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Arturo Aldecoa Ruiz
Sábado, 13 de Abril de 2024 Tiempo de lectura:

El huevo de la serpiente

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Un fantasma recorre Europa y muchos países democráticos de ambos hemisferios, pero esta vez no es el comunismo, como proclamaba el Manifiesto de Carlos Marx, sino los nuevos populismos, mezclas explosivas de mentiras, xenofobia y nacionalismo excluyente reinventado que busca dar marcha atrás al reloj de la historia y transformar nuestro mundo global, cada vez más lleno de diversidad e interrelaciones entre pueblos, lenguas y culturas, en una especie de cuadro de Mondrian lleno de fronteras estancas entre zonas uniformes, donde el pluralismo sea solo un recuerdo.

 

Los heraldos de este espectro quieren devolvernos a un pasado legendario de su país o región, en el que los Estados nacionales, actuales o de nueva creación, se encuentren dotados de poderes absolutos y sean gobernados por su partido, pues así “recuperarían” unas sociedades felices y homogéneas, mitos de una lejana edad de oro que nunca existió.

 

No importa que sus argumentos sean inventados y artificiales y que sus propuestas sean utópicas, ni que, aunque se quiera negar, nuestras sociedades occidentales hayan alcanzado actualmente -a pesar de sus innegables defectos y carencias- los niveles más altos de desarrollo humano de su historia.

 

Las falsedades y mentiras suelen tener más gancho que la realidad, lo mismo que los cuentos y leyendas son más entretenidos que la historia, y de ahí su peligro como armas mediáticas.

 

Frente a la demagogia, la realidad palidece y se difumina, pues estos grupos utilizan contra la sociedad democrática, abierta al debate y respetuosa con la libertad de expresión, las medias verdades, las falacias y las mentiras. Por ello, nunca debemos menospreciar la amenaza que suponen.

 

Si según la tradición judeo-cristiana hasta en el Paraíso la serpiente logró introducir la duda y el descontento, debemos tener presente que los populismos de todo tipo tienen también hoy en día capacidad para aprovechar las crisis y los errores ajenos y, mediante un hábil uso de los medios de comunicación, engañar a amplios sectores de la población, arrastrarlos hacia posiciones radicales y poner en riesgo la convivencia.

 

Conviene recordar un ejemplo de cómo una sociedad bien organizada y desarrollada puede degenerar. En la primera mitad del siglo XX, Alemania, la nación más culta de Europa, cayó en poder del Partido Nacional-Socialista, el NSDAP. Los nazis aprovecharon la gran depresión, los errores y miserias de los partidos democráticos de la República de Weimar y un uso maestro de la publicidad para adaptar su estrategia, sus tácticas y sus mensajes a las necesidades de cada momento, hasta alcanzar por la vía electoral en 1933 el poder político, que en poco tiempo convirtieron en absoluto e irreversible. Solo su derrota en la II Guerra Mundial pudo revertir la situación.

 

Ha pasado casi un siglo. No creo que volvamos a ver en Occidente partidos como el NSDAP u otros similares. El mundo ha cambiado y los disfraces, tácticas y artimañas de este tipo de organizaciones son diferentes a las del pasado. De hecho lo están siendo, como vemos en los diversos ejemplos de populismos radicales, unos de derecha y otros de  izquierda, que florecen a ambos lados del Atlántico.

 

Para prevenirnos contra ellos es necesario analizar cómo pudo el populismo radical apoderarse de Alemania hasta convertirla en “El jardín de las bestias”, y aplicarnos las consecuencias en nuestra vida política. La historia es maestra de la vida, decía Cicerón, y por ello conviene que sepamos de que forma la culta sociedad alemana, sus organizaciones civiles y sus partidos democráticos fueron quedando inermes y cayendo, uno tras otro, bajo la dictadura del NSDAP.

 

Hace años un amigo me recomendó la obra de William Sheridan La toma del poder por los nazis, que relata la historia de una pequeña localidad de Prusia durante los últimos años de la República de Weimar y los primeros del Tercer Reich, escrito con el objetivo de “comprender cómo pudo hundirse una democracia civilizada hasta convertirse en una dictadura nihilista”. El libro analiza las circunstancias culturales, sociales y políticas que hicieron atractivo al nazismo y le auparon al poder, así como las causas del fracaso de los partidos democráticos, las organizaciones sociales, la clase obrera y la clase media en su oposición al nazismo.

 

Además de existir en aquellos días un cierto nacionalismo latente en Alemania, una admiración hacia las virtudes castrenses que hoy apenas se manifiesta en las sociedades democráticas modernas, hay otros factores que, según Sheridan, propiciaron el auge del nazismo. Si los repasamos nos sonarán muy parecidos a los que estamos viviendo hoy en España, el País Vasco y Cataluña. Ello nos debería llevar a reflexionar sobre el caldo de cultivo para el fantasma del populismo que supone su presencia en la vida política.

 

Por ejemplo, el deseo de ver acabado el «politiqueo» y las disputas de los sistemas parlamentarios, como si fueran siempre negativas para la sociedad y no solo por exceso, confundiendo el ideal del Parlamento con una cámara de unanimidades, votaciones “a la búlgara” y consensos obligatorios.

 

Por ejemplo, la exigencia de soluciones simplistas a problemas económicos y sociales complejos, lo que no solo no soluciona nada, sino que al final convierte cualquier debate en una subasta de promesas, cada cual más demagógica e irresponsable que la anterior.

 

Por ejemplo, la esperanza de ver restaurada una idealizada y perdida fortaleza y autoridad gubernamental, confundiendo esa autoridad con la disposición de instrumentos de sometimiento a decisiones arbitrarias al margen de la separación de poderes.

 

Por ejemplo, la falta de respeto y empatía entre las clases y sectores sociales, y el permanente enfrentamiento entre los partidos políticos, tanto entre los del mismo espectro ideológico como contra los del otro bloque, confundiendo a todos los adversarios políticos, incluidos los discrepantes internos, con enemigos.

 

Por ejemplo, un extremo grado de politización en todos los debates que parece promover que los problemas deben ser resueltos por decreto a cualquier precio, al margen de las leyes y de la separación de poderes, sin medir las consecuencias.

 

Por ejemplo, el desgaste de los valores democráticos, objeto de desdén, burla y hasta de crítica abierta incluso por quienes, dada su posición o autoridad, debieran defenderlos.

 

Los nazis tenían a su favor en 1933 su dinamismo, su eficiencia organizativa y propagandística y su flexibilidad,  pero ello no les hubiera bastado para lograr el poder.

 

Según Sheridan, su mejor aliado fueron los propios errores de la sociedad alemana al no advertir el peligro que suponían, y los egoísmos de  los partidos democráticos, que fueron incapaces de  comprender la naturaleza del nazismo, defender con vigor la República de Weimar y la propia idea de democracia. Lo que sucedió porque en parte no se sentían verdaderamente comprometidos con el sistema democrático porque su partidismo era sectario.

 

En 1933, fue desarrollándose una paulatina toma del poder por el nazismo, no a través de un golpe de Estado directo, sino por una sucesión de acciones semilegales o con apariencia de legalidad que acabaron por consumar una especie de golpe de Estado a plazos. A partir de entonces el nazismo comenzó a remodelar la sociedad, fue ocupando de un modo u otro todas sus organizaciones y parcelas de poder hasta forjar una estructura social sometida a su hegemonía, de la que cualquier disidencia o crítica fue hecha desaparecer.

 

De todo lo anterior cabe sacar unas conclusiones útiles: para que nunca más nuestras sociedades se puedan ver controladas por populismos radicales: por un lado, lo primero que debemos hacer es no tomar a broma la amenaza que suponen y por otro, analizar los errores que se hayan cometido en el pasado reciente y que les han están permitiendo rebrotar en pleno siglo XXI.

 

Hemos entrado en España en este año 2024 en una serie de procesos electorales sucesivos: Galicia, País Vasco, Cataluña, Europeas, que acabarán posiblemente, antes o después, en unas elecciones generales anticipadas.

 

A los fantasmas populistas les sucede como se decía de los huevos de serpiente en la película de Bergman del mismo título: al mirarlos cualquiera puede ver el futuro pues “a través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”.

 

Es nuestra responsabilidad como ciudadanos impedir que esos reptiles políticos  se incuben y eclosionen en las elecciones.

 

Arturo Aldecoa. Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019 

 

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