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Arturo Aldecoa Ruiz
Sábado, 04 de Mayo de 2024 Tiempo de lectura:

Pedro Sánchez y la dictadura de la simetría

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He leído recientemente en un excelente ensayo que todos los totalitarismos están fundados en la superstición de la simetría. No puedo estar más de acuerdo. Pienso que se usa el calificativo de superstición porque los ideólogos del poder absoluto creen ciegamente que la propiedad de la simetría trasladada a la ingeniería social genera excelentes resultados. Para qué y para quién, eso es otro cantar.

 

Intentar la creación de sociedades de este tipo tiene una larga tradición. El movimiento pitagórico promovió hace 2600 años en Crotona, en el sur de Italia, la construcción de una sociedad igualitaria, perfecta y simétrica, mediante el estudio del número y la geometría, la obediencia y el silencio. Una auténtica utopía totalitaria siglos antes de que Platón imaginara su tenebrosa República.

 

Presumiblemente hartos de la experiencia, los ciudadanos de Crotona expulsaron a Pitágoras y a sus seguidores para recuperar su libertad, es decir, su caótica vida corriente, asimétrica y nada perfecta. Al fin y al cabo, por deficiente que fuera era la suya, la que preferían y no un delirio matemático.

 

https://latribunadelpaisvasco.com/subsc


Desde entonces, sabemos que el culto a la igualdad, el número y la simetría aplicados a la convivencia social puede generar infiernos reales nada imaginarios, de los que en los últimos dos siglos se han visto algunos ejemplos.

 

La mayoría de los ciudadanos creemos hoy estar vacunados contra las utopías conocidas, como la dictadura del proletariado, la dictadura del Estado total, la dictadura de la raza superior, la dictadura teocrática y otras variantes. Pero sin que casi nos demos cuenta, empieza a despuntar en nuestro horizonte una nueva amenaza para la libertad, amenaza de la que los populismos de izquierda y localismos exacerbados que vemos surgir no son sino heraldos: la dictadura de la simetría.

 

En una sociedad sometida a la dictadura de la simetría, aparentemente libre en las formas, pero totalitaria en el fondo, todo comportamiento, opinión o actuación individual deben alinearse simétricamente con los del grupo al que se pertenece, so pena de exclusión y eliminación.

 

Me temo que en nuestros días la democracia española bajo el actual gobierno populista de izquierda radical se desliza hacia una sociedad de este tipo, mientras las libertades reales declinan casi inadvertidamente. Poco a poco el país va sumergiéndose hacia aguas profundas y, al igual que en el caso de Titanic, la orquesta mediática controlada por el gobierno sigue tocando para mantenernos entretenidos.

 

En estos tiempos, gracias a las redes sociales, en el debate de cualquier asunto quien discrepe con las opiniones (prejuicios, más propiamente) de los nuevos totalitarios será perseguido, ridiculizado y hasta amenazado por una jauría de “contra-opinadores” amparada en la masa y el anonimato. Basta ver el carácter de los comentarios en Internet sobre las noticias de los medios de comunicación. Lo malo es que las propias noticias y sus titulares empiezan a orientarse al gusto de la jauría. El número manda.

    

Hoy en día, instituciones políticas y científicas que creíamos serias consideran normal establecer opiniones obligatorias sobre ciertos temas, aunque sean científicos, sociales o históricos, asuntos que en una sociedad libre estarían abiertos al debate y a su permanente revisión por los investigadores.

 

Se olvida el derecho a investigar, a sacar las propias conclusiones e, incluso, el derecho a equivocarse. Se impone la obligación de pensar y creer solo lo “correcto”. Opinar y argumentar en contra no solo es ir contra corriente, sino que se anatematiza como “negacionismo”, un término indefinido e indefinible empleado como etiqueta de una nueva herejía laica, la de disentir, que empieza a convertirse en un crimen perseguido por las leyes.

 

¿Hay oposición frente a estas nuevas inquisiciones? Por desgracia, escasa. Poco a poco, la mayoría traga: algunos por no perder ayudas y subvenciones, otros por ganar audiencias o votantes, o asegurar su cargo o prebenda, muchos por no complicarse la vida y el resto porque en el fondo le da igual.

 

Total ¿a quién le importa esas cosas? Eso sí, se admira a Galileo, Giordano Bruno o Miguel Servet, condenados hace varios siglos por las autoridades religiosas por defender teorías diferentes a las entonces aceptadas, que luego resultaron ciertas, pero se olvida que hoy volverían a ser condenados, y esta vez no por la inquisición católica romana ni por el protestante Calvino, sino por nuestros guardianes de la ortodoxia. Seguimos teniendo muchos Lysenko ávidos de perseguir discrepantes. 

 

En la actualidad, la tendencia hacia la uniformización en los comportamientos, el rechazo a lo individual y su sustitución por lo colectivo se manifiesta incluso en la forma de apoyar buenas causas.

 

Se promueven de forma prioritaria por instituciones y organizaciones las respuestas en grupo, en masa, ya sea contra una enfermedad, contra una guerra, contra un crimen o injusticia, en defensa del medio natural, de una lengua, de una cultura o simplemente para promover comportamientos saludables. Vayamos todos juntos, parece decirse, ya sea de manifestación, de concentración, de carrera multitudinaria, de concierto solidario, de recorrido festivo reivindicativo, de salida al monte o de lo que se tercie. No importa en pro de lo que sea, lo que importa es que seamos todos juntos.

 

Para resolver un asunto, la respuesta eficaz sería el promover un comportamiento individual adecuado y mantenido en el tiempo de los ciudadanos que pueden influir en su resolución o mejora, pero se sustituye por una respuesta de grupo extendida al conjunto de la población, tan apabullante como limitada en sus efectos.

 

El resultado no es más que un mero placebo para los asistentes. Muchos salen convencidos de haber sido actores de algo épico y efectivo, pero en realidad solo han participado en una representación coral y se han visto deslumbrados por el “efecto desfile”, la inmersión en el número, cuya eficacia para resolver problemas es parecida a la de una procesión en rogativa de lluvias.

    

Realmente parece que lo importante no es tanto solucionar el problema o alcanzar el objetivo que motiva la concentración, sino promover el carácter simétrico de la respuesta dada, demostración de nuestra unidad. Y en ello, lo individual no cuenta, sobra.

 

En estos tiempos, una nueva filosofía totalitaria está intentando sumergir al ciudadano, su libertad y su responsabilidad individual en un magma grupal, que lo diluye y digiere hasta convertirlo en ciudadano-masa.

 

Así, indistinguible de los demás, sin nada que lo diferencie, el ciudadano ya no precisa pensar pues el grupo piensa por él y le dice qué opinar, y puede sentirse feliz al mirarse en el espejo y ver que es, como todos, simétrico y perfecto.

 

Por mi parte, yo me niego. Prefiero ser libre y un punto caótico, tener mis propias opiniones y equivocarme posiblemente muchas veces, a ser uno más del coro, opinar solo “lo correcto” y hacer y decir simétricamente lo mismo que el resto. ¿Dónde queda en tal sociedad la libertad individual? Es necesario empezar a denunciar esta dictadura casi invisible que se nos quiere imponer por los nuevos pitagóricos, una dictadura que acabaría con la individualidad para someterla al número.

 

Como hace siglos a Pitágoras y sus sectarios de Crotona, en las próximas elecciones hay que expulsar democráticamente a Sánchez y sus corifeos de La Moncloa, porque es la diversidad que ellos odian, y no la simetría que pretenden imponernos, la que nos convierte en humanos individualmente diferentes que viven en una sociedad democrática, y no en ciegas hormigas de un enjambre.

 

(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019

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