, Fermín Moscoso del Prado actuó como fiscal por causa de dos artículos aparecidos en Bizkaitarra, en su suplemento IV de 21 de julio de 1895 y titulados “Abolición y Reconquista”, escrito por Neu (seudónimo de Ángel Jausoro), y “Vengan escobas”, firmado por Baso Jaun (seudónimo de Engracio de Aranzadi). Para que nos hagamos una idea del contenido de dichos artículos, en el primero se dice que España es “una nación la más inútil y cobarde que registra la Historia”, “una nación que se postra bajo el peso de su debilidad y que apenas puede arrastrar su mísera existencia”. Y en el segundo se dice que España es el “pueblo que es objeto de la mofa universal”, que la “encarnación exacta del pueblo español” es el chulo madrileño, o bien dice: “¿contempláis un pueblo irreligioso, blasfemo, sensual, idiota y afeminado? Pues, notadlo bien: en aquel lugar ha establecido sus reales un maketo”.
En este primer juicio se le acusaba a Sabino Arana por excitación a la rebelión en su condición de director del periódico donde salieron ambas piezas publicadas. Pero la estrategia de la defensa estaba clara: el director no era autor de dichos artículos y a los autores no se les encontraría para la ocasión, porque se encargaron muy bien los nacionalistas de quitarles de en medio. El foco debía de proyectarse en exclusiva sobre Sabino Arana, llevándose así toda la propaganda producida por el caso, que era lo que se buscaba, del mismo modo que se sabía que al no ser él el autor de los artículos, ello no le acarrearía consecuencias penales. Salvo el tiempo que se tiró en la cárcel de manera preventiva, claro es, en el primer caso cuatro meses y medio y en el segundo cinco meses y medio. En el primer caso, no obstante, el primer mes y medio se lo pasó entre rejas porque le dio la real gana, ya que no quiso recurrir por el caso Filomeno Soltura, cuando habría tenido todas las de ganar.
Fermín Moscoso del Prado, ejerciendo en ese primer juicio como fiscal, actuó, según todas las fuentes del caso, de manera marcadamente benévola hacia el acusado. Dando por hecho que él no había sido el autor de los artículos, sino que los habían escrito dos de sus secuaces e infiriendo de ello que Sabino Arana nunca habría podido decir lo que allí se decía. El señor Moscoso tenía su teoría al respecto y era que los que le rodeaban a Sabino Arana eran peores que él: eran más papistas que el Papa, decía. Lo cual era verdad en cuanto a que eran más básicos y previsibles, pero eso no podía ocultar que el fundador del nacionalismo vasco fuera el inventor de todo, hecho que para el señor Moscoso, al parecer, no contaba.
Las fuentes hablaban del señor fiscal del caso, el señor Moscoso, de la siguiente manera. Por ejemplo, el periódico oficial de los euskalerriacos y por tanto pronacionalista, Euskalduna, en su número 11, de 22 de noviembre de 1896, decía: “Después de las preguntas de rúbrica, hechas por el señor Presidente al señor Arana, usó de la palabra el Ministerio Fiscal; no sabemos si para defender o para acusar al procesado. Tales fueron las alabanzas que le prodigó y tal fue, si se quiere, la blandura con que presentó sus pruebas en pro de la existencia del supuesto delito.” Cuál no sería el grado de benevolencia del fiscal hacia el acusado, que cuando empezó a hablar el defensor de este, el señor Irujo Urra, no tuvo por menos que referirse a ello en estos términos: “Devuelvo respetuosamente al Fiscal de S.M. su saludo cariñoso y acepto, considerándome por ello muy honrado, la amistad sincera con que me brinda tan digno cuan ilustrado funcionario. Y porque desde hoy le cuento entre mis amigos es para mí doblemente sensible verle oficiar en este juicio de nuevo Pilatos, pues convencido como está de la inocencia del reo de quien nos ha dicho con frase elocuente que no es el autor de los artículos perseguidos, ni capaz por su nobleza de escribirlos, lo entrega sin embargo a vosotros, señores Jurados…”
Por supuesto que Sabino Arana salió indemne de este juicio.
Lo mismo le ocurrió en el otro juicio que se practicó contra él, que tuvo lugar los días 7 y 8 de noviembre de 1902, con motivo del telegrama que Sabino Arana quiso enviar al presidente de los Estados Unidos, Roosevelt, y del mensaje que a continuación también le hizo llegar al cónsul norteamericano en Bilbao, Carlos Yansen, en ambos casos felicitándose de la concesión de la independencia a Cuba por parte de Estados Unidos y lamentándose de que España no hiciera lo mismo en circunstancias similares (obviamente equiparando a Cuba con el País Vasco).
El ahora ya juez Moscoso del Prado dijo, para empezar, que Arana no odia a los maquetos, sino que son sus seguidores los que los odian, aplicando de nuevo sobre Sabino Arana su principio de que aquí hay gente más papista que el Papa. Cuando, como sabemos, el fundador del nacionalismo vasco empleó él solo, en sus dos primeros periódicos, Bizkaitarra y Baserritarra, además de en las otras publicaciones que dio a la imprenta entre los años 1893 y 1898, y sin contar con lo que hicieron sus secuaces al respecto, no menos de 600 veces el término “maketo” y derivados y siempre en un sentido denigratorio y humillante. En cambio, el juez Moscoso en este segundo juicio repetiría el mismo principio que en el primero: “Yo no diré que el Sr. Arana odie a los maketos, porque aquí sucede una cosa muy rara, aquí son todos más papistas que el Papa. Creo que el Sr. Arana no es capaz de odiar a nadie, pero las gentes que le rodean odian a los maketos. No cabe duda.” (todas las citas que vamos a utilizar aquí, cuando no se especifique otra cosa, proceden del volumen 3 de Historia del Nacionalismo Vasco en sus Documentos, páginas 451-453). Estaba claro que el señor Moscoso no había leído a Sabino Arana. Bastaría con una sola mención a los maquetos en los panfletos del primer nacionalismo para desbaratar esta impostura. Por ejemplo, en el número 4 de Bizkaitarra, en el artículo “Nuestros moros”, cuyo autor es el propio Sabino Arana, no ninguno de sus seguidores, donde les dice a estos cómo tienen que actuar “aislando por completo a los maketos en todos los órdenes de las relaciones sociales”, o en el número 5 de Baserritarra, donde habla de “La hez del pueblo maketo, si corrompido en sus ciudades, más degradado en sus campos”.
Pero el señor Moscoso consideraba que eran los seguidores de Sabino Arana los que se cebaban con los maquetos, no el jefe de todos ellos. Y lo ratifica más adelante: “Yo os aseguro bajo mi palabra honrada, que he visto ejemplos que no los aprobaría el Sr. Arana, con seguridad”.
El ahora juez Moscoso recordaba, de cuando era fiscal, el caso en el que también estuvo Sabino Arana como acusado: “Recuerdo muy bien mi acusación. Entonces se agraviaba a España groseramente, y era procesado el Sr. Arana, y digo groseramente, aunque esté ahí el reo Arana, pues no me gusta molestar a los que en ese banquillo se sientan, porque no era el autor el Sr. Arana. Nos lo dijo noblemente y el señor Arana no miente. El mentir es faltar a la verdad inconscientemente. Aquí nos dijo: Yo no soy el autor, yo no escribí eso, yo soy solo el director del periódico y me hago responsable”.
O sea, que para el señor Moscoso Sabino Arana no mentía. ¿Será posible? Sin tener que hacerles que consulten mi libro, donde doy abundantes pruebas de lo contrario, simplemente les diré que este hombre vivió en una mentira, toda su vida fue una mentira. Dijo en su última carta a su hermano Luis que había estado tres días haciendo confesión general, pero dudo que fuera suficiente con eso para contar todas sus trolas. Hubiera podido resumirlas con la mentira más gorda de todas, la de que su hermano le inculcó el nacionalismo, porque Luis ya era nacionalista en 1882, nada menos. Si Luis hubiera sido nacionalista ya entonces, o sea racista antiespañol y apostólico romano, ¿cómo se entiende que en 1893 no se lo pensara un poco siquiera a la hora de tener un hijo fuera del matrimonio con una maqueta aragonesa?
De modo que el propio juez Moscoso cayó como un maqueto de capirote en el juego de la estrategia de la defensa de Arana, como explicábamos en el caso del juicio anterior, según la cual el acusado se erigía en responsable de los artículos, en su calidad de director, consiguiendo así el protagonismo de ser acusado y al mismo tiempo bloquear la acusación contra los verdaderos autores de los mismos.
Además de considerar a Sabino Arana un tipo honrado, honesto, veraz y, como veremos, también todo un caballero, el juez Moscoso reconoce que él mismo se había preocupado de que la estancia en la cárcel de Sabino Arana fuera lo más cómoda posible: “Al Sr. Arana se le han guardado todo género de consideraciones mientras ha estado en la prisión, según órdenes que tengo yo dadas, y esas órdenes creo que se han cumplido. No ha estado el Sr. Arana mezclado entre criminales, ha estado solo en su pabellón, paseando por los jardines o por donde le ha parecido, dentro del establecimiento, con lo cual no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber; porque ya he aprendido lo bastante para saber que entre los presos hay dos calificaciones: que no es lo mismo ser criminal que delincuente. El hombre más honrado puede faltar. No ha estado, pues, el Sr. Arana mezclado entre criminales; ha estado solo, gracias a ese acuerdo de la Diputación que él votó; pero aún sin eso le hubiéramos tenido distinciones, se le hubiese tratado con la consideración que merece, no solamente el caballero, sino el Diputado provincial.”
Imaginemos el efecto que estas palabras del Juez Moscoso tuvieron que tener en el jurado que iba a decidir sobre la culpabilidad de Arana. ¡Si el propio juez lo trataba con semejantes deferencias!
Pues bien, este señor Moscoso del Prado podemos decir que cumplió a la perfección el rol de primer maqueto de capirote respecto del nacionalismo vasco: luego vinieron muchos más como él, hasta hoy mismo (baste fijarse para ello en el candidato del PNV a lendacari para las próximas elecciones autonómicas). Pero, para más inri, su condición de maqueto de capirote no le viene solo por la actitud condescendiente respecto de Sabino Arana sino por lo que le deparará la posteridad y la consideración que de él tuvieron los propios nacionalistas cuando recuerdan los juicios contra Sabino Arana.
Porque, claro, el nacionalismo vasco interpreta los dos juicios a su fundador como una prueba del acoso inmisericorde que infligieron sobre su “maestro” las fuerzas opresoras del Estado enemigo español, de las que el señor Moscoso del Prado sería un elemento destacado. Y se da por descontado que el hecho de que Sabino Arana saliera libre en ambos casos solo se debió a la meritísima defensa que realizó Daniel Irujo Urra (padre de quien luego fuera importante nacionalista, Manuel de Irujo) y a la nobleza y patriotismo vasco de los miembros del jurado, todos nacionalistas en potencia.
Pobre señor Moscoso del Prado, él, que con su actitud en ambos juicios posibilitó de manera decisiva la liberación del reo Sabino Arana, y miren cómo le consideraron luego los nacionalistas. La prueba la tenemos en un artículo del periódico Deia, de estricta obediencia nacionalista, de fecha 24 de noviembre de 2012, donde el señor Txema Montero, otro medio maqueto (de segundo es Zabala), que antes había sido abogado de la izquierda abertzale y ahora está incrustado como refugiado a buen recaudo en el patronato de la Fundación Sabino Arana, arremete sin conocimiento de causa contra el señor Moscoso del Prado, con el argumento ad hominem, tan típico de los nacionalistas cuando no saben argumentar de otro modo (que es la inmensa mayoría de las ocasiones) de que su hijo –Carlos Moscoso del Prado– fue capitán del ejército sublevado con Mola en Pamplona y su nieto –Javier Moscoso– fue ministro con Felipe González y luego Fiscal General del Estado. Parece ser que esa trayectoria familiar sería suficiente, a juicio de Montero, para cubrir de oprobio a los tres: “La genealogía familiar de los Moscoso resulta ser un paseo circular que se inicia con un fiscal del rey y culmina con un fiscal del reino, espadón sublevado mediante.”
Y así es como el fiscal y juez Fermín Moscoso del Prado ha sido recompensado por el nacionalismo por actuar claramente en favor del reo Sabino Arana, siendo, en realidad, el principal artífice del veredicto de no culpabilidad en los dos juicios que tuvo. Por no hablar de que gracias al señor Moscoso Sabino Arana disfrutó de una estancia en la cárcel rodeado de consideraciones inalcanzables para ningún otro preso.












